Hemos leído con interés el artículo titulado Documento de consenso Por un nuevo marco para la formación médica en los estudios de grado, 2025, de los grupos de trabajo de SEDEM y SEMI. Deseamos felicitar a los autores por la profundidad del análisis y las propuestas planteadas que, de implementarse, cambiarían el panorama docente de las facultades, modernizándolas y actualizándolas en sus metodologías y profesorado. Por su trascendencia y oportunidad, el escrito merece sitio de honor junto a otros documentos seminales donde, hace ya 20 años, las asociaciones españolas de educación médica anticipaban la necesidad de abordar cambios curriculares pendientes1. De todo ello, sería esperable un impacto beneficioso en la capacitación profesional de nuestros egresados y, por ende, en la atención sanitaria a la población desde el inicio de la formación especializada.
Coincidimos en que el aumento en cantidad y calidad de las prácticas clínicas es uno de los pilares del cambio y, por ello, echamos en falta alguna reflexión expresa sobre la figura del tutor clínico. Aunque el artículo habla del profesorado clínico, al que atribuye importantes funciones y responsabilidades, no es viable que estos se responsabilicen de toda la docencia práctica del grado. La mayoría de los profesionales que asumen la docencia «a pie de cama» son los tutores, que tienen denominación y funciones legalmente atribuidas2, y un rol bien diferenciado del de los profesores asociados o con plaza vinculada3. Muchos de ellos también ejercen como tutores de formación especializada, con sus funciones y responsabilidades. Una diferencia esencial respecto a los profesores clínicos es la ausencia de contrato y de retribución por la universidad, desde donde, como única forma de reconocimiento y compensación, apenas reciben un certificado de colaboración docente u honorífica.
Consideramos que los tutores son, en gran parte, los artífices del cambio, pues es donde los alumnos constatan y aprenden la aplicación práctica del conocimiento, desarrollando la capacidad de razonamiento clínico, el ejercicio de la medicina centrado en el paciente y otras competencias importantes citadas en el artículo. A pesar de ello, raramente les alcanzan las acciones formativas del profesorado. Esta situación representa una urgencia educativa si se considera que los tutores clínicos resultan modelos determinantes de buena parte del estilo personal y profesional que adoptarán los futuros médicos, hoy estudiantes, a través de un proceso de mímesis, casi inevitable y poco estructurado, conocido como el «currículo oculto» de las facultades de medicina4,5.
Los tutores son acreedores de una deuda de gratitud de quienes fuimos sus estudiantes y residentes, de quienes lo son hoy, y de quienes gestionan el grado y la formación especializada. ¿Cuándo se saldará eficazmente esta deuda con una normativa estatal y autonómica que reconozca y recompense su labor docente?
El artículo señala acertadamente la alarma ante la falta de atracción de nuevo profesorado clínico en muchas facultades. Ojalá no sea tarde para que el descontento, el desánimo y, finalmente, la desafección de unos profesionales cada vez más presionados por la sobrecarga asistencial y otros problemas estructurales del sistema sanitario, acaben por apagar la ilusión de tantos médicos excelentes que siguen enseñando de forma abnegada y generosa a las futuras generaciones de compañeros.
FinanciaciónLos autores declaran que no han percibido ninguna financiación ni retribución por la redacción de la carta.
Conflicto de interesesLos autores declaran que no tienen conflictos de intereses.





