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Educación Médica Del saber al ser: formar médicos, desarrollar el carácter, forjar la identidad
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Vol. 26. Núm. 4.
(Julio - Agosto 2025)
Vol. 26. Núm. 4.
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Del saber al ser: formar médicos, desarrollar el carácter, forjar la identidad
From knowledge to being: educating physicians, developing character, shaping identity
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Juan A. Díaz González
Facultad de Medicina, Universidad de Navarra, Pamplona, Navarra, España
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En el ejercicio de la medicina la dimensión personal y la profesional están fuertemente implicadas. La buena práctica médica exige un alto nivel de conocimientos, habilidades y experiencia clínica; y, al mismo tiempo, requiere el desarrollo de actitudes y hábitos personales. Esta afirmación no es solo fruto de investigaciones académicas, sino que es una experiencia vivida. Nuestra manera de ser está muy presente en nuestra manera de trabajar y, viceversa, el ejercicio de nuestra profesión tiene un fuerte eco en nuestra esfera personal: es algo a lo que ya se enfrentan los estudiantes en sus prácticas clínicas, es uno de los factores más impactantes entre los médicos jóvenes y condiciona en gran medida la satisfacción profesional de los clínicos más veteranos. Y lo interesante es que las 2 facetas pueden desplegarse y crecer, y favorecer así una vida más plena y una mejor práctica clínica.

Estamos en un momento privilegiado de acceso al conocimiento. La tecnología permite llegar más lejos en el diagnóstico y en el tratamiento de muchas enfermedades. El crecimiento es exponencial en estos 2 ámbitos tan relacionados con la práctica médica. También se han producido importantes avances en el acceso a los servicios de salud. Hay una mayor conciencia sobre la importancia de estilos de vida saludables, más protagonismo en las decisiones que afectan a la propia salud. Sin embargo, cuando se ilumina con más intensidad un espacio, algunas sombras se proyectan con mayor nitidez, y también es posible ver con mayor claridad rincones menos limpios o la necesidad de poner orden donde el desarreglo pasaba más desapercibido.

A lo largo de los siglos, las crecidas de los grandes ríos favorecieron las cuencas fértiles donde se desarrollaron grandes civilizaciones. Pero esos desbordamientos, si no se encauzan, también generan daños y destrucción. De alguna manera, vivimos un aluvión que afecta al modo de hacer medicina: fragmentación del conocimiento, desarrollo tecnológico, profundos cambios sociales. No son cuestiones coyunturales, ni cosmovisiones teóricas, sino realidades que afectan a la práctica cotidiana de la medicina, que se reflejan –con sus luces y sus sombras– en la vida de los médicos y en la atención de sus pacientes.

La profesión médica está en un momento de tensión. No por sí misma, sino por las tracciones externas a las que está sometida. Hay síntomas de fragilidad y decaimiento. Pero esos síntomas no tienen por qué ser manifestación de enfermedad. Los corredores de fondo experimentan cansancio en algún punto de su carrera, también los que consiguen batir marcas hasta el momento inalcanzadas. Lo que mantiene a esos corredores, lo que permite que se rehagan y consigan un puesto en el podio, es precisamente que tienen clara la meta, que saben por qué corren y lo que buscan. Con ese propósito claro, entrenan constantemente para mejorar su forma, para ir adaptando su fisiología. Estudian su pisada, ven correr a otros, practican la corta y la larga distancia, fortalecen la musculatura complementaria que influye en el rendimiento global, cuidan la dieta y la hidratación. Y con esa cadencia constante, van remodelando su cuerpo y van fortaleciendo su mente. Son siempre ellos mismos, pero se van haciendo.

Hemos ido tomando conciencia de la importancia de enseñar y aprender de manera explícita los valores centrales de la práctica de la medicina. El profesionalismo ofrece referencias para esa tarea. Sin embargo, se ha puesto de manifiesto que no es suficiente con mostrar estándares de conducta que inspiran, pero que no trasforman. Es necesario interiorizar lo que subyace a esos modos de hacer, incorporarlos en el tiempo a lo que uno es. No quedarse en el qué, sino llegar al cómo, al por qué y al quién. Así se ha ido acuñando el concepto de identidad profesional en medicina. Una identidad que conjuga en primera persona lo que hago y lo que soy, un itinerario personal en el que desarrollar armónicamente nuestras cualidades personales con las más específicas y necesarias para una buena práctica médica. Crecer como médico y como persona, no como 2 actividades que compiten y, como mucho, se toleran, sino como las 2 alas de un ave de altos vuelos.

Por eso se dice que la docencia en medicina no es solo enseñar medicina, sino enseñar a ser médico. Ayudar a los estudiantes, a los médicos jóvenes y a los más experimentados a configurar y desplegar en el tiempo su identidad médica, donde cada uno es protagonista. Esta tarea se favorece desde la educación médica, en la facultad de medicina y en el ejercicio profesional a lo largo de la vida. En medicina nunca dejamos de aprender y, como aprendemos de otros y aprendemos con otros, nunca dejamos de enseñar.

La identidad médica, inseparable de nuestra dimensión más personal, se configura desde quienes somos, con lo que hacemos y en la relación con otros (pacientes y profesionales). Para este viaje necesitamos conocimiento propio y estrategias de crecimiento, desarrollo de hábitos que acrisolen la aleación de profesional y persona. Este propósito se puede impulsar potenciando la capacidad de reflexión sobre cómo somos y sobre qué significa ser médico; y desde ahí, aprender a mirarnos personalmente en el espejo de la práctica médica.

Nuestra época y las generaciones más jóvenes demandan una revalorización del propósito, del sentido de lo que hacemos como médicos. Y la medicina no es una actividad que pase rozando tangencialmente nuestra vida, sino que la empapa y en gran medida la configura. Todo trabajo puede expresar la capacidad transformadora del ser humano: es el contexto en el que desarrollar capacidades e ideales, donde la persona puede crecer y expandir su potencial. Además, el trabajo nos trasciende, va más allá de nosotros mismos, porque llega a otros, porque es para otros. Sentido y trascendencia son 2 elementos genuinamente humanos y macronutrientes de lo que entendemos por felicidad en un sentido profundo. Tenemos la suerte de que, en el ejercicio de la medicina, por su propia naturaleza, estos 2 elementos son precisamente los que la definen: su razón de ser (sentido) es la persona enferma (trascendencia).

La docencia en medicina proporciona conocimientos, facilita la adquisición de habilidades y promueve actitudes necesarias para la práctica médica. Pero también –y no como un artículo de lujo– debe ofrecer recursos que potencien el conocimiento propio, hagan reflexionar sobre la calidad de las relaciones y estimulen el desarrollo de hábitos estables que nos perfeccionan como personas y como buenos médicos.

La educación médica se convierte así en una actividad privilegiada, porque consiste en facilitar y acompañar en un viaje de largo alcance, ser testigos de un admirable florecimiento.

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El autor declara que no ha recibido financiación.

Conflicto de intereses

El autor declara que no tiene conflictos de intereses.

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