Este artículo propone un modelo integrado de identidad médica que concibe al médico como un ser humano multidimensional, en constante desarrollo. La identidad médica orienta su actuar profesional y se construye a partir de 3 dimensiones interrelacionadas: la personal, la profesional y la experiencia de vulnerabilidad del médico como paciente. El modelo también reconoce la influencia de las comunidades de práctica y la cultura médica en este proceso formativo. Incorporar el desarrollo de la identidad médica de manera explícita en el currículo promueve la reflexión y el diálogo en torno a los valores del médico, contribuyendo a formar profesionales más empáticos, resilientes y capaces de ejercer una práctica clínica más humana.
This article proposes an integrated model of medical identity that envisions the physician as a multidimensional human being in constant development. Medical identity guides professional behavior and is constructed through the integration of three interrelated dimensions: personal, professional, and the experience of vulnerability of the physician as a patient. The model also acknowledges the influence of communities of practice and medical culture in this formative process. Explicitly incorporating the development of medical identity into the curriculum fosters reflection and dialog around physicians' values, contributing to the training of more empathetic, resilient professionals capable of delivering more human-centered care.
En las últimas décadas, se ha cuestionado críticamente la enseñanza tradicional de la medicina, fuertemente centrada en el modelo biomédico, científico y tecnológico1. Esto ha impulsado la búsqueda de nuevos enfoques pedagógicos que promuevan una educación y una práctica médica más reflexiva y orientada a los valores humanos2. Uno de los enfoques que ha cobrado relevancia en el ámbito académico es la formación de la identidad profesional3–5.
Para la psicología del desarrollo, la identidad de una persona se refiere al sentido de sí mismo que se construye a lo largo del tiempo y que se compone de la comprensión que tiene sobre quién es, sus valores, creencias, aspiraciones y su relación con el entorno6. La identidad proporciona un marco conceptual para entender cómo las personas otorgan sentido a sus experiencias de vida, lo cual es esencial para el autoconocimiento y el sentido de pertenencia6. A través de un proceso de construcción, la persona interpreta y resignifica sus características personales y vivencias, integrándolas en su biografía6.
En el ámbito de la educación médica, la formación de la identidad profesional ha sido definida como un proceso transformador mediante el cual se integran los conocimientos, habilidades, valores y conductas propios de la profesión médica con la identidad personal y los valores del individuo7.
La identidad médica se desarrolla continuamente en etapas a lo largo de la vida profesional, en un proceso que ocurre de forma simultánea en 2 niveles: a nivel individual, donde se integra el desarrollo personal del médico, y a nivel colectivo, que implica la socialización en roles y formas de participación en los distintos ámbitos de la práctica clínica5,8.
Entre los factores que influyen en su desarrollo se incluyen las relaciones interpersonales con pares, modelos a seguir, pacientes y otros integrantes del equipo de salud; las experiencias que fomentan actitudes, buenas prácticas y ética profesional; así como la narrativa personal del individuo y la reflexión sobre su proceso formativo3,4.
El desarrollo de la identidad profesional es uno de los principales objetivos de la educación médica9. Según Merton, la tarea de una facultad de medicina es modelar al estudiante para convertirlo en una persona efectiva al practicar la medicina y proveerlo de una identidad profesional que lo lleve a pensar, sentir y actuar como un médico10.
El objetivo de este artículo es proponer un modelo integrado de identidad médica. Asimismo, se describen los factores que influyen en su desarrollo, como las comunidades de práctica y la cultura médica. Fomentar la reflexión y generar conciencia sobre la identidad médica resulta relevante, ya que orienta el actuar cotidiano del médico y otorga sentido al ejercicio de su profesión11. Al mismo tiempo, influye en la calidad del cuidado que entrega a sus pacientes y fomenta la resiliencia necesaria para protegerlo frente al riesgo de burnout11–13.
La intención al presentar este modelo es, por una parte, promover la reflexión de estudiantes de Medicina y médicos en formación en torno a la construcción de su identidad médica; y, por otra, orientar y motivar a los educadores en el diseño de intervenciones que faciliten dicho proceso. Se espera que este modelo constituya una herramienta práctica y versátil, que fomente el diálogo y la toma de conciencia sobre los valores que subyacen a la práctica médica.
Modelo integrado de identidad médicaA continuación, se presenta un modelo conceptual que sitúa la identidad médica en el centro y plantea que esta se constituye por la integración de 3 áreas de desarrollo: la dimensión del médico como persona, la dimensión del médico como profesional y la dimensión vinculada a la experiencia del médico como paciente, vulnerable y susceptible frente a la enfermedad (fig. 1).
La identidad médica se concibe como el núcleo desde el cual se originan las actitudes, decisiones y conductas del profesional. Cabe destacar que no existe una delimitación precisa entre estas 3 dimensiones, ya que se complementan e influyen mutuamente.
Esta propuesta busca ampliar los aportes de enfoques existentes como el Profesionalismo y la Medicina centrada en el paciente, a través de una visión multidimensional del médico como ser humano en constante desarrollo14,15. El modelo propuesto se organiza desde una perspectiva socioecológica que considera la influencia de factores individuales, relacionales, comunitarios y culturales en el proceso de desarrollo identitario.
El desarrollo de la identidad personalLa identidad médica se construye sobre los cimientos de la dimensión personal, la cual se conforma a partir de factores individuales y sociales16. La identidad personal hace que cada individuo sea absolutamente original e irrepetible y, por ende, portador de dignidad. Esta identidad se configura a lo largo del tiempo a partir de la biografía, los roles desempeñados, el amor recibido y el respeto vivenciado por parte de figuras de apego, o, por el contrario, a partir de experiencias de ser ignorado, rechazado, estigmatizado o incluso abusado16.
Diego Gracia plantea que la verdadera identidad se construye de manera autónoma a través de las acciones, en interacción con la cultura, entendida como el depósito de valores internalizados durante etapas clave de la vida17. El autor sostiene que los valores contribuyen activamente al desarrollo de la identidad17. En consecuencia, actuar éticamente no solo refleja la identidad personal, sino que también la construye y la fortalece.
La adolescencia se reconoce como una etapa crucial en el desarrollo de la identidad. Durante este periodo, se adquiere la capacidad de pensar y decidir por sí mismo. El depósito de valores recibidos se somete a revisión y puede ser rechazado o modificado. Este proceso da lugar a la conformación de una escala propia de valores, que orienta las decisiones, promueve la coherencia entre el pensamiento y la acción, y genera un sentido de responsabilidad frente a las consecuencias de dichos actos16.
La mayoría de los estudiantes de Medicina se encuentran entre la etapa final de la adolescencia y la adultez temprana, momento en que se consolida la disposición a reflexionar y actuar de manera autónoma. Sin embargo, la identidad personal es un fenómeno psicológico que no se limita a una fase específica del ciclo vital. Su desarrollo ocurre de forma evolutiva a lo largo de la vida, en un proceso de construcción continua que se recrea permanentemente6,16.
El camino profesional: de estudiante a médicoLa vocación es un hito fundacional en la construcción de la identidad médica. El proceso de formación se desarrolla en medio de múltiples aprendizajes, expectativas y sacrificios: desde la cantidad abrumadora de contenidos biomédicos y las exigentes evaluaciones, hasta los primeros contactos con pacientes reales y la convivencia en grupos de pares18. Todo ello ocurre en el contexto de una cultura médica y una sociedad que valoran la celeridad y la competencia excesiva, sin espacio para la reflexión14,18,19.
Las escuelas de medicina desempeñan un papel clave en la formación de la identidad médica desde los primeros momentos de socialización9,20. En pocos años, una persona joven se transforma en un adulto responsable y capacitado para ejercer como profesional de la salud. Los estudiantes deben adquirir una serie de competencias técnicas y habilidades sociales8. Sin embargo, los enfoques basados en competencias corren el riesgo de reducir la formación médica a procesos evaluativos, dejando de lado el desarrollo de la identidad profesional8.
El currículo formal, compuesto por contenidos estandarizados y evaluaciones, contrasta con el currículo oculto, que también influye en las actitudes, creencias y conductas del médico21. Un ejemplo de este aprendizaje implícito es la idea de que solo los pacientes con un nivel socioeconómico alto o con diagnósticos complejos y tratables merecen mayor tiempo y esfuerzo por parte del profesional22. Asimismo, las jerarquías y las presiones por la eficiencia del sistema refuerzan estas normas implícitas sobre quién merece un mejor cuidado22.
La literatura sugiere diversas soluciones: una mayor coherencia entre el currículo formal y el oculto21, y la importancia de conocer a los pacientes, su biografía y su realidad psicosocial como elementos clave para lograr diagnósticos más certeros y estrategias terapéuticas más efectivas14,23. Recibir retroalimentación sobre su actuar, tanto de docentes como de sus pares24,25, también contribuye a construir la identidad médica.
Incorporar habilidades como la escucha profunda y la curiosidad en la anamnesis permite al estudiante y al médico en formación desarrollar la capacidad de reconocer el sufrimiento y el impacto emocional que genera la enfermedad en sus pacientes23. Asimismo, encontrar el espacio para conectarse con su propia emocionalidad favorece la toma de conciencia sobre sus valores y cómo estos se manifiestan en su actuar profesional17.
El médico como pacienteSer paciente es una experiencia universal. Sin embargo, la formación médica ha tendido históricamente a omitir o tratar de forma superficial la vivencia de ser, al mismo tiempo, médico y paciente, a pesar de su relevancia en la construcción de la identidad médica.
Según Epstein, las personas tendemos a dividir el mundo de forma tribal, entre quienes consideramos semejantes y quienes percibimos como diferentes23. Los médicos también actuamos de esta manera, lo que refuerza nuestra identidad profesional y el sentido de pertenencia. Sin embargo, percibir a los pacientes como miembros de una «tribu» distinta puede perpetuar sesgos cognitivos y afectar negativamente nuestras decisiones clínicas23.
Los médicos podemos tomar decisiones diferentes sobre nuestra propia salud en comparación con lo que aconsejaríamos a pacientes y familiares26. Existe una tendencia a recomendar tratamientos más agresivos para otros, mientras que, en el caso personal, se prioriza la comodidad y la dignidad, evitando intervenciones invasivas para prolongar la vida26.
Estamos psicológicamente mal preparados para asumir el rol de pacientes27. Por un lado, contamos con el conocimiento científico y con el vínculo con colegas que pueden orientarnos cuando estamos enfermos; pero, por otro, este mismo privilegio y ciertos rasgos de personalidad pueden dificultar el asumir plenamente nuestra vulnerabilidad27,28. Esto puede hacernos sentir como extraños para nosotros mismos, al no poder integrar esta dimensión vulnerable en nuestra propia identidad médica28.
Esta actitud se relaciona en parte con la educación recibida y una pérdida en la capacidad de escuchar al propio cuerpo. Kalanithi narra su experiencia al ser diagnosticado con cáncer pulmonar durante su último año de residencia en neurocirugía. En su relato describe cómo la carga de trabajo y las exigencias de la profesión le impidieron atender sus síntomas29. Esta falta de empatía con uno mismo, particularmente en médicos agotados, refleja hasta qué punto la formación y la práctica médica pueden deteriorar la conexión con la propia persona.
Por otro lado, existen numerosos testimonios de médicos que han enriquecido su práctica clínica tras vivir la experiencia de ser pacientes. Klitzman analizó 70 entrevistas realizadas a médicos que atravesaron diversas enfermedades y destaca cómo muchos de ellos adoptaron cambios en su conducta, realizando gestos de empatía como sentarse junto a la cama del paciente para conversar o pedir disculpas por las demoras en la atención28.
Aceptar su propia vulnerabilidad permite al médico reconocer sus límites y su falibilidad como ser humano. Esta actitud se asocia con una mayor tolerancia hacia los pacientes, los colegas y uno mismo, promovida por la autocompasión, la cual, a su vez, contribuye a un mayor bienestar profesional23,30.
En 2017, la Declaración de Ginebra incorporó por primera vez en la historia de la medicina el concepto de bienestar del médico, afirmando que factores como el estrés y la sobrecarga laboral impactan negativamente en su salud31. Esto representa un cambio de paradigma para la profesión médica, al reconocer la vulnerabilidad del profesional y su susceptibilidad a enfermar. La nueva versión también prioriza el autocuidado del médico, al reconocer que su bienestar influye directamente en la calidad de la atención que brinda a sus pacientes.
Las comunidades de práctica y su aporte a la identidad médicaEn los últimos años, la teoría de las comunidades de práctica ha cobrado relevancia en el ámbito de la educación médica, ya que ofrece un marco conceptual para comprender los procesos de aprendizaje que ocurren en este contexto. Este enfoque plantea que el aprendizaje es un proceso social que se desarrolla en el seno de comunidades y que está profundamente influido por la cultura32.
Una comunidad de práctica se define como un grupo de personas que comparten una preocupación, un conjunto de problemas o una pasión por un tema, y que profundizan su conocimiento y experiencia en esa área mediante una interacción continua33. Es relevante destacar que cada miembro, conscientemente o no, contribuye a «crear comunidad», al compartir valores, saberes y modos de actuar.
Cruess conceptualiza la medicina como una comunidad de práctica, ya que esta teoría permite abordar la combinación de conocimientos tácitos y explícitos necesarios para la práctica clínica. El autor también sostiene que la identidad profesional se construye dentro del espacio colectivo e intersubjetivo que ofrece una comunidad34.
Los médicos forman parte de múltiples comunidades de práctica. Todos pertenecen a la comunidad médica global, pero también se vinculan con agrupaciones locales, como sociedades científicas o asociaciones gremiales, que constituyen espacios relevantes de pertenencia e intercambio. Los programas de especialización también conforman comunidades de práctica específicas que pueden ejercer una influencia significativa en la identidad de sus miembros.
Las comunidades de práctica se articulan en torno a 3 elementos: un dominio de conocimiento compartido, una comunidad de personas interesadas en él y una práctica común que mejora la efectividad en esa área33. El dominio establece un propósito común y un sentido de identidad compartida; la comunidad crea un entorno de confianza que favorece el aprendizaje colectivo; y la práctica reúne los conocimientos, herramientas y prácticas desarrolladas colectivamente que guían la acción y permiten mejorar la efectividad en esa área33. Estos 3 componentes pueden identificarse en el ámbito de la medicina, reafirmando que las comunidades de práctica constituyen una estructura especialmente adecuada para gestionar el conocimiento médico y favorecer el desarrollo de la identidad del profesional34.
El conocimiento médico no se limita a lo explícito y codificable en libros o revistas, sino que incluye un componente tácito, entendido como una «experiencia encarnada» que permite responder de forma contextualizada a situaciones clínicas33. Un buen cirujano no solo aplica conocimientos teóricos, sino que integra la historia del paciente, los signos vitales y ajusta su intervención en función de la situación particular. Este saber se adquiere con la práctica y el intercambio con colegas, y se transmite en espacios colectivos como cursos, congresos y actividades de educación médica continua, a través de relatos, mentoría y aprendizaje situado.
La identidad profesional se construye sobre normas determinadas por la comunidad de práctica y la cultura médica imperante, mediante un proceso continuo de negociación social34. Su desarrollo implica asumir valores, normas y estructuras organizativas del entorno profesional. Asimismo, el diálogo entre generaciones permite visibilizar aquellos valores de la medicina que han sido, son y seguirán siendo relevantes.
Finalmente, es en las comunidades de práctica donde pueden contenerse y amortiguarse las frecuentes vivencias de angustia, tristeza, impotencia o fracaso del médico, al ofrecer un espacio compartido en donde superar el aislamiento en el que viven muchos profesionales.
Relación entre cultura e identidad médicaLa cultura ha sido definida como un sistema de valores, creencias y prácticas socialmente aceptadas que proporciona identidad, orden, sentido y estabilidad a un grupo19. Se trata de un fenómeno expansivo y profundamente arraigado en una organización o profesión que, aunque intangible, influye de manera significativa en las decisiones y conductas de las personas19.
Gracia conceptualiza la cultura como un depósito de valores que se objetivan a través de los actos17. Esta perspectiva enfatiza la relación recíproca entre identidad y cultura, destacando la trascendencia de cada acción. El autor sostiene que, al actuar, los valores emergen de la persona, adquieren vida propia y se integran en la cultura17. Del mismo modo, el depósito de valores presente en la cultura a la que pertenece una persona influye en su conducta.
La cultura médica y sus valores se transmiten desde el inicio de la formación, tanto por el currículo formal como por el currículo oculto, configurando los marcos éticos y conductuales que orientan la práctica médica18,21. Moldea la manera en que los médicos se perciben a sí mismos, se relacionan entre colegas, valoran su trabajo, y desarrollan la relación con sus pacientes. Esta influencia se manifiesta directamente en las decisiones y conductas de los profesionales médicos, tanto en el ámbito personal como en su práctica clínica19.
La cultura médica está fuertemente condicionada por factores estructurales del sistema de salud que, si no se abordan, pueden afectar el actuar del médico y obstaculizar el desarrollo integro de su identidad profesional19. Elementos como las remuneraciones, los incentivos por desempeño, la burocracia, las exigencias administrativas y la falta de tiempo para dar una atención adecuada deterioran las condiciones de trabajo. A esto se suma una creciente judicialización de la medicina que ha impulsado la adopción de prácticas defensivas, motivadas por el temor a litigios, que no solo afectan la calidad asistencial, sino que limitan la autonomía y deterioran el bienestar del médico35.
Aunque la cultura médica promueve altos estándares éticos, suele haber una brecha entre los valores de la profesión y la práctica real. Un ejemplo es la figura del médico heroico, que antepone su trabajo incluso a costa de su propio bienestar19,36. Esta expectativa implícita refuerza la idea de que priorizar el descanso o el autocuidado refleja falta de compromiso o profesionalismo. También persiste la creencia de que el médico debe ser perfecto y no puede equivocarse, asociando el error al fracaso y la culpa19. Sin embargo, muchos errores asociados a la atención sanitaria responden a fallas sistémicas más que a falencias individuales. En este contexto, mostrar vulnerabilidad sigue siendo mal visto, y la falta de seguridad psicológica impide reconocer y aprender de los propios errores, dificultando el desarrollo de una identidad médica más compasiva y consciente de sus límites.
Estos factores culturales han contribuido al agotamiento emocional, desencanto e incluso al abandono de la profesión por parte de muchos médicos37. Las altas tasas de depresión, ansiedad, consumo de sustancias y suicidio asociadas al burnout en médicos supera los niveles observados en otras profesiones38, lo cual refleja el impacto de una cultura que, lejos de proteger, expone a sus miembros a condiciones laborales insostenibles19. Esta realidad evidencia la necesidad de impulsar transformaciones culturales profundas.
Para generar estos cambios es clave mantener una actitud crítica frente a los antivalores presentes en la cultura médica imperante, con el objetivo de visibilizarlos, discutirlos y transformarlos. Al mismo tiempo, es fundamental jerarquizar y fortalecer aquellos actos que encarnan los valores que se desean promover, tanto a nivel individual como colectivo, para que estos pasen a formar parte activa del depósito cultural que configura la identidad.
Relevancia del modelo para la educación médicaEl desarrollo de la identidad médica es un proceso complejo y dinámico que influye directamente en el actuar y el sentir de los profesionales de la salud3–5. Esta identidad emerge de la interacción entre experiencias personales y profesionales, incluyendo la vivencia de ser paciente, la participación en comunidades de práctica y la fuerte influencia ejercida por la cultura médica.
Considerando los valiosos aportes del Profesionalismo y la Medicina centrada en el paciente14,15, el Modelo integrado de identidad médica busca ir un paso más allá, al poner énfasis en la persona del médico como un ser humano multidimensional, en constante desarrollo. Esta propuesta sintetiza la literatura existente sobre la formación de la identidad profesional y presenta un modelo innovador para guiar el desarrollo integral de estudiantes de Medicina y médicos, en armonía con sus propios valores.
El modelo busca generar conciencia sobre la identidad médica, ofreciendo un lenguaje común y un marco conceptual que ayuden a estudiantes y médicos a internalizar este fenómeno central para su formación profesional y comprender los factores que influyen en su desarrollo. Asimismo, reconocer el rol que cumple la identidad en su actuar contribuye a que puedan tomar decisiones coherentes con sus propios valores, alejándose de un sentido distorsionado del «deber ser» que muchas veces impone la cultura médica. Esto favorece una práctica clínica más reflexiva, autónoma y tolerante a la incertidumbre, abriendo camino hacia una vida más plena.
Como aporte clave, esta propuesta de modelo de identidad médica considera al médico también como paciente o como persona susceptible de enfermar, reconociéndolo como un ser limitado y falible. Integrar la propia vulnerabilidad como parte constitutiva de la identidad profesional es fundamental, pues puede influir positivamente en la capacidad del médico para comprender y empatizar con sus pacientes desde la autocompasión30.
La participación en comunidades de práctica constituye otro aspecto fundamental del modelo propuesto. Estas comunidades ofrecen una matriz social propicia para compartir experiencias, modelar conductas y construir un sentido de pertenencia dentro de la profesión médica34. Su relevancia no solo radica en el rol que desempeñan en la construcción de la identidad individual, sino también en la conciencia de que cada integrante puede contribuir activamente al desarrollo identitario de otros.
Aunque la cultura médica suele resistirse al cambio, son las acciones cotidianas las que permiten transformarla. Actuar desde una identidad médica autónoma e íntegra enriquece el depósito de valores que conforman la cultura17. Esto se ve reflejado en acciones concretas como enseñar y compartir el conocimiento, mantener relaciones constructivas entre colegas y atender a los pacientes de manera competente y compasiva. La cultura no es un ente fijo, sino un sistema dinámico moldeado por las decisiones de quienes conforman la comunidad médica19.
Este artículo propone un modelo que puede integrarse al currículo formal de las escuelas de medicina mediante espacios de reflexión y diálogo, apoyando de manera explícita el desarrollo de la identidad médica como un objetivo educativo20. Esto implica incluir contenidos sobre identidad en actividades existentes como cursos de comunicación, bioética y humanidades médicas. También puede ser un valioso aporte en el contexto de intervenciones pedagógicas que fomentan el autoconocimiento, la resiliencia y la reflexión sobre los valores de médicos y pacientes13. Estrategias como talleres de literatura y medicina, escritura creativa, mentorías, mindfulness y el análisis crítico de obras artísticas han mostrado ser útiles en este proceso13,39,40. Por último, se recomienda capacitar a los docentes, crear entornos acogedores e involucrar a los estudiantes en su propio desarrollo identitario20.
Reconocer la propia identidad médica es clave para la resiliencia y el bienestar profesional11–13. Actuar en coherencia con los propios valores no solo incrementa la satisfacción laboral, sino que también protege frente al burnout y el daño moral que ocurre cuando el profesional se ve obligado a actuar en contra de estos valores37,38. En este sentido, la identidad médica actuaría como un factor protector, permitiendo adaptarse y responder a los desafíos de un entorno médico cambiante, promoviendo el equilibrio y la integración entre la vida profesional y personal.
Es posible avanzar hacia una medicina más atenta a los valores humanos, promoviendo la humanidad de quienes la ejercen. La despersonalización del médico suele ir acompañada de la despersonalización del paciente, percibido únicamente como un conjunto de problemas que deben «arreglarse», en lugar de un ser humano íntegro y digno de cuidado. Reconocer y respetar al paciente en su dimensión personal no solo favorece una atención en salud más efectiva, sino que también puede aportar una mayor gratificación en la vida profesional del médico.
Entre las limitaciones de este artículo se encuentra el hecho de no tratarse de una revisión sistemática. Otra limitación de la propuesta es la dificultad para incorporar el modelo integrado de identidad médica en programas de formación centrados exclusivamente en lo biomédico, que no consideran explícitamente el desarrollo identitario como un objetivo educativo. Por último, cabe señalar que actuar desde la identidad médica involucra la propia subjetividad y los valores personales en el ejercicio de la profesión, lo cual puede representar un esfuerzo emocional mayor en comparación con un enfoque más tradicional y distante del paciente.
ConclusionesLa construcción de la identidad médica es un proceso continuo y dinámico, fundamental para la formación y el ejercicio profesional. El modelo propuesto en este artículo concibe al médico como un ser humano multidimensional, en constante desarrollo, cuya identidad orienta su manera de actuar.
Promover la conciencia de la identidad médica y la reflexión sobre los valores del médico como un objetivo educativo explícito del currículo contribuye a formar profesionales más atentos y capaces de ejercer una práctica clínica coherente con dichos valores.
Integrar como parte de la identidad médica la dimensión del médico como ser vulnerable y susceptible de enfermar, permitiría formar profesionales más empáticos, resilientes y comprometidos con su propio bienestar.
Destacar el rol de las escuelas de medicina en el fortalecimiento de las comunidades de práctica, promoviendo espacios colaborativos entre docentes, estudiantes y colegas que favorezcan el desarrollo identitario mediante el modelamiento de conductas positivas, el intercambio de experiencias y la construcción de un sentido de pertenencia.
Reconocer el valor transformador de una identidad profesional íntegra y autónoma como motor de cambio hacia una cultura médica más humana. Esta perspectiva resalta que la cultura e identidad médica se construyen e influyen mutuamente a través de las acciones cotidianas, otorgando a los formadores un rol activo en su transformación.
Desarrollar enfoques innovadores para incorporar el Modelo integrado de identidad médica en cursos de comunicación, bioética, humanidades médicas o instancias clínicas supervisadas puede favorecer el diálogo y la reflexión en torno a esta temática.
Avanzar en la capacitación docente en herramientas pedagógicas para acompañar el desarrollo de la identidad médica y crear ambientes educativos acogedores es clave para apoyar a los estudiantes en este proceso formativo.
FinanciaciónLos autores declaran no haber recibido ninguna financiación para realizar este trabajo.
Conflicto de interesesLos autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.
AgradecimientosExpresamos nuestro sincero agradecimiento a la Dra. Mariana Dittborn y al Dr. Andrés Sciolla por sus valiosos aportes durante el proceso de edición. Su generosa y lúcida retroalimentación enriqueció significativamente este artículo.






