La residencia es un periodo fundamental en la trayectoria profesional de cualquier facultativo. Durante ese tiempo se adquieren competencias indispensables y, por encima de eso, se dibuja la identidad que definirá al especialista a lo largo de su vida profesional. En este sentido, incorporar la investigación en la formación de los residentes es de crucial importancia, no sólo para que adquieran los conocimientos básicos en este ámbito, sino para que interioricen la verdadera importancia que tiene, para cualquier facultativo del sistema de salud, realizar actividad investigadora. El objetivo último persigue incorporar la investigación a la vida profesional del residente como elemento vertebrador de innovación y mejora continua. La enorme evolución de la medicina en las últimas décadas exige que los profesionales dispongan no sólo de conocimientos clínicos, sino también los fundamentos metodológicos que les permitan afrontar la lectura crítica de la literatura científica, así como participar en proyectos de investigación o innovación, con el fin de que mejoren su capacidad para incorporar a su práctica los avances que transforman la medicina.
Si bien existe un elevado consenso a nivel conceptual, la realidad es muy heterogénea y en exceso dependiente de la cultura local, tanto de la institución como, muy especialmente, del equipo humano al que pertenezca el residente. Existen barreras conocidas que dificultan la actividad investigadora entre las que destacan la elevada presión asistencial, la falta de tiempo “protegido”, la escasez de incentivos institucionales, el modesto peso en los méritos de investigación en los baremos de evaluación, la escasez de mentores adecuadamente formados o la percepción de que la investigación es una actividad diferente y separada de la actividad asistencial. Sin embargo, existen experiencias exitosas que demuestran que la investigación es un potente motor de mejora del desempeño asistencial, lo cual se comprueba a nivel de la institución y del servicio clínico, pero también del propio profesional.
La formación en investigación durante la residencia debe ser, por tanto, integral y ambiciosa, abarcando desde aspectos transversales básicos como elaborar la pregunta de investigación, formular hipótesis, encontrar y comprender la evidencia existente o manejar técnicas estadísticas, hasta otros más avanzados dirigidos a plantear un proyecto de investigación o a comunicar adecuadamente los resultados en forma de póster o comunicación para una reunión científica y de artículo científico. Estas habilidades enriquecen la práctica diaria, favoreciendo el pensamiento crítico y preparando al residente para un futuro en el que la actualización científica será una constante. Con la intención de que la investigación represente el papel óptimo en la medicina actual deben asegurarse algunas premisas. En primer lugar, debe establecerse un cuerpo de doctrina común que asegure que todos los residentes que culminan su residencia lo hacen con unos conocimientos mínimos en el ámbito de la investigación. La formación en investigación deberá iniciarse cuanto antes, incluso durante el primer año de la residencia pues, como se comentó anteriormente, el objetivo es doble: contribuir a la formación, por un lado, y transmitir la importancia de la investigación, por otro. Adicionalmente, es importante también que la investigación se integre en la actividad cotidiana como elemento inherente a la actividad asistencial y deje de ser un complemento optativo. Finalmente, para que la apuesta adquiera la dimensión que merece, se debe asegurar el adecuado reconocimiento de la actividad investigadora por parte de instituciones y administraciones.
Por si lo argumentado hasta este momento no fuese suficientemente convincente por sí mismo, dejamos para el final de esta reflexión un elemento de enorme relevancia, pues la investigación contribuye de forma muy significativa al bienestar profesional. Múltiples estudios demuestran que la actividad investigadora favorece la satisfacción laboral y el sentido de pertenencia institucional al tiempo que disminuye la incidencia del síndrome de desgaste profesional (en inglés “burn out”). El escenario actual, de complejidad y presión asistencial crecientes, requiere de profesionales bien formados y satisfechos, dispuestos a liderar la medicina presente y futura.





