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Vol. 23. Núm. 7.
Páginas 108-114 (Julio 2004)
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Plaguicidas
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Javier Doménech
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Tabla 1. Toxicidad aguda por plaguicidas
Tabla 2. Efectos de la toxicidad crónica de plaguicidas
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Sus efectos en la salud humana

La utilización de plaguicidas en los sistemas de producción agraria intensivos presenta un doble problema, ya que afecta de manera directa tanto al agricultor y a su entorno como al consumidor final, debido a la presencia de pesticidas en los alimentos. El presente trabajo establece la adecuada terminología que debe emplearse, los tipos de plaguicidas y su peligrosidad y potencial toxicidad para el ser humano. Además, se analizan los efectos de los plaguicidas en agua y alimentos, la relación entre la salud y la agricultura actual, y el papel preventivo que puede desempeñar el farmacéutico comunitario.

La actual preocupación del ciudadano por la salud alcanza, de manera directa, a la alimentación que supone el sustento del organismo. Las últimas crisis de las vacas locas o la fiebre del pollo asiático han acentuado más, si cabe, la desconfianza del consumidor hacia las nuevas técnicas de producción industrial de nuestros alimentos. Hasta el momento, los productos agrícolas no han tenido un episodio de alarma social similar a los anteriores, pero su aparición en un futuro cercano no es improbable.

Es indiscutible que los abonos minerales, plaguicidas, herbicidas y, en general, los compuestos añadidos a los cultivos representan uno de los mayores descubrimientos de la química moderna, pero el uso abusivo que se realiza de ellos en estas últimas décadas y la constatación evidente de que hay compuestos que pueden suponer un riesgo para la salud humana ha puesto en alerta a la comunidad científica y, en parte, a las administraciones sanitarias de agricultura y del medio ambiente. Esta afirmación tiene su último reflejo en el rotundo cambio de política que se propugna en el VI Programa de Acción en materia de Medio Ambiente de la Comunidad Europea en relación a los productos químicos y plaguicidas.

Terminología

Antes que nada, es preciso hacer una primera puntualización en cuanto a las denominaciones y definiciones usadas erróneamente en este campo y en referencia a la ambivalencia en la utilización de términos como fertilizantes, plaguicidas, herbicidas, agroquímicos, fitosanitarios, etc.

Productos fitosanitarios

Los productos fitosanitarios engloban a todo el arsenal químico utilizado para el control de plagas, sea cual sea su origen (animal o vegetal). Así, bajo esta denominación están los herbicidas, acaricidas, nematicidas, fungicidas, insecticidas, es decir, agentes biocidas y, por tanto, sustancias tóxicas y peligrosas. Comúnmente se encuadran bajo el vocablo genérico de «plaguicidas» o «pesticidas». Además, bajo el paraguas de fitosanitarios se incluyen sustancias reguladoras del crecimiento (fitoestimulantes o fitohormonas), agentes para reducir la densidad de la fruta, para evitar su caída y otros compuestos análogos destinados a la conservación o manipulación artificial de los productos vegetales.

Fertilizantes

Los fertilizantes son compuestos añadidos para mejorar el rendimiento de la planta en cuanto a su crecimiento y productividad. Su potencial tóxico es mucho menos acentuado que los anteriores.

La cantidad de insumos añadidos a los cultivos no se corresponden con las recomendaciones de las OMS en esta materia.

Agroquímicos

Los agroquímicos engloban a todos los insumos de síntesis aplicados al campo, es decir fertilizantes y plaguicidas.

Siendo como es un campo tan amplio, este artículo se va a centrar en proporcionar una visión general de los primeros, de los que afectan más directamente y de manera más intensa a la salud humana, los plaguicidas.

Plaguicidas

Históricamente, los plaguicidas son sustancias utilizadas a partir de finales del siglo xix, con una fase de desarrollo a la sombra de las dos guerras mundiales y un marcado punto de inflexión en los años treinta con el descubrimiento del DDT por Paul Muller. Pero es después de la segunda gran guerra cuando el uso de plaguicidas se extiende por todo el mundo desarrollado. En los últimos 25 años su producción se ha multiplicado por 50 y su consumo ha alcanzado, en la actualidad y según las diversas fuentes, una cifra entre 3 y 4 millones de toneladas, lo que nos proporcionaría a cada habitante del planeta una media de medio kilo de plaguicida al año: unos números cuando menos preocupantes.

Tipos de plaguicidas

El término plaguicida engloba una enorme cantidad de compuestos activos, sustancias inertes de acompañamiento y disolventes que hacen difícil su acotamiento como una familia o tipo de compuestos: en Estados Unidos, la Environmental Protection Agency (EPA) tiene registradas 1.500 sustancias activas en 50.000 plaguicidas comerciales diferentes. En Europa hay autorizados actualmente menos de 800 productos que se pretende rebajar a dos centenares en los próximos años.

De las distintas clasificaciones que se realizan sobre plaguicidas, la de mayor interés sanitario es la correspondiente a su estructura química, ya que ésta determina en gran medida su incidencia en el organismo humano.

Clasificación química de los plaguicidas

* Organoclorados. Se utilizan como insecticidas y herbicidas. Son posiblemente los más persistentes y los de peor fama, fundamentalmente por el DDT, compuesto prohibido en gran parte del planeta, pero que todavía se utiliza por su eficacia y bajo coste. Otros activos conocidos de este grupo son el lindano, metoxiclor, atracina, aldrin, dieldrin y simazina.

* Organofosforados. Fundamentalmente insecticidas, presentan una toxicidad más selectiva que los anteriores y son menos persistentes, por lo que han sustituido en gran parte a aquéllos. Los más conocidos son paratión, malatión, metidatión, fenitrotión o diazinón.

* Carbamatos. Utilizados como insecticidas domésticos y agrícolas, herbicidas y fungicidas son menos tóxicos que los anteriores. Pertenecen a este grupo carbofurán, dimetoato, mobán, propoxur, etc.

* Piretrinas. Después de los organoclorados, son los menos utilizados en nuestro país. Uno de sus compuestos, el pelitre, es posiblemente el primer insecticida de la historia. Hay piretrinas naturales y sintéticas, estas últimas denominadas piretroides. Tienen la ventaja de una rápida degradación y escasa acumulación en los organismos.

* Otros compuestos. Hay gran cantidad de compuestos orgánicos e inorgánicos utilizados como plaguicidas, fundamentalmente como herbicidas y fungicidas, como triazinas, anilinas, derivados de azufre, mercurio y arsénico.

Peligrosidad y potencial toxicológico

Describir el mecanismo de acción y, por tanto, los efectos tóxicos de los diferentes plaguicidas resulta insidioso y fuera de lugar en un artículo generalista. Hay magníficos manuales científicos, de organizaciones internacionales y de algunas administraciones autónomas, que revisan de forma minuciosa este tema. Sí es conveniente realizar una revisión general de los factores que determinan la peligrosidad de los plaguicidas tratados como conjunto.

Hay una peligrosidad intrínseca de la molécula del plaguicida o, en su caso, de metabolitos de transformación, por ser compuestos biocidas y, por tanto, actuar contra seres vivos. Por ello, la utilización de estos compuestos supone un riesgo que se puede presentar en varios frentes: para el agricultor o aplicador, para la población adyacente a las áreas tratadas y para el consumidor de productos vegetales o animales. Asimismo, existe un riesgo general al medio ambiente que revierte a los tres agentes anteriores en forma de contaminación de agua, de suelo y de atmósfera.

El grado de afección que puede presentar el ser humano viene condicionado, además, por la dosis de plaguicida implicada y su temporalidad, lo que determina una toxicidad aguda o crónica.

Toxicidad aguda

La toxicidad aguda puede ser oral (por ingestión), dérmica (por contacto) y por inhalación. Implica casi exclusivamente al agricultor y, en casos excepcionales, a la población adyacente a campos de cultivo. Es la que provoca mayor número de consultas al sanitario rural (médico o farmacéutico) en las épocas de aplicación y suelen presentarse en forma de picores, irritaciones oculares, afecciones bucofaríngeas, tos, náuseas, vómitos, mareos y dolores de cabeza (tabla 1). Este tipo de intoxicación, y por ende de sus manifestaciones sintomáticas, es consecuencia directa de dos prácticas usuales en el mundo agrícola: por una parte, la preparación de las formulaciones plaguicidas por parte del agricultor sin la observancia de las indicaciones del producto y sin las protecciones adecuadas; por otra parte, la propia técnica de aplicación del plaguicida, por medio de los grandes difusores acoplados a tractores, origina la dispersión del compuesto al medio ambiente circundante y la contaminación posterior de agua y aire. Este fenómeno denominado «deriva atmosférica» constituye la principal vía de contaminación y, por tanto, de afección de la población o núcleos habitados próximos a las zonas de tratamiento. Se debe tener en cuenta que el efecto de deriva supone que más del 50% del producto (porcentaje muy superior en caso de aplicación con viento) en forma de aerosol o gotas diminutas es trasladado al medio atmosférico, lo que incrementa el riesgo para el agricultor y la población circundante. El hecho deja de ser baladí cuando la propia OMS reconoce no menos de 3 millones de afectados al año por intoxicación aguda de plaguicidas, con un resultado de un cuarto de millón de fallecimientos (muchos de ellos suicidios).

Toxicidad crónica

La toxicidad crónica es la que provoca mayor preocupación por parte de las administraciones y de los consumidores y la que, por otra parte, genera mayor controversia por la escasez de datos detallados para evaluar sus efectos sobre la salud y la dificultad para conseguirlos. Está demostrado que los alimentos que comemos y el agua que bebemos tiene una influencia directa sobre la salud humana, pero la evaluación detallada de cada plaguicida sobre el organismo humano, más los efectos sinérgicos de varios de ellos, es una tarea larga y complicada. No obstante, ante los indicios más que sobrados que se disponen, la Comisión Europea aplica, desde hace un tiempo, el principio de precaución, aborda estas cuestiones y legisla bajo esta directriz. La toxicidad crónica a los plaguicidas está determinada por la ingestión de alimentos vegetales afectados por residuos de plaguicidas, alimentos animales afectados por la bioacumulación de estos residuos y la ingestión de agua directamente contaminada por estos compuestos. Las manifestaciones clínicas descritas derivadas de esta situación se corresponden a efectos cancerígenos, mutagénicos, teratogénicos, neurotóxicos, inmunológicos, afectan a la piel, al aparato respiratorio y como último descubrimiento, afectan de manera importante a la función endocrina y el sistema reproductor, ya que actúan como disruptores endocrinos (tabla 2).

La presencia crónica de plaguicidas tiene un referente claro en el DDT, en el que múltiples estudios a nivel nacional, europeo e internacional testifican la presencia de este compuesto en nuestro organismo casi en la totalidad de la población mundial.

No hay duda sobre la presencia de plaguicidas en alimentos de origen vegetal que forma parte de la dieta humana.

Plaguicidas en agua y alimentos

El 24 de noviembre de 1975 se celebró una reunión conjunta de expertos de la FAO y de la OMS en residuos de plaguicidas. El Dr. BH Dieterich, director de la División de Higiene del Medio de la OMS, indicó que «incluso cuando (los plaguicidas) se aplican siguiendo las prácticas correctas agrícolas, algunas veces dejan residuos en los alimentos». Desde entonces, los trabajos e informes sobre la presencia de plaguicidas en alimentos de origen vegetal y animal y el agua de consumo no dejan lugar a dudas sobre la asiduidad de estos compuestos en nuestra dieta. Otra cosa es determinar el grado de peligrosidad que esto implica en nuestra salud. No obstante, a falta de datos concluyentes sobre cada uno de los compuestos que forman parte de todos los plaguicidas existentes en el mercado (existen informes de aproximadamente una treintena de ellos), la legislación actual determina unos límites, tanto en productos vegetales como en agua de consumo. Respecto a los primeros, en los que la normativa está cada vez más desarrollada, se fijan unos «límites máximos de residuos (LMR)» de plaguicidas que pueden contener los productos vegetales y que vienen expresados en mg de plaguicida por kg de producto. Estos indicadores son testados por los correspondientes programas de vigilancia que disponen, tanto las autoridades europeas como las nacionales. Citando fuentes de uno y otro, en lo referente al Programa de Vigilancia de Residuos de Plaguicidas europeo correspondiente al año 2000, en un conjunto de 45.000 muestras, un 8,5% superó los límites máximos permitidos. En España, el Programa Nacional de Vigilancia de Residuos de Productos Fitosanitarios reveló, según datos de 1997, que sólo el 2,3% de las 3.165 muestras superó los límites legislativos. Estas cifras tienen dos lecturas: si para unos estos porcentajes señalan la escasa dimensión del peligro, para otros suponen muchas toneladas de producto puestos a la venta bajo condiciones sanitarias anómalas. Otra situación distinta es la que afecta a productos elaborados (conservas, mermeladas, confituras) que están fuera de estos controles y que contienen, asimismo, restos de plaguicidas.

Organismos internacionales como la FAO disponen de documentos exhaustivos sobre la presencia y efectos de determinados plaguicidas en diferentes alimentos (informes que no se pueden reproducir por corresponder a trabajos no publicados y que están referenciados en la bibliografía general).

Los efectos sobre la salud presentan dos vertientes: mientras es relativamente fácil asociar un caso de toxicidad aguda a un plaguicida, la asignación de diferentes patologías o manifestaciones patológicas a una exposición crónica de uno o varios compuestos fitosanitarios resulta compleja y dificultosa. En referencia a estos efectos crónicos sobre el organismo, se sabe que las dioxinas (presentes en muchas formulaciones de fitosanitarios como inertes o impurezas) y algunos plaguicidas se acumulan y persisten en el medio ambiente durante largo tiempo. Para la Comisión Europea los riesgos son numerosos y pueden ser muy graves: cáncer, malformaciones congénitas, alteraciones del sistema hormonal, daños a órganos vitales, enfermedades cutáneas, alergias y asma. Lo que ocurre, prosigue el informe de la Comisión, es que el conocimiento detallado de los efectos de estas sustancias es todavía limitado, y más limitado es el conocimiento de sus efectos sinérgicos. No obstante, la controversia sobre la información disponible tiene más que ver con la certeza en el establecimiento de las dosis que afectan a la salud que sobre sus efectos.

En la última reunión conjunta de expertos en residuos de plaguicidas en alimentos de la FAO y de la OMS, celebrada en Roma en septiembre de 2002, se recogen detalladamente los informes de un total de 26 pesticidas encontrados en distintos alimentos de origen vegetal y animal

En España, 6 comunidades autónomas superan holgadamente los 5 kg de plaguicida por hectárea establecidos por la OMS.

Agricultura actual y salud

El origen del problema descrito, independientemente de los resultados y conclusiones finales, se encuentra en las técnicas de producción industrial de la agricultura convencional actual. La cantidad de insumos añadidos a los cultivos no se corresponden con las recomendaciones de las OMS en esta materia: este organismo considera un consumo muy alto de plaguicidas cuando se sitúa por encima de 5 kg por hectárea. La situación actual en España es muy variable en función de las comunidades autónomas y el tipo de cultivo, pero hay 6 regiones que superan esta cifra de manera holgada, y en cuanto a cultivos, los denominados «bajo plástico» suelen consumir entre 30 y 40 kg por hectárea.

Las denominadas agriculturas alternativas (integrada, ecológica, biológica, orgánica) pueden suponer parte de la solución al problema, pero a día de hoy existe una gran confusión del consumidor final relativo a las características y fiabilidad de éstas.

Papel del farmacéutico

El consejo y las recomendaciones del farmacéutico, fundamentalmente rural, frente al problema de los plaguicidas y sus efectos son importantes en varios aspectos. De cara al agricultor, su labor divulgativa es fundamental para evitar su intoxicación aguda, por lo que deberá:

* Asesorar sobre la conveniencia de usar protecciones en la preparación de formulados (guantes, máscaras, ropa adecuada).

* Estar informado de las épocas de aplicación de los distintos fitosanitarios para asociar una posible causa/efecto de los plaguicidas sobre sus clientes (picores, dermatitis, tos, visión borrosa, cefaleas).

* Diligenciar de manera rápida a un intoxicado al centro de salud y asegurarse de que el enfermo sea remitido con la etiqueta del producto utilizado.

En cuanto al consumidor general y cliente habitual de la oficina de farmacia, es deseable proporcionarle consejos prácticos para la minimización de los riesgos de toxicidad crónica, a saber:

* Lavado mecánico con agua (puede eliminar un 30-70% del plaguicida).

* Descortezado en cítricos y otras frutas (eliminación del 70-90% del plaguicida) o cocción (reducción del 80-95%, a excepción de algunos carbamatos, que pueden ver incrementada su toxicidad con esta acción).

Para la obtención de información se puede recurrir a los distintos sitios web y publicaciones de organismos nacionales o internacionales, así como a los institutos de salud laboral de las comunidades autónomas.

Organismos internacionales como la FAO disponen de documentos exhaustivos sobre la presencia y efectos de determinados plaguicidas en diferentes alimentos

Agriculturas alternativas

Existe una relación directa entre el problema de los residuos de plaguicidas en alimentos vegetales y la actual agricultura intensiva. Como alternativa a ésta hay actualmente nuevos sistemas de producción agraria basados en normas y técnicas menos agresivas para el medio. Su terminología, no obstante, produce una gran confusión en el consumidor. Así, existe agricultura biológica, ecológica, orgánica y sostenible basadas según sus promotores en la no utilización de cualquier tipo de agroquímicos. A caballo entre éstas y la convencional

intensiva ha surgido la agricultura integrada, que tiene reglamentación en muchas comunidades autónomas y que utiliza únicamente compuestos químicos autorizados para este tipo de producción y en dosis más bajas que en los tratamientos convencionales. Dispone por norma de supervisión técnica cualificada y su productividad y viabilidad económica hacen que sea la alternativa más firme a la agricultura convencional y que reportaría una disminución cualitativa de los riesgos descritos en el artículo anexo.

El farmacéutico debe estar informado de las épocas de aplicación de los distintos fitosanitarios para asociar una posible causa/efecto de los plaguicidas sobre sus clientes

Deficiencias en el diagnóstico

Según la OMS, los problemas de salud en los agricultores asociados a la manipulación y aplicación de fitosanitarios no siempre se diagnostican adecuadamente, por lo que surgen tres tipos de situaciones:

* Pasan inadvertidos y remiten a las pocas horas de cesar la exposición.

* Se diagnostican erróneamente y se confunden con otras patologías.

* Aparecen al cabo de un tiempo en forma de patologías crónicas o degenerativas.


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