MUCHO SE HA TRABAJADO, hablado y escrito para consolidar las especialidades de esta profesión; incluso mucho falta todavía por hacer. Quienes hemos vivido los procesos por los que se han configurado las diferentes especialidades y currículos para los actuales programas de enfermeras internas residentes (EIR) hemos albergado la esperanza y el deseo de que su implementación y desarrollo fuera un paso adelante y definitivo en esta profesión.
Todo lo relacionado con la puesta en marcha y el desarrollo de las especialidades enfermeras es un paso adelante y la implementación de cada especialidad es un logro que, una vez alcanzado, hace necesario consolidarlo sanitaria y socialmente, demostrando que ello mejora los resultados de salud de la población. En nuestra profesión, y por tanto en la sociedad a la servimos, se han naturalizado ya varias especialidades que han significado y significan un importante paso al frente en las competencias para el ejercicio profesional y en la mejora de los servicios sanitarios.
En estas circunstancias merece la pena resaltar algunos aspectos o características que, en mi opinión y experiencia, han contribuido y contribuirán a la consolidación definitiva de una práctica interdisciplinar centrada en la atención a personas, familia y entorno con especiales necesidades de salud y de atención sanitaria.
Por ello considero de especial interés subrayar dos aspectos que han añadido y añaden un valor fundamental:
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El primero, que el modelo elegido para adquirir los conocimientos, habilidades y competencias de cada especialidad sea en modalidad interna residente. Un formato educativo de estas características conlleva no solo el compromiso con los necesarios conocimientos teórico-prácticos, sino que también añade un grado de implicación en las organizaciones sanitarias y en los equipos profesionales. La presencia de EIR dinamiza y se configura como un elemento que, indirecta y necesariamente, vela por la calidad de la asistencia y la mejora continua, ya que obliga a profesionales y organizaciones sanitarias a una reflexión continua sobre cómo se lleva a cabo la práctica profesional, los resultados que ello aporta y cómo podría mejorarse. Esa reflexión, inducida por la presencia de profesionales en formación, acaba conformando un clima de preguntas y búsqueda de respuestas acertadas, un entorno de aprendizaje y avance para todos los que conforman los equipos asistenciales.
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El segundo aspecto es el relacionado por las características que configuran el ámbito organizativo donde se imparte esta docencia: unidades docentes multidisciplinares (UDM). El actual carácter multidisciplinar de las unidades docentes ha aportado y permitido el aprendizaje compartido y la reflexión plural sobre la práctica clínica de unas u otras profesiones centradas en el mismo paciente, en la persona.
Las UDM suponen un gran avance en la formación integral de los residentes, ya que el enfoque y punto de mira no está centrado en cómo actuar, o qué debe hacerse ante un paciente o familia desde una determinada profesión (enfoque que podría considerarse como centrado en una profesión concreta), sino que proyecta un abordaje común, plural y compartido de todas las profesiones que componen el equipo asistencial, todas centradas en el paciente y familia, con el objetivo fundamental de mejorar su calidad de vida.
Es importante recorrer la etapa formativa alternando sesiones de carácter específico y disciplinar con otras sesiones clínicas de formación y debate con carácter multidisciplinar, abiertas a la participación activa de los diferentes profesionales que configuran un equipo de salud. Porque es fundamental aprender el ejercicio profesional y crecer en la disciplina que a cada uno le corresponde, al mismo tiempo que actuar con perspectiva poliédrica para garantizar a pacientes y ciudadanía una atención integral.
Así, de forma natural se va configurando, en la etapa formativa, una sistemática de trabajo basada en equipos multiprofesionales, donde la interdisciplinaridad se contempla como un requisito fundamental y cada profesión o profesional, en el ejercicio de sus responsabilidades, aporta al paciente, familia y sociedad aquellos valores propios no de forma exclusiva o excluyente, sino coordinada y complementaria. Interdisciplinaridad como garantía de atención integral y de calidad, desde el respeto a los diferentes abordajes terapéuticos, manteniendo los roles propios de cada profesión y ejercida bajo el compromiso conjunto de un plan terapéutico centrado en las circunstancias, necesidades, valores y creencias de las personas a atender.
Y por tanto, si esta es la forma de pensar, aprender y actuar en el recorrido de la etapa de formación de especialistas, cabe esperar que esta dinámica de trabajo colaborativo y complementario ya aprendida impregne un estilo donde el modelo interdisciplinar, centrado en las necesidades del paciente, respete los diferentes roles profesionales que conforman el equipo y continúe ejercitándose a lo largo de toda la vida laboral. No obstante, conviene hacer esto de forma consciente, comprometida, para no dejar al azar el destino de este modelo.
Este recorrido es, sin duda, un paso adelante que sugiere incertidumbres cómo:
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¿Encajaran bien las diferentes enfermeras especialistas en las actuales organizaciones sanitarias y sociosanitarias?
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¿Convivirán los distintos roles de enfermeras generalistas con los de especialistas o incluso con los de enfermeras de práctica avanzada?
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¿Se definirán puestos de trabajo para enfermeras de roles diferenciados?
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¿Conseguirán las enfermeras especialistas añadir valor a los cuidados y por ende añadir calidad de vida a la ciudadanía?
Ahora el importante tramo de camino por recorrer es el que planificadores y gestores de las organizaciones deben realizar para dar un paso adelante, configurando modelos organizativos adaptados al desarrollo completo de los perfiles académicos y competenciales, ya que únicamente en un contexto interdisciplinar podrá llegar a garantizarse una atención sanitaria sostenible y de excelencia.