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Vol. 30. Núm. 5.
Páginas 1-4 (Septiembre 2016)
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Farmacia y Bienestar
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Eduardo Litrána
a Farmacéutico especializado en Comunicación Estratégica. Autor de Tiburones en la farmacia.
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Tabla 1. El término “bienestar” en la legislación internacional
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La farmacia viene buscando desde hace tiempo su espacio, su justo punto de equilibrio. Es su transformación particular.

El bienestar debe figurar de forma prioritaria en los planes de futuro de las farmacias. Pero ello no solo es un imperativo económico, sino que forma parte de la misión de los farmacéuticos como profesionales de la salud.

No cabe duda de que la sociedad global se encuentra en pleno proceso de transformación, tal vez el más profundo y trascendental que jamás haya experimentado la humanidad. En la incontestable interconexión que rige nuestro tiempo, el cambio es el paradigma del que, para bien o para mal, nada puede quedar al margen. En este contexto de transformación, y en el seno de nuestro Sistema Nacional de Salud (SNS), la farmacia viene buscando desde hace tiempo su espacio, su justo punto de equilibrio. Es su transformación particular.

Toda transformación importante requiere de una concienzuda reflexión en lo más hondo de la cual, de hacerse bien, siempre, inevitablemente, debe aguardarnos la pregunta: ¿qué somos? A nivel de organizaciones, estos planteamientos críticos conllevan un exhaustivo trabajo de identidad corporativa que puede durar años, en el cual el núcleo de la cuestión es el credo fundacional de la organización. Y siempre, matemáticamente, el conocimiento de quién eres es el que marca la diferencia entre una transformación exitosa y el fracaso; entre la supervivencia y la extinción.

Nuestra farmacia, desbordada como tantos otros sectores por la velocidad vertiginosa de las decisiones tomadas bajo la venenosa presión de la crisis, ha esquivado su dimensión más profunda, lastrada por prejuicios decimonónicos que hoy, más que nunca, debemos desterrar, por nuestro bien y por el de la sociedad.

Y no es que el trabajo hecho hasta llegar a esa última capa haya sido malo; al contrario, muestra de ello es la Declaración de Córdoba (DC), en 20141. En ella, los 10 puntos mediante los cuales la profesión farmacéutica hace su declaración de intenciones son una poderosa y digna manifestación de nuestro potencial, de nuestra capacidad, de nuestra vocación de servicio, de nuestros ejemplares y necesarios valores en el futuro de la sociedad global que ya se dibuja. Nada que objetar y mucho que agradecer a esta y otras declaraciones de intenciones mediante las que diversas asociaciones profesionales farmacéuticas se ofrecen a construir un mundo mejor a través de una buena salud de sus ciudadanos.

Una misión ancestral

No obstante, en farmacia, al igual que en otras profesiones sanitarias, partimos de una escala distorsionada. Asumimos que nuestra intervención abarca la trayectoria que va desde la enfermedad hasta el malestar, olvidándonos de la escala positiva del estado humano que empieza en un hipotético estado neutro2, que definiríamos como la ausencia de malestar y, más allá del mismo, asciende erigiéndose en la más preciada aspiración humana: el bienestar.

Y eso es lo que descubriría la profesión farmacéutica si se apease de la vorágine de un sistema económico desbocado para llegar a su más íntima esencia, al núcleo de su credo fundacional, a su misión. No en vano, tenemos el orgullo de descender de una de las profesiones más antiguas: curanderos, sanadores, chamanes..., denominaciones cargadas de matices antropológicos para una misma realidad que, lejos de detenerse en la curación de la enfermedad, se proyectaba hacia la trascendencia confiriendo sentido a la vida.

El bienestar de su comunidad era, por tanto, la Misión de nuestro ancestro profesional. La importancia de tal función, grande ya de por sí, se antoja colosal cuando comprendemos que el bienestar de un individuo, al dotarle del necesario equilibrio emocional que le aparta del pernicioso egoísmo, es lo que le facilita tomar las decisiones más acertadas en su vida personal y profesional. Ni que decir tiene que la suma de decisiones de una comunidad conduce, al final, a la prosperidad o a la decadencia en función de si éstas son mayoritariamente acertadas o erróneas, lo cual evidencia un hecho trascendental: el bienestar no es solo un fin, sino un medio para ese fin. Como su polo opuesto, el malestar, son entelequias que generan círculos, virtuosos en el primer caso, viciosos en el segundo. Así de importante era nuestra misión atávica. Eran, por así decirlo, el núcleo generador de bienestar en la comunidad, un espacio que, sin duda, debemos recuperar.

Con el tiempo, esta figura se especializó dando lugar a diversas profesiones, todas ellas de incontestable importancia para el bienestar del ser humano, y si bien en algunos casos su función terminó por centrarse en la enfermedad, en otros les permitió adentrarse en el terreno del bienestar. El privilegio del uso de las sustancias para curar y, más allá, para proporcionar bienestar, pervive en nuestra profesión, de la cual la farmacia es el esencial espacio de contacto entre la profesión y la sociedad.

Bienestar, con mayúscula

Lejos de lo que podríamos pensar, el bienestar no es un capricho o una frivolidad pasajera: es un objetivo humano que figura en los más altos documentos, desde el texto madre de todas las democracias modernas, la Constitución de los Estados Unidos de América, hasta la Declaración Universal de los Derechos Humanos, entre muchos otros (tabla 1). Sin embargo, tan consagrado y reconocido objetivo no parece reflejarse en las funciones que se asignan a nuestra farmacia en los más importantes documentos que enmarcan nuestra intervención profesional. Por ejemplo, no aparece en la Ley 17/19973 ni en ninguna de las 17 leyes autonómicas que la desarrollan4. Peor aún, algo para reflexionar profundamente. En la Ley 29/20065 aparece 5 veces, 3 de ellas referidas al bienestar de los animales6 y 2 a los sujetos sometidos a ensayos clínicos7, a quienes se les presupone un bienestar que debe respetarse. El bienestar como objetivo a alcanzar parece zafarse del texto. En cambio, el término “atención farmacéutica” sí aparece en incontables ocasiones en la citada legislación. Pero cuando se acude al documento vigente8 en el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad (MSSSI) que delimita nuestra actuación profesional, constatamos que no se menciona ni una sola vez la palabra bienestar, como desterrada de nuestras funciones profesionales. Contagiados de esta versión reducida de nuestra Misión, tampoco citan el término bienestar los más importantes trabajos que buscan nuestra proyección futura, como la citada Declaración de Córdoba de 2014; los 17 objetivos estratégicos del Plan de Futuro de la farmacia Comunitaria en España9; el Acuerdo Marco de Colaboración entre el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad y el Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos (CGCOF), de 2013; o el Acuerdo del pleno del Senado, por el que se insta al Gobierno a potenciar la farmacia y la figura del farmacéutico en el marco del SNS, de 201410. De hecho, solo se utiliza el término “bienestar” en: “Estado del Bienestar”, tanto en la Propuesta Técnica de desarrollo del Acuerdo Marco de Colaboración entre el MSSSI y el CGCOF, de 2014, como en la Proposición no de Ley relativa a la ampliación de las competencias de las oficinas de farmacia en el control y el seguimiento terapéutico de los pacientes11, presentada y aprobada por el Congreso.

Podríamos deducir de este auténtico desierto terminológico que a nivel sanitario la idea de bienestar es impropia o poco científica, y que por ello debe condenarse al ostracismo de los libros de autoayuda. Nada más apartado de la realidad sanitaria si atendemos a la definición de salud de la máxima autoridad mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS): “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”12.

Lo sentencia la OMS. Y lo hace en el propio prólogo de su Constitución. Y si el vínculo entre salud y bienestar es tan claro y estrecho, diríase inseparable, ¿por qué motivo nosotros volvemos la espalda a tan trascendental objetivo?

Bien, los motivos son hondos y variados. Entre otros, cabe destacar, de entrada, el discreto uso de ese término que aparece en nuestros propios orígenes como sociedad moderna, nuestra actual Constitución13. A diferencia de nuestra primera Constitución (1812), en la cual se hace una ambiciosa declaración de principios respecto a la felicidad y el bienestar, nuestros sucesivos textos constitucionales (1837, 1845, 1869, 1876 y 1931) eliminaron el término bienestar, no recuperándose hasta el vigente texto, aunque con un uso bastante más parco que en 1812. Con estos cimientos, el peso de la medicina dentro de la sanidad, disciplina esencialmente centrada en le enfermedad14, dificulta aún más atender ese bienestar que ya en 1946 usó la OMS para definir la salud.

Y si el vínculo entre salud y bienestar es tan claro y estrecho, ¿por qué motivo nosotros volvemos la espalda a tan trascendental objetivo?

Otra razón por la que, en buena lógica, los mencionados planes trazados para nuestro futuro profesional ignoran el concepto del bienestar que nos es tan propio como la enfermedad, es la complejo de “caja registradora”. Y es que tocar dinero está sometido a un prejuicio que nace desde aquellas instancias académicas y profesionales que tienen el lujo de ingresar ese mismo dinero sin tocarlo. ¿Alguien se imagina una caja registradora en la mesa del profesor de un aula universitaria, o en una consulta médica? Existe, si bien invisible, un prejuicio respecto a este tema, en el cual cobrar con tus propias manos por tu trabajo parece erosionar la vocación. Y si esta queda bajo sospecha, tu actuación profesional queda en entredicho. Cuanto más elevada es una Misión, menos se acepta que esta se desarrolle por motivos crematísticos, y una transferencia bancaria a fin de mes genera una percepción más cercana al desinterés, al altruismo, que el tejemaneje de billetes, monedas, cambios y datáfonos. Es comprensible, pues, que muchos farmacéuticos miren con recelo la venta libre, y que ello se refleje en la actitud de nuestras corporaciones profesionales. Sin embargo, a tenor del altísimo grado de confianza15 que la sociedad nos tiene, deberíamos empezar a desmontar tal prejuicio que, como pasa con los complejos, se apoya más en nuestra exigente autoestima que en la verdadera opinión de la sociedad.

Sostenible, el reverso de una crisis sin fin

Además, el mundo va por otro lado. La propia Declaración de Córdoba lo refleja en su primer punto, en el que afirma que la farmacia debe ser sostenible. Ese es el primer mandamiento de esta nueva era: sostenible. Nos guste o no, el ideario económico que rige nuestro tiempo nos conduce hacia una menor cobertura del Estado en todos los ámbitos. En palabras del profesor de la City University of New York, D. Harvey: “al capital siempre le ha resultado desagradable internalizar los costes de la reproducción social (el cuidado de los niños, los enfermos, los mutilados y los ancianos, los costes de la Seguridad Social, la educación y la sanidad) [...] todo el período del capitalismo neoliberal desde mediados de la década de los setenta se ha visto marcado por un empeño del capital por liberarse de esas cargas, obligando a la población a arreglárselas por su cuenta pagando por esos servicios”16. Sostenibilidad es el eufemismo que oculta esa realidad económica y social. En ella, ser menos dependientes del Estado (cuya tendencia es dejar de financiar tratamientos y servicios sanitarios) será cada vez más necesario.

La farmacia conoce bien la devaluación del Estado, pues es esta la que la ha obligado a mirar de reojo el bienestar virando hacia la venta libre, a causa de décadas de recortes de márgenes, deducciones, etc. El año 2015, de promedio, todas las farmacias, salvo las de facturación inferior a 300.000 €, superaban el 40% de ingresos a través de la venta libre17. Entre dichas ventas figuran muchos productos que ocupan la franja que va desde el malestar al bienestar. Estos y cientos de miles de consejos diarios de las decenas de miles de farmacéuticos que trabajan en nuestra “capilarizada” red de farmacias suponen, en buena lógica, un considerable ahorro a nuestro SNS, tanto en medicamentos de prescripción como en personal e instalaciones sanitarias. Además, ese porcentaje superior al 40% se consigue en una farmacia completamente enfocada en la enfermedad, inconscientes en la mayoría de casos de nuestra responsabilidad directa para con el bienestar y su correspondiente vínculo con la venta libre. Se trata de una venta libre de un pull casi exclusivo, nacida de la demanda de los clientes, en farmacias que poco o nada trabajan las zonas calientes, la circulación o la venta cruzada, contagiadas por la visión sesgada de una salud médica que extirpa de su definición su aspiración más elevada: el bienestar. Potenciarlo es entrar en un círculo virtuoso ya que el cliente (que psicológicamente no está preparado para pagar por la curación –aspecto que, culturalmente, debe asumir el Estado– pero sí por sentirse bien) se beneficia, la farmacia se beneficia, y la Administración ahorra.

Muchos otros sectores se aprovechan de esa legítima aspiración humana, por lo común tergiversándola, falseándola, pervirtiéndola. Tal falta de ética también invita a nuestra farmacia a apartarse del bienestar. No en vano, con demasiada frecuencia, cualquier producto, servicio o ideología de los más variopintos sectores se entregan a los mecanismos del marketing. Estos, conocedores del mapa de las emociones que nos mueven no tienen ningún reparo en ponernos la zanahoria de conceptos fácilmente confundibles con el bienestar, como el placer y la felicidad.

De modo que se exige un triple esfuerzo desde la farmacia: primero, asumir que el bienestar forma parte de nuestra Misión; segundo, formarse para desarrollar esta faceta desde la venta libre; tercero: convertirse en el espacio de testeo para separar los productos que verdaderamente contribuyen al bienestar de los que son promesas vacías. Porque el bienestar, si bien subjetivo, es tangible: o se experimenta o no se experimenta; y hay que aprender a escuchar al cliente para averiguar el modo en que ese bienestar se ha manifestado: aumento de autoestima, alegría, seguridad, tranquilidad, etc. Como profesionales de la salud somos el colectivo idóneo para investigar sobre ello.

En suma, por imperativo económico (sostenibilidad), formación científica; por Misión y por aspiración humana, el bienestar es nuestro futuro. Recuperar ese terreno, baldío hasta donde alcance la memoria de nuestros más veteranos colegas, implica ilusión y esfuerzo al mismo nivel que sabemos poner en lo que a la enfermedad se refiere. Y es que un reto tan estimulante no sólo requiere de la concienciación y voluntad de las farmacias; requiere organización y apoyo corporativo, investigación, colaboración y transferencia de conocimiento desde la universidad, la distribución, la industria. La experiencia y conocimiento de las 2 últimas debe compensar las carencias empresariales lógicas en un establecimiento sanitario; deben dotar al farmacéutico de los conocimientos propios de un alto directivo, y, a cambio, de forma bidireccional y en igualdad de condiciones, la farmacia debe devolver feedback al sector de distribución y a la industria para que, mediante la constante innovación y eficacia de nuestros productos de bienestar, la suma de toda la profesión haga de la oficina de farmacia el centro de referencia social del bienestar. De conseguirse, esta variable de la ecuación de nuestro futuro será, por sí sola, la respuesta directa a más de la mitad de los 17 objetivos estratégicos del Plan de Futuro de la farmacia Comunitaria en España18.

Solo así, económicamente solventes, ahorrando al SNS, y vinculados emocionalmente a la sociedad tendremos la posición negociadora necesaria para garantizarnos ese fructífero futuro en el que nos aguarda el recorrido completo que, pasando por el malestar, va desde la enfermedad al bienestar, nuestra Misión.


1 Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos. Declaración de Córdoba. 23 de octubre de 2014.

2 Estado físico, mental o emocional meramente teórico pues nadie vive sin experimentar estímulos que nos producen sensaciones agradables o desagradables, deseables o indeseables.

3 Ley 17/1997, de 25 de abril, de Regulación de Servicios de las Oficinas de Farmacia. Boletín Oficial del Estado, 26 de abril de 1997, núm. 100.

4 Salvo para citar el nombre de los departamentos o consejerías de tres comunidades autónomas. Es el caso del Departamento de Sanidad, Bienestar Social y Trabajo de Aragón; la Consejería de Sanidad y Bienestar Social de Castilla y León y la Consejería de Salud, Consumo y Bienestar Social de La Rioja.

5 Ley 29/2006, de 26 de julio de Garantías y uso racional de los medicamentos y productos sanitarios. Boletín Oficial del Estado, 27 de julio de 2006, núm. 178.

6 Exposición de Motivos IV, art. 35 y art. 39.

7 Artículos 58 y 101.

8 Ministerio de Sanidad y Consumo. Consenso sobre Atención Farmacéutica. Secretaría General Técnica. Centro de Publicaciones; Madrid, 2002.

9 CGCOF. Plan de Futuro de la farmacia Comunitaria en España. Portalfarma; Madrid, 2012.

10 Senado. Boletín Oficial de las Cortes Generales, 9 de mayo de 2014; núm. 347, pág. 2.

11 Congreso de los Diputados. Boletín Oficial de las Cortes Generales. Serie D: General 20 de noviembre de 2015; núm. 758, pág. 206.

12 Organización Mundial de la Salud. Constitución y Estatutos. 48.ª Ed. Ginebra. 2014.

13 Constitución Española. Madrid; 1978, art. 50 y 129.

14 La propia Asociación Médica Mundial, en su Declaración de Helsinki, separa el término salud del de bienestar.

15 OCU. Encuesta de farmacias. Disponible en http://www.ocu.org/salud/medicamentos/articulo/ encuesta-de-farmacias . [Consultada 27 de mayo de 2015]

16 Harvey, D. El enigma del capital y las crisis del capitalismo. Akal; Madrid, 2012: 218.

17 ASPIME. Informe Anual de Oficinas de Farmacia 2015 (XVI edición). Elsevier España; Barcelona, 2015.

18 Disponer de un modelo profesional que aporte más valor; 2. Replantear la oferta de servicios; 4. Desarrollar las competencias profesionales; 6. Fomentar el trabajo cooperativo; 7. Impulsar la investigación evaluativa en la farmacia; 9. Valorizar el nuevo modelo profesional en términos económicos y asistenciales; 12. Contribuir a la eficiencia del SNS; 13. Contribuir a optimizar la gestión de recursos y procesos en la farmacia; 14. Obtener reconocimiento profesional y social individual y del colectivo; 16. Aumentar la profesionalidad; y 17. Viabilidad económica de todas las farmacias.

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