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Vol. 17. Núm. 1.
Páginas 103-104 (Enero - Marzo 2010)
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Roque Pifarré
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El 22 de junio de 2010 falleció en el Hospital Quirón de Barcelona R. Pifarré a causa de un tumor maligno que se le diagnosticó en diciembre pasado. Era consciente de las poquísimas probabilidades que tenía de sobrevivir más allá de unos pocos meses, pero plantó cara a la enfermedad y se sometió a todos los tratamientos que podían aliviar y, quizás, alargar su vida. Lo importante es que lo hizo con una entereza y una dignidad fuera de lo común. No se quejó nunca, a lo sumo comentaba que había tenido alguna pequeña molestia, pero nada más, y sobre todo procuraba, por todos los medios, que la compañera de toda su vida, su esposa Teresa, no sufriera más de lo imprescindible con sus problemas. El R. Pifarré no era un personaje conocido por lo que podría llamarse el gran mundo catalán; no le interesaba serlo. Fue un profesional extraordinario de su gran pasión, la cirugía cardíaca, qué no perdió ni un momento de su vida en relaciones públicas o sociales porque no las necesitaba.

Nacido en la ciudad de Lleida en el año 1929, estudió allí el Bachillerato, en el colegio de los Hermanos Maristas. Se licenció en Medicina en la Universidad de Barcelona el año 1953, y después de ejercer un poco de todo, se casó con T. Ribalta y embarcó para EE.UU. donde esperaba poder especializarse en Obstetricia y Ginecología. Recaló primero en New Jersey y luego en Maryland, donde finalizó su residencia en Cirugía General y donde empezó a pensar en dedicarse a la entonces incipiente y complicada cirugía cardíaca.

Se entrenó en Montreal con A. Vineberg, el primer cirujano que introdujo un tratamiento racional para la angina de pecho, y, posteriormente, obtuvo un puesto en Georgetown University en la ciudad de Washington con C. Hufnagel, el primer cirujano que desarrolló e implantó por primera vez una válvula artificial en la aorta. Finalizó este entrenamiento soberbio y se le planteó la posibilidad de codirigir el programa de Cirugía Cardiovascular en el Hospital de Veteranos de Hines, en la localidad de Maywood, a 30millas de la ciudad de Chicago. Empezó a despuntar por sus habilidades, sus resultados y su bonhomía; tanto, que, 15meses después de llegar a Hines, le fue ofrecido por la Compañía de Jesús la dirección del Servicio de Cirugía Torácica y Cardiovascular del recién acabado Hospital de la Universidad de Loyola, situado a escasos 200m de Hines; y allí empezó todo.

R. Pifarré creó el mejor servicio de su especialidad en el estado de Illinois, y después su fama se fue agrandando por todos los EE.UU. La Universidad de Loyola se convirtió en un referente para enfermos de todos los estados, y especialmente para aquellos que habían sido desahuciados en su lugar de origen. Empezaron a llegar también pacientes de Cataluña enviados por cardiólogos que lo conocían humana y profesionalmente. Nosotros estuvimos con él a principios de la década de 1970. El servicio era joven y se acababa de incorporar un segundo cirujano para aligerar de trabajo a R. Pifarré, que cada día tenía más pacientes. Allí se operaba mañana tarde, y con frecuencia urgencias coronarias durante la noche; y a la mañana siguiente a las 7h en punto se volvía a iniciar la tarea en quirófano; él era el primero en llegar y ya había visitado a los pacientes ingresados en planta y unidad de cuidados intensivos; era incansable, y con nosotros se portó siempre con una amabilidad y consideración inolvidables.

No sólo era un cirujano fuera de serie, también fue un maestro inigualable. Siempre intentaba transmitir a sus subordinados todo su conocimiento; nos explicaba siempre el por qué y el cómo en todas las intervenciones, y nos hizo comprender que en este tipo de cirugía lo mejor era enemigo de lo bueno, y que siempre había que realizar lo necesario para solucionar los problemas del paciente y tener para con ellos una disponibilidad permanente.

R. Pifarré creó un servicio, a primeros de la década de 1980, en el que trabajaban con él siete cirujanos de categoría, muchos formados en Loyola y operando en un centro cardiovascular excepcional, con seis quirófanos funcionando al mismo tiempo. En Barcelona hubo tres intentos de hacerle volver, creando centros a su medida para poder desarrollar un servicio en el que se enseñara y practicara cirugía cardíaca como en los mejores centros del mundo. En los hospitales de Bellvitge y de la Santa Creu i Sant Pau, y finalmente en el Hospital General de Cataluña, le hicieron promesas que nunca cumplieron y que lo decepcionaron profundamente, porque él hubiera regresado, dejando todo lo que había conseguido en EE.UU., para poder contribuir a engrandecer el nombre de Cataluña. Aunque le fue concedida la Cruz de Sant Jordi, él hubiera preferido un centro serio y moderno para volver a trabajar entre nosotros. No fue posible, pero su huella quedará impregnando en muchos centros de nuestro país las bases de la cirugía cardíaca que él enseñaba y practicaba. Fue un gran catalán en América, pero todas las cosas que hizo, e hizo muchas, no las hubiera podido realizar sin el amor, la ayuda y la comprensión de su esposa Teresa. Señora Pifarré, nuestro más sentido pésame; usted sabe que su marido era muy especial para nosotros. Gracias por todo.

José María Caralps y Jaime Mulet

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