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Vol. 73.
Páginas 123-145 (mayo - agosto 2017)
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Páginas 123-145 (mayo - agosto 2017)
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EN BUSCA DEL CULTIVO PROMETIDO: LAS REPERCUSIONES SOCIALES POR LA INTRODUCCIÓN DE NUEVOS CULTIVOS
In search of the promised crop: the social repercussions for the introduction of new crops
Procurando o cultivo prometido: as repercussões sociais pela introdução de novos cultivos
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José Jonatan Cerros Chávez1
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Resumen

En el presente artículo se da cuenta de las alternativas económicas por las que han pasado los pobladores de la comunidad de Tejería, en el municipio de Pantepec, Puebla, con la esperanza de obtener mayores ingresos económicos y con ello “mejorar” su “nivel de vida”. Para lograrlos han optado por desplazar los cultivos tradicionales de raigambre mesoamericana (como el maíz, la calabaza y el frijol) que, aparentemente, mantienen en marginalidad económica a la población. Ello no sin consecuencias, pues –como podrá leerse– han renunciado consciente o inconscientemente a su soberanía alimenticia: con la inserción de cultivos cada vez más comerciales en sus propias dinámicas productivas, se han debilitado las complejas redes de reciprocidades que mantenían las relaciones económicas y sociales en la comunidad; al tiempo que se ha ocasionado una coyuntura en las relaciones socioambientales que, con la instrucción del bambú y a la luz de los hechos registrados, deja ver un devaste ecológico y social.

Palabras clave:
Tejería
Pantepec
organización social
dinámicas productivas
socioambientales
economía indígena
bambú
Abstract

This article accounts for the various economic alternatives that the people of the community of Tejería, in Pantepec, Puebla, have chosen in order to obtain greater economic income and thereby “improve” their “living standards”. To achieve that, they have opted to displace traditional mesoamerican crops (such as maize and beans) that apparently keep the population in economic marginality. This is not without consequences, because –as it will be shown– they have consciously or unconsciously disclaimed their food sovereignty; with the insertion of increasingly commercial crops into their own productive dynamics, the complex networks of reciprocities that maintain economic and social relations in the community have been weakened; therefore causing a conjuncture in the socio-environmental relations that – with the instruction of bamboo and in the light of the recorded events, shows an ecological and social devastation.

Keywords:
Tejería
Pantepec
socio-environmental
social organization
productive dynamics
indigenous economy
bambu
Resumo

No presente artigo se apresentam as alternativas econômicas que tem utilizado as pessoas da comunidade Tejeira, no município de Pantepec, Puebla, tendo a esperança de ter uma maior renda e assim, “melhorar” o seu “nível de vida”. Para conseguir-los, eles decidirem deslocar os cultivos tradicionais de raigambre mesoamericana (como o milho, abóbora e feijão) que aparenta manter em marginalidade à população. Esto, sem consecuencias, –como pode se ler– tem renunciado consciente ou inconscientemente para sua soberania alimentícia: com a inserção de cultivos cada vez mais comerciales em suas próprias dinâmicas produtivas, tem se debilitado as complexas redes de reciprocidades que manteriam as relações econômicas e sociais na comunidade: ao mesmo tempo que tem provocado uma coyuntura nas relações sócio ambientais, que com a constituição do bambu, pode se analisar um devaste ecológico e social.

Palavras-chave:
Tejería, Pantepec, organização social, dinâmicas produtivas, socioambientais, economía indígena, bambú
Texto completo
Introducción1

Apenas iniciada la lectura de Argelia 60, Pierre Bourdieu nos recuerda una idea weberiana sobre el cambio e implantación ideológica –y por supuesto, cultural– que trae consigo la metamorfosis socioeconómica, allí en donde antaño las relaciones estaban mediadas por el intercambio, y que empujada por una economía colonial de corte capitalista hoy se sobrepone a una dinámica de mercado; textualmente nos refiere que “el sistema económico importado por la colonización necesita un ‘cosmos’ […], al que los trabajadores se ven arrojados y cuyas reglas deben aprender para sobrevivir”.2

Un cosmos que en el caso de las poblaciones indígenas de México comenzó su transformación hace más de 500 años, pero que en cada etapa histórica, y dependiendo de cada caso, ha tenido sus particularidades; casos y particularidades en las que no repararemos ahora. Lo que sí anotamos, es que las más recientes transformaciones en los sistemas económicos que pretenden volver productivos los campos nacionales –que por decenas de razones (falta de incentivos agrícolas de productividad, coyotaje, falta de planeación para que los productores locales puedan vender sus productos) han dejado de serlo– ponen sobre la palestra un viraje en los programas productivos que alientan a los campesinos a sembrar mercancías más rentables (comercialmente hablando) –desplazando así no sólo la ritualidad de corte mesoamericana que se manifestaba con la producción milpera, y ocasionando una vorágine cosmo-productiva o el debilitamiento de complejas relaciones interpersonales que daban vida a la economía local– sino que crean un circuito de dependencia a los mercados nacionales e internacionales (que es particularmente el caso del bambú, cultivo que ahora toma nuestra atención) dentro de una lógica del capital económico importado.

En ese sentido y siguiendo las reflexiones de Bourdieu:

[…] lo propio de la situación de dependencia económica (cuyo límite es la situación colonia) no es la culminación de una evolución autónoma de la sociedad que se transforma según su lógica interna, sino la culminación de un cambio exógeno y acelerado, impuesto por la potencia imperialista. Por eso, la parte de libre decisión y arbitrariedad que se les deja a los actores económicos parece reducirse a nada y se podría creer que, al contrario que sus homólogos de los comienzos del capitalismo, ellos no tienen otra opción que adaptarse al sistema importado. De hecho, los agentes educados en una tradición cultural completamente diferente sólo pueden adaptarse a la economía monetaria al precio de una reinvención creadora, que se diferencia en todo de una acomodación forzada, puramente mecánica y pasiva.3

Así, al adaptar las estructuras socioeconómicas en función de los cultivos de recién inserción, lo hacen, como apuntamos, a costa de renunciar, conscientes o no, a la soberanía alimenticia, pues tras desplazar el cultivo de maíz por otro producto que no es comestible pero sí comerciable, se ven orillados a comprar el grano, base principal de la alimentación en las poblaciones rurales.4

Desplazar la milpa

Gran parte de la población mexicana, y en particular la indígena, tiene una dieta basada en la ingesta de maíz procesado; y las formas en que ésta se presenta son sumamente variadas, de tal suerte que una vez transformado el maíz en masa mediante su nixtamalización y molienda, se puede encontrarlo en su conocida forma de tortilla (base de los característicos tacos mexicanos), quesadilla, tlacoyo, sope, o en bebidas refrescantes como el chile atole o el atole agrio; en bebidas calientes como el atole de champurrado, etc.

Al margen de las muchas otras presentaciones que hoy se encuentran en el mercado nacional e internacional, este elemento que ha sido cultivado en el territorio nacional durante centenas de años –y cuyo cuerpo de conocimientos ecológicos (edafológicos, climáticos) y sobre el saber-hacer milpa (siembra, variedades comestibles que pueden convivir con el maíz, su mantenimiento, cosecha, traslado, procesamiento, etc.) ha sido transmitido por generaciones– pierde hoy su estatus de cultivo eje a un ritmo acelerado en distintas latitudes de México.5

Esto no se debe tanto a que haya disminuido su importancia o a que las poblaciones en general estén dejando de consumirlo, sino porque poco a poco ha dejado de ser redituable sembrarlo para la población campesina e indígena:6 los infantes que antaño colaboraban en algunas actividades domésticas y en las milpas hoy han ingresado a las aulas de clase;7 las generaciones en ascenso prefieren ahora alquilar su fuerza laboral en empleos que les retribuya económicamente pero que también les revista de otro “estatus social”, aunado a la aspiración por consumir productos foráneos tanto de uso cotidiano como electrónicos, el abandono del sistema de reciprocidades “mano-vuelta” por considerarlo poco viable (debido, entre otras cosas, al uso de agroquímicos que acortan el tiempo y esfuerzo invertidos en algunos procesos de la siembra)8 o bien, porque el papel moneda se ha impuesto como el medio para satisfacer las necesidades adquiridas a raíz del implante tecno-capitalista en ámbitos tan diversos como la agroindustria (plaguicidas, abonos), el vestido y calzado de manufactura industrial, las tecnologías de uso doméstico (licuadoras, estufas, pantallas, servicios de televisión satelital) e individual (teléfonos celulares, por ejemplo).9

Lo cierto es que los individuos que por tradición han sembrado maíz y milpa gradualmente la están desplazando por cultivos capaces de comercializarse, o como ellos dicen “que tengan mercado”, para poder obtener ingresos monetarios y así satisfacer una nueva generación de necesidades acordes a la noción del bien vivir del mundo contemporáneo comercialmente globalizado, el cual no es ajeno a las poblaciones rurales, pues les llega por diversas vías: radio, migración y medios masivos de comunicación en esencia.

Ahora bien, encontramos ejemplos de este desplazamiento de actividades económicas desde la época colonial, debido a la introducción de múltiples organismos comestibles que demandaban los colonizadores del continente europeo, y que trajeron consigo, como el sinfín de plantas y animales que impactarían más tarde en la o las ontologías del nuevo mundo en general, y mesoamericanas en particular, pero también en los ecosistemas que daban cabida al ethos precolombino. Sin duda, los años después de la colonia y hasta ahora, implicaron diversos cambios que seguirían una ruta crítica bastante clara: castellanizar a la población indígena por medio de la educación escolar (y con ello “modernizar su pensamiento”) e intentar incorporar a aquella población, y a toda la población rural en general, a la vida nacional (económica, política, cultural).10

En términos etnográficos, las ilustraciones son abundantes sobre este fenómeno que se ha dado a pasos agigantados a lo largo y ancho del país, pero de entre ellas, destaca el caso del desplazamiento productivo en la localidad de Tejería en el municipio de Pantepec, Puebla. Tejería se ubica 220 metros por encima del nivel del mar en su parte urbanizada y a su alrededor transita un arroyo de aproximadamente ocho metros de diámetro, que alimenta a un ramal del Río Tuxpan que desemboca en el Golfo de México. El 92% de la población habla lengua totonaca.

Propiedad y posesión de la tierra en Tejería

Antes de abocarnos a los cambios de cultivos que ha tenido la comunidad así como de sus implicaciones sociales, culturales y ecológicas, es pertinente advertir, de manera breve, cuáles son las formas de propiedad y posesión de la tierra que existen hoy en día ya que, como se verá, ello repercute de manera directa en el “tipo de habitante” que se es en la comunidad: negándose o no su participación en la toma de decisiones del pueblo, así como en la posibilidad de ser beneficiario de los estímulos productivos del gobierno federal, o impactando en las relaciones sociales e incluso ecológicas que se tienen con y en el territorio.

Así entonces, en Tejería, como en algunas otras poblaciones indígenas y mestizas rurales, existen tres figuras de derecho que comparten un mismo territorio: 1) los ejidatarios, quienes además de tener un solar en el área de viviendas tienen derecho legal sobre cierta dotación de tierras para cultivos: ellos cuentan con reconocimiento gubernamental mediante un título de posesión (ejidal); 2) los posesionarios que, como los ejidatarios, tienen terrenos de vivienda y áreas de cultivo pero que, a diferencia de los primeros, no cuentan con ningún título que les acredite la propiedad, es decir, para ellos la posesión se da de hecho, mientras que para los ejidatarios la propiedad es un derecho; y por último, y como corolario final de la escala social, están 3) los avecindados. Mientras que los ejidatarios y los posesionarios –muchos de ellos familiares– y sus ascendentes formaron parte de una larga lucha para obtener el territorio del que hoy gozan –lucha que, dicho sea de paso, fue en contra de un antiguo cacique dueño de aquellas tierras que ellos ya laboraban, y por la cual se derramó sangre para defender dicho espacio territorializado, sino también en contra de sus vecinos totonacos que también reclamaban esos lugares pese a que la distancia entre su asentamiento y el lugar que reclamaban era, y es, considerable– los llamados avecindados son familias que migraron al lugar una vez que la localidad prácticamente ya estaba formada y el territorio ganado.

Así que el grupo de avecindados no goza de título alguno de propiedad y muy rara vez llega a tener tierras de cultivo: éstos sólo tienen de facto un solar en posesión en el área habitada que se les otorgó al llegar al lugar. Con regularidad el solar abriga una superficie cuadrada de 10 por 15 metros, espacio suficiente para levantar una casa y tener un pequeño traspatio, pero no para obtener lo mínimo necesario para alimentar a una familia.11

Los vecinos, o gente libre como también se les llega a llamar como eufemismo a su condición, constituyen la población más desprotegida en la de por sí marginal comunidad indígena. Cuentan algunas personas que esta población migrante fue aceptada para cumplir el lugar con un mínimo de habitantes y poder certificarse como localidad. La estrategia fue “correr la voz” de que en el lugar les darían tierra de vivienda a quienes desearan venir a vivir al “rancho”. De esa manera se cubrían ambas necesidades: agregar sujetos al grueso de población y, para quienes decidieron llegar, cubrir la necesidad de tener un espacio vital que en sus localidades de origen no tenían.

En busca del oro: la inserción de nuevos cultivos comerciales

Dicho lo anterior, desglosemos la vida agrícola de la localidad. En ella siembran en la actualidad, además de maíz y sus cultivos asociados (calabaza, chile, frijol), diversos productos comerciales entre los que destacan la naranja, el plátano, recientemente, y en menor medida, la pimienta, el cacahuate y el ajonjolí. También cuentan con algunas variedades de árboles frutales que para los locatarios tienen poco mercado (debido a que no arriban compradores a demandarlos) y por ende, el área que se les asigna es poca: tal es el caso del café, el mango, el durazno y la papaya. En el traspatio suelen conservarse algunas variedades de árboles, verduras y hierbas y animales de traspatio: particularmente hablamos de la noni o guanábana cimarrona (morinda citrifolia), la lichi (litchi chinensis), el coco, el tomate, el chile, la hierbabuena, la zanahoria, el cempoalxóchitl y la nochebuena, y animales de granja como las gallinas, guajolotes y un cerdo o dos.

Hace algunos años se introdujo a la localidad una nueva familia de gramíneas con la finalidad de reforestar la zona inmediata al arrollo, retener la humedad así como los suelos que se iban erosionando por la corriente del vital líquido, y así mejorar la calidad de vida de los habitantes de Tejería mediante la comercialización de tales productos. Se trata del bambú, nombre genérico de esta gramínea que tiende a suplantar la flora nativa a no muy largo plazo. El porqué y el cómo se llega a ella y cómo va mermando la flora y las relaciones sociales requiere de una explicación un poco más a profundidad.

Antes del 2003, en la localidad, los terrenos de labor estaban destinados casi exclusivamente a la siembra de maíz, calabaza, pipián, chile y frijol enredadera; la flora –de más larga data– persistía gracias, entre otras cosas, a que no siempre se ha practicado la rotación de cultivos debido a que la tierra es altamente fértil y puede dar dos cultivos al año (temporal y tonalmil) además que, según afirma la población totonaca, se puede sembrar maíz incluso tres veces año sin que ello implique necesariamente dejar descansar la cementera al ciclo agrícola siguiente.

Implementar un mecanismo de rotación de cultivos, a manera de barbecho, implica que por lo menos después de un par de ciclos agrícolas deba dejarse “descansar” la tierra para que los nutrientes del suelo se recuperen de forma natural. Para poder cultivar en otra zona en necesario limpiar el terreno por completo, dejando sólo, en ocasiones, algunas plantas toleradas y árboles maderables que no impidan el óptimo crecimiento de la planta, en este caso el maíz. De manera eventual se aprovechan los leños para el hogar y en pocas ocasiones éstos circulan comercialmente en la localidad.

Hasta la fecha, la milpa se siembra mediante técnicas tradicionales, que se apoyan en la cada vez menos empleada mano-vuelta. La milpa nutre la dieta cotidiana que se complementa con los huertos de traspatio y la pesca en el río y en el arroyo cercano, del que se pueden extraer variedades comestibles como el gusano de río, güevinas, truchas, guapotes, chacales o cozoles, además de chacales dulces, cangrejos y acamaya. Sin embargo, y pese a que se pueda mantener sustentable y sosteniblemente este complejo sistema productivo alimenticio, mantiene en un estatus económico precario a la población ya que los excedentes sólo pueden comerciarlizarse en el mercado local (entre los mismo coterráneos) o, en el mejor de los casos, en los tianguis de plaza, lo cual frena la entrada de dinero, fundamental para acceder al anhelado ideal de vida occidental propagado por los medios de comunicación y experimentado en otros contextos por los migrantes consuetudinarios o eventuales.

En ese contexto, en el año 2003, se introdujeron plantas de café a través del impulso de instituciones públicas; su producción y posterior venta prometían ingresos monetarios a las familias cuyos terrenos fueran óptimos para el cultivo (a saber, a los ejidatarios y a algunos posesionarios), así como algunos empleos monetizados para quien auxiliara en la limpia de los perímetros aledaños a los brotes y colaborara con la cosecha en la temporada adecuada. Eran empleos que en principio se pensaba podían beneficiar a ejidatarios y posesionarios (ya que ambos y dependiendo de la época del año fungen como empleadores y empleados), pero sobre todo a la “gente libre” que hasta entonces mantenía diferentes tratos que les permitían sembrar tierra ajena y obtener el valioso grano de maíz.12

Un tipo de trato empleado, por ejemplo, es el llamado “por mantenimiento”. Es tal vez uno de los métodos más utilizado. Consiste en que recién sembrado un cultivo como el cafeto (en su momento el naranjo), el terreno se puede “prestar” para que entre sus surcos se siembre maíz; pactando que se aproveche durante dos o cuatro ciclos agrícolas, o bien hasta que los plantíos alcancen su madurez y altura “y el terreno los saque solito” (debido a que aunque se siembre maíz éste ya no crece, no tienen la luz ni el espacio para crecer). A cambio de poder cultivar esas tierras, los solicitantes están obligados a procurar que no crezca maleza en las inmediaciones de los plantíos.13 Así, los ejidatarios y posesionarios ya no tienen que invertir en mano de obra ni trabajar en sus parcelas quedándoles tiempo libre para poder realizar otras actividades.

Así, en 2003, el café era, en cierto sentido, la salida del laberinto económico, a los ojos de muchos una veta de metal dorado que se descubría ante sus ojos. Gran parte del monte se comenzó a derribar y en su lugar los plantíos de café agregaban un nuevo paisaje, que apuntaba a la prosperidad de quien contaba con la extensión de terreno precisa bajo las condiciones fisiográficas adecuadas que exige el aromático mismo.

El café comenzó a ser plantado, las especies arbóreas que podían mantenerse porque proporcionaban la sombra necesaria para el café eran el chalahuite, el cedro, el quebracho y ocasionalmente el plátano. Mientras alcanzaba su edad productiva (que es alrededor de los tres años) el café cohabitaba junto con plantaciones de maíz intercaladas entre los surcos (ver ilustración 1) pero después de un tiempo fue imposible mantener el policultivo porque el maíz no puede subsistir a la sombra que requieren los cafetos, como tampoco de la que le proporciona la planta misma.

Ilustración 1 Cafetal conviviendo con plantaciones de maíz y algunos árboles selectos.

El maíz estaba siendo desplazado, y con él la biodiversidad que algunos antropólogos y etnoecólogos afirman que se conserva in situ en aquellas poblaciones indígenas –casi como si les fuera inherente– y junto a ella estaban siendo vorazmente mermadas, no con resistencia sino con consentimiento, la diversidad agrícola, la memoria ancestral y la lingüística que la alimentaban.14 Mientras tanto, las relaciones contractuales entre los que tienen tierra y los que la solicitan en contrato, mutaba adaptándose al nuevo cultivo.

Pese a los esfuerzos implementados la iniciativa duró poco tiempo ya que, después de haberse invertido tiempo y dinero en las plantaciones, el precio del café decayó a tal grado que en el año 2005 se pagaron 50 pesos por jornada laboral a quienes tiraran los cafetales que se extendían hasta 650ha. Los locatarios comentan que en ese entonces las plantaciones de café eran más redituables en el proceso de devastación que por los frutos que pudiese dar. Al margen de los daños, los pequeños leños que dejaron las plantas de café no dejaban de ser útiles para los fogones en el hogar, en algunas parcelas se conservó el cafetal y algunos más volvieron a sentir las raíces encarnadas de las milpas, la tierra siguió siendo fértil a corto plazo.

Por breve tiempo, se intentó suplir el vacío que había dejado el aromático con una variedad de palmilla (palma chamaedorea) comerciable, pero para poder afianzar un comprador estable los propietarios de las tierras requerían producir más de lo que sus campos lograban abastecer. Aunque fue abandonada, la palmilla finalmente subsistió junto con el café, más para consumo familiar que para su venta.

A la par de la palmilla entró con mejores expectativas la siembra de naranja mediante el trasplante. Fue bien acogida y, hasta la fecha, tiene salida al mercado para su venta. Es decir, llegan compradores a la localidad a pedirla, lo que alienta a mantener su producción más o menos estable, e incluso a desear expandir su cultivo a nuevos lugares. La dinámica de siembra y crecimiento del naranjo es muy similar a la del café: se trasplanta y mientras el árbol crece lo suficiente, la milpa puede convivir con él sólo que, a diferencia del café, todos los árboles deben ser derribados. Un naranjo por lo regular tarda un año en dar frutos pero su maduración no es sino hasta la edad de cinco años.

Dos años después, en 2007, cuentan los pobladores que llegó la Asesoría a Consejos de Desarrollo Rural Sustentable, dependencia de la SAGARPA, con un proyecto que, además de presentarse como ecológico, tenía como principal propósito el mismo eje que todos proyectos productivos: activar la vida económica de la población introduciéndola al sistema de mercado, aunque con la promesa de mejores miras y beneficios que con los cultivos introducidos anteriormente.

Así, arribó el bambú y con él un paquete de beneficios “inigualables”. Tras años de explotación forestal y la introducción de los cultivos experimentales, sobre todo del café, algunas laderas que circundan la comunidad perdieron las especies forestales que antaño brindaban a la tierra sus raíces, y que la sujetaban e impedían (o por lo menos aminoraban) el riesgo de derrumbes; también la población percibió que la ladera del afluente que rodea a la comunidad cada vez ganaba más terreno pues con su incesante fluir erosionó las orillas y las consumió gradualmente, provocando temor de que ganara terreno suficiente como para afectar los hogares asentados a escasos metros. Ante la necesidad de reforestar sus montes y las orillas del afluente de manera urgente e inmediata, el bambú se convirtió en la mejor alternativa gracias a su excesivamente rápido crecimiento y a su potencial comercialización.15

Por otro lado, para posibilitar la introducción de los bambusales como cultivo comercial (más allá de su uso en la reforestación), la población debía organizarse en grupos productivos y comprobar la posesión de tierra necesaria para el cultivo, y la dependencia les otorgaría la materia prima en brote para su inmediato trasplante. Ya que nunca se había tenido contacto con la producción de bambú y su conocimiento se limitaba a dos variedades

Reforestación con bambú a la ribera del río

Fotografía de Javier Valderrama

locales: el tarro (Guadua Aculeata), y en menor medida el otate (filostaquis bambusoides), que carecen de valor comercial a gran escala y por tanto no se cultivan ni se aprovechan como podrían, se llevaron talleres a la localidad para instruir sobre su manejo e informar los múltiples beneficios y sustentabilidad del producto; conjuntamente hubo capacitaciones para la elaboración de artesanías.

Así se logró introducir tres especies más: Bambú Bulgaris, Old Hamii y la Guadua Angustifolia que ya contaban con un mercado nacional e internacional aun en expansión, y que además pueden venderse a mejor precio que la naranja y en menor tiempo. Veamos, el café comienza a dar pequeños frutos al año, pero hay que esperar hasta los tres años para que llegue a su edad madura y tiene una vida productiva de entre 25 y 30 años, sus años más fértiles los tiene entre los seis y nueve años, luego de eso

Elaboración de artesanías con bambú en Tejería

Fotografía de Javier Valderrama

comienza a decaer lentamente su rendimiento. La naranja, igual que el café, da frutos después de un año pero tarda cinco años en alcanzar su madurez, aunque su vida es más prolongada. En contraste, el bambú no da frutos pero puede ser vendido a los tres años de edad gracias a su rápido crecimiento y, a diferencia de las otras dos especies, éste no necesita cuidados ni gastos de manutención, agroquímicos o algún tipo de recolección, como dicen los beneficiados: “uno puede sentarse a esperar a que crezca y lleguen a comprarlo”, los compradores son quienes llegan a cortarlo. Se entiende que los gastos para el productor son prácticamente nulos. Frente a la desesperanza parece abrirse un rayo de luz.

La sustitución de los otros cultivos en favor del bambú aún hoy es gradual y apenas se deja ver su impacto en la vida económica y ecológica de la localidad, pero ya es muy preciso hacia dónde apunta. El bambú tiende a auxiliar el cada vez más escaso cedro ya que prácticamente nadie lo está sembrando, que frente a la notoria ventaja temporal del bambú, tiende a desaparecer. Una de las razones es que su ciclo vital para poder ser comercializado es hasta 100% mayor al de la gramínea. La extinción del cedro en la localidad se agudiza por la tala ilegal de esta madera que es considerada preciosa y de alta calidad. Con ella aún se elaboran sillas, puertas y gran variedad de muebles que se venden en Tejería como en otras latitudes de la región y de México. Ante la inminente desaparición del cedro los especialistas en trabajar la madera dicen: “cuando se acabe el cedro tendremos que aprender a trabajar con el bambú”. Y, de forma eventual, así será.16

De manera lamentable, los beneficios de convertirse en productores de bambú solamente irradian a aquellos que pueden comprobar en forma legal la propiedad de la tierra. Las otras opciones productivas, aun como empleados, incorporaban a los demás pobladores, familiares e incluso a foráneos, o conocidos de localidades circunvecinas. Con el bambú esas redes socioeconómicas se desvanecen. Debido a los requerimientos de las autoridades, son en su mayoría los ejidatarios quienes pueden beneficiarse de los programas gubernamentales de productividad, ya que son los únicos que cuentan con reconocimiento oficial de posesión de tierras: requisito indispensable para que les otorguen el apoyo.

Además de que al tener varias parcelas los ejidatarios pueden asegurar su abastecimiento de maíz y a la par experimentar con otras siembras, es decir, ellos llegan a tener cultivos de maíz (con el que aseguran la dieta anual), huerta de naranjas, alguna huerta menor de café y una extensión considerable de parcela para la siembra de bambú. En cambio, sectores como los posesionarios (que cuentan con área de vivienda y tierras parcelarias pero sin un documento oficial que los respalde) podrían tener las mismas dinámicas productivas pero, a causa de que la asistencia gratuita no se les asigna, han de invertir con sus propios fondos para aspirar a sembrar lo mismo que un ejidatario. Para este sector lograr ese nivel de productividades es muy complicado si se tiene en cuenta que los mecanismo para la obtención del metálico es el alquiler de su fuerza de trabajo, o la venta de algún excedente con el que no siempre cuentan. Sin embargo, no es algo imposible a la luz de que algunos de estos son también profesores y promotores culturales.

Mientras tanto, los avecindados tienen que resignarse a poder tener un espacio para vivir y alquilar o, como ellos dicen: “pedir prestado” algún terreno para sembrar maíz que apenas alcanza para la subsistencia familiar. Claro, hablar de pedir prestado un terreno para la siembra refiere en realidad a otro eufemismo, que lo que sí ocurre es que se evocan los contratos agrarios a los que se ven condicionados si desean llenar las trojes, los costales y tapancos de sus hogares con el grano.

Ahora bien, si la tendencia general es la introducción de bambú (por llamar de manera genérica a las especies antes enunciadas), al no requerirse ningún tipo de cuidado y por ende de mano de obra –monetizada o no– se anularán de facto los espacios de interacción social que –aunque precariamente– se lograban mantener a través de los cultivos tradicionales y las otras variantes introducidas. En el proceso de la siembra, escarda, cosecha (o corte en el caso del café y la naranja) del maíz, en particular, se reproduce la serie de conocimientos que apuntamos al inicio del texto, pero también se hace posible el intercambio de saberes, la continua experimentación de cultivos e injertos en las cementeras (exiguos laboratorios ancestrales), el trabajo asalariado y el reciprocado, los tratos agrarios tan necesarios para algunos: gran parte de la vida comunal, en efecto, toma cuerpo en las labores agrícolas. En los casos del café y de la naranja la placa social (y cultural) parecía mantenerse a flote adaptándose a los nuevos tiempos, para el bambú aquella es sobrada.

Bajo esa situación los avecindados se verán orillados a migrar fuera de la localidad para obtener algún ingreso; el daño social que se avecina es inminente y en apariencia infrenable. El bambú, pese a todas las cualidades productivas y de mercado que los interesados en promover su cultivo enarbolan, produce afectaciones adversas que van más allá de lo socioeconómico y que se extiende a lo ecológico, a pesar de que empresas privadas e instituciones públicas no lo reconozcan.17

Al píe del bambú

Fotografía de Javier Valderrama.

Como es perceptible en la localidad, el bambú impide el crecimiento de cualquier hierba, vegetal u árbol a sus alrededores inmediatos. Una vez que la gramínea alcanza la escasa altura de seis metros, pues puede llegar a superar los 25, impide el paso de la luz solar, esencial para el desarrollo de otras plantas. Los árboles, arbustos y cualquier otra planta a una distancia menor de un metro, aun permitiendo el paso del sol, son afectados por las raíces extensivas del bambú que absorbe gran parte de los nutrientes y humedad del suelo, lo que termina por lapidar a sus vecinas. El bambú también tiende a proliferar: entre más brotes maduros de bambú sean cortados mayor es el número de ejemplares que pueden crecer en un mismo cuerpo de rizomas.

El daño va más allá de exterminar las variedades locales de plantas, árboles, etc., –lo cual sin duda ya es de tomarse en consideración– sino que propicia la extinción de los microclimas: hábitats de seres vivos animales endémicos adaptados a ellos y que sin duda perecerán también. Hablamos de un lugar en donde reinará un paisaje reinventado, creado por la mano del hombre en aras del progreso económico de apenas una parcialidad de la población, y aquella luz que parecía encenderse terminará por extinguirse para algunos, para otros tantos será contradicción.

Conclusión

Cierto es que hoy la gramínea va tomando fuerza como principal cultivo y que muchos de los daños apenas comienzan a ser perceptibles, en virtud de las entrevistas a profundidad realizadas a distintos actores locales, la constante observación y el análisis que de ello se desprende, concluimos que las afectaciones que la introducción del bambú tiene sobre las relaciones sociales y sobre la ecología de la localidad es casi innegable y, al parecer, irrefrenable, a menos que las condiciones comerciales a las cuales apenas comienzan a adaptarse –en el sentido que le dábamos al inicio del texto– las mermen.

Pese a que no podemos negar que directa o indirectamente cualquier actividad agrícola local que se dirija al autoconsumo, comercialización regional o nacional e internacional –llámese café, caña, naranja, etc.– tienda a afectar el ecosistema a la vez de que beneficie económicamente a variados actores en diferentes escalas –desde lo local hasta mercados internacionales pasando por lo municipal, lo regional– se generarán empleos (al margen de todo lo que podríamos decir sobre ello, el llamado “coyotaje” es también un empleo).

Pero habría que preguntarse hasta qué punto las alternativas ofertadas son verdaderas alternativas y si lo que se presenta como sustentable y, además, sostenible en forma pragmática. ¿O es que acaso el desarrollo económico invariablemente debe beneficiar a unos, desfavorecer a otros y perjudicar a algunos más hasta un punto sin retorno en que los elementos de la naturaleza, la cultura y la sociedad se desconozca entre sí y colapsen? Aunque las bondades ecológicas del bambú puedan ser muchas en regiones ya consumadas por la deforestación, y las opciones de su uso comercial sean variadas, habría que explicitar el daño en los ecosistemas y las implicaciones socioculturales para que de manera consciente la población decida, o no, introducir ésta o cualquier otra especie en sus campos, y no como ahora parece suceder en Tejería. Nos preguntamos de nueva cuenta ¿será que quien busca introducir la gramínea no se ha percatado de eso que ahora tratamos de subrayar? Sin duda hacen falta estudios realmente holísticos, interdisciplinarios. Por ahora dejemos estas interrogantes abiertas y que el tiempo hable.

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Moisés Gonzales Navarro.
Instituciones Indígenas en el México independiente.
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[Hale, 2005]
Charles A. Hale.
El liberalismo y el indio.
en El liberalismo mexicano en la época de Mora, Siglo xxi editores, (2005), pp. 229
[Lazcarro Salgado et al., 2017]
Lazcarro Salgado, Israel, José Jonatan Cerros, Claudia Guerrero, Karina Munguía y José Antonio Sampayo, (s/f), Re-valorizaciones: trabajo y producción de paisajes en tiempos de crisis. El drama de la biopolítica capitalista en la Sierra Norte de Puebla, Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en dictamen.
[Median, 2000]
Andrés Median H..
Los ciclos del indigenismo: la política indigenista del siglo xx.
Indigenismos, reflexiones críticas, pp. 119
[Mera Ovando, 2009]
Luz María Mera Ovando.
El maíz. Aspectos generales.
en El origen y diversificación del maíz, Una revisión analítica, Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Diversidad, (2009),
[Rodríguez Romo, 2006]
Juan Carlos Rodríguez Romo.
El bambú como material de construcción.
en Conciencia Tecnológica, (2006 enero-junio),
[Terán y Rasmussen, 1994]
Silvia Terán, Christian Rasmussen.
La milpa de los mayas.
Talleres gráficos del sudeste, (1994),
[Toledo y Narciso, 2008]
Víctor M. Toledo, Narciso Barrera-Bassols.
La memoria biocultural. La importancia ecológica de las sabidurías tradicionales: perspectivas agroecológicas.
Junta de Andalucía Icaria editorial, (2008),

Asistente de investigación “B” en el Programa Etnografía de las Regiones indígenas de México. Equipo regional Huasteca Sur-Sierra Norte de Puebla, adscrito a la Coordinación Nacional de Antropología (CNA), del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Líneas de investigación: territorialidad, cambio social, dinámicas socioambientales, pueblos indígenas.

Una pequeña parte de este ensayo fue publicado bajo el título “Auge y ocaso de alternativas económicas en la Sierra Norte de Puebla”, en el suplemento cultural de La Jornada Morelos, “El Tlacuache”, núm. 717, 13 de marzo 2016.

Para la presentación y redacción de este breve ensayo privilegiamos exponer los datos que obtuvimos de campo en el cuerpo del texto, y dejar algunas anotaciones críticas y comentarios en las notas a pie, de tal manera que la lectura sea lo más fluida posible.

Bourdieu, Pierre (2006), Argelia 60. Estructuras económicas y estructuras temporales, S. XXI editores, Argentina, p. 27. Entrecomillado del autor.

Ibid., p. 28.

Aunque el manuscrito de Bourdieu –Bourdieu, Pierre (2006), Argelia 60…, op. cit.– se sitúa en una provincia del norte de Argelia, alrededor de los años sesenta del siglo pasado, destaca en su trabajo el proceso de adaptación de aquel lugar luego de la introducción de una economía de corte capitalista mediada, por excelencia, por el papelmoneda, al tiempo que analiza entre el porvenir del consumo y el porvenir de la producción. Desarrollamos pues estos dos puntos: aunque la población pudiese sembrar más y prever una mayor ganancia asegurando así su porvenir (mayor producción, mayor ganancia que se traduce en cierta seguridad económica), ésta prefería sembrar una parte del grano excedente de la cosecha anterior para que en caso de haber alguna eventualidad ese grano almacenado evitara padecer escasez. De esta manera, aseguraba su porvenir almacenando lo cosechado antes que venderlo y obtener metálico. Así mismo, Bourdieu ahonda en las implicaciones del cambio productivo tras la introducción del salario y capitales simbólicos como la educación. Aquí seguimos un hilo básico, el de las implicaciones socio-ecológicas que trae consigo la inserción de productos foráneos a una población que desde hace años ya está inserta en una lógica productiva de corte mercantil, pero que pese a ello seguía manteniendo, aunque precariamente adaptadas, ciertas relaciones sociales y culturales que se tenían desde la siembra de maíz. En este momento un análisis que dé cuenta de los tópicos que Bourdieu nos invita a estudiar no es posible debido al espacio.

Si bien el maíz suele ser el eje vertebral de la milpa, maíz y milpa no son lo mismo. El maíz es una especie de gramínea cuyo nombre científico es zea mayz; mientras que la milpa es, en caracteres generales, un policultivo –hipotéticamente de origen mesoamericano y que aún pervive (cfr. Terán, Silvia y, Christian Rasmussen (1994), La milpa de los mayas, Talleres gráficos del sudeste, México; Mera Ovando, Luz María (2009), “El maíz. Aspectos generales”, en El origen y diversificación del maíz, pp. 8-12; Carrillo Trueba, César (2010), “La milpa y la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos”, en La Jornada de Campo, 17 de julio, núm. 34, pp. 1-3)– en donde se siembran, además del maíz, calabaza, frijol y chile. Particularmente algunas etnias nahuas llaman milpa tanto al monocultivo de maíz como a algunos cultivos que no lo incluyen: milpa de aguacate, milpa de caña, etc.

Ello al margen de los extensos campos de monocultivo de maíz que se encuentran al norte del país y en algunas otras planicies del territorio nacional, que con equipo de producción industrial (que en muchas comunidades rurales no se pueden implementar, pues gran parte de los territorios indígenas están en elevaciones montañosas y en terrenos accidentados en donde ni el arado puede ser empleado), mejores infraestructuras carreteras y con una salida al mercado segura y permanente, hacen posible un mercado basto y próspero.

Muchos deseosos de aprender cosas nuevas o viendo en la escuela un medio para obtener mejores oportunidades laborales; otros tantos porque ven en la educación un camino para que sus padres no los lleven a realizar actividades agrícolas; unos más condicionados, porque su ausencia en los salones de clase tiene implicaciones económicas familiares: por cada falta en la escuela el Estado les amonesta reteniendo una parte del Apoyo para la Educación Indígena. Esta situación se replica con otros programas de gobierno como el PROSPERA –Cfr. Fernández, Hilda (2015), “A veces sólo me dan la mitad de Prospera”, en El Universal, 5 de agosto–.

La “mano-vuelta” en el trabajo es un sistema de intercambios en fuerza productiva, este se pacta entre dos o más individuos –incluso entre familias enteras– y consiste en ayudarle a otra persona a cambio de que ese trabajo sea devuelto de la misma forma en que fue otorgado, es decir, en trabajo.

No hemos mencionado otras causas que no dejan de ser importantes, como la falta de apoyo gubernamental para que el campesino promedio encuentre un mercado óptimo para sus productos sin necesidad de intermediarios; la aparente prioridad de importar maíz antes de volver eficiente la producción en el país; y el hecho de que en algunas poblaciones un número cada vez mayor de personas ya no tengan la necesidad de trabajar ni deseen hacerlo, porque la serie de apoyos para el “desarrollo social” les es suficiente para alimentarse, y a sus familias, e ir solventando los gastos de vida diaria. Estos “apoyos” son aprovechados por algunos no como un medio complementario para subsanar algunas carencias, sino como una forma de vida contemplativa en el que cada determinado tiempo las necesidades económicas son plácidamente cubiertas por el titiritero. Lo anterior debido a una política clientelar que condiciona el voto y que, como otras políticas escasamente planeadas y evaluadas, lejos de ayudar a las personas, las afectan, las vuelven dependientes –a lo que cómodamente responden– ya que están lejos de ser realmente eficientes si no son integrales.

Desde un inicio, y llevando el estandarte de la igualdad (influencia de la consumada revolución francesa), se comenzaron a erigir las leyes que gobernarían la nación emergente, para ello, como muestra del clima político de los primeros años del México independiente, el Dr. Mora, teórico de la burguesía liberal, aduce a la premisa de que para el “gobierno había desaparecido la distinción entre indios y no indios, habiéndola sustituido por la de ‘pobres y ricos, extendiendo a todos los beneficios de la sociedad”’ – Gonzales Navarro, Moisés (1981), “Instituciones Indígenas en el México Independiente”, en La política indigenista en México, Instituto Nacional Indigenista, México, pp. 210 y 214–. Sin embargo la cuestión indígena y qué hacer con ese otro incomodo no queda en un tema de categorías políticas; fue un tema que estuvo en boga en aquellos años, que propició acalorados debates entre gobernantes, intelectuales y las elites criollas, y que generó incluso propuestas de crear un programa de “colonización” europea, mediante el cual se planeaba fusionar ambas “razas” y con el paso de los años “diluir” genética y culturalmente al indio –Hale, Charles A. (2005), “El liberalismo y el indio”, en El liberalismo mexicano en la época de Mora, Siglo XXI editores, México, p. 229–. En el siglo siguiente las políticas respecto al sector indígena en el período posrevolucionario dieron una vuelta de tuerca al reubicar “el problema indígena” en términos de cultura y clase y superar las tesis darwinistas. Sin embargo esto no resolvió el problema del racismo, más bien sólo sumó las concepciones culturales y de clase a los prejuicios que antes se fundaban sobre la raza. En esta etapa, como señala Medina: “se exaltaron la fusión racial (el mestizaje) y la mejora de condiciones de vida de trabajadores y campesinos como los bastiones que darían sentido al emergente proyecto nacional. La consecuencia de esta exaltación mestiza fue justo la negación tanto de la diversidad étnica como lingüística de las poblaciones indígenas que desde entonces componían la nación, y que serían tema de las políticas públicas en los años siguientes” –Medina Hernández, Andrés (2000), “Los ciclos del indigenismo: la política indigenista del siglo XX”, en Gutiérrez Chong, Natividad, Marcela Romero G. y Sergio Sarmiento S., Indigenismos, reflexiones críticas, Instituto Nacional Indigenista, México, p. 119–. Esta situación que había sido arrastrada durante siglos, se matizaría y tomaría nuevos tintes a raíz del conocido indigenismo mexicano que, aunque respaldado en un inicio por el gobierno, daría un giro hacia la erradicación de esas poblaciones marginales, a la vez que se basaba en el reconocimiento y valoración de la diversidad étnica nacional. Esta situación ha tenido un mayor auge en las últimas décadas gracias, más que a los trabajos académicos, a la comercialización de la cultura étnica.

En muchas comunidades rurales, el traspatio es un lugar de cultivo y cría de ganado menor a muy pequeña escala. En él se suelen tener variedades de hierbas y árboles que líneas abajo enunciamos, pero también gallinas, guajolotes y/o cerdos. Escasamente se encuentran todas las especies animales es un mismo hogar por distintos motivos que en este momento no repararemos en detallar, basta con mencionar que el traspatio suele complementar el menú doméstico, pero nunca se depende de él enteramente.

Esta doble personalidad de empleadores y empleados no es exclusiva de posesionarios y ejidatarios, tampoco de poblaciones rurales, indígenas o agricultoras, aunque ciertamente es en estos últimos (lo mismo que en las zonas turísticas) en donde es visible. Es un hecho recurrente al que se socorre en tiempos en dónde el trabajo se vuelve escaso, una imagen ejemplar se puede leer en Chamoux, Marie-Noëlle (1989), Nahuas de Huauchinango. Transformaciones sociales en una comunidad campesina, Instituto Nacional Indigenista, México.

Otros contratos agrarios que tienen vigencia entre los totonacos de Tejería son: “A medias”, que es sembrar toda la parcela y dar la mitad del producto cosechado a su dueño. En esa modalidad con frecuencia el dueño pone el maíz para la siembra, mientras el solicitante pone la mano de obra y los instrumentos necesarios para efectuarla; “A tres cuatros”, en él la cosecha se le da al propietario de la cementara equivale a la cuarta parte, sin que él deba proporcionar la cimiente; “Por sembrar pastos”, a cambio de permitir la siembra el solicitante debe desmontar (es decir, retirar los árboles y plantas del terreno, lo cual en el proceso normal de siembra se lleva a cabo) y una vez terminada la siembra y que el propietario le provea al solicitante de semillas para pastos, éste debe dejar pastado el terreno que ocupó para su usufructo, y; “por papel-moneda”, en éste el solicitante debe pagar el arriendo de la parcela para poder sembrarla.

Cfr. Boege, Eckart (2008), El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México. Hacia la conservación in situ de la biodiversidad y agrodiversidad en los territorios indígenas, INAH-CDI, México; Toledo, Víctor M. y, Narciso Barrera-Bassols (2008), La memoria biocultural. La importancia ecológica de las sabidurías tradicionales: perspectivas agroecológicas, Junta de Andalucía Icaria editorial, Barcelona.

Lazcarro Salgado, Israel, José Jonatan Cerros, Claudia Gerrero, Karina Munguía y José Antonio Sampayo, (s/f), Re-valorizaciones: trabajo y producción de paisajes en tiempos de crisis. El drama de la biopolítica capitalista en la Sierra Norte de Puebla, Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en dictamen.

Según diversas fuentes, se sabe que arriban camiones al municipio que salen cargados con cedro vía a Tuxpan hasta el Puerto Venustiano Carranza, Veracruz, se cree que los camiones son auspiciados por los mandos municipales y otras autoridades federales pues consideran que es difícil entender que nadie se dé cuenta de que salen cargados con la especie protegida cruzando parte de dos estados hasta el puerto.

Para indagar sobre algunas de las aplicaciones comerciales del bambú, puede leerse a Cedeño Valdivieso, Alberto, Jaime Irigoyen (2011), “El bambú en México”, USJT – Arquitectura Urbana, núm. 6, pp. 223-243; y Rodríguez Romo, Juan Carlos (2006), “El bambú como material de construcción”, en Conciencia Tecnológica, enero-junio, pp. 67-69.

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