El caso presentado por Abreu et al. (2025) expone uno de los mayores desafíos de la medicina moderna: el manejo de pacientes con patologías coexistentes que requieren tratamientos potencialmente contradictorios1. Si bien este conflicto no es nuevo - como ocurre en pacientes diabéticos que requieren corticoides - el desarrollo de nuevas terapias y el mejor entendimiento de sus efectos adversos hace que este desafío sea cada vez más relevante y complejo.
La evidencia muestra que los pacientes con vasculitis ANCA tienen un riesgo aumentado de desarrollar neoplasias, con tasas de incidencia estandarizadas entre 1,74 y 2,77 veces mayor que la población general2,3. Lo particular del caso presentado es la asociación con un tumor neuroendocrino, una presentación no descrita previamente en la literatura, lo que adiciona complejidad a su manejo.
El monitoreo de estos pacientes debe incluir tanto los tamizajes oncológicos usuales según edad y factores de riesgo, como la vigilancia dirigida de neoplasias específicamente asociadas con vasculitis ANCA, particularmente neoplasias hematológicas y cáncer de vejiga2,3. La estrategia de seguimiento debe ser sistemática y frecuente, considerando que la inmunosupresión puede modificar la presentación habitual de las neoplasias4.
La problemática de la inmunosupresión crónica y su relación con el desarrollo de neoplasias trasciende el ámbito de las vasculitis y la reumatología. Los pacientes trasplantados, por ejemplo, presentan un riesgo aumentado de desarrollar cáncer, con una incidencia estandarizada hasta 3,6 veces mayor que la población general para ciertos tipos de neoplasias5. La evidencia acumulada sobre estos riesgos ha llevado a que la literatura internacional recomiende la transición hacia terapias con mejor perfil de seguridad, como los agentes biológicos y nuevos inmunosupresores, que pueden ofrecer un control adecuado de la enfermedad con menor riesgo oncológico asociado6.
En Chile, donde el acceso a terapias biológicas puede ser limitado, este tipo de casos representa un desafío adicional al requerir optimizar los recursos disponibles. La experiencia internacional nos guía hacia un manejo individualizado, considerando factores de riesgo específicos y la disponibilidad de recursos terapéuticos6. Esta es la promesa que nos hace la medicina de precisión: estrategias de tratamiento personalizadas. Este enfoque aprovecha los perfiles genéticos, moleculares e inmunológicos para adaptar las terapias, mejorar la eficacia y minimizar los efectos adversos7.
El aumento en la sobrevida de los pacientes con enfermedades autoinmunes y el incremento en la incidencia de cáncer harán que estos escenarios sean cada vez más frecuentes. El caso de Abreu et al. nos recuerda la importancia de mantener un alto índice de sospecha y la necesidad de desarrollar estrategias terapéuticas adaptadas a estas situaciones complejas1.

