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Vol. 4. Núm. 11.
Páginas 137-141 (Enero 2013)
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Vol. 4. Núm. 11.
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La educación en sociedades líquidas1
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Juan-Carlos Yáñez-Velazco
Mexicano. Doctor en Pedagogía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor investigador titular en la Universidad de Colima. Miembro del Seminario de Cultura Mexicana corresponsalía Colima. Sitio web: www.jcyanez.com Temas de investigación: evaluación institucional, sentidos de la universidad.
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La obra

Hace algunos años leí en un libro de economía que aquel que sólo sabe de economía no sabe nada. La frase me resultó reveladora y compartible. Por supuesto, aplica también para el campo de la pedagogía, como si la hubieran acuñado Paulo Freire o Michael Apple. Es una verdad cada vez más inobjetable: abrir las paredes de la disciplina, ciencia o profesión permite observar otros ángulos, o desde mirillas diferentes a nuestros objetos de estudio; a nosotros mismos en ellos. El riesgo de la dispersión también está latente, hay que reconocerlo, pero es inevitable en las nuevas configuraciones científicas y epistemológicas.

En autores ajenos al currículum clásico de pedagogía o ciencias de la educación se pueden encontrar fuentes que inducen a una mejor comprensión del hecho educativo como proceso social, no como fenómeno reducido a los muros de la escuela. Con ellos, es posible encontrar y conocer nuevos horizontes conceptuales, visiones diferentes, posturas que interpelan y desafían, pero finalmente enriquecen. Así fue como llegaron a mis manos autores espléndidos y otros, los menos, que no volví a tocar. Entre los primeros, en los últimos años Zygmunt Bauman ocupa un sitio especial. En su libro más reciente, Sobre la educación en un mundo líquido, condensa sus pensamientos sobre la educación.

No es un libro escrito por Bauman, se trata de las conversaciones que el pensador británico sostuvo con el italiano Riccardo Mazzeo y que este último organizó en 20 breves capítulos que ofrecen un magistral corpus del ideario pedagógico del sociólogo y filósofo que acuñara la expresión “mundo líquido”, para simbolizar las realidades de nuestra era. Los títulos de cada capítulo son tan elocuentes como atractivos: José Saramago: maneras de ser feliz; En busca de una genuina “revolución cultural”; La depravación es la estrategia más inteligente para el desposeimiento; Años para construir, minutos para destruir; A los desempleados siempre les queda jugar a la lotería, ¿no es cierto?; La indignación y las agrupaciones políticas que funcionan como enjambres; A los jóvenes, una propina para la industria del consumo.

La obra es recomendable para lectores diversos. Amena, sin abandonar la profundidad; de un tejido fino que se debe, sin duda, a la claridad intelectual de Bauman y a la magistral edición de Mazzeo, para conservar el sabor de una conversación, con la rigurosidad de un ensayo sobre temas espinosos que convierte en discursos comprensibles, con pasajes magistrales.

Estas conversaciones, que circulan en libro impreso o electrónico, son una vehemente convocatoria a pensar en muchos de los temas que conforman la agenda en una sociedad distinta a aquella sobre la cual se sustentaron los pilares que fundamentan las teorías y concepciones pedagógicas en boga.

Sobre la educación en un mundo líquido es, como queda dicho, un texto a dos voces, una preeminente, que contribuye a la comprensión de las sociedades que vivimos y, tal vez, a imaginar algunos rasgos del porvenir. Entre otros, se analizan los desenfrenados hábitos de consumo: “Ir de compras se convierte en una suerte de acto moral (y viceversa. Un acto moral conduce a entrar en las tiendas)” (p.193);2 la falsa democracia de los mercados y el discurso del consumo con dos expresiones: anorexia y bulimia; las migraciones y el diálogo cultural a que obligaría una nueva convivencia; la inclusión de los discapacitados, y la construcción de la normalidad y la anormalidad; los retos de las minorías, el papel de los gobiernos, las expectativas de los jóvenes, las relaciones afectivas y sexuales, los “indignados” y las más recientes revueltas sociales (en las cuales no finca demasiada esperanza Bauman); las redes sociales y cómo, con ellas, somos menos libres porque siempre está la oficina al lado, en la línea del teléfono o en una pantalla, generando la sensación de no estar solos, al mismo tiempo que evita tomar un libro o mirar las calles.

Ideas sobre educación

Al final del primer capítulo, sobre el tema de las migraciones en Europa, Bauman introduce una de las cuestiones centrales del debate pedagógico global: la inclusión de la diversidad. Un paisaje social, cultural y educativo, inédito frente al cual las escuelas apenas titubean propuestas:

Durante los más de cuarenta años que viví en Leeds observé, desde mi ventana, a los niños que regresaban a casa desde una escuela secundaria próxima a mi casa. Los niños rara vez caminan solos, prefieren andar en grupos de amigos, y ésta es una costumbre que no ha cambiado. Sin embargo, lo que contemplo ahora desde mi ventana sí ha cambiado a lo largo de los años. Hace cuarenta años casi cada grupo de niños tenía ‘un solo color’. Hoy casi ninguno lo tiene (p. 13).

En esta sociedad líquida que interpela a las escuelas, los profesores son blanco de cuestionamientosy pozo de incertidumbres. Los filósofos de la educación de la sólida era moderna concebían a los maestros como lanzadores de misiles balísticos, dice Bauman, porque todo estaba predestinado y los blancos (los recipientes vacíos o las tarjetas bancarias que denunciara Paulo Freire) eran fijos, en esas épocas en que la educación se concebía como aquello que sólo ocurría dentro de las aulas y duraba algunos años, pero cuyos efectos se suponían imperecederos. Eso cambió radicalmente. La sociedad es otra y el pensador británico repasa muchas de las nuevas formas. Ahora en algunas ciudades, ilustra Bauman, no se empieza la construcción de un edificio si no existen los permisos para su demolición. Y esa transformación, pincelada apenas, interpela a las instituciones educativas y a sus actores principales, quienes debieran ser promotores de una transformación: los maestros.

Recuperando los tres niveles de aprendizaje propuestos por Gregory Bateson, analiza lo que hoy implica aprender: un estado de revolución permanente de nuestros conocimientos. El propósito de la educación es y debe seguir siendo la preparación de los jóvenes para la vida, en cada tiempo y circunstancia. Remacha: “Y para ser ‘práctica’, una enseñanza de calidad necesita propiciar y propagar la apertura de la mente, y no su cerrazón” (p. 39).

Bauman tiene muy claros los contextos críticos para los sistemas educativos; sin embargo, también es firme en su convicción de que hay opciones y con determinación se puede saltar de una oportunidad a otra, tanto para los sujetos como para los sistemas educativos. Es prudente pero optimista: “Y por limitado que parezca el poder del sistema educativo actual —que se halla él mismo sujeto, cada vez más, al juego del consumismo—, tiene aún suficiente poder de transformación para que se pueda contar entre los factores prometedores para esta revolución [cultural]” (pp. 49-50). Por supuesto, no es fácil la tarea, apunta Mazzeo, hay un “descorazonador menosprecio a la escuela”. Aunque Mazzeo alude al país que se mueve culturalmente mecido por los intereses de Silvio Berlusconi, su percepción es generalizable a contextos como el nuestro.

Los jóvenes y su futuro

La economía consumista basada en el exceso y el despilfarro, como “flagelos endémicos”, siembra víctimas por doquier; los jóvenes no son totalmente desechables por su potencial poder consumidor en el presente y el futuro, pero su horizonte es sombrío. En cada generación existió siempre un grupo de parias, pero esta vez el riesgo es que toda la generación lo sea, con malos empleos, temporales, precarios, o sin empleos:

En los pocos túneles que sus predecesores se vieron forzados a cruzar durante el transcurso de sus vidas, había una luz, una brillante luz al final. En cambio, ahora hay un túnel largo y oscuro en el que apenas hay unos cuantos guiños y titilaciones, luces que se desvanecen rápidamente y que tratan en vano de traspasar las tinieblas. Ésta es la primera generación de posguerra que se enfrenta a la perspectiva de una movilidad descendiente (pp. 75-76).

Enseguida explora algunos de los efectos devastadores en la subjetividad de los jóvenes: “Nada los ha preparado para los trabajos volátiles y el desempleo persistente, la transitoriedad de las perspectivas y la perdurabilidad de los fracasos. Es un nuevo mundo de proyectos que nacen muertos, de esperanzas frustradas y de oportunidades que, debido a su ausencia, se hacen aún más visibles” (p.77).

Una de las expresiones más dramáticas del actual estado de cosas es el caso de los ninis, los jóvenes que no tienen trabajo ni oportunidades de estudiar, que viven excluidos de los circuitos laborales y escolares. Con su entrevistador repasa las cifras de Italia y el caso mexicano como fue consignado por el periódico francés Le Monde. Bauman se detiene en la situación polaca para exhibir un quiebre en el añejo discurso falaz sobre el valor de la educación:

Durante muchos años, la promoción social mediante la educación sirvió como una hoja de parra que cubría las desnudeces e indecencias, el resultado del desequilibrio que se da en las perspectivas y condiciones de los seres humanos. En tanto los logros académicos tuvieran una correlación con atractivas gratificaciones sociales, las personas que fracasaran en sus intentos por ascender en la escala social sólo podían culparse a sí mismas por ello. Y debían dirigir su amargura y su cólera hacia ellos mismos (pp. 114-115).

Esas eran la promesa y la trampa, hoy caducas: “La conmoción que ha supuesto el fenómeno, nuevo y en rápido ascenso, de los graduados sin empleo, o de los graduados que tienen empleos muy debajo de las expectativas generadas por sus títulos (expectativas consideradas legítimas), es un golpe muy doloroso” (pp. 115-116). La generación nini, hipotetiza Bauman, quizá sea la primera generación verdaderamente global.

Como si no fuera desalentador el balance, las decisiones adoptadas por los gobiernos en el contexto de la crisis europea profundizarán aún más las desigualdades. Bauman sostiene una postura crítica sobre los recortes y alzas en las matrículas universitarias, porque significan, asegura, erigir una versión monetaria del Muro de Berlín o de Palestina para no permitir el acceso a los centros del saber cuando, paradójicamente, se insiste en que vivimos en la sociedad del conocimiento: “Lo recortes que los Gobiernos realizan en educación superior suponen también recortes en los proyectos de una generación que llega a su mayoría de edad. Y, por lo tanto, son también recortes hechos a los estándares del futuro […]. Los recortes de los fondos gubernamentales llegan junto con una acción sin precedentes: un alza salvaje de las matrículas universitarias” (p. 84). Estima que, en su conjunto, estas medidas significarán un retroceso de medio siglo en Inglaterra.

Por otro lado, los intentos por paliar la desigualdad no han tenido fortuna. Ejemplifica con las políticas ineficaces en Francia: el ministro de Educación entre 2007 y 2009, Xavier Decros, anunció una gran reforma educativa con promesas de igualdad de oportunidades mediante la libertad de elección a las familias. Años más tarde, el desenlace fue revelador:

dos inspectores generales de escuela descubrieron que en las mejores instituciones educativas había muy pocos alumnos de clases humildes, mientras que el grupo de estudiantes a los que se les había concedido ayuda había desaparecido. La ‘mezcla social’ de los niños en las escuelas se halla en disminución en todas partes, y el hecho es resultado de la unión de dos factores, por una parte el embourgeoisement de las escuelas de ‘categoría’ y por la otra la proletarización de las escuelas comunes. Y lo mismo sucedió con el resto de reformas que el ministro había proclamado como objetivos que alcanzar (pp. 121-122).

Me extiendo porque conviene leer el final:

Pierre Merle, profesor de sociología de la Universidad de Bretaña, analizó la totalidad del programa de la reforma educativa, y concluyó que las palabras usadas en los títulos de los sucesivos capítulos del programa (Igualdad de oportunidades, Mezcla social, Derrota del analfabetismo, Asistencia a los niños con dificultades de aprendizaje, Rectificación de las prioridades educacionales) había sido una malversación. Los resultados obtenidos fueron exactamente los opuestos a los de la declaración de intenciones. Estaba claro que no podían cuadrar con la lógica del mercado (p. 122).

En el tema es tajante: la desigualdad de oportunidades en educación sólo puede ser abordada desde un conjunto de políticas de Estado, pero el Estado, antes que pretenderlo, se distancia cada vez más.

Entre los lectores y seguidores de Bauman, la obra comentada será un texto para el reencuentro con ideas, pero también una nueva constatación del genio singular que lo coloca entre los pensadores más imprescindibles entre estos dos siglos; para los nuevos lectores, una inmersión en varias de sus más constantes vetas. Para ambos, una provocación, una invitación al pensamiento y a la comprensión profunda. Para los profesores es una herramienta que posibilita nuevas miradas sobre la escuela en un contexto complejo, en el aquí y ahora. Finalmente, en la obra pueden encontrarse algunas razones para la solidaridad por las limitaciones de la tarea docente en el actual contexto y, tal vez, para una mayor sensibilización por el presente y el destino de los jóvenes con quienes trabajamos en las aulas o con aquellos, hijos o alumnos, que ya penetraron en ese túnel que no parece tener una pálida lucecita al final, pero que, justamente por eso, urge más a la tarea de educar mejor.

Reseña del libro de Zygmunt Bauman (2013), Sobre la educación en un mundo líquido, Barcelona, Paidós (epub).

Para esta reseña se consultó la versión electrónica del libro, y su extensión varía de acuerdo con el tamaño de letra. El número total de páginas en el tamaño leído es de 238; en lo sucesivo se omitirá señalarlo.

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