Llevo dos años de diabetes y no ha habido ningún cambio, llevo 16años de vida y ya no puedo ver cómo se modifica más. Llevo dos años de diabetes y todo sigue igual, llevo 16años de vida y ya nada es como solía ser. Llevo dos años de diabetes y siento que no avanzo, pero llevo 16años de vida y, aunque sé que no lo es, el camino se me ha hecho largo. Llevo dos años de diabetes recién cumplidos y no puedo evitar recordar el inicio, pero al pensar en ello vuelvo a pensar en antes, en antes de mi enfermedad, y me considero afortunada de haber tenido un antes para poder, sobre todo, comparar. No ha pasado mucho tiempo, pero siento que, desde aquel 26 de abril de 2022, yo ya no soy igual.
Sé que con este tipo de situaciones hay distintas reacciones: puedes negarte a tu enfermedad, puede costarte asimilarla también, puedes sentirte obligado a hacer algo, puedes sentir miedo, puedes mantener la cabeza fría y ser estructurado o puedes sentirte o actuar de otras mil maneras más. Yo, como ya he dicho, no soy más que una niña de 16años que se ha visto obligada a responsabilizarse de su propia salud de maneras que muchos nunca podrán imaginar, que se ha visto metida en una situación de estas características, ni peor ni mejor que la de nadie, pero sufrida al igual que la de todos.
Entré en un hospital en Irlanda durante mi estancia de intercambio hace dos años sin saber absolutamente nada de lo que me estaba pasando. Cuando ingresé en aquel hospital, me costaba andar, me costaba respirar, me sentía mal, de alguna manera desgastada o débil o consumida. Y aunque eso tuviese una justificación médica, la sensación se resumía en esos tres adjetivos. Cuando entré y me pasaron directamente a una habitación con una camilla para poder saber qué me pasaba, yo de alguna manera dejé de estar. Sé que me hacían pruebas para ver qué me ocurría, pero no sé si fue por el malestar, por lo que me dieron para ayudarme con el dolor y aquella sensación, o simplemente una mezcla de ambos, pero yo no estaba allí. Sabía que sí y lo veía, pero no lo sentía. Pasé una noche y un día entero hasta que llegaron mis padres desde España y, acompañada por mi madre irlandesa, yo solo aguantaba. Aguantaba porque no me quedaba nada más por hacer, yo sabía que estaba mal, pero entonces no me daba cuenta de cuánto.
Después de aquella noche y aquel día, me pasaron a planta, donde pasé siete días más, ya junto a mis padres, para que me enseñaran lo que es una diabetes. Para que te enseñen no solo a pincharte, a medirte o a llevarlo en general, sino también a volver a hacer cosas tan básicas y ahora tan diferentes como simplemente hacer deporte, comer o incluso sentir. En aquel sitio viví muchas cosas, algunas que ya he olvidado y otras que jamás olvidaré. Y dentro de estas que te marcan para siempre yo puedo contar tres.
La primera fue durante la primera noche, un momento en el que dentro de la UCI me encontré sola. No sé si realmente es lo que vi, pero definitivamente sí es como lo sentí. Vi que toda la habitación de alguna manera se hacía grande y pequeña a la vez. Se hacía pequeña porque me presionaba y me encerraba y, a la vez, se hacía grande dejándome allí sola, sin nadie, sin nada, como en un enorme y frío abismo. Puede que para muchos esto pueda sonar como una tontería, pero para mí que sí he estado ahí y yo lo he vivido así, puede no haber sido un dolor físico pero lo recuerdo como el peor dolor de mi vida. Siento que aquella sensación se ha convertido ahora en mi mayor monstruo, porque mi mayor miedo es volver a encontrarme eso y volver a verme tan desvalida con lágrimas cayendo sin secármelas por no tener fuerzas para moverme. Mi miedo es volver a estar indefensa, volver a estar sola.
La segunda fue cuando me pasaron de la UCI a la planta, en el pasillo, yo tumbada en la camilla, nos cruzamos con un grupo de personas que nos saludaron y simplemente pasaron. Pero en esa fracción de segundo, en ese reflejo de ojos pude ver aquella lástima, aquella mirada de «lo siento», y recuerdo miedo a esa mirada en el resto de la gente ya sabiendo que mi enfermedad duraría toda la vida. Segundo monstruo, segundo miedo.
El tercer y último recuerdo fue ya en la habitación, el primer día que me levanté simplemente para que mi madre me duchara, ya que yo no podía hacerlo sola. Cuando llegué al baño y me miré en el espejo, vi aquella imagen de película de la que todos hemos sentido lástima. Vi a una niña extremadamente delgada, como si ya no quedara nada dentro, las muñecas marcadas por los huesos, el pelo sin color, los ojos sin expresión alguna. Yo me perdí, y aunque más tarde me he conseguido encontrar, aquella niña del espejo no lo pudo sufrir más. Tercer monstruo, tercer miedo.
Hace dos años yo estuve así, pero afortunadamente dos años después me encuentro aquí. Estoy sana, estoy bien, con mi familia, mis amigos, mi deporte, mis estudios… Pero, sobre todo, estoy bien conmigo misma. Estoy bien sabiendo que he sufrido mucho pero también que he aguantado mucho. Hay una cosa que he aprendido en este tiempo y es que, aunque lo haya pasado mal, eso me ha hecho crecer, y es por eso por lo que yo he transformado ese sufrimiento en experiencia, en valores, pero especialmente en fortaleza.
Pero ante todo sé que esto no es justo, ni para mí ni para nadie. Nadie que tenga una enfermedad debería sentirse diferente o limitado, nadie que tenga que vivir esto debería sufrir así. Yo quiero vivir para ayudarme a mí y para ayudar a los demás, porque no hay nadie que te pueda ayudar más que aquel que te entiende y que lo vive.
Yo sé lo que es pasarlo mal, sé lo que es sentir que caes en un abismo del que crees que no podrás salir nunca, pero se sale, se sale al igual que se sale de todo. Sé lo que es levantarte todos los días pensando si ese día puede ser aún peor que el anterior y, sobre todo, sé lo que es pensar que tu vida no la vas a poder recuperar nunca o que incluso no vas a poder volver a sentir todo aquello que antes te hacía feliz. Sé lo que es, y sé cómo es, y déjame decir que eso duele, duele más que nada, aunque te convenzan de lo contrario.
Yo voy a llevar mis cicatrices en mi espalda, pero quiero algún día volver a verlas y saber que he salido y que me he levantado, quiero saber ahora que voy a crecer cuidándome y protegiéndome y quiero saber que esta fortaleza que intento mantener ahora seguirá conmigo para toda mi vida.
Ya no me duele, toda aquella historia ya no me hiere, porque, aunque lo sufrí y me ganó, lo acabé venciendo yo. Pensar en lo que fui al ver a aquella niña vacía me da esperanzas para poder luchar por mí. Recuperar esa felicidad, esa libertad. Yo viví lo que viví y no lo he borrado, no lo he olvidado, pero ya no está aquí. Ya no me despierta, no me persigue. Conseguí que pesara más el después que el durante. Conseguí que importara más la lucha hasta la cima que la caída hacia el abismo.
Siguen doliendo aún las balas recibidas, pero hay que acordarse de vivir, hay que saber ver ese dolor desde otro punto de vista y hay que aprender a plantearse las cosas de otra manera. Nunca nadie va a quitarte ese sufrimiento, al igual que nunca nadie podrá negar que realmente estás enfermo. Por eso, yo me pregunto, ¿acaso somos unos enfermos o solo tenemos una enfermedad? No sé tú, pero yo he decidido que mi enfermedad va a vivir conmigo y no yo para mi enfermedad.



