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Vol. 50. Núm. 2.
Páginas 327-335 (Julio - Diciembre 2016)
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Vol. 50. Núm. 2.
Páginas 327-335 (Julio - Diciembre 2016)
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Teoría del color. Contraste y matiz en el color de la piel
Color theory. Contrast and hue in the color of the skin
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José Luis Martínez Maldonado
Programa Nacional de Investigación, Afrodescendientes y Diversidad Cultural, Coordinación Nacional de Antropología. INAH, Av. San Jerónimo 880, Col. San Jerónimo Lídice, C.P., 10200, México, D.F., México
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La exposición Teoría del color se llevó a cabo en las instalaciones del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM. Paralelamente a la exposición los organizadores y curadores desarrollaron una serie de actividades que incluían talleres, mesas redondas y entrevistas, con el propósito de analizar y difundir la problemática del racismo. En el presente texto se harán algunas reflexiones sobre la exposición, se comentarán algunas de las obras expuestas y se harán reflexiones sobre el racismo en México.

El racismo y “los otros”

“¿Quién es ese otro que aunque parece humano, luce totalmente extraño?” “¿Quién es ese indio mugroso que desde hace varios días está en la puerta de mi empresa?” “¿Viste a ese jugador de futbol que de tan negro parece orangután?” “¡No, con un negro no!” “¿No se dio cuenta que debía mejorar la raza?” “Se ve simpático aunque sea morenito”. Estas son algunas de las innumerables frases racistas de uso cotidiano en México, así como palabras que escuchamos frecuentemente como: prieto, indio, negro, naco y otros términos que pueden usarse para denigrar. Este tipo de comentarios o palabras las escuchamos constantemente en el futbol, en el metro, en comidas familiares, en los medios de comunicación y en otros espacios públicos o privados. Lo que interesa señalar es que la sociedad mexicana, aunque lo niegue, es una sociedad racista que persiste en señalar, diferenciar, segregar y menospreciar a las personas a partir de su color de piel, sus rasgos físicos, su forma de vestir y su cultura.

Cuando imaginamos la palabra racismo enseguida nos remitimos al Holocausto durante la segunda guerra mundial o nos imaginamos al Ku Klux Klan ahorcando, quemando o arrastrando con caballos a seres humanos, como en las películas estadounidenses. Negamos que en México exista el racismo porque fenómenos como los anteriores no los hemos tenido, sin embargo escuchamos insultos en el metro, observamos cotidianamente el desprecio a los indígenas que en la Ciudad de México piden limosna, oímos chistes burlándose de los “negros”, de los “indios”, de los judíos…, las expresiones de racismo son múltiples. En las últimas décadas se han mostrado nuevas manifestaciones de discriminación “racial”, ya que el sistema económico ha creado una inequitativa distribución de la riqueza y una asimetría abismal en el ejercicio de derechos, lo que ha producido mayor exclusión, explotación y pobreza. Si a ello le sumamos un sistema de impunidad, de corrupción, de privilegios, resulta que existe una gran rivalidad entre los distintos grupos, un resentimiento que hace que los insultos se dirijan hacia la diferencia, hacia la negación absoluta del otro, al intento de destrucción, de anulación, de aniquilación del otro. Todos somos enemigos y lo expresamos a la menor provocación.

La exposición en las salas del MUAC, como se señala en su catálogo, tuvo la intención de ser “una muestra de prácticas durante la última década del siglo xx en la que algunos artistas y activistas que trabajan desde las distintas geografías, contextos e historias, delinean un campo desde el que proponemos explorar el tema del racismo” (Chávez Mac Gregor, 2014: 8). Dado que fue la primera exposición sobre este tema en la Ciudad de México, es importante celebrarlo, ya que se presentaron obras de diversos países y de diferentes generaciones de artistas que abordaron el tema desde muy diversos ángulos y lenguajes, lo que permitió un intercambio de experiencias y puntos de vista.

La exposición, curada por Cuauhtémoc Medina, Helena Chávez Mac Gregor y Alejandra Labastida, presentó obras en las que quince artistas de diferentes disciplinas mostraban obras en soportes tan variados como la pintura, la ilustración, la escultura, la fotografía, el collage, el cartel, la instalación o el video-performance. Como quien dice, una probadita de diferentes comentarios de artista sobre el racismo, desde diferentes ópticas, países y formatos. Sin embargo, en la exposición faltaban explicaciones sobre conceptos, historia del racismo y análisis del problema en México. En una mesa redonda, abierta al público, pregunté el porqué de esta situación y una de las curadoras respondió: “es que el arte contemporáneo busca problematizar, no dar soluciones”. Creo que las problemáticas de racismo no pueden solucionarse en los museos1, pero sí pueden ofrecerse guías, plantear interrogantes, mostrar su historia. La curadora se olvida que la misma palabra arte viene de la manera en que solucionamos algo, el arte solo existe porque hay muchísimas maneras de resolver el mismo problema. La exposición pasa de la mirada en otros países a la mirada latinoamericana y precisamente son los mexicanos los que aparecieron poco en la exposición y con poca claridad sobre lo que es el racismo y las formas de combatirlo.

Aunque en la exposición se presentaban una gran variedad de creadores con propuestas interesantes, el conjunto de la muestra no logró darnos una idea de la dimensión problemática del racismo. Al parecer, a los curadores solamente les interesaba exponer el problema y decirnos: el racismo existe, a ver qué hacen ustedes con eso.

Algunas consideraciones sobre el racismo

Los estudios sobre el racismo han cobrado nueva importancia en los últimos años. Para su investigación y estudio existen al menos dos corrientes: una que afirma que el racismo es un fenómeno que puede rastrearse desde la antigüedad hasta nuestros días, y otra que dice que se debe hablar de racismo a partir de los siglos xviii y xix con el surgimiento de las ideas ilustradas. El argumento principal es que el concepto de “raza”, como categoría “seudocientífica”, solamente se comenzó a utilizar en esa época con el objeto de mostrar la superioridad e inferioridad de los grupos humanos basado en los rasgos físicos y la cultura.

Este segundo grupo de investigadores se refieren al concepto “raza” como la construcción social de un concepto seudocientífico que empieza a tomar forma con algunas corrientes de la Ilustración, para designar a una persona como inferior o superior según su color de piel y sus rasgos físicos, sus costumbres y formas de pensar. Esta construcción intelectual ha cambiado con el tiempo. Por ejemplo, en la época virreinal en lo que ahora es México, el término raza, solía utilizarse como sinónimo de linaje, parientes cercanos y en determinadas épocas no tan cercanos, reconocimiento social y una serie de categorías que no aludían solo al color de la piel ni a los rasgos físicos. Este tipo de clasificación surge en el siglo xviii, cuando, como lo comenta Hering Torres (Hering Torres, 2007: 20), “El médico sueco Carlos Linneo publicó en 1735 su obra “Systema naturae”, en la que desarrolló el sistema de la taxonomía (del griego Taxis, ordenamiento y nomos, norma o regla)”, en un intento de clasificar y ordenar los reinos mineral, vegetal y animal. Este impulso enciclopedista empieza a hacer una asociación entre carácter y origen cultural, tomando como imagen de perfección o poniendo en la cúspide de la pirámide a los europeos, más específicamente el modelo griego de belleza y, de ahí, los demás grupos humanos se iban catalogando en una escala descendente. Nos dice Linneo, por ejemplo, que el “negro africano” está gobernado por la arbitrariedad mientras que el “europeo blanco” está gobernado por la ley. Para hacer esta división, Linneo parte de categorías médicas medievales o incluso anteriores para designar a un grupo humano como melancólico, a otro como sanguíneo, colérico o flemático; sin embargo esta asociación entre fisonomía y moral no existe anteriormente de la manera como Linneo la sostiene. A partir de aquí, el discurso científico de la diferencia ha sustituido al religioso y se desarrollará durante todo el siglo xix.

Lo contradictorio es que estamos asistiendo (a finales del siglo xviii) al discurso que pone en su cúspide los valores igualdad, libertad y fraternidad. Este discurso por un lado rompe la tradición de la “limpieza de sangre” en la nobleza, ya que consideraban que era natural tener, por orden divino, derechos, privilegios y riqueza, así como era natural que los campesinos fueran pobres y no tuvieran derechos. Cómo explicar que mientras el discurso de la igualdad se difunde, el comercio de personas esclavizadas de África se da con la mayor intensidad en la historia. El discurso liberal legitima una práctica donde se tiene que argumentar de manera “científica” que como hay razas inferiores se las tiene que someter, e incluso cuidar para que crezcan y se desarrollen pues son como niños que hay que guiar. Dice Hering Torres citando a Kant “La humanidad existe en su mayor perfección en la raza blanca” (Hering Torres, 2007: 22), cumbre del eurocentrismo que en el siglo xix juzga científicamente como inferiores a las poblaciones de origen africano.

En la exposición del MUAC, motivo de este texto, parece que los curadores partieron de la idea de que el racismo es un fenómeno inmemorial y similar en los diferentes países; dicen en la introducción a su catálogo: “la distribución racista emerge de una clasificación colonial en la que la casta era una lógica de purificación de sangre basada en una estructura religiosa” (Chávez Mac Gregor, 2014: 7). Esta afirmación muestra, por un lado, el desconocimiento de la época colonial, así como del término “casta” que designaba el mestizaje de los tres grupos representativos de la Nueva España: españoles, indígenas y africanos. Por otro lado, la confusión de los curadores sobre las características de lo que se entendía como “limpieza de sangre” que estaba referido más a cuestiones religiosas2.

El racismo, que parece común a todos los países, es muy diferente en sus manifestaciones, ya que al tratarse de una construcción social responde a sociedades particulares y es muy distinto en Cuba, México o Sudáfrica. Por ejemplo, en el catálogo se menciona una idea que tendría que matizarse para el caso de México: “para el entramado actual entre clase y raza, todavía persiste una distribución a la que podríamos designar como pigmentocracia…”. Si en México tomáramos una foto de las 150 personas más poderosas, nos daríamos cuenta que la “pigmentocracia” (exclusión por el color de piel) es relativa. En México existe la pobreza y la exclusión, el racismo y la discriminación, marcadas diferencias sociales, privilegios que tienen que ver con la construcción de relaciones y redes sociales y por supuesto los compadrazgos y la corrupción. También es cierto que históricamente el problema es más complejo en México que en las sociedades “pigmentocráticas”, entre otras razones, por su sistema de movilidad social, la lenta construcción de la diferencia a partir de la necesidad de una unidad nacional durante los siglos xix y xx.

No hay que olvidar que durante la época colonial hubo personas afrodescendientes o indígenas que ocuparon lugares importantes en la sociedad y que tanto los movimientos de Independencia como de Revolución Mexicana fueron grandes movilizadores sociales. Por ello en México no existe pigmentocracia como tal, existen prejuicios, estereotipos y racismo. Como explica Michel Wieviorka (Wieviorka, 2009: 51), “El racismo no es solamente un fenómeno ideológico, político o doctrinario, sino un componente de conductas entre grupos humanos que toman forma de prejuicio, discriminación, segregación y violencia”. En suma, la teoría de la pigmentocracia no explica el complejo racismo en nuestro país y eso, creo, debieron detectarlo los curadores de la exposición.

La exposición

Al llegar al MUAC nos topábamos con el letrero monumental que colgaba a la entrada del museo y que nos planteaba la pregunta ¿Dónde están los negros? Esta gigantesca pregunta fue tomada de una pieza documental del colectivo brasileño Frente 3 de Fevereiro. Además de funcionar como introducción e invitación a la muestra, también nos hablaba de la invisibilidad de estas poblaciones en nuestras sociedades pues, aunque la manta estaba en portugués, viene al caso, ya que da cuenta del racismo en México, de la invisibilidad en que se ha mantenido históricamente a las personas de origen africano. Al estar investigando culturas afrodescendientes en la Costa Chica de Oaxaca y Guerrero, algunos antropólogos han repetido numerosas veces la siguiente anécdota: llegaban a la costa preguntando ¿Dónde están los negros? Y la gente les respondía: en la comunidad de junto. Cuando llegaban a la comunidad de junto, les decían: no, de ninguna manera, aquí no hay negros, vayan al pueblo de aquí al lado. Cuando ya no había más poblaciones, entonces les decían: no aquí no, pero el vecino sí que es negro. De ahí puede decirse que es difícil asumirse como “negro” cuando se ha sido víctima de discriminación y racismo. Hay que considerar que a las poblaciones afrodescendientes se les ha invisibilizado en la historia mexicana, en las políticas públicas y en los censos, encuestas nacionales y en los libros de texto. Entonces, aunque nos los topemos en la calle, en realidad no los vemos. Esa puede ser otra lectura de la manta. Sin embargo, hay otra posible interpretación: En 2001 se realizó en la Ciudad de Durban, Sudáfrica, la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, donde se llevó a cabo una larga discusión política sobre cómo debía de llamarse a la población de origen africano. El término negro era la palabra colonial con que se designó a una persona por su color de piel. Se les despojó de su origen cultural, de sus raíces, al igual que hicieron los colonizadores con la palabra indio. Indios son todos, huicholes, mayas, nahuas, amuzgos, y tantas otras culturas en México, pero a todos se les llamó indios y al igual con las personas de origen africano que pertenecieron a grupos wolf, bantú, congos, masai, entre otros, y que al ser esclavizados se convirtieron en negros. Después de muchas discusiones se acordó que a partir de Durban se llamarían afrodescendientes, aludiendo a su origen cultural y no solo a su color de piel. Esta palabra fue adoptada por los organismos internacionales y por los gobiernos de muchos países y el término ha ido cobrando fuerza. Hoy, todos los documentos políticos mencionan a las personas o a poblaciones afrodescendientes y es un término adoptado también por la academia. Sin embargo, existen movimientos reivindicatorios y de resistencia en Colombia, Brasil, Honduras y otros países americanos que dicen que en la palabra afrodescendiente se pierde parte de su identidad negra. Como vemos, la polémica sigue y la manta que sirve de entrada a la exposición puede referirse a ¿dónde quedaron los negros? y no los afrodescendientes. Cuando terminó la conferencia de Durban mucha gente se refería a este término diciendo: A Durban entramos negros y salimos afrodescendientes. Otra lectura de la misma manta es: ¿dónde están los negros? que los necesitamos para luchar por nuestro movimiento político o también su contrario: ¿dónde están los negros? esos ladrones, asesinos y criminales para llevarlos a la cárcel, enfatizando la lógica racista.

En la publicación sobre la exposición nos dicen: “El Frente 3 de Fevereiro es un grupo de investigación transdisciplinaria que desde hace más de una década trabaja sobre el racismo en la sociedad brasileña. Desde la acción directa, el documental, la pedagogía y la música, interviene el espacio urbano para desestabilizar las representaciones dominantes que legitiman y mantienen la criminalización y exclusión de la población afrobrasileña.” (Chávez Mac Gregor, 2014: 79).

Recorrido por las salas

Al entrar a la exposición nos recibe una fotografía de Tracey Rose (Sudáfrica, 1974). Esta artista expone la obra Venus Baartman de 2001, impresión fotográfica, de 119×119cm. La obra de la artista sudafricana nos remite a la impactante historia de la venus hotentote Sara Baartman (1789-1815) que fue llevada como esclava a Europa y exhibida como atracción en circos, primero en Inglaterra y luego en Francia donde la exhibe un domador de fieras y atrae también la atención de las sociedades científicas. Cuando su impacto en el circo va disminuyendo, es obligada a prostituirse. Alcohólica y con sífilis fallece a los cinco años de su llegada a Europa. Este es uno de los casos más famosos de la violencia que generó la clasificación racista. Su cuerpo desmembrado fue exhibido en el Museo del Hombre de París hasta los años setenta” (Chávez Mac Gregor, 2014: 81). Su historia es una muestra de la humillación del ser humano, no solamente por la sociedad que la ridiculiza, sino sobre todo por la ciencia en el apogeo de las teorías científicas con contenido racista. Discurso contradictorio ya que es el momento en el cual se da la extracción más importante de personas africanas hacia Cuba, Brasil y los Estados Unidos. Mientras se debate la abolición de la esclavitud, las personas son exhibidas en circos humanos donde se ridiculiza la diferencia.

La fotografía de Tracey Rose desnuda sobre un fondo verde y el cielo azul nos da la idea de un ser mítico que escapa hacia la libertad, una mujer que huye entre la vegetación amenazada por algo que nosotros no vemos, pero suponemos que al igual que Sara Baartman ha sido víctima de abusos y deseada morbosamente. El cuerpo de la artista es soporte y medio, recrea de manera irónica una experiencia de contenido sexual y político que nos remite a la manera en que seguimos concibiendo al otro, a lo extraño, a lo ajeno, a lo que no podemos aceptar. Wieviorka lo explica de la siguiente manera: “El problema ya no es la existencia de doctrinas o de ideologías que apelan más o menos explícitamente a la ciencia, ni siquiera lo que piensa la gente o los contenidos de los argumentos que utiliza eventualmente para justificar sus actos racistas. El problema radica en el funcionamiento mismo de la sociedad, de la cual el racismo constituye una propiedad estructural, inscrita en los mecanismos rutinarios que aseguran la dominación y minimización” (Wieviorka, 2009: 37).

Una de las obras más representativas de la exposición es La reparación. (2012), de Kader Attia (Francia, 1970). En una serie de estantes se distribuyen esculturas de yeso y de madera, también hay algunos documentos y fotografías. Las esculturas de yeso representan a personas africanas modeladas académicamente, con mucho detalle y totalmente blancas; las de madera, representan a europeos que víctimas de la guerra aparecen deformes: labios hinchados, narices torcidas, costuras, cicatrices. De alguna manera nos remiten a las deformaciones o modificaciones de la estructura humana “natural” que hacen algunas culturas africanas. Las esculturas de madera están burdamente talladas. Al parecer, las de africanos están hechas por artistas europeos y las de europeos por artistas africanos. Hay una proyección con fotos de archivo que muestran a los mutilados de la primera guerra mundial con los rostros deformes por las heridas y las precarias cirugías plásticas.

¿Cómo nos apropiamos de esto? Las culturas africanas o no occidentales afirman una identidad que les fue saqueada desde hace varios siglos por los países colonizadores. Attia nos habla de una transfiguración y de una curación global. África, víctima del saqueo de personas a través de las rutas de la esclavitud, y Europa después de sus guerras mundiales, necesitan de una cirugía identitaria, de una curación mayor que tiene que ver con asumirse nuevamente como sociedades capaces de establecer vínculos sin una mirada colonialista.

El comercio de personas esclavizadas y la llegada de millones de personas de África a toda América y el Caribe es un proceso doloroso, una tragedia que duró más de tres siglos, de la que fueron cómplices casi todos los países de Europa y que estuvo legalizada. Después de más de un siglo de haberse terminado, el continente africano no se puede reponer del saqueo de sus poblaciones.

De aquí surge la discusión sobre las reparaciones, que es compleja. ¿Cómo establecer un mínimo de justicia contra los daños causados por la esclavitud? También sabemos que la situación de las personas afrodescendientes en toda América Latina y el Caribe es de discriminación, exclusión y que las desigualdades persisten y se reproducen de muchas maneras. Luz Teresa Gómez de Mantilla nos dice que “implica formas sistémicas de violencia como: genocidios, desplazamientos masivos, destrucción ecológica y deshumanización, lo cual requiere medidas tanto de retribución como de transformación social.” (Gómez de Mantilla, 2007: 382). Reparación de los daños, reparación de la identidad.

El artista Anton Kannemeyer (Sudáfrica, 1967), utilizando la estética de la historieta, indaga sobre el lugar que ocupan los diferentes grupos humanos en una sociedad racista. Quizá sea Sudáfrica donde se vivió la relación más compleja y donde el apartheid, como sistema de segregación, privilegió a los colonizadores sobre la población originaria, sistema que duró hasta 1992. Según Kannemeyer las miradas racistas están en todos lados, en toda la sociedad. Su obra muestra a través de la sátira, la burla, el humor despiadado, la reinvención de lo que significa ser negro o blanco en una sociedad donde la construcción de estereotipos determina las relaciones sociales. Podemos ver en estas obras cómo funciona el racismo y dónde se ubica el espectador. Comics de lectura rápida que nos ponen incómodos ya que nos cuestiona. Con doce obras en diferentes formatos, es el autor con más presencia en la exposición, quizá también porque nos lo topamos de entrada.

Al seguir el recorrido de la exposición, la fotografía de Alexander Apóstol (Venezuela, 1969), El Cacao (fotografía digital, 144×122), nos presenta un simulacro donde una pareja de afrodescendientes venezolanos se recuestan desnudos sobre una mesa. Están rodeados de sillas rojas esperando que lleguen aquellos que los van a juzgar, a calificar, a admirar, a seducir, a comprar. De fondo, una vitrina repleta de trofeos para indicarnos que las personas que están ahí recostadas son un trofeo más: cuerpos perfectos para deleitar a una audiencia que aun no llega. Cuerpos cargados de erotismo, de deseo. Estereotipo que desde la época colonial tienen las personas de origen africano, la de un exotismo erótico. Lo raro, lo diferente está asociado al deseo. Cuando las personas provienen de un país o un lugar que es lejano y muy distinto con respecto al propio lo calificamos de exótico. El mito de que las personas de origen africano se comportan con mayor soltura y atrevimiento durante las relaciones sexuales. No olvidemos que las personas esclavizadas procedían de países y culturas desconocidas para los europeos y la sociedad novohispana donde la religión católica, llena de tabúes y de prejuicios contra el cuerpo, lo consideraba un instrumento demoniaco. Sin embargo los afrodescendientes siguen siendo hasta hoy en día estigmatizados como productos sexuales. La obra de Apóstol resume de manera gráfica toda la carga simbólica con que la sociedad ha marcado a los africanos y los afrodescendientes.

De los cuatro mexicanos que aparecen en la muestra, cabe destacar la obra de Pedro Lasch (México, 1975), Espectro indígena: espejo negro 13 a 21, de 2014. Se trata de una instalación de nueve piezas prehispánicas que se miran en espejos negros. La obra nos cuestiona con fuerza sobre nuestra identidad como mexicanos. En el espejo negro miramos la cara prehispánica, pero también miramos, sobrepuesta, nuestra propia imagen. ¿Qué tengo yo que ver con eso? ¿Qué tiene un tijuanense que ver con eso? ¿Solo por ser mexicano tiene uno que identificarse con los mayas? ¿Cuál es la parte indígena que vive en mi memoria? ¿Es mi memoria mi historia? ¿Soy culturalmente mestizo por ser mexicano? Y así podríamos seguir, creo que lo que nos brinda Pedro Lasch es una síntesis de un proceso muy largo de reflexiones.

La obra de Yutzil Cruz (México, 1982) es interesante aunque no logra “cuajar” en su conjunto. Esta artista inicia una investigación en el Hospital Real de San José de los Naturales, donde el encuentro de unas osamentas durante la construcción de una de las líneas del metro hace ver a los estudiosos de la antropología física que se trata de osamentas mestizas, es decir mezclas de indígenas con españoles o europeos y afrodescendientes. Hay algunas gráficas y osamentas que no definen con claridad su intención ni sus conclusiones. Al parecer trata de demostrar que el mestizaje en México se llevó a cabo entre indígenas, africanos y europeos. Me parece que a esta conclusión ya habían llegado desde el siglo xviii. Al lado de esta obra, o como parte de ella, hay un collage cinematográfico donde se aborda la construcción cultural de “lo indio”. Este trabajo, la edición, la música, la selección de las películas, es en sí mismo una obra completa y demuestra que la elaboración del mestizaje, de lo indígena y del racismo son construcciones sociales y que a partir de representaciones y prejuicios acabamos por estigmatizar a los otros. Esta obra habla sola pero la relación con los cráneos y las estadísticas resulta confusa conceptualmente. Las obras pueden mirarse por separado, pero no juntas. Falta información a las gráficas y existen datos que se van volviendo poco científicos y poco artísticos.

La obra de Eric Meyenberg, (México, 1980) divide la exposición con un letrero que dice “La raza nunca vuelve” (En espera de la raza cósmica, 70×880×25cm, 2012) letrero que a manera de luces teatrales o candilejas nos da un espectacular aviso a partir de las lecturas de José Vasconcelos. Obra interesante y atinada que nos hace pensar en otras construcciones luminosas del mismo autor y su preocupación por las cuestiones raciales en sus aproximaciones a los cuadros de castas, esa sorprendente invención del siglo xviii.

Por su parte, Roberto de la Torre (México, 1967) presentó un performance que realizó en Santo Domingo, República Dominicana (video-acción en el MUAC). Roberto se pone de acuerdo con un performer de piel muy blanca, de cabello tan rubio que parece blanco y coloca alrededor de una fuente una hilera de personas reunidas al azar y acomodadas por la tonalidad en el color de la piel, de la más blanca a la más oscura, de modo que el performer tiene de un lado a la persona más blanca y del otro lado a la más negra. El performer grita dirigiéndose al más blanco: ¡límpiame las botas! Y la persona le responde: ¡Yo no soy negro!, el vecino también dice ¡yo no soy negro! Y se voltea con su vecino. Mientras la frase recorre de persona en persona, a la que le toca responder es cada vez más oscura, hasta que finalmente el negro del final de la fila, voltea a ver al blanco y no puede decir ¡yo no soy negro¡ por lo que se inclina y le limpia las botas al performer. Con esta acción que nos habla de la lógica racista en las políticas y en la sociedad, al “negro” se le asocia a la mano de obra menos calificada. Pero también a la negación de una identidad que ha sido maltratada, despreciada, estigmatizada.

Consideraciones finales

Como lo mencioné al principio, es una muestra que hay que celebrar por ser pionera y reunir a una variedad de artistas con gran oficio y calidad. La exposición, aparte de las obras mencionadas, contenía otros trabajos también motivantes y muy bien resueltos.

Sin embargo, demasiados conceptos, de modo que cuando uno llegaba a la obra de Rajkamal Kahlon, imágenes de E.U., donde vimos a Abraham Lincoln enseñando a leer a un adolecente que tiene un gorro de Ku Klux Klan, sentimos un alivio ante el formato, la destreza del dibujo y el soporte.

El 29 de enero del 2015 se realizó una mesa redonda en el MUAC a propósito de esta misma exposición. Recuerdo que mencioné, como público, que la cédula introductoria me parecía mal redactada porque era bastante críptica y dificultaba entrar al discurso de la exposición; cito un fragmento de la cédula: “La forma en que los órdenes raciales determinan tanto las diferencias sociales como las jerarquías de lo estético es un tema frecuentemente desdeñado en nuestras latitudes.” Pregunté a las personas de la mesa, entre las que estaban las curadoras: ¿Cuáles son los órdenes raciales? ¿Cuáles son las jerarquías de lo estético? ¿Es solo coloquial lo de nuestras latitudes? A mi manera de ver, esa cédula introductoria no aclaraba el propósito de la exposición ni la posición que tenían los curadores con respecto a los términos raza y racismo. Fue entonces cuando la curadora respondió que el arte contemporáneo no da soluciones, solo plantea problemas. Sin embargo sabemos que toda exposición tiene un discurso, una narrativa y una posición con respecto al tema que trata. No se trata solamente de arte contemporáneo y los clichés que de él se han derivado.

Aunque la exposición se plantea como un acto curatorial, es la curaduría precisamente la que falla. La arbitraria selección de artistas y obras, las ausencias, las desproporciones, la falta de explicaciones, la confusión en sus cédulas, un diagrama construido a posteriori que no aclara nada las intenciones curatoriales. Hay una propuesta de artistas que responden a la “oportunidad curatorial”, a una búsqueda de creadores que han trabajado el tema en todo el mundo, cosa que supone mucho trabajo y después contactarlos, ver si estaban dispuestos a exponer en México, sin embargo, se siente que faltó una investigación seria y una asesoría puntual antes de meterse a la ocurrencia de una exposición sobre racismo.

También faltó un hilo conductor y honestidad en la selección de autores. Hubiera sido importante mayor presencia de artistas mexicanos, aunque se hubiera necesitado una convocatoria más amplia y quizá guiada, ya que al parecer pocos creadores se han ocupado del tema. Es un mérito que sea la primera en México, lástima que esto suceda en este museo, que es un edificio espectacular y que ha estado mal utilizado en los últimos años y con tantas pretensiones. Se pueden ver algunas de las obras en la página del Museo Universitario de Arte Contemporáneo: muac.unam.mx, así el lector tendrá una idea más precisa de lo que aquí se ha comentado. Estamos frente a un tema actual y necesario de investigar en la sociedad mexicana. Un buen intento que es necesario profundizar.

Referencias
[Chávez Mac Gregor, 2014]
Chávez Mac Gregor, H. (Coord.). (2014) Teoría del color. México: Museo Universitario Arte Contemporáneo, Universidad Nacional Autónoma de México.
[Gómez de Mantilla, 2007]
Gómez de Mantilla, L. T. (2007). Reseña de Afro-reparaciones: memorias de la esclavitud y justicia reparativa para negros, afrocolombianos y raizales, de Mosquera Rosero-Labbé, C. y Barcelos, L. C. (Eds.). Tabula Rasa, 6 (enero-junio), 379-388 [consultado 10 Sep 2015]. Disponible en http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=39600617
[Hering Torres, 2007]
Hering Torres, M. S. (2007). “Raza”: variables históricas, Revista de Estudios Sociales, 26, 16-27.
[Velázquez, 2006]
M.E. Velázquez.
Mujeres de origen africano en la capital novohispana. Siglos XVII y XVIII.
Instituto Nacional de Antropología e Historia, Universidad Nacional Autónoma de México, (2006),
[Wieviorka, 2009]
Wieviorka, M. (2009). El racismo: una introducción. Barcelona: Ed. Gedisa (col. Sociología).

Exposición que se llevó a cabo del 27 de septiembre de 2014 al 7 de febrero de 2015 en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) del Centro Cultural Universitario de la UNAM, Ciudad de México. Artistas: Alexander Apóstol, Kader Attia, Zach Blas, Yutsil Cruz, Frente 3 de fevreiro, Rajkamal Kahlon, Anton Kannemeyer, Pedro Lash, Vincent Meessen, Erick Meyenberg, Daniela Ortiz, Juan Carlos Romero, Tracey Rose, Santiago Sierra y Roberto de la Torre. Curaduría: Cuauhtémoc Medina, Helena Chávez Mac Gregor y Alejandra Labastida.

Recordar la exposición sobre el mismo tema que se presentó en diferentes ciudades de Estados Unidos: Race-are we so different?, donde uno entendía muchas cosas sobre el racismo aunque, es verdad, buscaban enfoques históricos y antropológicos.

La revisión por pares es responsabilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Como lo señala María Elisa Velázquez, “Sin duda alguna, los cuadros de castas o de mestizaje son las representaciones más ricas, temática y pictóricamente, con las que se cuenta actualmente para analizar varios aspectos de la vida cotidiana del siglo xviii. Aunque en muchos casos idealizados y poco cercanos a la realidad social novohispana.” (Velázquez, 2006: 424).

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