Recientemente, de madrugada, en un centro de salud remoto de mi región, un paciente descontento descerrajaba 2 tiros a quemarropa a la médico que atendía las urgencias de aquel desgraciado día. Sólo tenía 32 años. Pero, además, sólo era una médico residente de medicina familiar y comunitaria. Y estaba sola. No hace falta decir que el acontecimiento dio lugar a discusiones de todo tipo y reacciones de lo más variado. Desde opiniones vertidas en las páginas electrónicas de los diarios regionales, a cartas al director en las versiones impresas, a manifestaciones políticas de signos distintos, expresadas por los más diversos cauces. Y entre estas opiniones, aunque pocas, las de algunos que, aprovechando el anonimato de internet, se atrevían a expresar su satisfacción porque, al final, los médicos recibiesen su merecido. Y la de algún que otro médico que, aunque sin excusar a nadie, apuntaba en la dirección política. A mi modo de ver, no hay direcciones sino que todo esto no deja de apuntar en la misma dirección. ¿Por qué, entonces, ninguna planteaba otras cuestiones que, seguro, todos podemos tener en mente? ¿Por qué no cuestionarse si estamos haciendo las cosas adecuadamente? ¿Qué hace un residente solo en un centro de salud remoto, en la madrugada de cualquier día del año? Y por semejanza, ¿estamos seguros de que nuestros residentes actúan con la cobertura o el apoyo necesarios? ¿Excusa la responsabilidad política la de los profesionales de la medicina? ¿Somos conscientes de nuestra responsabilidad como formadores tanto como de la que nos imprime el hecho de ser médicos y radiólogos? Y, en ese caso, ¿qué es lo que puede estar pasando en nuestra labor profesional cuando, al margen de quien aprieta el gatillo, alguien es capaz de alegrarse del asesinato de una mujer joven a la que ni remotamente conocía, pero que cumplía el requisito de ser médico? No quiero ser yo quien dé respuestas que no tiene, porque la fácil es, seguramente, errónea. Pero sí creo que, como profesionales de la radiología, tenemos muchas cosas que preguntarnos. Nuestro entorno profesional y nuestras características profesionales facilitan que podamos ser víctimas de la “fascinación tecnológica” y olvidar cuál es el sentido final de esta profesión. Y estas cosas las aprenden quienes nos toman como modelos. Este asunto, que sirve de excusa para este editorial, no es sino uno más de los muchos que se nos plantean a diario, que, en conjunto, constituyen los problemas de nuestra especialidad, los que determinarán el futuro de nuestra especialidad. El porvenir, entre otras cosas, dependerá de lo que nosotros, como grupo, entendamos como nuestra profesión, qué es y cómo se hace. Y, partiendo de ahí, de cómo formemos a quienes serán los profesionales de mañana. Por muchos motivos, es importante e interesante que estas cuestiones aparezcan en las páginas de Radiología, que además de una revista científica también es una revista en la que las opiniones y todo tipo de cuestiones profesionales son bienvenidas, con el único límite del respeto hacia quienes puedan discrepar. Los estados de opinión crean tendencias, y las decisiones de quienes están obligados a tomarlas siempre las tendrán en cuenta. Si no existe opinión me atrevería a decir que existe poco. Creemos, por tanto, opinión y recordemos que Radiología está abierta a ella, porque, además, dispone de herramientas adecuadas. Escribir cartas al director y artículos de opinión no es complejo. Sólo necesita de ideas interesantes, de problemas concretos y del ánimo de trasmitirlos. Crear opinión aprovechando las páginas de la revista da una idea de su vitalidad y nos enriquece a todos. Tal vez no nos haga mucho mejores, y seguro que no evitará sucesos como el que abre este editorial. Pero ayudará a que nos planteemos muchas más cosas, que a la larga Radiología sea más visible y a que otros escriban más, y yo menos.
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