Los pacientes inmunodeprimidos siguen siendo un reto para el sistema sanitario. La aplicación de nuevos tratamientos inmunosupresores, así como su mayor supervivencia hacen que este grupo de pacientes esté en crecimiento continuo, mientras que los sistemas de información actuales presentan limitaciones para su identificación dentro de la población general. Por estos motivos y a pesar de los esfuerzos de los Servicios de Medicina Preventiva y Salud Pública (SMPYSP), y también de Atención Primaria (AP), las estrategias implementadas han demostrado no ser suficientes para alcanzar las coberturas de vacunación deseadas en los grupos de riesgo1.
Estas coberturas tienen, al menos, tres niveles posibles de intervención y gestión: 1) microgestión, desde los SMPYSP y AP que ejecutan las instrucciones de vacunación emitidas por su autoridad sanitaria de referencia; 2) mesogestión, desde las Direcciones de Atención Sanitaria y Salud Pública que engloban tanto estos servicios hospitalarios como AP y 3) macrogestión, desde las políticas sanitarias y el planteamiento estratégico representado por los Servicios de Salud y las Consejerías de Salud2. La interconexión de estos tres niveles es necesaria para un cambio de rumbo fáctico y significativo en la mejora de las coberturas de vacunación en los grupos de riesgo.
La vacunación de los pacientes inmunodeprimidos ha hecho clic (punto de inflexión) en los últimos años. La pandemia de COVID-19ha puesto de manifiesto las limitaciones anteriores al precisar actuaciones que hasta ahora no se habían llevado a cabo en el ámbito de la vacunología. Por un lado, por primera vez se prioriza de manera activa y acelerada la vacunación en estos pacientes debido a su riesgo incrementado de infección grave. En segundo lugar, también por primera vez las autoridades sanitarias realizan el esfuerzo de identificación de este grupo3, así como en dimensionarlo dentro de la población general4. Por último, ha tenido lugar entre los ciudadanos y afectados la normalización positiva del concepto inmunodeprimido al autodefinirse y demandar activamente su vacunación prioritaria. Así pues, y de manera no intencionada, todo lo anterior ha hecho que se haya construido socialmente una cultura de protección del paciente inmunodeprimido, poco arraigada hasta ahora.
¿Se podría aprovechar lo experimentado política y socialmente durante la pandemia para mejorar las coberturas vacunales no COVID-19 en este grupo? ¿Cómo podríamos reintroducir y fortalecer las estrategias de vacunación del inmunodeprimido?
En esta carta al editor las autoras proponen la potenciación de la vacunación de los grupos de riesgo a través de la incorporación explícita de las vacunas a los Procesos Asistenciales Integrados (PAI), o Programas Clave de Atención Interdisciplinar (PCAI)5, como se denominan en algunas comunidades autónomas. Los PAI se definen como el «conjunto de actividades que realizan los proveedores de la atención sanitaria (estrategias preventivas, pruebas diagnósticas y actividades terapéuticas) para incrementar el nivel de salud y el grado de satisfacción de la población», y nacen con el objetivo de consensuar entre las distintas especialidades, profesionales y niveles asistenciales involucrados en un problema de salud, el rol de cada profesional para lograr una atención de calidad y formalizar el acuerdo en un proceso asistencial compartido por todos ellos6. Los PAI se impulsan y promueven desde los Servicios de Salud y Consejerías de Salud siendo una estrategia de macrogestión encaminada a mejorar la atención sanitaria y la salud pública y, a pesar de que la mayoría de los documentos publicados abordan enfermedades con indicación específica de vacunación (tumores de órgano sólido, trasplantes, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, …), apenas se hace mención directa a la necesidad de mejorar la protección de estos pacientes mediante las vacunas.
Consideramos que los PAI cumplen las características idóneas (abordaje multidisciplinar, estrategia preventiva e implicación de los gestores) para poder integrar la vacunación del paciente de riesgo y la revisión de su calendario de acuerdo con las recomendaciones vigentes. El salto de la vacunación del inmunodeprimido desde la microgestión (SMPYSP y AP) a la macrogestión (Servicios de Salud y Consejerías de Salud) y la implicación de todos los actores a través de herramientas ya disponibles y con las que gestores y profesionales estamos familiarizados es necesario si verdaderamente queremos mejorar las coberturas de vacunación en los pacientes de riesgo.
Como propuestas concretas se sugiere la nueva creación o actualización de los documentos relacionados con los procesos asistenciales de patologías con indicación de vacunación en los que se incluyan las vacunas como uno de los ejes principales conforme a las recomendaciones del momento (macrogestión). Al mismo tiempo, la implicación de los responsables de los servicios hospitalarios en su cumplimiento y monitorización mediante indicadores específicos promovería la vacunación (mesogestión). Por último, continuar con la formación continuada y transversal en vacunología entre los profesionales sanitarios es esencial para fomentar las buenas prácticas y adecuación de las vacunas en los pacientes inmunodeprimidos (microgestión).
La mejora de la salud de este colectivo está al alcance de un clic organizativo.