Desde la época, ya lejana, en que el medicamento se industrializó y las farmacias se convirtieron en centros de dispensación que habían dejado de preparar medicamentos, se planteó un serio interrogante sobre el futuro de la profesión: en el nuevo escenario, con los laboratorios fabricando, garantizando y promocionando los medicamentos industriales, ¿se mantendría la farmacia como una carrera universitaria?, ¿seguiría siendo viable la figura del farmacéutico de oficina como un licenciado universitario? Hoy, mucho tiempo después, parece claro que el dilema ha sido superado, siempre que el farmacéutico forme parte de la asistencia sanitaria a la población y que las farmacias sean establecimientos sanitarios donde se gestionan múltiples aspectos relacionados con la seguridad, la calidad y la eficacia de los medicamentos. Estos son, hoy día, de tal complejidad, que está plenamente justificada la formación universitaria de un profesional especializado en asistencia farmacéutica a la población, ese conjunto de servicios que suelen englobarse bajo el nombre, un tanto genérico e impreciso, de atención farmacéutica.
Paradójicamente para nosotros, las iniciativas en ese campo surgen principalmente del denostado modelo anglosajón, capaz de combinar rentabilidad y calidad de servicios, gestión comercial con asistencia profesional, y no del tantas veces alabado modelo español o mediterráneo, este último definitivamente desaparecido tras los cambios que se han producido en Portugal, Italia y Francia y con la incorporación de los requerimientos de la Comisión Europea. Desde Escocia llegan interesantes iniciativas sobre la estrategia para la asistencia farmacéutica que aprovechan las capacidades de los farmacéuticos para ofrecer una serie de servicios sanitarios y permitir una retribución en función de ellos y no del precio de venta al público. Parece curioso que las iniciativas más novedosas e interesantes se planteen en escenarios anglosajones, pero no lo es si se tiene en cuenta el carácter práctico de sus ciudadanos, más aficionados a identificar problemas y resolverlos que a suscitar eternos debates teóricos que no se llevan a la práctica, como suele acontecer en los países latinos, donde muchos conceden más importancia a las palabras que a los hechos.
La propuesta escocesa combina los aspectos empresariales y la rentabilidad del negocio con la oferta de unos servicios sanitarios por parte de los farmacéuticos que ponen los dientes largos a sus colegas españoles. Un poco de pragmatismo anglosajón y de sentido común escocés serían convenientes para dinamizar una profesión que en España no consigue articular propuestas que vayan más allá de las buenas intenciones y de las hermosas palabras.
J. Esteva de Sagrera. Director