El pleno del Congreso de los Diputados, en su sesión del 11 de junio, rechazó por unanimidad la toma en consideración de la proposición de ley presentada a través de la iniciativa legislativa popular impulsada por el Colegio de Farmacéuticos de Valencia, que se presentaba avalada por un millón trescientas mil firmas, ochocientas mil más de las necesarias para su tramitación a las Cortes. El ingente trabajo realizado, las miles de horas dedicadas a esa labor, las expectativas puestas en el proyecto, las múltiples reuniones realizadas para explicar y promover la iniciativa, se han saldado con un fracaso mayúsculo: 288 votos en contra, 2 abstenciones y ningún voto a favor. El resultado es que el proyecto no se considerará, puesto que se ha rechazado su trámite. Ni siquiera los diputados de Izquierda Unida, proclives a dar su apoyo a las iniciativas legislativas de base popular, se mostraron a favor de tramitar el proyecto.
Todos los grupos parlamentarios coincidieron en sus críticas: deficiencia técnica legislativa, carácter redundante con la legislación existente, invasión de las competencias autonómicas, defensa de los intereses corporativos. Pocas veces un proyecto legislativo habrá reunido más firmas y menos votos. El varapalo parlamentario indica que la iniciativa no era realista ni oportuna. El millón trescientas mil firmas recogidas contrastan con los cero votos a favor registrados en el Congreso de los Diputados. Si se tiene en cuenta que una iniciativa de este tipo sólo adquiere sentido si se plasma en ley o al menos si genera un amplio debate parlamentario, habrá que concluir que el fracaso ha sido absoluto.
La nostalgia es mala consejera y los proyectos restauradores carecen de sentido en una sociedad abierta y dinámica. A la farmacia se la defiende con imaginación y amplitud de miras, poniéndose al frente de los cambios y protagonizándolos, no promoviendo proyectos que huelen a naftalina. Ni un solo experto en Derecho Farmacéutico podía sostener la validez y oportunidad de un proyecto que chocaba con la ordenación farmacéutica que realizan las autonomías en uso de sus competencias y atribuciones. Ningún político podía mostrarse a favor de una iniciativa nostálgica y anclada en el pasado, que defiende la rigidez normativa en un momento en que la farmacia ha de ser más dinámica, abierta y competitiva que nunca. Este fracaso debe servir de ejemplo para que los farmacéuticos dejen de promover proyectos anacrónicos, analicen fríamente la realidad y tomen las iniciativas necesarias para ganar el futuro, no para convertir a la farmacia en una pieza de museo. La farmacia precisa profesionales competitivos, audaces y desinhibidos, capaces de protagonizar el cambio en vez de oponerse a él. A la iniciativa rechazada puede aplicársele aquello de «mucho ruido y pocas nueces», cuando lo que la farmacia precisa es la obtención de muchas nueces y con el menor ruido posible.