Más allá de cualquier consideración retórica a las que los latinos somos tan proclives, una profesión funciona y sobrevive por la calidad de los servicios que ofrece y por satisfacer unas determinadas demandas de los ciudadanos. Se puede discutir una y otra vez sobre todo lo divino y humano, y también sobre el sexo de los ángeles si a alguien le apetece y cree que de ello puede sacar provecho, pero el escenario actual es muy pragmático y competitivo y hacen falta actuaciones, no palabras. Las farmacias superarán los actuales desafíos si el servicio que ofrecen es mejor que el de quienes puedan hacerles la competencia; el farmacéutico impondrá su protagonismo si ofrece unas prestaciones mejores que las de quienes compitan con él. Los márgenes económicos se reducen y la situación pasa por la eficiencia empresarial, por la organización óptima de los servicios, por la motivación y formación del personal, por una mejora de la gestión, y para ello harán falta medidas que hagan posible esa eficiencia, lo que no pasa precisamente por una mayor atomización de las farmacias ni por la existencia de una gran cantidad de pequeñas farmacias con un escaso volumen de facturación.
En cuanto a los servicios que se ofrezcan, está claro que han de ser demandados por los clientes y que no pueden imponerse por voluntad de los farmacéuticos. El paciente acude al médico a demandar unos servicios y en la farmacia solicita otros. Son estos últimos los que deben ser atendidos por las oficinas de farmacia con la mayor eficiencia en vez de teorizar sobre la implantación de unos servicios que hasta el momento presente apenas nadie solicita y nadie, tampoco, ha declarado que tenga la intención de pagar. La satisfacción del cliente cuando abandona la farmacia tras haber sido atendido es la garantía de la supervivencia del sector y de la prosperidad del farmacéutico que le haya atendido. Por más que aquí continuamente se critique ese modelo, un poco de pragmatismo anglosajón le iría de maravillas al modelo español, para mantener la regulación incorporándole aquello que la justifica, la eficiencia del servicio prestado.