La intervención de la Comisión Europea poniendo en tela de juicio el modelo español de farmacia ha sembrado la inquietud entre los farmacéuticos. Algunos vislumbran un panorama sombrío, casi crepuscular. Sin embargo, el sector dispone de recursos suficientes para que el futuro siga siendo halagüeño y esperanzador. La farmacia española no puede desfallecer por cuanto se publique en el BOE, los diarios oficiales de las comunidades autónomas, ni por los criterios de la Comisión Europea, aunque es obvio que es preferible avanzar con el viento a favor que tenerlo en contra. Pero con una regulación u otra, la farmacia sigue siendo necesaria porque no existe por capricho del legislador, sino como resultado de una demanda social que la hace necesaria e imprescindible.
Los cambios legislativos no siempre son favorables, pero sólo resultan gravemente perjudicados quienes no saben reaccionar a tiempo y ofrecen respuestas inadecuadas. Los farmacéuticos forman parte de una profesión milenaria que ha sabido cumplir su función en escenarios cambiantes, no siempre favorables. Hay que defender, con sólidos argumentos, la ventajas del modelo regulado, pero sin caer posteriormente en el desaliento si terminan produciéndose algunos cambios.
Es bueno contar con el amparo de una legislación razonable y favorable, pero el futuro de la profesión no depende de la bonanza de esa legislación, que puede ser modificada por el legislador de turno, sino de la calidad de los servicios que presten las oficinas de farmacia. Esa es la mejor garantía, pues es preferible demostrar la capacitación profesional en tiempos adversos que relajarse al amparo de una legislación proteccionista. ¿Qué puede suceder? ¿Habrá más competencia y la partida será más reñida? Pues bien, sólo se trata de superar, con la preparación y los recursos de que los farmacéuticos disponen, a los aventureros y los competidores.
