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Vol. 24. Núm. 10.
Páginas 97-110 (Noviembre 2005)
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El opio
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Juan Esteva de Sagreraa
a Catedrático de Historia de la Farmacia. Facultad de Farmacia. Universidad de Barcelona.
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De la farmacopea a la prohibición

«Si un hombre que sólo habla de bueyes se convirtiera en comedor de opio, lo más probable (de no ser demasiado burdo para soñar nada) es que soñara con bueyes»

Confesiones de un inglés comedor de opio, de Thomas de Quincey

Durante siglos, el opio (Papaver somniferum) fue un medicamento y un producto del que se hacía un uso recreativo. Sus propiedades alimentaron su leyenda y los escritores describieron y a menudo fantasearon sobre sus experiencias con una sustancia que tras alimentar un comercio de grandes proporciones y las guerras del opio, está actualmente severamente intervenida. El autor aborda la historia del opio como medicamento, las guerras que suscitó y su posterior prohibición, además de incluir información sobre las sustancias farmacéuticas derivadas del opio y la literatura que éste ha suscitado.

Las referencias al uso farmacéutico del jugo de amapolas son muy antiguas. Ya Teofrasto hizo mención de sus virtudes, en el siglo iii a.C. Los médicos árabes eran partidarios del uso del opio, en pastillas que a veces llevaban impreso el sello Mash Allah, es decir, «presente de Dios». En Roma el opio era, junto con la harina, un bien de precio controlado con el que no se permitía especular. Los mercaderes árabes introdujeron el compuesto en Oriente, donde se utilizó contra la disentería. Paracelso popularizó el empleo del opio en Europa, que había caído en desuso por su toxicidad.

La palabra opio deriva del nombre griego opion (jugo), ya que se obtiene del jugo de amapolas. El opio contiene más de 20 alcaloides diferentes; entre los principales se encuentran la papaverina, la tabaína, la morfina y la noscapina.

El opio como medicamento

El opio ha sido administrado de diversas maneras. Los polvos y las preparaciones de opio con alcohol (láudanos y tinturas) se ingieren por vía oral. Cuando el opio se presenta en forma de piedra, ésta se desmorona y se fuma en una pipa convencional en cuyo fondo se asienta un poco de tabaco o marihuana. Los efectos del opio comienzan a los 15-30 min después de su ingestión, o a los 3-5 min después de ser fumado, y duran 4-5 h. Al llegar al cerebro, los alcaloides del opio ocupan los receptores específicos de los neurotransmisores llamados endorfinas, que se producen de forma natural en el interior del cerebro humano.

A partir de la Edad Media, los boticarios confeccionaban diversos alcoholatos e hidrolatos, que se obtenían al destilar plantas con vapor de alcohol o con vapor de agua. Los alcoholatos estaban subdivididos en alcoholaturas y tinturas. Las primeras se preparaban con plantas frescas y las segundas con plantas secas; entre sus ingredientes a veces llevaban opio. Entonces se los utilizaba como analgésicos generales y contra el insomnio, las contracciones uterinas y los trastornos gástricos. Los llamados polvos de Dover (que contienen hasta un 95% de opio) y la tintura de opio (5 g de extracto de opio diluidos en 95 g de alcohol) fueron bastante populares hasta que en 1660 Thomas Sydenham inventó el láudano que lleva su apellido: «Tómese vino de España, 1 libra; opio, 2 onzas; azafrán, una onza; canela y clavo en polvo, de cada uno un poco; hágase cocer todo esto a fuego lento, al baño maría, durante dos o tres días, hasta que el líquido tenga la consistencia necesaria; fíltrese luego y guárdese para hacer uso». Sydenham hizo un encendido elogio del opio: «De entre todos los remedios a que Dios Todopoderoso le ha complacido dar al hombre para aliviar los sufrimientos, no hay ninguno que sea tan universal y tan eficaz como el opio».

El entusiasmo de los médicos por el opio se moderó al conocerse su toxicidad y su capacidad para ocasionar dependencia física. El conocimiento de estos efectos secundarios indeseables, y la falta de analgésicos potentes, estimularon la investigación para descubrir opiáceos sintéticos que tuvieran las propiedades positivas de este fármaco natural pero sin sus características negativas.

Hasta principios del siglo xix había una cantidad enorme de farmacéuticos, médicos y charlatanes que fabricaban preparados a base de alcohol, cocaína y opio. Bálsamos, tónicos, elixires, ungüentos y polvos con mayores o menores proporciones inundaban las droguerías y las boticas. Las cuentas farmacéuticas de Goethe, Novalis, Coleridge, Shelley, Byron, De Quincey, Wordsworth, Keats, Scott y Goya muestran un consumo regular de láudano. Otros ilustres consumidores de opio fueron Edgar A. Poe, Pedro el Grande, Catalina de Rusia, Federico II de Prusia, María Teresa de Austria, Luis XV de Francia, Guillermo II de Inglaterra y las casas reales de Suecia y Dinamarca.

Cápsula de la adormidera.

Sydenham hizo un encendido elogio del opio: «De entre todos los remedios a que Dios Todopoderoso le ha complacido dar al hombre para aliviar los sufrimientos, no hay ninguno que sea tan universal y tan eficaz como el opio»

Opiómanos filipinos a principios del siglo XX.

Las guerras del opio

Los chinos aprendieron de los árabes el consumo recreativo del opio. La costumbre se volvió tan popular que las grandes importaciones de adormidera terminaron desequilibrando las prósperas finanzas chinas. En 1729, el emperador Yong-Tcheng promulgó un edicto prohibiendo la importación del opio. El jugo de adormidera se introdujo entonces clandestinamente, primero financiado por los portugueses y a partir de 1773 gracias a la East India, compañía británica que tenía el monopolio sobre las plantaciones indias. Un segundo edicto de 1796 aplica la pena capital a contrabandistas y dueños de fumaderos, pero prosigue el contrabando de opio. Comprobando que era imposible impedir la entrada ilegal del opio, el emperador optó por negociar con los británicos y pactar que la cuantía de las importaciones de opio habrá de ser compensada con los ingresos de la exportación de té. El opio de contrabando era cambiado en el litoral chino por lingotes de oro o de plata y obras de arte antiguas, que estaban de moda en Europa.

Dos comerciantes, James Mathelson, médico de la East India, y Jardine, un barón escocés que encubría el negocio desempeñando el cargo de cónsul de Dinamarca en Macao, formaron sociedad. Jardine defendió las ventajas de la prohibición sobre la legalización y logró que el negocio prosperase. También incluyó en la sociedad al vizconde de Palmerston, por entonces ministro de Asuntos Exteriores del Imperio Británico. La compañía utilizó a las sociedades secretas chinas como intermediarias y estableció amplias redes de distribución.

En 1820, el castigo se extiende a los consumidores y el contrabando asciende a unas 750 toneladas, por lo que el emperador y sus consejeros se reunieron para adoptar medidas. Un grupo de la corte, encabezado por el ministro del Consejo Privado, propuso legalizar nuevamente el uso y cultivar adormidera como solución inmediata; otro grupo, liderado por el mandarín Lin Tseth-Su, propuso mano dura para terminar con el problema. Lin convenció al emperador y logró que lo nombrasen alto comisionado imperial con poderes extraordinarios. Al tomar posesión de este cargo, Lin comprobó que la prohibición había ocasionado graves casos de corrupción entre la burocracia civil y militar. Para poner remedio a la situación, envió en nombre del emperador una carta dirigida a la reina Victoria con argumentos morales sobre los estragos del consumo entre la población.

Un fumadero chino de opio, según Julio Verne

Julio Verne.

«Fix y Passepartout se dieron cuenta de que habían entrado en un fumadero, frecuentado por esos miserables, embrutecidos y degenerados a los que la mercantil Inglaterra vende esa funesta droga del opio por un importe anual de doscientos sesenta millones de francos. Tristes millones esos obtenidos de la explotación de uno de los más terribles vicios de la naturaleza humana. El gobierno chino ha tratado inútilmente de oponerse a tal abuso por medio de leyes severas. Inicialmente reservado a la clase rica, el uso del opio ha descendido a las clases pobres y sus estragos se han hecho incontenibles. Se fuma opio en todas partes; en China, hombres y mujeres se dan por igual a tan deplorable pasión, y cuando ya se han acostumbrados a sus inhalaciones no pueden prescindir del opio sin sufrir horribles contracciones estomacales. Un gran fumador puede fumar hasta ocho pipas diarias, pero se muere en cinco años.»

Fragmento de La vuelta al mundo en 80 días,de Julio Verne.

La reina transmitió la misiva a la Cámara de los Comunes y ésta, en una moción aprobada por mayoría absoluta, consideró «inoportuno abandonar una fuente de ingresos tan importante como el monopolio de la East India en materia de opio».

El opio de contrabando era cambiado en el litoral chino por lingotes de oro o de plata y obras de arte antiguas, que estaban de moda en Europa

La morfina

Logotipo de una antigua farmacia alemana que entre 1821 y 1841 tuvo como proveedor al mismísimo Friedrich Wilhelm Sertürner, descubridor de la morfina.

En 1806, Friedrich Wilhelm Sertürner obtuvo un alcaloide del opio al que llamó principium somniferum opii, por sus virtudes narcóticas, y posteriormente morphium en honor de Morfeo, dios del sueño. Los proceso para su extracción no han variado sustancialmente: después de secar el opio bruto y reducirlo a polvo, se añade cloroformo; posteriormente se diluye el residuo en agua o alcohol, se precipita por amoníaco y la morfina queda liberada en forma de polvo cristalino.

En 1818, la morfina ingresó por la puerta grande en la farmacia, definiéndosela como «el más notable medicamento descubierto por el hombre, de utilización más segura que el opio y con una virtud analgésica bastante superior». Veinte años después del descubrimiento de la morfina, Merck comenzó a fabricarla al por mayor. El uso de la morfina se propaga cuando Carlos Gabriel Pravaz inventa la jeringa y Alejandro Wood desarrolla el procedimiento hipodérmico. En 1885, el primer lugar entre las drogas más recetadas lo ocupan los preparados de hierro (para la anemia), el segundo los de quinina (contra la malaria) y en tercero y cuarto lugar, respectivamente, están los preparados de opio y la morfina.

Durante la guerra franco-prusiana de 1870-1871, los cirujanos militares franceses imitaron a sus colegas alemanes y administraron morfina en grandes cantidades a los heridos que habían de sufrir amputaciones. No paró en eso la cosa, sino que a la menor fatiga, al menor dolor de cabeza, los médicos recetaban morfina.

La producción alemana de morfina en 1869 era de unas dos toneladas; en 1871 pasó a ser de cinco. Los oficiales alemanes la empleaban contra el dolor y para darse coraje. El Cóctel Brompton, una combinación de heroína o morfina, cocaína, una fenotiacina, alcohol y agua de cloroformo para administración bucal, se utilizó masivamente como analgésico general en los hospitales británicos.

El gobierno estadounidense promovió en 1912 la Conferencia de La Haya. A cambio de mayores descuentos arancelarios consiguió limitar a «usos médicos y legítimos» el opio, la morfina, la cocaína y cualquier nuevo derivado «que pudiera dar lugar a abusos análogos». Alemania, Portugal, Holanda, Japón, Rusia, China e Italia se comprometieron a dictar leyes o reglamentos que castigasen la posesión ilegal de las sustancias mencionadas. Francia, Persia, Siam e Inglaterra suscribieron el convenio con reservas.

Ante la reacción inglesa, Lin continuó con su plan de mano dura y confiscó 20.000 cajas de opio, escribió una oda al dios del mar disculpándose por lo que iba a hacer y ordenó que arrojasen a las aguas más de una tonelada de opio. Inglaterra declaró la guerra a China, fundando su declaración en «un intolerable atentado contra la libertad de comercio». El emperador, vencido, suscribió en 1843 el Tratado de Nankin. Las cláusulas acordadas fueron draconianas: la apertura al libre comercio de cinco puertos, una indemnización de 21 millones de dólares y la cesión a Inglaterra de Hong-Kong y Amoy. Mathelson comentaría por escrito a sus socios londinenses: «El mercado padecía una verdadera inundación del producto; la tontería de Lin aumentará los beneficios».

Veinte años después, el tráfico inglés de opio a China supera las 2.000 toneladas y se produce un nuevo incidente debido a que la autoridad de Cantón se niega a pagar sus deudas a los ingleses. Aprovechando el asesinato de un misionero, Francia forma una coalición con Inglaterra para atacar el territorio chino. Tras una breve guerra, se firma el Tratado de Tietsing en 1857. Los ganadores imponen libertad completa para las misiones cristianas y la legalización de las importaciones de opio a cambio de un impuesto del 5%.

El escritor estadounidense Edgar A. Poe fue un gran consumidor de opio.

Paracelso popularizó el empleo del opio en Europa.

En Estados Unidos se toleró el consumo de opio durante la época colonial y el primer siglo de independencia política, pero la sustancia cayó en descrédito al relacionarse su consumo con los hábitos de las grandes masas de obreros chinos que trabajaban en la construcción de la vía férrea que comunicaría al Este con el Oeste

La prohibición

En Estados Unidos se toleró el consumo de opio durante la época colonial y el primer siglo de independencia política, pero la sustancia cayó en descrédito al relacionarse su consumo con los hábitos de las grandes masas de obreros chinos que trabajaban en la construcción de la vía férrea que comunicaría al Este con el Oeste. El rechazo hacia la mano de obra barata china se reflejó en la condena al hábito de fumar opio, que «socava la tradicional forma de vida del país».

El boticario beatífico

«El boticario --¡ministro inconsciente de placeres celestiales!--, como por simpatía con el domingo lluvioso, tenía un aspecto gris y estúpido, tal como podría esperarse de cualquier boticario mortal en domingo. Y cuando le pedí la tintura de opio, me la dio como habría hecho cualquiera; más aún, del chelín que le di me devolvió lo que parecía ser un verdadero medio penique de cobre, que extrajo de un verdadero cajón de madera. Sin embargo, a pesar de tales indicaciones de humanidad, se ha perpetuado desde entonces en mi mente como la visión beatífica de un boticario inmortal, enviado a la tierra en misión especial para mi persona. Y me confirma en esta consideración el hecho de que la siguiente vez que fui a Londres, le busqué cerca del augusto Panteón y no pude hallarlo (...) el lector puede elegir pensar que no se trataba probablemente sino de un boticario sublunar; quizá sea así, mas mi fe es superior: yo creo que se desvaneció o se evaporó. Tal es la renuencia con que refiero cualquier recuerdo mortal a la hora, el lugar y la criatura que por vez primera me dieron a conocer la celestial droga.»

Fragmento de Confesiones de un inglés comedor de opio, de Thomas de Quincey.

Papaver rhoeas.

En 1875, la alcaldía de San Francisco publicó un bando prohibiendo los fumaderos de opio. Dos años después, el Congreso californiano prohibió la importación de opio por parte de los chinos y en 1890 el Congreso Federal aprobó una ley que establecía que sólo los ciudadanos estadounidenses podían elaborar opio para fumar. Como el opio continuaba consumiéndose clandestinamente, el gobierno organizó una conferencia en Shanghai para «ayudar a China en su batalla contra el opio». Asistieron 13 países, pero Turquía, el primer productor, no envió representantes a la reunión, y Persia mandó como delegado a un mercader de opio. Estados Unidos propuso controlar el fármaco, pero Inglaterra se opuso. La delegación estadounidense condicionó la reducción de los gastos del servicio de aduanas a la firma de un acuerdo que instase a los gobiernos a tomar medidas para la gradual supresión del hábito de fumar opio. La mayoría de los países hicieron caso omiso a las recomendaciones y el Congreso de los Estados Unidos, en 1906, a través de la Chinese Exclusion Act, cerró el paso a la contratación de mano de obra china. La respuesta de China fue decretar un embargo de los bienes estadounidenses en su territorio, de inmensas proporciones.

La heroína

En 1883, el químico alemán Heinrich Dreser aisló un opiáceo nuevo gracias a la acetilización del clorhidrato de morfina, la diacetilmorfina. La acción de esta nueva droga sobre las vías respiratorias era muy enérgica y se creyó que había sido vencida definitivamente la tuberculosis, por lo que se le dio el nombre de heroína (los medicamentos heroicos eran los más enérgicos).

A partir de su aparición, la heroína se utilizó para tratar la tuberculosis por su capacidad para suprimir el reflejo de la tos. Pronto se vio que su efecto anestésico no era mayor que el de la morfina, si bien podía utilizarse en dosis menores logrando el mismo efecto. Durante mucho tiempo se recomendó como cura para el hábito producido por la morfina.

A finales del siglo xviii, la compañía Bayer era una pequeña fábrica de tintes ubicada en una provincia alemana. Gracias a que un empleado aisló la diacetilmorfina, Bayer se convirtió en una industria próspera. Los primeros experimentos con la nueva droga se realizaron dentro de sus laboratorios, orientándose hacia el tratamiento de la tos, disnea y tuberculosis. Dos años después, la Aspirina y la Heroína se anunciaban juntas como insuperables analgésicos y para contrarrestar varias enfermedades pulmonares. La propaganda para comercializar la heroína en todo el mundo aseguraba: «Al revés que la morfina, esta nueva sustancia produce un aumento de la actividad. Adormece todo sentimiento de temor. Incluso en dosis mínimas hace desaparecer todo tipo de tos».

En México, la Botica de Tacuba la anunciaba hacia 1898 así: «El mejor remedio para la tos es el jarabe balsámico de benzoheroína, preparado por José E. Bustillos e hijos, 5.ª calle de Tacuba 78, México DF, con cantidades perfectamente dosificadas de heroína, bromoformo y benzonato de sodio, que obran eficazmente en el tratamiento de la tos por rebelde que sea. El pomo vale dos pesos».

El químico que la aisló observó que los morfinómanos tratados con ella «dejaban casi en seguida ese vicio», por lo que la definió en los siguientes términos: «Sustancia carente de propiedades habitoformantes, de muy fácil uso, y, sobre todo, la única que puede curar en poco tiempo a los morfinómanos».

Confesiones de un inglés comedor de opio

Thomas de Quincey (1785-1859) inauguró la literatura sobre las experiencias de los aficionados a las drogas con Confesiones de un inglés comedor de opio, que inicialmente se publicó por entregas en la revista London Magazine en 1821. Al año siguiente se publicó en formato de libro, que obtuvo un éxito considerable. En 1856, De Quincey estaba preparando la edición inglesa de sus obras completas y revisó y aumentó sus Confesiones con una nueva versión que nunca ha sido del agrado de los lectores y de la crítica, por lo que se sigue editando la primera versión, con algunas adiciones introducidas en la versión revisada. De Quincey se propuso convertir al opio en «el verdadero protagonista de esta historia» y describió minuciosamente su adicción, sus causas, la cantidad de opio consumida y lo que él mismo denominó sus «placeres» y «tormentos». Pocas personas han descrito con tanto detalle las repercusiones en el organismo y en el comportamiento de la ingestión de opio en dosis masivas. En sus momentos de mayor adicción, De Quincey llegó a consumir hasta 12.000 gotas diarias de láudano. Más tarde consiguió reducir las dosis, aunque murió siendo todavía un consumidor de opio.

Los médicos prescribían el opio alegremente y en las farmacias se vendía de forma masiva y sin controles: «Los sábados por la tarde los mostradores de las boticas se llenaban de píldoras de uno, dos o tres granos, en previsión de la demanda esperada por la noche. La causa inmediata de esta costumbre era la estrechez de los salarios, que en aquel momento no les permitía concederse cerveza o licores». Al referirse a los «placeres» del opio, De Quincey hace su más desmedido elogio: «¡Ah, justo, sutil y poderoso opio! ¡Bálsamo y alivio de los corazones de los pobres y los ricos por igual, de las heridas sin curación, de los tormentos que incitan la rebelión del espíritu. ¡Opio elocuente! (...) Sólo tú le otorgas tales dones al hombre; tú posees las llaves del Paraíso. ¡Ah, justo, sutil y poderoso opio!» Las proporciones de su drogadicción se evidencian en la siguiente frase: «Ahora, pues, volvía a ser feliz: tomaba sólo 1.000 gotas de laúdano al día y ¿qué era eso?».

Thomas de Quincey.

De Quincey siempre fue un autor polémico e irónico, como muestran sus ensayos recopilados en el libro Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes.

En la actualidad, a pesar de los severos controles legales y policiales, sigue existiendo un considerable consumo de opio, que se cultiva masivamente en países como Afganistán, constituyendo uno de sus escasos recursos económicos

Con posterioridad, Estados Unidos consiguió que los países más influyentes se incorporasen a su campaña contra el opio. En la actualidad, a pesar de los severos controles legales y policiales, sigue existiendo un considerable consumo de opio, que se cultiva masivamente en países como Afganistán, constituyendo uno de sus escasos recursos económicos.

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