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Vol. 23. Núm. 6.
Páginas 118-123 (Junio 2004)
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El hospital para incurables. La sarcástica propuesta de Jonathan Swift
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Juan Esteva de Sagreraa
a Facultad de Farmacia. Universidad de Barcelona.
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Retrato al óleo de Jonathan Swift realizado por Charles Jervas. National Portrait Gallery. Londres.
Uno de los grabados realizados por William Hogarth para A rake's progress (Las andanzas de un libertino) (1735).
Los viajes de Gulliver es la sátira más conocida de Swift.
El poeta angustiado (1736), de William Hogarth.
El público ríe (1733), de William Hogarth.
Credulidad, superstición y fanatismo (1762), de William Hogarth.
Matrimonio a la moda (1745), de William Hogarth.
La tarde (1738), de William Hogarth.
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Jonathan Swift, el genial satírico irlandés, es universalmente conocido por su obra Los viajes de Gulliver. En textos más breves y menos populares mostró una faz todavía más ácida y corrosiva. Una humilde propuesta defiende que el hambre en Irlanda se solucionaría cebando a los niños pobres y comiéndolos al cumplir un año de vida. Con parecido sarcasmo, en 1733 propuso la creación de un hospital para incurables, un gigantesco edificio en el que se proponía internar a doscientos mil incurables por su egoísmo, necedad, codicia o imbecilidad.

Los viajes de Gulliver es un texto para adultos, aunque en versiones abreviadas e ilustradas se destine a los niños. Sucede algo parecido con Alicia en el país de las maravillas, una obra cuyo humor sólo puede ser apreciado por los adultos, pero que se suele editar para los niños. En su libro más conocido, Jonathan Swift realizó una demoledora visión de la sociedad de su época. Swift es un maestro de la sátira social y en todas sus obras utiliza el humor negro, la ironía y el cinismo.

Perito en proposiciones

La infancia y juventud de Swift (1667-1745) fueron desgraciadas. Su progenitora era una viuda sin recursos, por lo que madre e hijo fueron mantenidos sin excesiva generosidad por un familiar. A los catorce años fue inscrito como pensionista en la Universidad de Dublín, donde se mostró inadaptado y rebelde. Era «desdichadamente pobre, enojado y violento». Sufrió diversos castigos y amonestaciones y se le concedió la graduación como «favor especial». Volvió a la casa materna, pero su madre carecía de recursos para mantenerle y se puso a trabajar como amanuense.

Los primeros pinitos poéticos de Swift se saldaron con un fracaso total y le recomendaron que abandonase la poesía, para la que no le consideraban dotado. De todo ello se vengó más tarde, cuando su relativa fama le permitió ensañarse con la sociedad que le había maltratado. Para vengarse de ella, Swift se convirtió en un experto en proposiciones disparatadas, que le sirven para retratar la locura de su época. En Una humilde propuesta que tiene por objeto evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o para el país, y hacer que redunden en beneficio de la comunidad, propone el canibalismo como remedio a la pobreza. Al año de vida, los hijos de los menesterosos serían vendidos para constituir un suculento plato en la mesa de los burgueses. En un alarde de cinismo, Swift termina diciendo que su propuesta es altruista, ya que no puede obtener ni un solo penique con la aprobación de la ley, puesto que su hijo más pequeño tiene nueve años y a su mujer se le ha pasado la edad de concebir.

En Instrucciones a los sirvientes alecciona a éstos para que desempeñen su oficio en beneficio propio y perjuicio de sus amos. En Carta de consejo a un joven poeta junto con una propuesta para fomentar la poesía en el reino, propone la creación de un barrio donde albergar a los escritores, una especie de gueto donde los poetas evacuarían sus producciones sin contaminar a toda la ciudad, como sucede al vivir desperdigados por todos los barrios. Propuesta para el uso universal de la manufactura irlandesa hace un ridículo elogio del nacionalismo y propone rechazar todos los productos venidos de Inglaterra. Carta a una jovencísima dama a propósito de su matrimonio le sirve para dar rienda suelta a su misoginia: con el pretexto de aleccionar a la joven esposa, considera el matrimonio una cárcel y a las esposas unas arpías. Para solucionar el problema de la idiotez incurable, propone Un proyecto serio y útil para construir un hospital de incurables, en provecho universal de todos los súbditos de Su Majestad.

Para necios e imbéciles

Swift defiende la utilidad de un hospital para incurables de la mente y propone que se construya y financie para ellos un hospital, con lo que se aliviaría a la sociedad de la presencia de necios e imbéciles. Los aspirantes a ingresar en el hospital serían los imbéciles incurables, los bribones incurables, los gruñones incurables, los escritores de pacotilla, entre los que se incluye, los petimetres incurables, los infieles incurables, los mentirosos incurables, los incurablemente envidiosos y los incurablemente presumidos. En total suman 200.000 enfermos incurables, que ocasionarían un gasto total de 3.650.000 libras anuales. Para financiar el hospital propone recurrir a las familias de los enfermos, que pagarían gustosamente veinte chelines al año «en aras de la tranquilidad del reino, la paz de las familias y la dignidad de la nación en su conjunto». Con esta contribución se pagaría la mitad de los gastos ocasionados por el hospital.

Convencido de que el número real de enfermos incurables supera en mucho el cupo de 200.000 establecido, Swift propone que se limite el número de admisiones de los colectivos que generan mayor cantidad de imbéciles, como los colegios de abogados:

Retrato al óleo de Jonathan Swift realizado por Charles Jervas. National Portrait Gallery. Londres.

«Creo que de esta especie de incurables tendría que haber un número limitado de admisiones anuales, y nada debería tentarnos a exceder dicho cupo, ni la preocupación por el beneficio y la tranquilidad de la nación, ni cualquier otra razón pública o caritativa, porque, si hubiese que admitir en esta fundación a todos los que puedan ser considerados incurables por este motivo y si fuera posible que desde lo público encontrásemos algún lugar lo suficientemente grande para acogerlos, no me cabe la menor duda de que todos nuestros colegios de abogados, que se hallan tan repletos hoy día, serían desalojados en breve por sus inquilinos.»

Otros ingresos se obtendrían mediante la administración de los bienes de los internados:

«Supongamos que un joven noble que dispone de diez o veinte mil libras al año fuera recluido aquí como incurable. Yo destinaría al mantenimiento del hospital tan sólo aquella proporción de su propiedad que él gastara igualmente si se hallara en libertad. Y a su muerte, los beneficios de la propiedad pasarían debidamente al próximo heredero legal, fuera varón o mujer.»

De este modo, cuanto los enfermos derrocharan en perros de caza, caballos, halcones, prostitutas, estafadores, cirujanos, sastres, chulos, bailes de disfraces y arquitectos redundaría en beneficio de la sociedad. A la objeción de que buena parte de los bienes de los incurables pasarían a manos de sus familiares, replica que como la mayoría de éstos también acabarán internados en el hospital, el dinero generará beneficios para el conjunto de la nación. Mediante este sistema cree Swift que podrían recaudarse al menos doscientas mil libras al año.

Uno de los grabados realizados por William Hogarth para A rake's progress (Las andanzas de un libertino) (1735).

Otra fuente de ingresos sería la creación de un impuesto sobre todas las inscripciones en lápidas, obeliscos y monumentos erigidos en honor de los muertos y sobre los honores rendidos a los vivos. El examen objetivo de las inscripciones del reino revelaría que ni tan sólo una quinta parte de todas ellas quedaría exenta del impuesto que gravaría la estupidez y la vanidad. Con este proceder, se recaudarían otras cien mil libras anuales, a las que se añadirían los beneficios derivados de dos loterías al año, con lo que el hospital obtendría doscientas mil libras netas. Quedaría, después de pagar los gastos de manutención de los enfermos, un remanente de 356.000 libras, que se destinaría a la construcción del edificio y para gastos extraordinarios.

Los viajes de Gulliver es la sátira más conocida de Swift.

Para culminar su bufonada, Swift solicita un único favor como premio a su propuesta: ser él mismo considerado enfermo incurable e internado en el hospital, formando parte de la categoría de los escritores de pacotilla, que carecen de todo recurso para financiar su estancia en el hospital:

«El motivo personal que me lleva a solicitar tan pronto ser admitido es el siguiente: que a menudo las personas que diseñan planes y proyectos terminan abocadas a la mendicidad, mas, si soy acogido en el hospital, bien como imbécil o como escritorzuelo incurable, esta desalentadora observación quedará de una vez por todas rebatida públicamente, y otros hermanos que, como yo, realizan proyectos, tendrán asegurada una pública recompensa por su trabajo (...) espero que nuestra sabia asamblea legislativa tome este proyecto en seria consideración y que promueva una fundación que ha de prestar tan distinguido servicio a multitud de improductivos súbditos de Su Majestad, y que, con el tiempo, puede que les sea de utilidad a ellos mismos y a la posteridad.»

Burlarse de sí mismo

Las críticas de Swift quizá fueron aceptadas por ir dirigidas a tan elevado número de personas que ninguna podía considerarse ofendida en particular. Ni siquiera Swift se salva de los sarcasmos y, como miembro de la clase de enfermos incurables que se dedican a la escritura, es un serio candidato para ingresar en el hospital, que debería acoger a gran número de escritores a pesar de que éstos carecen de recursos para financiar el funcionamiento de la fundación:

«En cuanto a los escritorzuelos incurables, de cuya sociedad yo tengo el honor de ser miembro, son probablemente innumerables, y en consecuencia sería de todo punto imposible hacerse cargo de una décima parte de esta cofradía. Sin embargo, como esta clase de incurables se ve más afectada por la pobreza que ninguna otra, sería doblemente caritativo admitirlos en la fundación. Sería caritativo para con el mundo, donde son una plaga y una molestia habituales, y sería caritativo para con ellos mismos aliviarlos de su miseria, de su desprecio y rebeldía, de sus quejas y de otros síntomas de esa naturaleza a los que son siempre propensos.»

A quien se sintiera ofendido por los sarcasmos de Swift, éste podía replicarle esgrimiendo los privilegios de la sátira y el hecho de que también él era ridiculizado. Así es como Swift se permitió el lujo de realizar dos de las más brutales y sombrías proposiciones que jamás se hayan escrito: convertir a los bebés de los pobres en un bocado exquisito para los banquetes de los ricos e internar a la práctica totalidad de la nación en un hospital para enfermos mentales incurables, todo ello en beneficio de las finanzas del reino.

Poesía pendenciera

El poeta angustiado (1736), de William Hogarth.

«Propínale un puntapié al mundo y el mundo y tú viviréis juntos en razonable armonía. No puedes sino saber que éstos de tu profesión han sido llamados 'la raza irritable de los poetas', y verás necesario prepararte para esa mordaz sociedad a través del talento de tu ejercicio satírico a la primera ocasión que se te presente, y abandonar los buenos sentimientos, tan sólo para probarte a ti mismo tu condición de verdadero poeta, que reconocerás es una condición valiosa. En una palabra, un joven ladrón se inicia frecuentemente con un asesinato, un joven perro de caza termina ensangrentado la primera vez que va al campo, un joven matón empieza por matar a su jefe y un joven poeta debe mostrar su ingenio --como los otros su coraje-- cortando, fustigando, repartiendo golpes a diestro y siniestro y aporreando a la humanidad.»

Pasaje de Carta de consejo a un joven poeta, junto con una propuesta para fomentar la poesía en el reino.

La conjura de los necios

El público ríe (1733), de William Hogarth.

«Cuando un verdadero genio aparece en el mundo podréis reconocerlo por esta señal: todos los necios se unirán contra él.

Si un hombre recogiera todas sus opiniones acerca del amor, la política, la religión, el conocimiento, etc., empezando desde su juventud y así siguiera hasta la vejez, qué cúmulo de incoherencia y contradicciones resultaría.

Los médicos no deberían dar su opinión sobre la religión, por la misma razón que los carniceros no son admitidos como jurados sobre la vida y la muerte.

Ningún hombre sabio deseó jamás ser más joven.

Todo hombre desea vivir mucho tiempo, pero ningún hombre querría ser más viejo.

Una pequeña cantidad de ingenio es algo apreciado en una mujer, al igual que nos complacen unas pocas palabras dichas con claridad por un loro.

La mayoría de las diversiones de los hombres, los niños y los animales son una imitación de la lucha.

A veces leo un libro con placer y detesto al autor.

Tenemos justo la suficiente religión para odiarnos, pero no la suficiente para hacer que nos amemos los unos a los otros.»

Texto perteneciente a Puntos de vista sobre diversas cuestiones.

Los límites de la fe

Credulidad, superstición y fanatismo (1762), de William Hogarth.

«Puedes obligar a los hombres, mediante incentivo o castigo, a decir o jurar que creen, y a actuar como si creyeran. No puedes ir más lejos.

El celo arrebatado por la verdad tiene cien posibilidades sobre una de ser petulancia, ambición u orgullo.

Nunca vi, oí ni leí que el clero fuera apreciado en ninguna nación en la que el Cristianismo sea la religión del país. Nada puede hacerlos populares salvo cierto grado de persecución.

Aquellos distinguidos caballeros que muestran un ánimo hostil hacia el clero, en mi opinión están obligados por honor a ordenarse sacerdotes ellos mismos y darnos mejor ejemplo.

Es imposible que algo tan natural, tan necesario y tan universal como la muerte haya sido alguna vez dispuesto por la providencia como un mal para la humanidad...»

De Puntos de vista en torno a la religión.

El arte de envejecer

Matrimonio a la moda (1745), de William Hogarth.

«No casarme con una mujer joven.

No buscar la compañía de los jóvenes a menos que realmente ellos lo deseen.

No ser quejica, malhumorado o receloso.

No despreciar las costumbres del momento, las opiniones, las modas, los hombres o la guerra.

No sentir ningún apego por los niños ni dejar apenas que se me acerquen.

No contar la misma historia una y otra vez a la misma persona.

No ser codicioso.

No descuidar la decencia ni la higiene, so pena de resultar repulsivo.

No hablar demasiado ni de mí mismo.

No jactarme de mi belleza pasada, de mi fuerza o de mi bien hacer con las damas.

No escuchar halagos ni concebir que pueda ser amado por una mujer joven, y a los que quieren la herencia, despreciar y evitar...»

Extraído de Propósitos para cuando llegue a viejo.

Engorde y consumo de niños

La tarde (1738), de William Hogarth.

«Mi propuesta actuaría como un gran aliciente para el matrimonio, que toda nación sabia, bien ha incentivado mediante recompensas o bien ha impuesto a través de la ley y el castigo. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus pobres criaturas, al asegurarse un sustento de por vida, que el poder público entendería como beneficio anual en vez de como gasto. Pronto veríamos una sana competencia entre las mujeres casadas para ver quién de ellas puede sacar al mercado el niño más gordo. Los hombres estarían tan orgullosos de sus mujeres durante el período de embarazo como lo están ahora de sus yeguas y vacas preñadas o de las cerdas cuando están a punto de parir, y no se atreverían a pegarles o darles patadas (práctica muy habitual) por miedo a causarles un aborto.»

Pasaje de Una humilde propuesta...

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