Diversos casos de cese de editores de grandes revistas han llevado al debate la cuestión de la independencia editorial, entendida como la libertad no condicionada del editor para aprobar los contenidos de su revista.
DesarrolloSe realiza un análisis de los casos en que se ha cuestionado la independencia editorial, así como la posición de quienes la defienden a ultranza frente a los que consideran que debe estar limitada por las instituciones de las que son órganos de expresión.
ConclusionesLos editores de las publicaciones científicas no sólo deben ser jueces de los artículos que reciben, sino que deben ser juzgados por sus decisiones, y la independencia editorial no puede dar amparo a posicionamientos personales. Por independencia debe entenderse la escrupulosidad en la aceptación de los manuscritos y la aplicación de criterios transparentes.
Various cases of editors of leading journals resigning has led to a debate on the question of editorial independence, understood as the unconditional freedom of editors to approve the contents of their journals.
MethodAn analysis is made of cases in which editorial independence has been questioned, as well as the position those who resolutely defend it against those who consider that it must be limited by the institutions of which they are their organs of expression.
ConclusionsEditors of scientific publications not only have to be judges of the articles they receive, but they must also be judged by their decisions, and editorial independence cannot be a refuge for personal stances. By independence it must be understood as the meticulousness in accepting manuscripts and the application of transparent criteria.
Está la tendencia a valorar el papel de las revistas científicas desde la perspectiva del autor. Éste trata de difundir los hallazgos de sus investigaciones o sus experiencias a través de las publicaciones, pero publicar no es sólo comunicar los avances1, sino que tiene más implicaciones tanto personales como para instituciones, países o empresas. Interpretar las revistas desde un punto de vista pasivo, entendiendo que publican aquello que reciben si tiene calidad e interés suficientes, después del adecuado proceso de selección, enmarcado en un ámbito y en decisiones operativos. Pero ello no es absolutamente cierto, ya que éstas tienen sus propios intereses y dependencias y sus editores no sólo deben compartirlas, sino que también añaden las suyas propias. En los últimos años, algunas publicaciones y algunos editores han defendido la cuestión de la independencia editorial2, especialmente en aquellas que tienen un amplia relación con empresas o asociaciones científicas3. En este artículo pretendemos revisar la cuestión de la independencia editorial desde la perspectiva del actual equipo de gestión de Neurología.
Casos y debate sobre la independencia editorialAlgunos casos específicos han producido respuestas editoriales y han llevado al debate la cuestión de la independencia de los editores. Sin duda que el caso Kassirer4 tuvo una repercusión sin precedente en los medios científicos y académicos, ya que nunca había sucedido que el editor-jefe de una las publicaciones médicas de mayor impacto, como es The New England Journal of Medicine, fuera despedido por discrepancias con los responsables de la asociación científica en lo referente a las acciones sobre el mercado5. Al parecer, Kassirer no compartía los criterios promocionales para la revista, y estas diferencias condujeron a su retiro. De forma similar, la dimisión de George Lumberg6, pocos meses antes, editor-jefe de JAMA, podría tener el mismo significado7, aunque por otras razones. Otro caso más reciente ha elevado la cuestión de la independencia a la literatura y se refiere al cese de algunos editores del Canadian Medical Association Journal8. En febrero de 2006, dos de los editores principales de la revista son cesados, bajo el pretexto de una renovación en el equipo editorial, aunque posteriormente se conoce que se debe a discrepancias entre el equipo editorial y la asociación sobre la oportunidad de publicar informaciones relacionadas con la píldora anticonceptiva del día siguiente. La respuesta de los grandes editores en defensa de los editores cesados ha sido contundente9. Más tarde, la editora de la revista croata de medicina fue recriminada por sus dirigentes universitarios por su reiterada publicación de casos de fraude, habiendo llegado esta intromisión a los juzgados10,11. Con independencia de la importancia que el tema del fraude representa12, los responsables de la universidad consideraron que la publicación de estos casos en la revista era excesiva. La cuestión si el editor de una publicación científica debe estar por encima de las limitaciones de empresa o de las posiciones institucionales de una asociación científica o, por el contrario, debe seguir las líneas que le marquen es el eje central de un debate que tiene un marcado posicionamiento ideológico.
Los defensores del primer planteamiento entienden que la ciencia es un bien público y, por lo tanto, no pertenece a ninguna empresa ni asociación y que los editores científicos son designados desde la ciencia y no desde la empresa y, por consecuencia, son independientes, sin condicionamientos. Si la ciencia no tiene límites, salvo los éticos, las revistas que emanan de la ciencia tampoco deben tenerlos y, por ello, la autonomía editorial es la contrapartida necesaria para mantener la libertad de expresión que obliga el desarrollo científico. La otra perspectiva también es ideológica y considera que las revistas tienen una misión, definida por las organizaciones de las que son órganos de expresión, y la independencia de los editores debe estar enmarcada en ella, así, los dirigentes de las instituciones tienen la responsabilidad de adaptar la misión en el tiempo y el editor, de ejecutarla, por lo que tiene que balancearse su autonomía de su gestión con ella.
Sin duda, aunque el debate es ideológico, al lector no se le escapará que probablemente los puntos de conflicto no lo son tanto, y tiene que ver con las concesiones de las revistas a las financiación, a las relaciones con la industria, a las políticas de generación de suscripciones o a posicionamientos ante circunstancias coyunturales. Al final, las revistas son un producto que se debe vender para que sean sostenibles, y el conflicto nace sobre qué debe prevalecer: los criterios de la empresa o los de la ciencia13, y si en el balance deben influir aspectos como el ámbito14 o el idioma15. En un artículo reciente en que se preguntaba a 33 editores su grado de independencia, sólo un 70% consideraba que su autonomía era completa, aunque el 30-45% había recibido presiones sobre contenidos editoriales, y en casi un 50% de las revistas los responsables de las asociaciones científicas tenían competencia para despedir o cesar al editor16.
La posición de los editoresEl comité internacional de editores médicos, lo que tradicionalmente se entiende por el Grupo Vancouver, que está liderado por los responsables de las grandes revistas médicas, tiene una posición clara y definida, sin ningún tipo de duda17. El editor debe tener total independencia y estar aislado de las cuestiones estratégicas de mercado, financieras o políticas. Sin embargo, no es fácil que en la mayoría de las publicaciones los editores puedan mantener este aislamiento, que se ha comparado con el Quijote. Para ellos, el editor debe entrar en temas conflictivos, aunque comprometa a sus instituciones y su revistas18. Sin embargo, algunos editores han llamado la atención en que la insistencia en tratar de mantener este aislamiento puede conducir a decisiones erróneas y sesgos, al convertir la posición de editor en un elemento central por encima de los criterios de calidad e interés propios de los artículos19. De hecho, cuando se ha encuestado a los lectores de una revista de impacto sobre si los temas que se publican eran de su interés, el porcentaje de respuestas afirmativas fue bajo20,21. Pero esta posición inequívoca de los editores de grandes revistas no siempre se corresponde con las decisiones operativas de los propios editores de las grandes publicaciones, especialmente cuando tienen un firme contenido de opinión. Estos editores son profesionales de la edición, mientras que aquellos que dirigen las revistas más pequeñas son reclutados de la práctica clínica22 o la investigación, y ello tiene que ver con la permanencia en los cargos. Mientras que en las segundas los editores son transitorios, en las primeras realizan largas carreras profesionales, constituyendo un lobby específico que se justifica en la profesionalización y la experiencia, pero que les confiere una firme sensación de estabilidad.
Indepedencia y políticaLa cuestión es si los editores están aislados en la toma decisiones y, por lo tanto, aplican la independencia editorial sólo a favor de la ciencia. Algunos ejemplos recientes han puesto en duda este planteamiento. La oposición de Francia a la guerra de Irak condujo a un boicot encubierto de los productos franceses en Estados Unidos y se ha señalado que también condujo a una disminución de la aceptación de artículos producidos en Francia en las revistas anglosajonas de impacto23. Mientras que los artículos procedentes de España, favorable a la guerra de Irak, aumentaron un 100%, la aceptación de los manuscritos de Francia o Suecia cayeron más de un 20% en las revistas de gran impacto de Estados Unidos. Aunque con menor porcentaje, los datos fueron similares en las publicaciones inglesas. Debemos señalar que no hemos podido resistir la tentación de revisar los datos referentes a España en las publicaciones de mayor impacto de Estados Unidos, especialmente para valorar si hubo influencia por la retirada española de la guerra. Aunque es cierto que hay un incremento de artículos aceptados entre julio de 2003 y junio de 2004, con respecto al año anterior, y que el año siguiente se regresa a la cifra primera, al año de la retirada, donde podría verse su consecuencia, hay un incremento similar al anterior en los artículos aceptados, que aumenta discretamente al año siguiente, por lo que no parece que se pueda reproducir en España lo que los autores describían para Francia; por lo tanto, las variaciones en la aceptación pueden estar relacionadas con otros factores.
El cese de Georges Lumberg en JAMA, a quien hemos hecho referencia anteriormente, también puede entenderse desde un punto de vista político, dado que se debió a la publicación de un artículo que establecía el patrón sexual de estudiantes estadounidenses24, donde se señalaba que el sexo oral no estaba considerado como un acto sexual. La publicación de este artículo, priorizada por el editor, coincidió con el juicio a Bill Clinton por su relación con Monica Lewinski. Aunque algunos medios consideraron que la decisión de Ratcliffe Anderson, vicepresidente de la American Medical Association, era acertada25 porque este artículo podía influir en el citado juicio, la mayoría de los editores de grandes revistas se posicionaron al lado de Lumberg, cubierto por la independencia editorial26,27.
Las acusaciones de que las revistas científicas y, por lo tanto, sus editores hacen política también han aparecido. En junio del año pasado, por ejemplo, en una publicación israelí, se denuncia que algunas publicaciones inglesas de impacto favorecen a través de artículos médicos la causa palestina, especialmente tras la publicación de un artículo sobre la medicina en Palestina28 donde se acusaba a Israel de la falta de asistencia sanitaria en el territorio. Ese artículo corto, presentado como comentario, no había pasado por el filtro de la revisión editorial, y su publicación fue una decisión personal del editor. En el artículo se denunciaba que revistas inglesas como BMJ o The Lancet publicaban artículos que defendían la posición palestina encubiertos de médicos, y que ello no se encontraba con las publicaciones en Estados Unidos29. Un amplio debate se realizó en cartas y aportaciones electrónicas en BMJ e incluso The Lancet, apoyando a las revistas y defendiendo que era correcto entrar en la cuestión. Sin embargo, la implicación de las revistas médicas en las guerras ya se había observado previamente, e incluso se había apoyado que sea así30. Lo reconocía uno de los editores de BMJ en un editorial en su revista31, donde apoyaba que las revistas médicas debían asumir algunos planteamientos políticos, que condujo a un número destacado de cartas que reivindicaban la independencia entre política y edición médica; detractoras32 del editorial y otras a su favor33. En todo caso, parece incoherente defender la independencia editorial como algo rígido e imperturbable y entrar en temas de opinión que no pueden analizarse desde el filtro de la metodología científica por sus propias connotaciones.
ConclusionesLa independencia editorial es, sin duda, un concepto teórico, basada en la idea de que los editores de las publicaciones tengan la completa autonomía para establecer los contenidos, de forma que los criterios que prevalezcan sean los científicos. Como todo concepto teórico, es difícil estar en desacuerdo, pero su aplicabilidad es más discutible. Los editores deben tener una política editorial34,35 y parece razonable que esté en consonancia con las líneas generales de la publicación y con las instituciones de las que son imagen. Lo importante no es la independencia editorial conducida como una coraza para repeler responsabilidades, lo esencial es que el editor tome decisiones justas y adecuadas considerando todos los elementos que influyen en la revista, desde la calidad, originalidad, oportunidad e interés para el lector del manuscrito, a la personalidad de la publicación, su ámbito de actuación, pero también su estrategia y la institución a la que representa36. El equilibrio de todos los aspectos relacionados desde la perspectiva de la experiencia y la profesionalización de los editores dentro del marco es lo que debe marcar su decisión, y en ella debe ser independiente. Como señala Smith, el antiguo editor de British Journal of Anaesthesia, la independencia editorial no justifica que el editor actúe como un autócrata37 ni que se le permita su incompetencia o decisiones injustas. El caso Pearce fue demostrativo de un cese justificado, en el que un editor fue dimitido por aceptar dos artículos realizados por un miembro de su equipo, uno de ellos fraudulento, que no había pasado por el proceso de revisión externa y que además el editor aparecía como autor38, vulnerando preceptos de autoría39.
Parece razonable que los editores de las publicaciones científicas no sólo sean jueces de los artículos que reciben, sino que puedan ser juzgados40, y que la independencia editorial no puede dar amparo a posicionamientos personales. El editor tiene posibilidad de expresar sus opiniones a través de editoriales o artículos de opinión, pero en ningún caso parece justificable que aquellas influyan en sus decisiones editoriales.
Los editores deben tener en consideración no sólo los artículos que reciben en sí mismos, sino la opinión de los lectores, así como en el caso de Neurología las posiciones estratégicas de la Sociedad Española de Neurología, y la autonomía editorial debe estar enmarcada en todo ello. Por independencia debe entenderse la escrupulosidad en la aceptación de los manuscritos y la aplicación de criterios transparentes.