En determinadas circunstancias siento la desesperanza de ir a contracorriente y tengo la tentación de dejarme llevar. Así me he sentido, por ejemplo, al leer un artículo que publicó el diario El Mundo el pasado 26 de marzo (sección de «Sociedad»), en el que, a mi entender, un ignorante en materia farmacéutica se atreve a hacer un juicio de valor sobre el tema de los genéricos, la bioequivalencia y la «causa legítima», y encima tiene la desfachatez de quejarse porque los farmacéuticos, en nuestro lícito derecho como empresarios y sin perjuicio del ciudadano, podamos ahora comprar más racionalmente y mejorar con ello nuestro margen comercial. Margen que, por otro lado y según los expertos que acudieron al VI Congreso Empresarial de Oficinas de Farmacia celebrado con gran éxito el pasado mes de marzo en Valencia, se encuentra diezmado a causa de la fiscalidad a la que nos vemos sometidos los farmacéuticos.
Desde que recuerdo, siempre he tenido que oír con retintín que los farmacéuticos nos ganamos muy bien la vida... Quizá convendría que cambiáramos nuestra política de comunicación y echándole narices al asunto afirmásemos: «Sí. Nos ganamos bien la vida... ¿y qué?...». ¿Tiene el consumidor en el 90% de los casos una farmacia cerca de su domicilio? Sí. ¿Dispone del medicamento prescrito por el médico en el momento en el que lo solicita o en un plazo de tiempo muy corto, y al precio que sea? Sí. ¿Dispone de asesoramiento en materia de fármacos, nutrición, enfermedades leves, etc.? Sí. ¿Puede el paciente escoger libremente la farmacia a la que acudir? Sí. ¿Acaso algún otro colectivo ofrecería este servicio sin ganarse la vida?
Quizás a fuerza de tanto oír que cualquiera puede hacer nuestra labor, estamos empezando a dudar y nos hallamos a un paso de sucumbir a la corriente.
Creo que deberíamos transmitir un mensaje al autor del artículo: que se dedique a escribir de moda, que con ello no desinforma a nadie, y que nos deje a los farmacéuticos hacer nuestra labor.