El mundo de la cirugía cardiovascular ha perdido a uno de sus más grandes referentes con el fallecimiento del Dr. Rufilanchas, pionero en el tratamiento del síndrome de Wolff-Parkinson-White y figura clave en la evolución de la cirugía cardiaca en España. Su legado, tanto en la práctica quirúrgica como en la docencia y en la investigación, deja una huella imborrable en la medicina y en los miles de pacientes a los que atendió con su característica humanidad y excelencia.
Desde sus primeros años en la especialidad, el Dr.Rufilanchas mostró un talento excepcional y una vocación inquebrantable. En esa época inicial y apasionante de la cirugía cardiovascular en España, formó parte del equipo del Dr. Diego Figuera en la Clínica Puerta de Hierro, uno de los hospitales de referencia en nuestro país. Su inquietud científica e interés por mejorar, le llevaron a completar su formación en los mejores centros de nuestra especialidad del momento, como eran Alabama con el Dr. Kirklin, uno de los “padres” de la cirugía cardiaca, y Stanford. Regresó y sus conocimientos le permitieron incorporar avances fundamentales en la cirugía cardiaca y en la circulación extracorpórea en una época en la que los resultados no eran los actuales. Así contribuyó extraordinariamente a optimizar la seguridad y eficacia de las intervenciones cardiacas en nuestro país.
Su liderazgo fue indiscutible, ejerciendo como jefe de servicio en cuatro de los mejores hospitales públicos y privados de Madrid (Hospital Ramón y Cajal, Hospital 12 de Octubre, Hospital Ruber, y Hospital Quirón salud Madrid), donde impulsó innovaciones quirúrgicas y mejoró la formación de nuevas generaciones de cirujanos.
Más allá de sus logros técnicos, el Dr. Rufilanchas se distinguió por su profundo compromiso con sus pacientes. Su trato exquisito, basado en la empatía, la honestidad y la cercanía, hizo de él un médico admirado no solo por sus colegas, sino también por cada persona que pasó por sus manos. Exigente, pero siempre justo, el Dr. Rufilanchas era un referente para todos, especialmente para los cirujanos jóvenes que aprendíamos a su lado. Tuve la suerte de formarme con él en el Hospital 12 de Octubre, a finales de los 90, y desde entonces siempre estuve a su lado. Si algo definía al Dr. Rufilanchas más allá de sus habilidades quirúrgicas era su trato humano. Para él, un buen cirujano no solo debía ser un técnico brillante, sino sobre todo un médico cercano, empático y honesto. Su relación con los pacientes era siempre exquisita. Ofrecía toda su dedicación y experiencia, lo que generaba una confianza absoluta en quienes se ponían en sus manos. Muchos testimonios de cariño de pacientes suyos me han llegado en estos días. Uno de ellos es especial y refleja cómo era con sus pacientes: “tras una intervención a una niña pequeña de una anomalía congénita, no estando seguro de cómo iba a ser su evolución, se sentó en una silla junto a ella y se mantuvo así toda la noche, vigilándola y cogiéndole la mano cuando se despertaba. Su abuelo, que presenció lo sucedido desde las ventanas de la UVI no dijo nada, pero desde ese día y mientras vivió, todos los años le envió un obsequio como símbolo de su más profundo agradecimiento”.
Esa misma filosofía la aplicaba con su equipo: desde los médicos residentes hasta el resto del personal no médico, todos encontraban en él un líder respetuoso y cercano, alguien que valoraba cada esfuerzo y cada tarea, por pequeña que fuera.
Su legado académico también es digno de reconocimiento. Como profesor de la Universidad Complutense de Madrid, formó a generaciones de médicos, inculcando en ellos no solo conocimientos teóricos, sino también una ética médica basada en la integridad y el compromiso con el paciente. Su pasión por la investigación se materializó en numerosas publicaciones científicas y conferencias nacionales e internacionales, siendo además miembro de la”American Association for Thoracic Surgery” (AATS) en una época en la que no era fácil pertenecer a esta prestigiosa sociedad, algo de lo que se sentía muy orgulloso.
Uno de sus últimos proyectos ambiciosos y visionarios fue la creación de la primera unidad especializada en el síndrome de Marfan en España, un hito que permitió mejorar el diagnóstico y tratamiento de esta compleja enfermedad en nuestro país. Su trabajo siempre reflejaba su deseo de ofrecer una medicina más avanzada y humana.
En reconocimiento a su trayectoria, la Comunidad de Madrid le otorgó en 2006 la Medalla de Plata, un galardón que simboliza su impacto en la sanidad madrileña y española. Sin embargo, quienes lo conocimos sabemos que su mayor satisfacción no provenía de los reconocimientos, sino del resultado del trabajo bien hecho. Su mayor legado se encuentra en los más de 12.000 corazones que intervino, en los pacientes que salvó y en los profesionales que formó con su ejemplo.
Hoy la cirugía cardiaca pierde a un maestro y la medicina española a un referente, pero su legado seguirá latiendo en cada corazón que ayudó a sanar y en cada cirujano que siga sus pasos.
Descansa en paz, querido maestro.




