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Vol. 24. Núm. 3.
Páginas 176 (Julio 1999)
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Vol. 24. Núm. 3.
Páginas 176 (Julio 1999)
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El trastorno mental en atención primaria
Mental disorder in primary care
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1969
ME. Campbell Trotmana
a ABS Garraf Rural. Cunit (Barcelona).
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Sres. Directores: Es innegable que el trastorno mental soporta el lastre de un estigma en nuestra cultura, un estigma presente también en el ámbito de la sanidad. Los profesionales de la salud podríamos ver al enfermo mental como lo que es: un enfermo en el sentido epistemológico de la palabra, y reflejarlo en nuestra praxis. Un paciente con una patología coronaria presenta hechos diferenciales que modulan el manejo de su enfermedad, sin olvidar que su cronicidad puede conllevar alteraciones en su esfera psicológica. Pero en este caso prima lo «psicológicamente comprensible», con mayor o menor empatía por parte del profesional de la salud. ¿Por qué entonces ese «extrañamiento» al que sometemos al enfermo mental?

Lo primero es envolverlo con el manto de la confidencialidad, como si se tratase de una confidencialidad distinta a la de una intervención por hemorroides interna. ¿Cómo saber distinguir entre el deseo de respeto a la intimidad de uno y otro? Lo más acertado es dar el mismo trato confidencial a todo lo que hace al otro vulnerable: la enfermedad.

Luego está el marcar distancias profundas entre lo médico y lo psiquiátrico: rama solitaria que se hace independiente. Con el trastorno mental no vale el observar mientras se escucha, explora y se decide aquello que es ético en cuanto a proceder. La distancia se hace mayor cuando hay una «crisis» que desborda la contención familiar, siendo requerido el médico con urgencia para una intervención. La mirada del que no sabe expresa temores, algunos inconfesables, que suscitan rechazo y huida que aumentan el distanciamiento del enfermo mental. Ya no sirve el observar, explorar y proceder, ante lo que no sabemos, aun teniendo en cuenta que la meta no es llegar al diagnóstico y tratamiento definitivo, sino a contener la crisis, reconduciendo la situación a un nivel de estrés más soportable.

En lo llanamente profesional, los pasos a seguir son los mismos para el enfermo mental y para el no mental. Hay una demanda (del paciente o de un familiar) que supone un problema de salud que el profesional ha de explorar con atención para encontrar el núcleo sobre el cual intervenir, según lo médica y éticamente aceptable.

Partiendo de variables tales como una agitación psicomotriz e incapacidad laboral, podemos llegar a un síndrome confusional por polimedicación o a un trastorno de personalidad con trastorno adaptativo depresivo-ansioso. En ambos casos hay que saber cómo intervenir con los instrumentos que aporta la medicina, vehiculizada y mediatizada por la palabra.

Imposible abarcar todos los matices posibles según la demanda, el núcleo y las circunstancias. Pero la intención se centra en activar una reflexión colectiva sobre nuestra actitud ante el enfermo mental y sobre nuestra responsabilidad en el mantenimiento del estigma que tiene en nuestra cultura.

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