Desde el momento mismo en que a la disfunción eréctil (DE) se la consideró una genuina enfermedad vascular, se han realizado diferentes pesquisas para encontrar afinidades con enfermedades similares. Pocos modelos con mayor identidad con ella que el de la hipertensión: alta prevalencia de ambas, factores de riesgo idénticos, relación con la edad y desenlaces a largo plazo muy semejantes. Pero es justamente en este mar de similitudes, saturadas de variables, donde los estudios relacionales podrían aportar la diferencia1. La hipertensión ha sido considerada por algunos el mayor factor de riesgo de disfunción eréctil2, y la cifra mágica de pacientes hipertensos que se quejan de DE se ha establecido en un 30%, con datos variables entre el 8 y el 68% según diferentes investigadores3-5. El estudio de cohorte en Cartagena mostró un 58% de prevalencia, lo que implica una diferencia con el promedio pero no con los estudios extremos. Lo que no es comprensible, quizá por efecto de la herramienta utilizada, es que los tratamientos antihipertensivos no hayan tenido implicación, puesto que los diuréticos, los bloqueadores beta y los agentes centrales son reconocidos causantes de impotencia, mientras los antagonistas de los receptores de la angiotensina II ejercen un efecto benéfico. Lo interesante hacia el futuro será utilizar la mejora en el estilo de vida como una herramienta útil para controlar ambas enfermedades6,7.
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