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Revista de la Sociedad Andaluza de Traumatología y Ortopedia
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Vol. 19. Núm. 1.
Páginas 1-2 (Junio 1999)
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F. MELINI DE PAZ
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Alo largo de muchos años de lecturas diversas ha podido ser una constante, para los inclinados a determinadas formas del conocimiento global, la transmisión de una tesis constante con relación a nuestra historia intelectual más reciente. El final del siglo XIX y comienzos del actual se caracterizó por un desajuste en el pensamiento y, por tanto, en las conductas, resumido en que parecía que los sentimientos, los pensamientos y las realidades no se ajustaban a un código referencial, como hasta entonces, sino que se movían de manera anárquica e independiente, más en relación con las situaciones y deseos personales que con la objetividad de la necesidad de la norma para la convivencia. Ello, sin duda, fue el referente en el pensamiento de la llamada Generación del 98 --motivaciones bélicas y de desprestigio aparte-- y de su contrarréplica, quizás en exceso festiva, de la del 27. Pero el común se movía en torno a la elucubración anárquica en el pensamiento y en la conducta y el deseo de que ese período tectónico pasara.

Aun sin querer, en la lectura cotidiana sobre el fluir de las sociedades propias y/o interdependientes, en la contemplación de las actitudes o en el sufrimiento de las acciones del entorno, vuelve uno, volvemos algunos, a percibir una situación en algo similar a la que rodeó el comienzo de la revolución industrial. En definitiva, se percibe uno a sí mismo desorientado en la comprensión de los fenómenos sociales y sus consecuencias. Un desfase que en sentido puramente etimológico incluso algunos identifican con la tendencia al caos. Afortunadamente la lectura, hace ya quizás veinticinco años, de Alvin Topfler y su Shock del futuro nos puede haber servido a otros para la orientación hacia el norte verdadero.

En nuestro país aún es más fácil de entender si recordamos que iniciamos hace algo más de veinte años una realidad social avanzada, que ha tenido que irse decantando para purificar su contenido, de tal suerte que hoy vamos perdiendo los complejos por nuestro pasado reciente, se asume con todas sus consecuencias sin volver la cara y no se olvida para no reincidir.

Pero, naturalmente, a costa de la invasión de los profesionales del cambio y de su mantenimiento, el mundo político, a todo el resto de la sociedad que a su alrededor se mueve o se esconde. Los indicios de que este desfase residual puede estarse desfigurando quizás se pueda encontrar en estos últimos días en gestos tan inapreciables como el enérgicamente llevado a cabo por la Real Academia de la Lengua, cuando advierte, sin tapujos, que el lenguaje no se puede ver contaminado por los deseos o tendencias políticas, y que en castellano, por ejemplo, Lérida no es Lleida, que sí lo es en catalán, al igual que Londres aquí es Londres y en Inglaterra London sin posibilidad ni necesidad de cambio alguno. La prueba del nueve a esta tesis es la rápida y virulenta reacción del mundo político o al menos de parte de él.

Valga esta idea para revalorizar el estudio reflexivo, y su aplicación si preciso fuere, en todas las cosas que dentro de nuestro mundo sanitario se nos van atropellando en el devenir diario. Las realidades no lo son más porque nos afecten directamente o menos cuando inciden sobre los demás, ni la percepción de las mismas debe seguir estando mediatizada por la posición individual respecto a ellas. La aplicación del principio de cantidad y no el de calidad en la ejecución de los caminos de la Sanidad en general y de la Cirugía Ortopédica y Traumatología en particular puede ser cómodo para el administrador, pero en absoluto es justo para el administrado. La conformación de un bloque social numeroso como único razonamiento reivindicativo en nuestro entorno vivencial y profesional puede ser apabullante, pero no razonable ni justo. La justicia distributiva no se basa en la desarticulación o amansamiento de los grupos de presión, sino en distribuir según las realidades, o valores, o méritos de cada uno.

Muchos son los aspectos sobre los que debemos reflexionar en estos momentos y que están sobrevolando nuestra profesión tanto en nuestro ámbito cómo fuera de él. La oportunidad en el tiempo y en la forma en que nuestra profesión se ve afectada por decisiones de la Administración sobre la manera de acceder a localidades y puestos de trabajo, la valoración de nuestros méritos, la solución a conflictos de regulación de nuestros conocimientos profesionales y de sus titulaciones correspondientes, el tipo de pruebas de acceso a éstos o a aquéllos, la asunción de quién tiene que instaurar las pruebas, si la Administración, la Universidad o las Sociedades Profesionales, la correcta evaluación de los méritos científicos y asistenciales, la relación de nuestra actividad asistencial y docente con la industria que rodea a nuestra profesión, la irrealidad en la relación salario/asistencia a congresos científicos y por tanto su facilitación por caminos con vocación espúrea, la necesidad de que nuestra investigación se haga a través de la sociedad y no de los presupuestos, es decir, la implicación con carácter masivo de la industria en toda la financiación de nuestra investigación pura o aplicada, su contemplación por la Administración económica, el cambio drástico que en la morfología de nuestra especialidad se va a dar en el siglo XXI, y concretamente en el primer cuarto del mismo, etc., etc.

Todo ello debe ser pensado y reflexionado acogiéndonos a las advertencias liminales que antes hemos ido vertiendo. Y sin pausa, porque fuera de la realidad estaremos si de todos estos aspectos de duda evolutiva no pensamos que se nos están viniendo encima con mayor rapidez de la que a veces podemos prever y soportar. La consolidación en la primera cuarta parte del siglo entrante de las técnicas de cirugía mínimamente invasiva, atraumática, videoasistida y robotizada me parece imparable, y la preparación individual para integrarnos en su caravana debe ser asumida prioritariamente.

En fin, puede ser apasionante para los advertidos y flamígero para los indolentes.

Fernando Melini de Paz

Presidente de la Sociedad Andaluza

de Traumatología y Ortopedia.

Jefe del Servicio de Cirugía Ortopédica y Traumatología

del Hospital Universitario «Nuestra Señora de Valme». Sevilla

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