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Inicio Revista Médica Clínica Las Condes Carlos lobo onell. Un científico de la urología chilena y mundial
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Vol. 29. Núm. 2.
Tema central: Urología
Páginas 259-263 (Marzo - Abril 2018)
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Carlos lobo onell. Un científico de la urología chilena y mundial
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Juan Pablo Álvarez1,
Autor para correspondencia
jpabloalvarez@gmail.com

Autor para correspondencia.
1 Departamento de Anestesiología, Clínica Las Condes. Santiago, Chile
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“Los que dicen que es imposible no deberían molestar a los que lo están haciendo”

Albert Einstein

La urología es una especialidad médico quirúrgica. Médica porque exige al urólogo la capacidad clínica de hacer un diagnóstico acertado en el paciente que acuda a consultar por una dolencia de esta índole. Y quirúrgica porque el tratamiento debe ser realizado habitualmente de manera intervencional. Y para esto, el médico urólogo debe tener habilidades quirúrgicas que le permitan realizar un tratamiento idóneo. Este concepto no es de quien escribe estas palabras, fue planteado por el Dr. Joaquín Albarrán y Domínguez en 1906, en su clase inaugural, al suceder al jefe de cirugía génito-urinaria de la Universidad de París, Prof. Jean Casimir Félix Guyon.

Este pensamiento es el fiel reflejo de la importancia que en Europa se le empezó a dar a la investigación científica como fuente de la búsqueda de salud basada en lo que realmente se ve en el paciente. Es el triunfo del método científico frente a la magia y las impresiones escolásticas heredadas de los siglos anteriores. Francia, como la nación civilizada y civilizadora del siglo XIX es el centro y hacia allá apuntaron las luces de todos los países que buscaban la iluminación. Chile no estuvo al margen de esta situación. Es más, la influencia de la nación gala se sintió en todos los ámbitos de la cultura y costumbres nacionales. La medicina nacional tiene una gran deuda con la francesa y uno de sus más brillantes cultores de principios del siglo pasado fue el Dr. Carlos Lobo Onell.

La urología chilena

La urología chilena no nace con Carlos Lobo Onell. De hecho, se considera al Dr. Eduardo Moore Bravo como uno de los padres de la urología chilena. Inquieto, activo tanto intelectual como socialmente, el Dr. Moore inició la primera cátedra de enfermedades de las vías urinarias en 1905, luego de una estadía europea de 2 años, comisionada por la Universidad de Chile, en la que se especializó en sifilografía, dermatología y urología. Además fundó la primera escuela de enfermería de Sudamérica y fue director del Museo Nacional de Historia Natural.

Con la creación de la cátedra de enfermedades de las vías urinarias, Moore creó un centro de docencia activa que sembró en el espíritu de los jóvenes médicos que pasaron por sus aulas, un deseo de saber y que hicieron escuela en la medicina nacional. Nombres como José Ducci Kallens, Óscar Fontecilla, Armando Larraguibel, Carlos Monckeberg, Ernesto Prado Tagle y otros más pasaron por estas clínicas y fueron un aporte al desarrollo de la medicina chilena. Con esto no quiero decir que sólo el Dr. Moore fue la gran influencia médica de esos años, tan solo quiero enfatizar que fue parte de un momento de gran expansión científica que influyó y estimuló a los jóvenes profesionales chilenos de principio de siglo XX.

Chile a principios del siglo XX

En 1900 se estimaba la población Santiago de Chile en 280.000 habitantes y en 120.000 la de Valparaíso. En la última década ocurrieron muchos cambios. Recordemos que el año 1891 se desarrolló la guerra civil y el suicidio del presidente Balmaceda. La batalla de Placilla aún era un recuerdo fresco entre las dos facciones en las que se dividió el país. En 1893 se creó el partido liberal y en 1896 se realizó la primera proyección cinematográfica en el Teatro Unión de Santiago. En 1896 además, se licitaron las bases para hacer un sistema de transporte publico eléctrico mediante el uso de tranvías. Santiago era testigo de muchos cambios y sus habitantes lo comprobaban en carne propia.

Datos biográficos de Carlos Lobo Onell

El 30 de septiembre de 1885 nació Carlos Lobo Onell en la ciudad de Santiago. Poco hay publicado sobre su vida temprana. Sabemos que cursó sus estudios secundarios en el Instituto Nacional y que sus resultados fueron siempre sobresalientes. Sabemos también que tuvo parientes relacionados con la ciencia, como don Absalón Onell, hombre de letras y entomólogo por pasión, que se desempeñaba como encargado de lecturas a domicilio de la Biblioteca Nacional. Su hermana Lucila Lobo Onell fue una entusiasta y fiel colaboradora de su hermano, así como benefactora de muchas obras sociales y fundadora de otras. Lucila escribió un libro editado en 1966 llamado “Hojas Sueltas” en las que vierte sus opiniones de los más diversos temas sociales de la época.

El Dr. Lobo Onell terminó el bachillerato a los 15 años y dado que la situación familiar no era acomodada, intentó trabajar para aportar al presupuesto familiar. Su padre no lo dejó y lo instó a seguir los estudios que quería hacer. Quería estudiar medicina. Consiguió ayuda de la Liga de Estudiantes Pobres de Santiago y gracias a estos aportes, pudo completar sus estudios superiores. La liga de estudiantes fue una creación de la masonería, cuyo objetivo fundamental es ayudar a aquellos estudiantes destacados en su educación, ya sea universitaria o técnica. Actualmente corporaciones asociadas a la masonería de distintas logias de Chile siguen manteniendo esta obra activa).

El caso es, que don Carlos inició en 1901 sus estudios de Medicina en la Universidad de Chile. Su dedicación fue completa, destacando siempre su rendimiento académico, siendo calificado como “brillante” por algunos de sus conocidos. Hizo su internado en el antiguo hospital San Vicente de Paul. Pasó por las clínicas quirúrgicas de los Profesores

Dr. Ventura Carvallo Elizalde y Dr. Lucas Sierra, así como por la de enfermedades génito-urinarias a cargo del Dr. Eduardo Moore y por la de neurología liderada por el Dr. Joaquín Luco Arriagada. En relación a esta área de la medicina escribe su memoria titulada “Contribución al estudio de la atrofia muscular de tipo Charcot Marie”. Recibió su título de médico el 27 de julio de 1908. Tenía 22 años.

Ya con sus áreas de interés más definidas, ingresó a la cátedra del Dr. Moore como segundo ayudante.

La Urología como pasión de vida

Fiel a su metódica laboral, se dedicó con abnegación al trabajo y al estudio. Ya como ayudante segundo de la cátedra, en 1909, presentó en la Sociedad Médica de Chile un trabajo con los tres primeros pacientes operados en Chile de prostatectomía suprapúbica según la técnica de Sir Peter Johnson Freyer (Cirujano Inglés que en 1900 realizó la primera prostatectomía abierta en John Thomas, un paciente que vivía en el albergue de aves del parque de Saint James en Londres). En una época de mucho estudio y dedicación a la medicina, estudia y divulga el uso de la cistoscopía en urología, hace presentaciones en las que se definen las indicaciones de la prostatectomía y realiza trabajo clínico en la cátedra del Dr. Moore. Finalmente es ascendido a ayudante primero en 1910.

Su intensa labor le granjeó la admiración y respeto de sus colegas y superiores. Sin embargo, siempre estuvieron presente dos rasgos que se repiten en su biografía: una humildad permanente y una capacidad para el estudio y el trabajo que era avasalladora.

El Profesor Moore reconoció estas cualidades y ya que tenía una relación cercana con el entonces presidente de la República, Don Pedro Montt y con don Emiliano Figueroa, a la sazón ministro de Justicia e Instrucción Pública, probablemente basadas en las vicisitudes de la guerra civil del 91, comisionaron al Dr. Lobo Onell para que, durante dos años, que se iniciaron en mayo de 1911, perfeccionara sus estudios en Europa.

Primera estadía en París

París, la ciudad luz, era el centro cultural y científico de Europa. Estados Unidos estaba lejos de ser la potencia científica que es hoy. En Francia se desarrollaban los estudios de los elementos radioactivos, sus implicancias en medicina y otras áreas. En 1911 recibió el Premio Nobel de Química María Sklodowska (más conocida como Marie Curie) por sus aportes y descubrimientos del radio y el polonio, entre otras cosas. En todas las áreas del conocimiento y sus aplicaciones prácticas, se realizaban estudios, exposiciones y eventos para su difusión. Se creó en este año también el Instituto Oceanográfico de París, que fue una donación del Príncipe Alberto I de Mónaco para el estudio de los mares, se realizó la carrera París-Madrid que fue ganada por Jules Védrines y que mostraba el estado del desarrollo de la navegación aeronáutica, e Igor Stravinsky estrenó su ballet “La consagración de la primavera” en 1913 lo que marcó un hito musical y en general de las artes que remeció al mundo cultural.

En este ambiente ya de por sí innovador, el Dr. Carlos Lobo Onell se integró al servició de Urología del Hospital Necker, dirigido por el profesor Felix Legueu.

Este hospital tenía una gran tradición. Fue fundado en 1778 por Suzanne Curchod, esposa de Jacques Necker, quien fue ministro de Luis XVI. El mismo Jacques lideró un movimiento para acercar el cuidado de salud a la gente y propugnar la construcción de centros de salud cercanos a los vecindarios en vez de grandes hospitales atestados de los más enfermos. En sus inicios, como hospicio católico, se exigía bautismo y confesión para ser ingresado como paciente. Estas exigencias, luego de la revolución francesa, fueron abolidas, manteniéndose como un hospital tradicional laico. En 1801 se creó el primer hospital pediátrico en sus instalaciones, pero se mantuvo la atención de adultos en otras dependencias del mismo hospital. Como dato curioso, fue en este hospital donde René Laennec inventó y difundió el uso del estetoscopio en 1816.

Como decíamos antes del paréntesis histórico, el Dr. Felix Legueu lo recibió. Él ya había descrito la técnica de cierre de fístulas vésico-vaginales y desarrollado una serie de instrumentos para cirugías urológicas. Como el hospital además estaba adosado a la Universidad de París, el estímulo académico era permanente.

El jefe de la cátedra de vías urinarias en 1911 era el Dr. Joaquín Albarrán y Domínguez. Este médico, cubano de nacimiento, pero francés por sus méritos científicos, logró elevar aún más la fama de la clínica de urología del hospital Necker. Muchos son sus logros y aportes a la urología mundial. Fue el primero en realizar una prostatectomía perineal, desarrolló una nueva clasificación histopatológica de los cánceres de vejiga, escribió un tratado de cirugía urológica” Médicine opératoire des voies urinaires (“Medicina de las operaciones de las vías urinarias”, París 1909) que fue la base del estudio de la especialidad por muchos años y desarrolló el estudio de la fisiología renal entre otros. Incluso fue postulado al premio nobel de medicina en 1912. Lamentablemente falleció de tuberculosis a los 51 años el 17 de enero de 1912 luego de haberse infectado de un paciente al que realizó una nefrectomía por una tuberculosis renal.

El Dr. Legueu tomó el cargo de jefe de la cátedra de urología y bajo este alero, Lobo Onell se incorporó a los estudios de fisiología renal que se estaban llevando a cabo. Allí conoció al Dr. León Ambard, un eminente nefrólogo jefe del laboratorio de la Facultad de Medicina de París. Ambard describió las leyes de Ambard y la constante de Ambard, en las que se relaciona la concentración de urea en sangre y orina eliminada en 24 horas, como una manera de evaluar la función renal.

Fruto de una gran amistad que se desarrolló entre ellos y la naciente pasión de Lobo Onell por la bioquímica y la función renal, comenzaron a crearse los estudios que lo llevarían por este nuevo cauce.

Publicó en los Annales de l’Hôpital Necker “Concentration maxime des différentes substances eliminées par le rein”.

No solo Ambard fue su mentor. Henry Eugne Louis Chabanier, otro destacado investigador que fue el sucesor de Ambard como jefe del laboratorio de la Universidad de París, reconoció en Lobo Onell un investigador nato. Con él mantendría una amistad de por vida y una relación laboral que daría frutos en los estudios y publicaciones que desarrollaría en los siguientes años.

Antes de volver a Chile publica con él, en el Bulletin de la Societè de Biologie de París el artículo “Reacción de las orinas y eliminación clorurada” en 1912. Fue nombrado “monitor” de la clínica del Dr. Legue.

A su regreso a Chile en 1913, el Dr. Eduardo Moore lo nombró jefe de la cátedra de urología del Hospital San Vicente de Paul. Durante ocho años se desempeñó en el cargo, hasta 1921. Moderniza la urología chilena: crea un laboratorio para el estudio de la función renal y la bacteriología, difunde el cateterismo ureteral y realiza una labor docente que le da prestigio a su clínica y a la medicina nacional.

En 1921 decide volver a Francia, a la clínica del Dr. Legue. Estando allá reinicia su relación de investigación con el Dr. Chabanier orientándose al estudio de la diabetes y el decano de medicina de la Universidad de París lo nombra asistente ad honorem de la clínica del Dr. Legue. Es en este período en el que logran purificar un extracto de páncreas para tratar la diabetes (Ese mismo año Banting, Best y

Mc Leod purificaron la insulina). Aunque su extracto no era tan puro, si estaba mucho más disponible que la insulina y fue la base del tratamiento de la diabetes por varios años en Europa. Publicó más trabajos relacionados con la diabetes, su fisiopatología y tratamiento, sobre la hiperazoemia, sobre la albuminuria y creó un consultorio adosado a la clínica para el tratamiento de pacientes diabéticos.

Volvió a Chile en 1923 y la Junta de Beneficencia, entidad encargada de la administración e los hospitales públicos, lo nombra jefe del Servicio de Urología del Hospital Salvador. Junto a los médicos que forman el servicio crean una clínica médico quirúrgica que integra todos los adelantos técnicos y conceptos fisiológicos de la época, teniendo incluso un laboratorio adosado, que impulsa la urología nacional al nivel de los países de Europa.

Junto a su labor clínica y de laboratorio, funda con otros destacados urólogos nacionales en 1925 la Sociedad Chilena de Urología, institución de la que fue presidente. En la Revista Médica de Chile publica trabajos sobre la retinitis albuminúrica, sobre la oxalemia, sobre el síndrome edematoso y urémico con colaboradores como el Dr. Charlin, Dr. Barrenechea y el Dr. Donoso Barthet.

En 1928 parte una tercera vez a Francia. Esta vez su estadía duraría hasta 1936. Durante esos años volvió al laboratorio y a la investigación clínica. Pero su prestigio ya era mayor. En 1929 fue designado por la Sociedad Francesa de Urología relator del Congreso Internacional de la especialidad en Londres. Junto a Chabanier, recibió el Premio Montyon, otorgado por el Instituto de Francia por el libro “La exploración funcional de los riñones”, entre otras distinciones. En 1935 fue designado miembro de la legión de honor en grado de Caballero por el gobierno francés por sus aportes científicos.

A su vuelta a Chile es designado jefe Ad Honorem de Urología del Hospital Salvador y obtiene el título de Profesor Extraordinario de Urología.

Sigue estudiando y trabajando con entusiasmo. En 1945 en el laboratorio de urología se habilita un equipo de electroforesis, lo que renueva su entusiasmo e inicia una nueva etapa en su incansable curiosidad investigativa: el estudio de las proteínas. Ya es invitado como gran profesor a los distintos congresos de la especialidad a nivel latinoamericano. En 1950, a la edad de 58 años fue nombrado maestro de la urología chilena. Y en 1960 se incorpora como miembro académico de la facultad de medicina de la Universidad de Chile.

El Dr. Lobo Onell mantuvo su incansable sed de conocimientos durante toda su vida. De manera humilde, alegre y dedicada, tuvo una capacidad de asombro permanente lo que le valió el reconocimiento de múltiples instituciones académicas y sociedades europeas y americanas.

Falleció a la edad de 78 años el 12 de agosto de 1962. Se publicaron sendos obituarios en revistas francesas, alemanas y españolas despidiéndolo y reconociendo sus cualidades humanas y de investigador incansable. En el hall de entrada de la Casa Central de la Universidad de Chile, se despliegan las placas con los nombres de los benefactores de esta Universidad. Ahí encontramos el nombre de Don Carlos Lobo Onell, entre muchos otros insignes ciudadanos que aportaron al engrandecimiento de las artes, las ciencias y la cultura. Esta es una elocuente señal de su compromiso con el saber y de su vocación de servicio.

Fue un hombre excepcional y al conocer más sobre su vida da la impresión de haber vivido no una, sino varias vidas humanas concentradas en unos pocos años. Tal vez, para hombres comunes, con solo un tercio de sus logros habría bastado. Pero para él eso no contaba. Solo el placer del conocimiento y la humildad frente a lo que se enfrentaba. Ese hombre-niño que se admiraba ante lo desconocido y que, venciendo al miedo inicial, iniciaba el viaje hacia el descubrimiento.

Un chileno en la corte de los más importantes investigadores del siglo pasado.

Uncited Referencias bibliográficas

[1–13]

Referencias bibliográficas
[1]
Cubillos L, Cruz-Coke R. Historia Biográfica de la Medicina Chilena (1810-2010). Academia Chilena de Medicina, 2014.
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A. Neghme, R. Vargas, Corvalan l, G. Leyton.
Prof. Carlos Lobo Onell. Rev Med Chil, 92 (1964), pp. 68-73
Jan;
[3]
A. Puigvert.
Dr. Carlos LOBO-ONELL (1885-1963) Arch Esp Urol., 16 (1963), pp. 265-266
Mar 1;
[4]
M. Vargas, Alberto..
Semblanza del Prof. Dr. Carlos Lobo Onell.
Rev. Chil. De Urol, Vol.42 (1979), pp. 1
[7]
Irish Journal of Medical Science September 1994, Volume 163, Issue 9, pp 413-416 | Cite as Sir Peter Johnson Freyer.
[11]
Wong Corrales Luis Armando, Álvarez Rodríguez Yamitsi. Dr. Joaquín Albarrán, un cubano digno. Rev. Med. Electrón. [Internet]. 2011 Oct [citado 2018 Ene 29] ; 33(5): 265-275. Disponible en: http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttextπd=S1684-18242011000500014&lng=es.
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