Buscar en
Revista Colombiana de Cardiología
Toda la web
Inicio Revista Colombiana de Cardiología In memoriam Doctor Roberto Díaz del Castillo
Información de la revista
Vol. 27. Núm. 2.
Páginas 67-68 (Marzo - Abril 2020)
Compartir
Compartir
Descargar PDF
Más opciones de artículo
Vol. 27. Núm. 2.
Páginas 67-68 (Marzo - Abril 2020)
Open Access
In memoriam Doctor Roberto Díaz del Castillo
Visitas
4026
Mauricio Zárate
Clínica de Occidente de Cali, Cali, Colombia
Este artículo ha recibido

Under a Creative Commons license
Información del artículo
Texto completo
Descargar PDF
Estadísticas
Figuras (1)
Texto completo

Nunca pensé que algún día escribiría un editorial en memoria de un colega y amigo: Roberto Díaz del Castillo (Foto)

Lo conocí por allá en 1995, en las juntas cardioquirúrgicas que hacíamos en la clínica Rafael Uribe del Seguro Social, en Cali; él trabajaba en la Clínica Nuestra Señora de los Remedios y yo en la Clínica de Occidente. En esa junta confluíamos los cirujanos de las tres instituciones que en aquella época realizábamos cirugía cardiovascular (las mencionadas previamente más la Fundación Valle del Lili); éramos seis cirujanos y cuatro cardiólogos; casi todos éramos jóvenes y creíamos tener la última palabra. Una vez definido el volumen de pacientes a operar, la remisión era democrática: un tercio para cada servicio.

En esas juntas, obviamente, fuera de discusiones médicas y académicas, solíamos contar anécdotas y experiencias de nuestra práctica diaria; además, el sentido del humor colombiano afloraba con facilidad, dado el origen de cada uno: cinco vallunos, un bogotano, un paisa, un costeño, un tolimense y un pastuso.

Roberto tenía una memoria fotográfica y siempre una historia nueva para contar; irradiaba optimismo y no le veía problema a nada. A medida que el tiempo avanzaba, nuestra amistad y respeto fueron creciendo.

En ese camino profesional nos enteramos de la formación del capítulo (hoy seccional) Suroccidente de Cardiología y Cirugía Cardiovascular; nos llamó la atención pertenecer al mismo, pues era un espacio de integración con los cardiólogos de la región, además fuimos empujados y animados por nuestro amigo cardiólogo Adolfo Vera, quien fue el gestor del capítulo.

En alguna ocasión, tomándonos un café durante un simposio regional, nos propusimos formar parte del cuadro directivo del Capítulo Suroccidente de la Sociedad Colombiana de Cardiología, y Roberto me animó a postularme. El día de la elección de la junta capitular, nuestra sorpresa fue mayúscula cuando escuchamos el siguiente comentario proferido por un cardiólogo: “nunca un cirujano podrá ser presidente del capítulo”; obviamente, el resultado fue una meritoria elección como vocal... Pero la persistencia logra lo que la dicha no alcanza, y en los años siguientes los dos fuimos presidentes regionales, uno detrás de otro; si nuestra labor fue buena o no, lo dirá la historia.

Además de colegas y amigos, fuimos vecinos; Roberto vivía en las afueras de Cali, al norte de la ciudad, en un condominio en la montaña, en tierras que habían pertenecido a su suegro. Recuerdo que un sábado cualquiera recibí una llamada telefónica de Roberto, quien me soltó la siguiente frase: “anímense a ser mis vecinos: mi suegro aún tiene lotes para la venta”; el lugar nos encantaba a mi esposa y a mí, pero para ese momento lo veíamos como algo inalcanzable y le respondí que aún no podíamos; él me contestó: “vas a ver que, tarde o temprano, estarán viviendo por acá”; con el tiempo su profecía se cumplió y compartimos varias veces en familia y con amigos. Guardo muchas anécdotas en su casa: en una ocasión hicimos reunión de Junta del Capítulo de Cardiología y nos enteramos que ese día comenzaba el ramadán para los musulmanes; él había traído de Egipto unas chilabas (túnicas del Oriente medio) y nos las pusimos encima de la ropa para hacerles una broma a los demás miembros de la Junta; cuando llegaron Adolfo Vera, Alberto Negrete y Walter Mosquera quedaron impresionados, pues no se imaginaban que fuéramos musulmanes y que estaríamos en ayuno hasta comenzar la noche. Fuera de eso, su esposa Ingrid había preparado comida árabe, lo cual hacía más realista la situación; ellos decían: “es increíble lo poco que uno conoce a sus colegas”; al final de la reunión les contamos la verdad y ellos jamás han olvidado ese día. En otra ocasión, su esposa Ingrid le organizó una fiesta de cumpleaños (creo que fueron los 50) y como parte del festejo le hicimos un show disfrazados de guaneñas (el bambuco “La guaneña” es el himno no oficial del departamento de Nariño).

Roberto hablaba un perfecto francés (fruto de haberse formado como cirujano cardiovascular en el Hospital la Pitié-Salpetriére, casa de médicos ilustres como Jean-Martin Charcot, Joseph Babinski, Sigmund Freud, Ernest Laségue y Christian Emile Cabrol), un buen inglés (ignoro donde lo aprendió, pero lo que sí sé es que era un viajero consumado) y cuando se proponía hablaba un acento pastuso digno del volcán Galeras, con una gran “chispa”; él siempre decía: “soy pastuso, pero no ejerzo…”

Desde el punto de vista gremial, la vida nos fue llevando por caminos muy parecidos: después de integrar juntas seccionales, compartimos tres períodos (6 años) en la junta directiva nacional de la Sociedad Colombiana de Cardiología y Cirugía cardiovascular: fue durante las presidencias de Manuel Urina, Efraín Gómez y Gustavo Restrepo. Las reuniones eran provechosas no solo desde el punto de vista académico, organizacional y gerencial, sino también llenas de discusiones y posiciones encontradas —en apariencia difíciles de conciliar— pero que finalmente llegaban a un acuerdo.

Era algo sui géneris en la Sociedad, pues además de ser cirujanos cardiovasculares, representábamos la misma región geográfica.

En el ámbito de relaciones internacionales, Roberto logró establecer vínculos con otras sociedades, como la Sociedad Española de Cardiología, la Sociedad Española de Cirugía Cardiovascular y la Sociedad Interamericana de Cardiología, de la cual fue presidente; su capacidad de relacionamiento con colegas de diferentes países era increíble: lograba romper esa barrera e investidura que a veces se sobrepone a nuestros intereses.

Socialmente era muy agradable: su sonrisa era contagiosa, sus chistes y su humor negro eran celebrados por todo su entorno; recuerdo el brindis que repetía con frecuencia: “cuanime cristi, cuanime reculisti, cuanime conturbas mea”; nunca supe qué significaba aquella frase, pero la aprendí de memoria.

En lo laboral y a pesar de estar en sitios diferentes, compartimos muchas cirugías; éstas siempre tenían un ingrediente: Roberto llenaba de humor y entusiasmo el quirófano. Ambos aprendimos técnicas y trucos del otro; yo, por ejemplo, le aprendí la técnica de Cabrol para el reimplante de coronarias en la disección aórtica y él me aprendió la cirugía de Maze.

Recuerdo que una vez me invitó a que le ayudara en una cirugía de un recomendado; la realizó de forma serena y paciente (cualidad que lo caracterizaba en el quirófano) con muy buen resultado; era una tromboendarterectomía pulmonar; al final de la cirugía le pregunte acerca de cuantas de esas cirugías había hecho y me respondió: acabo de hacer la primera contigo ..

En el ámbito familiar también fue exitoso: compartió la mayor parte de su vida con Ingrid Zangen, una esposa cariñosa y comprensiva que lo apoyaba en todo y fuera de eso, relacionada con su profesión, pues ella siempre ha estado en el área de la hemodinámica como gestora y CEO del grupo de Angiografía de la Clínica de los Remedios; estaba muy orgulloso de sus hijos Pierre, Natalia y Mateo.

Entre sus pasiones figuraban la aviación, el twitter (sus seguidores venían “in crescendo”), un grupo gourmet en Cali, un buen vino y sobre todo su afición al Deportivo Pasto: era un cuyigan consumado.

Nunca supimos si nuestros padres se conocieron pues fueron de promociones muy cercanas al graduarse como médicos de la Universidad Nacional: mi padre fue promoción 1949 y su padre promoción 1948, aproximadamente.

En resumen, fue un gran ser humano; fueron muchos años conociéndonos y compartiendo espacios laborales, académicos, gremiales, sociales y de vecindario. Tuvimos discusiones y diferentes puntos de vista, y en ocasiones nos apartábamos un tiempo; sin embargo, nuestra admiración y respeto mutuo, fortalecieron nuestra amistad.

Padeció su enfermedad con dignidad y trabajó sin descanso hasta que su físico se lo permitió; como dijo mi padre un mes antes de morir: “la vida es una enfermedad incurable la cual padecemos todos”.

Posdata: algunos mensajes del chat de cirujanos cardiovasculares de Colombia:

  • -

    Lamentable pérdida, lo siento mucho.

  • -

    ¡Qué dolor!, estimaba profundamente a Roberto

  • -

    Muy penosa la muerte de Roberto

  • -

    ¡Qué dolor!

  • -

    Profunda tristeza

  • -

    Gran médico, gran persona

  • -

    Gran pérdida para el país

  • -

    Se fue un excelente cirujano y gran persona con pensamiento crítico tan escaso y que nos hará falta.

Opciones de artículo
Herramientas