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Vol. 21. Núm. 9.
Páginas 146-156 (Octubre 2002)
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Los afrodisíacos, ¿mito o realidad?
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Manuel Pijoan
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Maestros en hechizos y perfumes afrodisíacos, los yanomani emplean para estos fines la corteza olorosa del árbol Mara sifi, las hojas mágicas de una acantácea, las semillas de la nainatha y diversas otras plantas.
Utilizados como afrodisíaco por los asirios, antiguos griegos y fenicios, los apreciados estigmas del azafrán se utilizan todavía en varios países de Oriente medio como estimulantes de la libido.
El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli. En esta famosa pintura de finales del siglo xv puede apreciarse la relación innegable entre la diosa, los moluscos bivalvos y la espuma del mar.
Cadáver de un rinoceronte negro abatido en Kenya por cazadores furtivos que se apoderaron de su cuerno.
Planta mítica originaria de China y de Corea, el ginseng se utiliza desde hace más de 2.000 años en estos países como tónico, afrodisíaco y elixir de longevidad.
Este ejemplar atípico de krait anillado (Bungarus fasciatus), serpiente muy venenosa del sudeste asiático y del sur de China, haría las delicias de los cocineros cantoneses especializados en el famoso plato afrodisíaco Tigre y Dragón.
Ingredientes de los antiguos calderos de brujas, los huesos de rana son todavía objeto de consumo por sus pretendidos efectos afrodisíacos.
Bivalvo marino emparentado con las almejas y las escupiñas del género Venus, que ilustra de un modo bastante evidente la asociación clásica, aunque primitiva y tosca, entre el parecido con los genitales femeninos y el pretendido efecto afrodisíaco.
A diferencia de esta especie tropical, muchas orquídeas de climas templados y fríos son terrestres y poseen un rizoma doble que evoca de un modo sorprendente un par de testículos. El afrodisíaco satirión, utilizado por los antiguos griegos y romanos, se preparaba con este tipo de orquídeas.
El polvo de cuerno del unicornio, animal fabuloso cuya existencia no fue puesta en duda de un modo definitivo hasta el siglo xix, fue uno de los remedios contra la impotencia más codiciados durante toda la Edad Media.
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Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha querido disponer de sustancias con las que se pretende excitar o estimular el apetito sexual. Los afrodisíacos han recorrido un largo camino histórico en el que, a veces, ha sido difícil separar el mito de la realidad. El autor del presente trabajo nos acerca a los orígenes de los afrodisíacos y su importancia en todas las culturas, además de revisar la realidad científica de aquellos productos reivindicados como afrodisíacos.

El término «afrodisíaco» proviene de Afrodita, la diosa griega del amor. Sobre el nacimiento de esta deidad, que los romanos identificaron más tarde con la antigua diosa itálica Venus, se transmitían dos tradiciones distintas. Según una de ellas, Afrodita era hija de Urano, cuyos órganos sexuales amputados por su hijo Crono tras una encarnizada lucha cayeron al mar junto a las costas de Chipre. Una vez allí, los órganos cortados liberaron su esperma, que al ser agitado por las olas fertilizó la espuma marina y engendró a la diosa, la mujer nacida de la espuma o del semen del dios. En la otra tradición Afrodita nació de la unión entre Zeus y Dione y era, por tanto, no ya la hija de Urano sino su nieta. Homero ya había descrito a la diosa que surgió desnuda de la espuma del mar como la responsable de infundir el deseo en los dioses, los hombres y las fieras.

Antecedentes históricos

Más antiguo aún que todos estos mitos es el interés por esas sustancias con las que se pretende excitar o estimular el apetito sexual. Aunque la primera mención escrita de los afrodisíacos procede de unos papiros egipcios del siglo xxiii antes de Cristo, es probable que el uso de filtros, pócimas de amor y ungüentos destinados a potenciar la sexualidad o atraer al sexo opuesto se remontara a la prehistoria más lejana, como parece atestiguarlo la prevalencia de estos usos en las culturas más diversas incluso entre las que todavía hoy en día permanecen ancladas en la edad de piedra.

Otras referencias antiguas a los afrodisíacos se encuentran en el Génesis, en el que se habla de la menta que esparcían sobre el lecho de los recién casados para potenciar su deseo --menta que usarían más tarde las strigae o brujas romanas para elaborar sus filtros amorosos-- y de la mandrágora, gracias a la cual Jacob tuvo su quinto hijo con Lía, y por supuesto en esos ancestrales tratados sobre las prácticas amorosas que son el Kama-Sutra y el Ananga-Ranga. Además de las conocidas descripciones de atavíos, movimientos y posturas, en estos libros hindúes escritos hacia el siglo v a.C. se dan numerosas recomendaciones dietéticas con las que se pretende reforzar el vigor sexual. En una de sus recetas se propone extender sobre cebollas y guisantes una mezcla de cardamomo con jengibre y canela, suplementos dietéticos estos tres últimos que todavía se utilizan a menudo como excitantes de la libido.

Los antiguos griegos también hicieron amplio uso de estas «milagrosas sustancias», entre ellas los mariscos y otros alimentos marinos que probablemente se relacionaban con el nacimiento de Afrodita en la fértil espuma del mar. También las usaron los antiguos romanos, a veces hasta el abuso, un abuso que podía conducir a la muerte, como le sucedió a Calígula con las pócimas venenosas que le preparaba su esposa para mantener o mejorar su potencia sexual1. Aunque es muy probable que el veneno que causó la muerte del despótico emperador fuera el polvo de cantáridas, peligroso afrodisíaco cuyos supuestos efectos contra la infertilidad ya habían sido descritos por Hipócrates en el siglo v a.C., y que a veces produce erecciones tan prolongadas como dolorosas2.

Maestros en hechizos y perfumes afrodisíacos, los yanomani emplean para estos fines la corteza olorosa del árbol Mara sifi, las hojas mágicas de una acantácea, las semillas de la nainatha y diversas otras plantas.

Afrodisíacos por analogía

No sólo en la antigüedad, sino también en la Europa medieval e incluso moderna, una buena parte de los afrodisíacos, o de la materia prima que servía para obtenerlos, eran plantas y animales que recuerdan por su forma a los órganos sexuales masculinos o femeninos. Un buen ejemplo cuyo uso todavía perdura es el de las ostras, almejas y otros bivalvos marinos los cuales, no por casualidad, se han asociado a menudo con el nacimiento de Venus/Afrodita. La pervivencia de este uso antiguo no se limita por cierto al mundo occidental; basta con entrar a media tarde en unas de las numerosas ostionerías del centro de México DF para ver cómo los comensales de mediana edad y sexo masculino consumen con disgusto un ceviche de ostiones que a muchos otros les parecería delicioso, para cumplir más tarde con sus deberes maritales.

Otros ejemplos de afrodisíacos por analogía son las cebollas, de las que en la Edad Media se creía que prolongaban las erecciones y aumentaban la cantidad de esperma, capacidad que compartían con el ajo, el rábano, el nabo y otros alimentos vegetales en forma de pene o de testículo. Además de ostras, almejas y otros bivalvos asociados con Venus, los romanos atribuían propiedades afrodisíacas a las habas, legumbres que consideraban beneficiosas para la erección por su forma semejante a la de los testículos humanos. En fechas posteriores, esta creencia en la acción estimulante de las habas se transmitió a otros países. Por lo demás, las habas no fueron las únicas legumbres que tuvieron gran prestigio como afrodisíacos durante la antigüedad clásica. También lo tuvieron los garbanzos y lentejas, y en particular estas últimas, gracias a las cuales un anciano que aparece en una de las obras de Aristófanes fue capaz de proporcionar gran placer a una mujer joven. Siglos después, Constantino el Africano, un cartaginés que contribuyó a transmitir la ciencia árabe a Occidente con sus traducciones, dijo de los garbanzos que son afrodisíacos ideales porque, al aportar alimento y generar flatulencia, reproducen la esencia del semen, a diferencia de los alimentos fríos, que «disuelven la ventosidad, desecan el esperma y, por consiguiente, apagan la libido»1.

Utilizados como afrodisíaco por los asirios, antiguos griegos y fenicios, los apreciados estigmas del azafrán se utilizan todavía en varios países de Oriente medio como estimulantes de la libido.

El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli. En esta famosa pintura de finales del siglo xv puede apreciarse la relación innegable entre la diosa, los moluscos bivalvos y la espuma del mar.

La asociación entre plantas y testículos impulsó a griegos y romanos a utilizar el producto denominado satirión, que se extraía de distintas especies de orquídeas cuyos tubérculos dobles recuerdan de un modo sorprendente un par de testículos. Gracias a este brebaje que alude a los sátiros, esas divinidades menores que personificaban el culto a la naturaleza y permitían los excesos sexuales, Hércules, según se dice, fue capaz de desflorar cincuenta doncellas en una sola noche.

Aunque, como indican numerosas expresiones vulgares, la analogía con los testículos es también aplicable a los huevos de gallina y de otras aves, es muy probable que las propiedades afrodisíacas que les atribuyeron a estos alimentos los romanos y otros personajes más modernos se basaran sobre todo en su carácter de elementos generadores por excelencia. Casanova, sin opinar sobre el particular, describe en sus Memorias una ensalada de huevos con la que creía potenciar su vigor sexual. La vinagreta de la ensalada que, además de vinagre, contenía salvia, menta, cebolla y pimienta negra, debía prepararse dos semanas antes de su empleo. El aventurero italiano le añadía luego las yemas de seis huevos recién cocidos para poder realizar luego sus prolongadas maratones sexuales. Otros ingredientes de las recetas estimulantes de Casanova eran el caviar, las trufas, que también consumía por las mismas fechas Carlos II el Hechizado para paliar su impotencia, y, por supuesto, las clásicas ostras, todavía consideradas por muchos como las reinas de la cocina afrodisíaca.

La connotación erótica del caviar quizá se deba a la proverbial fertilidad de esos grandes peces óseos primitivos que son los esturiones. Las puestas del esturión común, especie que de común ya sólo tiene el nombre, pueden superar ampliamente los siete millones de huevos. Las del enorme esturión beluga (Huso huso), del que se extrae el caviar homónimo, no le van a la zaga. Menos exclusivos son, en cambio, los huevos pequeños y manchados de las codornices, que en muchos lugares se venden como afrodisíacos, o los huevos rojos del salmón, pescado cuya carne es también considerada por algunos como un gran excitante sexual. Otros peces que gozan de gran prestigio son el arenque, especie notablemente prolífica considerada como un potente afrodisíaco en la cultura irlandesa, y las numerosas especies de tiburones con cuyas aletas se elabora la conocida sopa china.

El poder generador se ha atribuido también desde antiguo a la granada y a los higos, frutos ambos que contienen un enorme número de semillas y que, además, evocan los órganos sexuales femeninos. Los chinos, que regalaban higos a los novios para su primera noche de amor conyugal, también consideran como símbolo de los genitales femeninos al melocotón y a la ciruela, por su color encarnado y su textura jugosa y suave. Esta simbología genésica tuvo también su contrapartida occidental con los espárragos, fresas y cerezas, alimentos vegetales exquisitamente húmedos y carnosos, cuya forma sugiere las partes más íntimas del cuerpo.

Cadáver de un rinoceronte negro abatido en Kenya por cazadores furtivos que se apoderaron de su cuerno.

Planta mítica originaria de China y de Corea, el ginseng se utiliza desde hace más de 2.000 años en estos países como tónico, afrodisíaco y elixir de longevidad.

De entre todas estas analogías entre genitales y alimentos, una de las más curiosas es la que parece existir en la India entre cocos y testículos, ya que en este país se cree que el peludo y lechoso fruto mejora la calidad e incrementa la cantidad del semen. Este mismo tipo de analogías es el que impulsa a algunos a comer criadillas de toro, testículos de otros mamíferos e incluso pene de león. Aunque el consumo de criadillas obedece muy a menudo a razones puramente alimentarias y gastronómicas, no puede decirse lo mismo del hueso del pene de lobo, inesperado artículo que se comercializa en varios países asiáticos, a veces a precios muy altos, por sus supuestos poderes afrodisíacos.

Repulsivos y absurdos

Los romanos, que no por casualidad llamaban venenum a sus filtros amorosos, no tenían remilgos a la hora de utilizar ingredientes extraños, peligrosos o repugnantes. Además de cantáridas y testículos de lobo, también consumían criadillas de asno y de ciervo, y es probable que sus strigae hubieran empezado ya a utilizar en sus pócimas los sapos que gozaron de tanto predicamento entre las brujas medievales. Pero no hace falta remontarse tan atrás en el tiempo para documentar la vigencia de estas extrañas prácticas. Ni siquiera hace falta remontarse a los tiempos de Macbeth, ya que algunos de los ingredientes del caldero de las brujas de la obra de Shakespeare son todavía hoy objeto de consumo, si bien no tanto con fines adivinatorios como por sus efectos narcóticos o pretendidamente excitantes del apetito sexual. Además del ya mencionado tiburón, todavía es frecuente el consumo de infusiones de sapo, de escamas de dragón, de huesos de rana y de jugos corporales de distintos animales, incluidas la sangre de cabra y la bilis de oso.

Este ejemplar atípico de krait anillado (Bungarus fasciatus), serpiente muy venenosa del sudeste asiático y del sur de China, haría las delicias de los cocineros cantoneses especializados en el famoso plato afrodisíaco Tigre y Dragón.

En concreto, este último brebaje está considerado hasta tal punto en China como un remedio milagroso que el país mantiene o mantenía hasta fechas muy recientes 10.000 osos prisioneros, hacinados en jaulas horizontales en las que apenas pueden moverse, escasamente alimentados y sometidos a la periódica tortura de la implantación de un tubo en la vesícula para extraerles la bilis. Si durante esta extracción los dolores de los osos sobrepasan todos los límites imaginables, su sufrimiento en otros momentos, por la deformación ósea que les produce su inmovilización forzosa, por el miedo, por la escasez de agua y de alimento, es también considerable. Y lo más terrible es que en estas interminables condiciones de sufrimiento, esos animales que nuestros ancestros consideraban como seres casi mitológicos pueden continuar viviendo durante más de 15 años.

Por desgracia, no sólo los osos pardos, tibetanos y malayos son objeto de codicia por su pretendido poder afrodisíaco. En Venezuela se persigue por razones similares al vulnerable oso de anteojos y al mucho más abundante coatí común. En el estado mexicano de Tamaulipas se consumen furtivamente los huevos de la amenazada tortuga marina bastarda o de Kemp. En Pakistán se persigue al varano de Bengala para extraerle su grasa y preparar un aceite pretendidamente afrodisíaco que se vende por las calles. Y en China, además de huesos de tigre, caballitos de mar y otros extraños manjares, se captura todo tipo de serpientes, sin distinción alguna entre especies comunes, raras o amenazadas, para preparar el Laoju Long o Tigre y Dragón, que es el plato estrella de Cantón. Pese a su nombre, este curioso plato es en realidad un combinado de perro, gato y serpiente preparado de tal forma que los tres animales armonicen sus formas y colores, y formen con su cuerpo el ideograma circular del Ying y el Yang.

El paseo por el mercado de Cantón, con sus hornos y ollas humeantes en los que se cuecen gatos, serpientes, tortugas, escorpiones y chinches gigantes, nos remite una vez más a los calderos de las brujas medievales, aunque los cocineros chinos actuales no utilicen como aquéllas el polvo de momia, los excrementos de asno o de cocodrilo, los huevos de cuervo, la grasa de antílope o los cuernos de gacela.

Otro repugnante afrodisíaco que gozó de estima en la Europa medieval y renacentista fue la sangre menstrual. Frazier, en su libro La cocina afrodisíaca (s. xiii), refiere al respecto el siguiente comentario del obispo Burdrad de Worms: «¿Has hecho ya aquello que algunas mujeres acostumbran hacer? Guardan su sangre menstrual y la mezclan en los alimentos y la bebida que les sirven a sus esposos con objeto de que éstos las quieran con más ardor»3. Tres siglos después, Agripa de Nettesheim, el médico y cabalista alemán que fue historiógrafo de Carlos I de España, refería en su obra De occulta philosophia las numerosas y contradictorias propiedades de la sangre menstrual, desde su capacidad de agriar productos nuevos, esterilizar cultivos, destruir enjambres de abejas y volver rabiosos a los perros, hasta curar la epilepsia, las fiebres tercianas y cuartanas, y detener incendios, torbellinas y tormentas. En otro capítulo del libro, Agripa menciona sus virtudes afrodisíacas al decir que «cuando se desea amado, es preciso buscar algún animal de los que más aman, como la paloma, la tórtola, el gorrión y la golondrina; se necesita tomar un miembro o las partes de las que el apetito venéreo domina más, como son el corazón, los testículos, la matriz, la verga, el esperma y las menstruaciones o reglas». Unas cuantas páginas después, el cabalista alemán nos dice que «los fascinadores (...) para dar amor se sirven de colirios venéreos, (...), de sangre de palomas o de gorriones y de otras aves semejantes».

Más que estas extrañas pócimas, o que la mandrágora de raíz antropomórfica, cuyas connotaciones sexuales se mantenían incólumes desde los tiempos de Jacob, el afrodisíaco más codiciado durante la Edad Media y el Renacimiento fue probablemente el cuerno de unicornio. Símbolo por excelencia de lo fantástico o de lo inalcanzable, el unicornio era un animal fabuloso en forma de caballo, con barba de chivo, pezuñas de toro y cola leonina, en cuya frente nacía un cuerno largo, afilado y espiral. Para atrapar al unicornio había que atraerlo, en efecto, hacia una doncella virgen sentada bajo un espeso árbol del bosque; cuando el animal reclinaba su cabeza en el regazo de la joven, ésta entonaba un dulcísimo canto y al mismo tiempo acariciaba el temible cuerno hasta que la bestia se dormía. Con estas premisas, imprescindibles para capturar el animal y cortar su afilado y peligroso cuerno, no es de extrañar que el polvo que de él se extraía fuese uno de los remedios contra la impotencia más codiciados durante toda la Edad Media. Y aunque el unicornio nos parezca hoy una invención inverosímil, la creencia en este maravilloso polvo de cuerno que no pasaba de ser marfil triturado, continuó estando muy difundida durante los siglos xvii y xviii --hasta el punto que en las listas de fármacos aprobados por la Real Sociedad Inglesa de Médicos ocupaba uno de los primeros lugares-- y perduró hasta bien avanzado el siglo xix, cuando un destacado naturalista demostró la falacia absoluta del invento.

El naturalista del xix no mencionó, sin embargo, que la creencia en el unicornio tenía dos sólidos puntos de apoyo: uno de ellos era la existencia del narval, un cetáceo del Ártico emparentado con los delfines cuyos machos tienen un diente enorme que se proyecta por delante de su frente como una lanza de marfil; el otro era el papel fundamental muy probable que tuvo en la creación del mito el óryx de Arabia (Oryx leucoryx)4, antílope de aspecto equino y cuernos largos, espiralados y rectos que, vistos de perfil, dan a menudo la impresión de ser un apéndice único.

Tendencias actuales

La codicia por el marfil no remitió con la desaparición del mito, y aun cuando a esta apreciada materia ya nadie le atribuye propiedades afrodisíacas o simplemente terapéuticas, sí se las otorgan en cambio al apéndice de otros animales bien reales que, por lo menos en Asia, suelen tener un cuerno único. Se trata, evidentemente, de los rinocerontes, cuatro de cuyas cinco especies5 se acercan peligrosamente a la extinción por culpa de esta absurda creencia. En la farmacopea oriental, el cuerno de rinoceronte pulverizado se utiliza en múltiples recetas y específicos como analgésico, antifebrífugo y supuesto remedio contra muchas otras enfermedades; una absurda creencia, si se considera que el codiciado apéndice está compuesto de queratina, como nuestras uñas. En la India, el polvo del referido cuerno se utiliza como pretendido afrodisíaco, lo cual es, si cabe, todavía más absurdo. Pretender curarse una fiebre, un dolor de cabeza o excitarse sexualmente con este infame remedio es como querer hacerlo comiéndose las uñas. Con la diferencia de que el absurdo e infame remedio no siempre es tan inocuo: en 1988 unos investigadores de Namibia descubrieron esporas de ántrax en cuernos de rinocerontes negros y, si bien carecemos de datos al respecto, no creemos que éste sea un caso accidental.

A diferencia del cuerno de rinoceronte, la gran mayoría de los afrodisíacos que se utilizan actualmente no atenta contra las especies en peligro. Muchos de ellos se basan, en efecto, en plantas bastante abundantes o incluso cultivadas como el apio, la vid6 o el azafrán. Utilizado como afrodisíaco desde antiguo por asirios, griegos y fenicios, el azafrán cuyos estigmas sirven sobre todo como condimentos y para teñir algunos platos de amarillo, se emplea todavía en varios países de Oriente medio como estimulante de la libido, al igual que la canela, el anís y la vainilla. Más al este, desde Ceilán hasta China y Japón --y de unos años a esta parte también en Occidente--, el jengibre sirve para los mismos fines, ya sea como condimento o suplemento dietético, ya tomado en infusión o ya en esencia.

Ingredientes de los antiguos calderos de brujas, los huesos de rana son todavía objeto de consumo por sus pretendidos efectos afrodisíacos.

Primo hermano del jengibre por su versatilidad y porque de él se utiliza siempre la raíz, el ginseng (Panax ginseng) es un poderoso tónico al que se le han atribuido todo tipo de virtudes terapéuticas, algunas contradictorias como la de ser sedante y estimulante a la vez. Planta mítica originaria de China y de Corea, el ginseng es en todo caso una de las drogas vegetales más antiguas. En China se utiliza desde hace más de 2.000 años como tónico, afrodisíaco y elixir de longevidad. Sus principios activos son los ginsenósidos, cuyo contenido debe superar el 4% para asegurar la eficacia de la raíz. El ginseng se comercializa a menudo en forma de cápsulas, cuya riqueza en ginsenósidos supera el 8%. Además de estos principios activos, el ginseng contiene vitaminas del grupo B, vitamina C, aminoácidos y estrógenos. Todas estas sustancias contribuyen a la comprobada acción tónica y revitalizante de la planta medicinal, en sus efectos positivos sobre la disminución de los niveles de colesterol, de triglicéridos y de azúcar en sangre, pero lo que nadie ha conseguido comprobar hasta la fecha es que la milenaria raíz tenga efecto directo alguno sobre la excitación o el rendimiento sexuales. Ello no impide que el ginseng sea objeto de un comercio internacional intenso por sus pretendidas virtudes afrodisíacas, lo que equivaldría a una estafa generalizada si no fuera porque la versátil raíz debe contribuir realmente a mejorar la libido de las personas por dos razones: el efecto placebo, ya que aunque el ginseng no tiene un efecto afrodisíaco comprobado, la creencia de que lo tiene basta a menudo para forjar el milagro; y su acción positiva sobre la salud, que puede contribuir a enriquecer la vida erótica de una persona con el organismo debilitado.

Bivalvo marino emparentado con las almejas y las escupiñas del género Venus, que ilustra de un modo bastante evidente la asociación clásica, aunque primitiva y tosca, entre el parecido con los genitales femeninos y el pretendido efecto afrodisíaco.

Primo hermano del jengibre por su versatilidad y porque de él se utiliza siempre la raíz, el ginseng (Panax ginseng) es un poderoso tónico al que se le han atribuido todo tipo de virtudes terapéuticas

Estas mismas consideraciones pueden aplicarse al eleuterococo (Eleutherococcus senticosus), con bastantes restricciones al abrojo (Tribulus terrestris) y quizá con mayor fundamento a los denominados afrodisíacos amazónicos. El eleuterococo, en concreto, es una planta de la misma familia que el ginseng que se cosecha en las estepas de Siberia y del norte de China, y cuyos numerosos heterósidos contribuyen a estimular las glándulas endocrinas y del sistema nervioso central. Además de tener un efecto positivo sobre la fatiga física e intelectual, el eleuterococo es un adaptógeno muy apreciado, en particular, por los cosmonautas rusos que lo utilizan para facilitar su adaptación al espacio. Por su efecto «antifatiga», esta planta del noreste de Asia se utiliza actualmente en numerosos combinados afrodisíacos, a menudo junto con abrojo, yohimbe, damiana y flor de la pasión. Uno de estos combinados, que en lugar de estas últimas dos plantas contiene vitamina B3, se anuncia nada menos que como ¡una alternativa vegetal a la Viagra!

El abrojo, que se ha empleado durante mucho tiempo como diurético, antiurolitiásico y antihipertensor, está hoy casi en desuso para estos fines terapéuticos, entre otras razones porque la presencia de saponinas y de alcaloides potencialmente neurotóxicos obliga a utilizarlo con suma prudencia. De esta planta herbácea con frutos espinosos muy característicos se ha dicho, asimismo, que eleva los niveles de testosterona e incrementa la producción de esperma, propiedades ambas que no han sido comprobadas de un modo científico por mucho que la propaganda pretenda lo contrario, atribuciones en las que se basan quienes la comercializan hoy día por sus virtudes afrodisíacas o como suplemento para los aficionados al culturismo. La propaganda sobre el abrojo nos dice también que en Europa se ha utilizado durante siglos como tratamiento contra la impotencia y como ayuda para mejorar la potencia sexual, lo que es casi como no decir nada, habida cuenta de las numerosas creencias falsas que se han generado a este respecto en nuestro continente.

Por lo que respecta a los afrodisíacos amazónicos, quizás el más conocido sea el guaraná (Paullinia cupana), arbusto muy utilizado en Brasil para la preparación de bebidas estimulantes. Hasta fechas bastante recientes, el consumo de guaraná se limitaba a los indios guaranís y a otras etnias menores pero hoy en día está extendido a casi todo el país. El arbusto amazónico tiene un contenido muy elevado en cafeína, de ahí su efecto estimulante y su utilización en combinados afrodisíacos junto con ginseng, yohimbe, kava-kava y otras plantas. No tan conocida como el guaraná, la corteza de muirapuama (Lyrisoma ovata), que los nativos de Amazonia y Orinoquia consumen mascada o en infusión, contiene una resina estimulante y pretendidamente afrodisíaca. La infusión, que suele prepararse una o dos horas antes del coito, es bastante agradable y carece de los efectos secundarios del yohimbe, del que en seguida nos ocuparemos. La corteza del chuchuhuasi (Maytenus macrocarpa) se utiliza en el oeste de Amazonia para combatir el reumatismo, las bronquitis y el dolor de estómago; también se le atribuyen las virtudes de potenciar la virilidad y la libido en ambos sexos. La catuaba (Erythroxylon catuaba), también de origen amazónico, se utiliza en todo Brasil en bebidas refrescantes a las que confiere color rojo. Pertenece al mismo género que la coca, pero algunos las clasifican erróneamente como Juniperus brasiliensis, es decir como un enebro. Si esta confusión científica ya genera desconfianza, tampoco hay muchas razones para creer, como muchos brasileños, que este moderado estimulante que incrementa la concentración y la alerta sea un potente afrodisíaco recomendable para la impotencia.

Menos conocidos y de uso mucho más localizado que estos afrodisíacos que ya se venden por Internet, los bulbos similares a la chufa de la ciperácea denominada suwë, la hojas de la acantácea suwë henakï y la corteza olorosa de los árboles mara sifi y kumi thotho sirven para confeccionar los fëri o mezclas de perfumes que utilizan los hombres yanomami para atraer y seducir a las mujeres. Éstas, a su vez, mezclan con sus pinturas oculares a base de achiote el temible shoa, una especie cultivada de Caladium, que las hace poco menos que irresistibles a cualquier varón que las mire.

A diferencia de esta especie tropical, muchas orquídeas de climas templados y fríos son terrestres y poseen un rizoma doble que evoca de un modo sorprendente un par de testículos. El afrodisíaco satirión, utilizado por los antiguos griegos y romanos, se preparaba con este tipo de orquídeas.

También oriundos de la América tropical, aunque no de Amazonia, la damiana y el borojó han adquirido cierto renombre como plantas estimulantes de la libido, especialmente la primera cuyas flores adornan varias regiones de México y que se consume ampliamente en Estados Unidos y en varios países europeos. Menos conocido internacionalmente, el fruto del borojó se obtiene en las selvas hiperhúmedas de la colombiana región del Chocó y se consume en toda Colombia, a menudo mezclado con leche, brandy, canela, nuez moscada y clavo de olor.

El polvo de cuerno del unicornio, animal fabuloso cuya existencia no fue puesta en duda de un modo definitivo hasta el siglo xix, fue uno de los remedios contra la impotencia más codiciados durante toda la Edad Media.

Más famosos que estos últimos, la kola y el yohimbe son originarios de África tropical. Los granos de kola tienen propiedades excitantes y se administran para combatir la astenia, el cansancio y, según dicen los prospectos, el agotamiento físico y sexual. Son las semillas del kolatero (Cola nitida), árbol originario de la pluvisilva africana que se cultiva actualmente en Nigeria y Costa de Marfil. El yohimbe (Pausinystalia yohimbe), por su parte, es un árbol de gran porte originario de Camerún, Nigeria y Gabón. Utilizada desde antiguo con diversos fines medicinales, la corteza de este árbol también se emplea desde fechas quizás más recientes para potenciar la virilidad. Su principal componente activo, el alcaloide yohimbina, produce vasodilatación periférica, lo que deriva en una dilatación de los órganos genitales. Comprobado científicamente, este efecto ha permitido paliar la impotencia en algunos hombres pero no en otros. La yohimbina también parece haber tenido efectos directos en personas de uno y otro sexo que, sin tener deficiencias previas, deseaban potenciar su sexualidad. Estos efectos podrían estar relacionados con la vasodilatación y con el incremento de los niveles de norepinefrina potenciados por el alcaloide.

Para concluir, podemos decir que los únicos afrodisíacos de efecto comprobado hasta cierto punto, la yohimbina y la cantaridina --los dos únicos cuyo efecto puede medirse realmente, ya que producen erección en el varón--, producen también numerosos efectos secundarios, algunos de ellos nocivos, por lo que resultan bastante peligrosos. En especial la cantaridina, que pese a haber causado numerosas muertes a lo largo de la historia, es todavía objeto de un activo comercio internacional en forma de cantáridas secas. De todos los demás afrodisíacos mencionados7, lo único que puede decirse con certeza es que gran parte de la excitación sexual que producen se explica por un simple efecto placebo.


Bibliografía y notas

1. Pelta R. El veneno en la historia. Madrid: Espasa Calpe, 1997.

2.La dosis letal de cantaridina, el principio activo de esos escarabajos de la familia Meloideae que son las cantáridas, oscila en torno a 0,03 g, lo que no es una cantidad precisamente alta e indica a las claras el peligro que entraña utilizar este ingrediente.

3. Fisas C. Historias de la Historia. Op cit en 1.

4. Aunque hoy este rarísimo antílope sólo se encuentra como especie reintroducida en Omán y Jordania, su área de distribución original abarcaba Siria, Irak, Jordania, Palestina, el Sinaí y gran parte de la península Arábiga.

5.Concretamente, el rinoceronte negro (Diceros bicornis) de África, el rinoceronte de la India (Rhinoceros unicornis), el amenazadísimo rinoceronte de Java (Rhinoceros unicornis), del que también existe o existía una población muy exigua en Vietnam; y el rinoceronte de Sumatra (Dicerorhinus sumatrensis). La quinta especie, que es el rinoceronte blanco (Ceratotherium simum) y habita en África, tampoco es en modo alguno común, sino claramente vulnerable.

6. El apio sería afrodisíaco por su riqueza en un compuesto similar al androstenol, la feromona sexual masculina, en tanto que la vid lo sería por los efectos embriagadores del vino y de otras bebidas alcohólicas.

7. Quedan al margen de esta apreciación la famosa Viagra, así como las feromonas sexuales humanas sintetizadas por la Dra. Cutler y comercializadas por el Instituto Athena de Pennsylvania, cuyo grado de efectividad real sobre la libido ha generado no poca controversia.

Bibliografía
[1]
El veneno en la historia. Madrid: Espasa Calpe, 1997.
[2]
La dosis letal de cantaridin.a, el principio activo de esos escarabajos de la familia Meloideae que son las cantárida.s, oscila en torno a 0, 03 g, lo que no es una cantidad precisamente alta e indica a las claras el peligro que entraña utilizar este ingrediente..
[3]
Historias de la Historia. Op cit en 1.
[4]
Aunque hoy este rarísimo antílope sólo se encuentra como especie reintroducida en Omán y Jordani.a, su área de distribución original abarcaba Siri.a, Ira.k, Jordani.a, Palestin.a, el Sinaí y gran parte de la península Arábiga..
[5]
La quinta especie, que es el rinoceronte blanco (Ceratotherium simum) y habita en África, tampoco es en modo alguno común, sino claramente vulnerable.
[6]
El apio sería afrodisíaco por su riqueza en un compuesto similar al androsteno.l, la feromona sexual masculin.a, en tanto que la vid lo sería por los efectos embriagadores del vino y de otras bebidas alcohólicas..
[7]
Cutler y comercializadas por el Instituto Athena de Pennsylvania, cuyo grado de efectividad real sobre la libido ha generado no poca controversia.
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