El diferente desarrollo económico ha dividido el mundo en zonas sin apenas puntos de contacto. La sociedad noruega no tiene nada que ver con la afgana y la sanidad holandesa está en las antípodas de la ruandesa. Así las cosas, es imposible establecer normas comunes para todos y conciliar los intereses de la industria farmacéutica con las necesidades de los países sumidos en la ruina y el abandono. Las compañías farmacéuticas tienen unos intereses que las sociedades avanzadas saben poner al servicio de la salud pública sin perjudicar a los inversores, pero en grandes zonas del mundo, como el África subsahariana, las condiciones son tan lamentables que es imposible que los enfermos tengan acceso a los medicamentos si respetan las reglas de un juego concebido por y para los países ricos, con solventes sistemas de seguridad social públicos y privados y con un poder adquisitivo que permite pagar el precio de los medicamentos.
Respetar la legalidad del comercio internacional y los derechos de patentes condena a millones de enfermos a morir por no poder pagar los medicamentos que existen en el mercado. Saltarse la legalidad supone implantar la arbitrariedad, la ley de la selva y perjudicar las inversiones de las compañías farmacéuticas. No hay otro camino que el de la negociación y el del pacto para establecer las condiciones de excepción en que los países pobres puedan establecer medidas que supongan prescindir de la licencia de patente.
El problema se ha resuelto parcialmente en agosto y septiembre de 2003, con el acuerdo de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para que los países pobres, en caso de emergencia sanitaria, puedan adquirir los medicamentos con la liberación de la patente tanto para importadores como para exportadores. Para evitar el comercio fraudulento, la OMC confía en que se actuará de buena fe y que los medicamentos no serán desviados hacia las naciones desarrolladas para realizar una competencia desleal. Para ello, los medicamentos liberados de patente llevarán un envasado y etiquetado especial que los identifique como medicamentos liberados de patente destinados a solucionar un caso de emergencia sanitaria en las naciones pobres.
No es la solución definitiva, porque ésta sería algo imposible a corto y medio plazo: que no hubiera docenas de naciones sumidas en el abandono y la ruina. El pragmatismo obliga a tomar soluciones de compromiso que mejoren la situación de modo que las compañías farmacéuticas puedan asumir el perjuicio, que es relativo si se tiene en cuenta que sus ventas en esos países son mínimas. Es injusto, inmoral y escandaloso, además de ineficiente e indecente, que millones de personas mueran por no poder pagar el medicamento que podría curarles. El acuerdo de la OMC es un importante paso adelante y la mejor noticia farmacéutica del año.