J. Esteva de Sagrera. Director
Los últimos años España se ha incorporado al grupo de países desarrollados que combinan el crecimiento económico con el respeto a las libertades de los ciudadanos. Gracias a ello se ha convertido en un lugar atractivo para los inmigrantes. Es significativo que las comunidades autónomas que reciben más inmigrantes sean las más desarrolladas: Madrid, Cataluña y Baleares. Esa inmigración plantea problemas y desafíos a los lugares receptores y a sus ciudadanos, pero hay que contemplar la inmigración como lo que realmente es, más allá de casos particulares: un indicador de bienestar. Los países europeos que reciben más inmigrantes son los más ricos y liberales: Suecia y Holanda. España recibe un flujo inmigratorio inferior a la mitad de esos países. Quiere ello decir que cuanto más se desarrolle España, más atractiva será para los inmigrantes, que buscan establecerse en los lugares donde hay más crecimiento y libertad. A más inmigración, mayor bienestar.
Ojalá España resulte tan atractiva cono Suecia y la inmigración alcance cifras superiores al 10%. Ése será el indicio de que el país funciona y resulta atractivo para los inmigrantes, que contribuyen al crecimiento económico y compensan las tasas de natalidad, muy bajas, de los países europeos. Que la inmigración siga creciendo, debidamente encauzada, es la mejor noticia para las sociedades de acogida. Donde no hay inmigrantes, algo o casi todo falla. Son sociedades sin atractivos, donde nadie quiere establecerse ni que crezcan sus hijos. El comunismo no cayó el día que el muro de Berlín fue físicamente derrumbado, sino cuando fue construido para evitar que los ciudadanos de Berlín Este pasasen a la zona occidental. Hicieron falta alambradas y ametralladoras para retener a los ciudadanos que anhelaban desplazarse del Este al Oeste, del mismo modo que hoy el camino migratorio es La Habana-Miami, no Miami-La Habana.
El gasto farmacéutico es otro indicador infalible del bienestar ciudadano. A nadie debiera asustarle que ese gasto crezca. Lo alarmante sería que disminuyese. Los ciudadanos bien atendidos sanitariamente consumen muchos medicamentos de calidad y elevado precio, y ese consumo aumenta con el bienestar y con el crecimiento económico del país. Alegrémonos, como ciudadanos y como farmacéuticos, cada vez que las encuestas ponen de manifiesto que crecen, debidamente ordenados, el flujo inmigratorio y la partida presupuestaria dedicada a la farmacia. Ambos datos son infalibles indicadores del bien más preciado, el bienestar.