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Vol. 22. Núm. 3.
Páginas 11 (Marzo 2003)
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El medicamento, agente civilizador
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J. Esteva de Sagrera
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El fenómeno más desconcertante de la biodiversidad es la civilización. Lo normal es que las especies animales no desarrollen impulsos civilizadores, o que éstos sean muy esquemáticos y limitados: el hormiguero y la colmena, que a su modo son esfuerzos por controlar y explotar la naturaleza en beneficio propio. Sólo el hombre ha llevado el afán civilizador tan lejos como para convertirlo en lo más original y representativo de su forma de vida. Somos la historia de las civilizaciones, de los intentos por desafiar al entorno domesticándolo mediante la agricultura, el comercio y la industria. La civilización se aleja de la naturaleza, la explota y subordina a los intereses del hombre. No existe ni un solo entorno, por desfavorable que sea, que no haya albergado proyectos civilizadores. En todos los escenarios posibles se han construido casas, domesticado animales, sembrado plantas, intercambiado mercancías y realizado migraciones. Ni los desiertos ni los océanos han podido contener ese impulso por hacer negocios, por acumular riqueza, por exhibir el poderío del hombre sobre la naturaleza.

El medicamento ha sido y sigue siendo un poderoso agente civilizador. La farmacia extrae de una naturaleza indiferente u hostil los recursos terapéuticos, primero de las plantas, más tarde del laboratorio, donde emula y supera a la naturaleza. Los medicamentos alivian las enfermedades, que son parte de esa naturaleza ajena a los intereses del hombre. Que el hombre sufra o muera le es indiferente a la naturaleza, pero el proyecto civilizador quiere que el hombre prospere, que esté sano, que aumente la duración de su existencia y su calidad de vida.

El medicamento es parte del proyecto civilizador en dos ámbitos: el científico, porque forma parte de los conocimientos que el hombre utiliza para combatir la enfermedad; el comercial, porque la historia de la farmacia es también la historia de las rutas comerciales, de la caravanas que atravesaban los desiertos, de los barcos que surcaron los océanos en busca de especias y plantas medicinales. Sin la riqueza que se esperaba obtener de los viajes oceánicos, sin las expectativas creadas en torno al comercio de las especias, las plantas medicinales y el oro, ni Vasco de Gama habría ido a las Indias ni Colón hubiera descubierto América. Los medicamentos generan riqueza y civilización, producen bienestar, dividendos y salud. Son una parte sustancial de los negocios, que son la clave de la civilización: el negocio de la prosperidad, el negocio de la salud. En la actualidad son unos de los rasgos característicos de la denominada civilización occidental: salud para todos, medicamentos seguros, eficaces, de calidad y asequibles. Toda una declaración de principios a favor de la civilización, así como una declaración de guerra a la naturaleza.

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