Durante mucho tiempo buena parte de nuestra sociedad ha vivido «enganchada» al carro del consumo. Ambiciones basadas en rumbosas proyecciones de ingresos siempre crecientes, estilos de vida mantenidos muy por encima de las posibilidades reales, adquisiciones con hipotecas a larguísimo plazo, pequeños ahorradores convertidos en audaces especuladores y un largo etcétera de despropósitos económico-financieros caracterizaban la filosofía vital de la sociedad «alegre» que estrenaba el nuevo milenio.
La sanidad, como parte del estado del bienestar, no ha sido ajena a esta alegre calma que precedía la tormenta y ha experimentado un crecimiento desmesurado. Su carácter universal y gratuito se ha convertido en un lastre económico difícil de soportar para cualquier Estado. El tan cacareado crecimiento sostenible de la factura sanitaria no ha sido tal y ahora todos tienen prisa por ponerle freno cueste lo que cueste.
El colectivo farmacéutico es solidario por decreto-ley ya desde el año 2000, cuando se empezaron a aplicar los descuentos por tramos a la Seguridad Social, descuentos y deducciones que a lo largo de los años han herido nuestra pequeña economía y han dejado secuelas importantes en nuestra capacidad de maniobra.
Este decrecimiento ha seguido incrementándose con nuevas medidas ahorradoras, siempre por decreto-ley, del mal llamado «gasto farmacéutico». Pero la cascada de recortes está a punto de arrollarnos: las farmacias no podemos, materialmente, seguir esforzándonos por mejorar día a día el servicio que prestamos a la sociedad, asumiendo sistemáticamente los costes que ello implica. Ahora toca luchar por subsistir como un servicio digno de nuestra sanidad, y poco más.
Llegados a este punto de fractura del modelo farmacéutico actual y a la vista de que nuestro Gobierno sigue sin tener agallas para actuar allí donde realmente hay que actuar, que es sobre la demanda y la utilización indiscriminada y desmesurada de los servicios sanitarios (incluido indudablemente el gasto en medicamentos), podemos decir que nosotros hemos tocado fondo y nuestro modelo de atención farmacéutica equitativa, rápida, cercana y altamente profesional está, ahora sí, en riesgo.
¿Habrá pensado alguien en las consecuencias?