En 1941, Nana Schwartz había introducido la salazopirina combinando un antibiótico (una sulfamida) con un presunto analgésico (el 5-aminosalicílico) para controlar en lo posible la, presuntamente infecciosa, artritis reumatoide del rey de Suecia. Acertó con una molécula inmunomoduladora que todavía se usa. Algunos pacientes con diarrea crónica mejoraron, y se empezó a utilizar en la colitis ulcerosa, siendo el grupo de Truelove el que más contribuyó a encontrar evidencia que demostraba su utilidad en la colitis ulcerosa. Pero, ¿cuál era realmente el componente activo? No es una pregunta baladí, porque la salazopirina se asociaba con importantes efectos adversos ocasionalmente o si la dosis era alta. Este estudio es un prodigio de ingenio: se trató a pacientes con colitis con enemas de salazopirina, sulfapiridina o mesalazina: los enemas de mesalazina fueron igual de eficaces que los de la molécula madre, la sulfapiridina sola fue claramente inferior. Esta idea llevó al desarrollo galénico de las mesalazinas que usamos hoy en día, y que son la base del tratamiento de la mayoría de los pacientes con colitis ulcerosa, con uno de los fármacos más seguros que utilizamos en medicina digestiva.
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