Los farmacéuticos catalanes no encontramos mejor forma de celebrar la pasada verbena y festividad de San Juan 2012 que convirtiéndonos en cobradores de impuestos. El día 23 de junio entró en vigor la nueva tasa de un euro por receta, que ya se está aplicando a los medicamentos prescritos y dispensados con cargo a la Seguridad Social. Una tasa que a mi entender no habría tenido que implantarse si los Gobiernos de turno hubieran hecho a tiempo su trabajo, que no es otro que dirigir el país con eficiencia, previsión y honradez. En definitiva, ni esta tasa ni otras medidas restrictivas implantadas para cumplir las condiciones de déficit que nos impone la «Europa fuerte» a costa de exprimir más aún a los ciudadanos en un contexto de aguda crisis económica habrían sido necesarias de haber existido una eficaz y rigurosa inspección tributaria, una sólida inspección de trabajo y una exigente rendición de cuentas por parte de todas las instancias que manejan fondos públicos.
Dicho esto, sólo quería explicar a los compañeros de otras comunidades autónomas el via crucis que ha supuesto para los farmacéuticos comunitarios catalanes tener que gestionar, junto a las bajadas de precios, las modificaciones de grupos homogéneos, los cambios de códigos y PVP, las faltas constantes en el suministro de una media de 20 productos diarios, etc., el ir y venir de informaciones contradictorias sobre la fecha de implantación del euro por receta y el desconocimiento y la desconfianza de los ciudadanos ante este nuevo palo en la rueda de su ya maltrecha economía familiar. Y todo esto previo advenimiento del nuevo sistema de copago, cuya aplicación en Catalunya se ha diferido un mes, aunque en agosto se ajustarán cuentas con los pacientes, por lo que hayan «dejado a deber» en julio.
El engranaje es complejo, tiene demasiadas piezas y el funcionamiento, al menos en sus comienzos, ha sido estresante y decepcionante. Demasiados problemas añadidos, tanto para farmacéuticos como para clientes.
Y a estas pruebas de resistencia física y psicológica hay que añadirles, como viene siendo de rigor en los últimos meses para muchos de nosotros, la incertidumbre de no saber si cobraremos o no.
El día a día en mi farmacia sigue siendo, pese a todo, gratificante, porque la interacción con mis clientes y pacientes continúa deparándome las alegrías derivadas del trabajo bien hecho. Para seguir adelante quiero aferrarme a esta fuerza, al tesón y la profesionalidad que nos caracteriza como agentes de salud y también como empresarios, pero también a la esperanza de que la racionalidad acabe por imponerse en el gobierno de nuestros destinos.
