En un mundo dominado por las modas, las imitaciones, las tendencias uniformadoras y el «pensamiento único», comienza a tener sentido el ser diferente. Los cambios de usos y costumbres en la indumentaria, los modos de pensar, sentir, expresarse o comunicarse inciden ahora en la importancia de diferenciarse, aun en la similitud.
Esta tendencia parece erguirse también en nuestro horizonte profesional. Pero no se trata de un cambio de mentalidad superficial, impuesto por las modas o generado en respuesta a exigencias externas planteadas por autoridades sanitarias, administrativas, judiciales o fiscales. Es un cambio paulatino en la forma de presentar nuestra labor profesional a la sociedad, que implica también un cambio de fondo.
Diferenciarse no implica alejarse del consenso a la hora de abordar problemas o de resolver situaciones profesionales, sino todo lo contrario. Consiste en potenciar capacidades que permitan a unos ser mejores que otros en determinados aspectos de nuestro ejercicio profesional, sin merma del prestigio colectivo.
Diferenciarse significa, por tanto, buscar la excelencia en algunas parcelas de nuestro quehacer, sin descuidar el resto. Y significa también ofrecer cosas nuevas y distintas de las ofrecidas por competidores o colegas.
Es indiscutible que en todas las farmacias de nuestro país el paciente puede encontrar los mismos medicamentos, al mismo precio y dispensados por un profesional igualmente cualificado. Y es precisamente esa igualdad la característica definitoria de la insuperable labor de distribución de los medicamentos que se hace a través de las oficinas de farmacia repartidas por todo el territorio nacional. Pero el cliente también puede encontrar productos y servicios diferentes en esas mismas oficinas de farmacia. De esa diferencia dimana el derecho del ciudadano a escoger, si la ubicación geográfica lo permite, aquella farmacia en la que se encuentre mejor atendido.
El futuro de nuestra profesión ha de pasar indispensablemente por una especialización de las oficinas de farmacia y una diferenciación de los servicios ofertados. Porque vivimos en un mundo en el que el cliente (enfermo o sano) está informado, exige un servicio de calidad y ejerce sin ambages su derecho a escoger. En este escenario, queda, no obstante, una incógnita por despejar, a saber: quién y cómo remunerará la «diferencia».