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Vol. 24. Núm. 6.
Páginas 6-9 (Noviembre 2010)
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Domador de sueños
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Enrique Grandaa
a Doctor en Farmacia. grandafarm@gmail.com
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Como ya es tradicional, FARMACIA PROFESIONAL ha encargado a su colaborador habitual Enrique Granda una historia farmacéutica de Navidad, con la intención de que sirva de felicitación a nuestros suscriptores y alivie un poco las tensiones a las que se ha visto sometida la oficina de farmacia en este año tan conflictivo que estamos a punto de cerrar. Esta vez, el autor recurre a una ficción que apasiona a la humanidad desde tiempos remotos, como son los sueños, que han sido frecuente motivo de especulaciones e interpretación en todas las culturas. Como siempre, el protagonista es alguien que ejerce la profesión de farmacéutico, pero que esconde una pasión -soñar- que le hace vivir distintas vidas y en tiempos distintos.

Marco había centrado sus anhelos en los sueños y creía poder controlarlos, particularmente aquellos que se relacionaban con la elaboración de medicamentos, su otra pasión

Era otoño y las jornadas, aún largas y calurosas. Marco y su amigo Pablo paseaban a la luz del crepúsculo por campos perdidos, en los que la naturaleza había ido moldeando altas chimeneas de roca caliza, mientras intercambiaban pensamientos y experiencias. Pablo ejercía la medicina y Marco, dotado de conocimientos terapéuticos, se sabía dominado por dos pasiones: preparar medicamentos y... soñar, una necesidad vital para cualquiera y, en su caso, además, una afición que, a menudo, centraba la conversación de los dos amigos en sus largos paseos.

Tras unos breves comentarios sobre el tiempo, las cosechas y las últimas noticias de la política, que no eran nada halagüeñas, Pablo formuló una pregunta que había devenido habitual los últimos días:

- ¿Cómo van tus sueños?

- No muy bien -responde Marco-. Cuando ya creía que podía soñar sobre una época o tratar de predecir situaciones futuras, me encuentro como al principio: ya no consigo soñar o los sueños se escapan a cuestiones inexplicables o absurdas, que quizá tengan algún significado pero que no consigo encontrar.

Pablo le aconsejó que insistiera en sus investigaciones, aunque lo hizo con escasa convicción, pues él mismo creía que los sueños son indomables para el hombre. Y así, la conversación de aquellos hombres de ciencia se perdió, como tantas otras veces, en disquisiciones sobre el carácter oscuro pero maravilloso de los sueños, que los antiguos siempre habían considerado como canales que los dioses utilizaban para comunicarse con los hombres, y en la investigación de Marco para tratar de dominarlos.

El soñador

Marco sabía mucho de sueños y sostenía que todos tenemos una segunda vida, una doble vida basada en un mundo misterioso que transcurre en el reino de la fantasía, la danza y el desenfreno: el prodigioso baile que se nos descubre en la oscuridad. Realmente los sueños son un regalo inesperado y una recompensa, en un mundo diferente de nuestra intimidad, donde nadie puede seguirnos y que a veces compensa los grandes sinsabores de la vida diaria. En el sueño todo es posible: los éxitos y también los fracasos. De él depende nuestro bienestar o nuestro malhumor una vez despiertos; pero aun así, todos queremos soñar y quienes no pueden soñar sienten que falta algo en sus vidas. Marco, además, había centrado sus anhelos en los sueños y creía poder controlarlos, particularmente aquellos que se relacionaban con la elaboración de medicamentos, su otra pasión.

Desde su adolescencia, había cultivado la costumbre de apuntar los sueños al despertar cada mañana. «Si no se anotan, los sueños se olvidan con facilidad», constataba Marco, «porque ocurren en una realidad distinta a la realidad de cada día». Después de esa fase de observación, que duró muchos años, se planteó seriamente si sería capaz de influir en sus propios sueños, hecho que había conseguido en muy contadas ocasiones. «Tiene que haber algún factor que nos permita controlar los sueños», se decía, y lo investigó todo, desde el régimen de alimentación hasta la forma del lecho o la temperatura de su dormitorio. Sus pequeños éxitos los conservaba como un tesoro, y eran los sueños a los que se refería en ocasiones, como aquella vez que soñó que era uno de los sacerdotes de Ptolomeo y acompañaba en sus conquistas al joven Alejandro. Otra noche soñó con épocas recientes, en las que se había desarrollado una técnica de elaboración de medicamentos que se adaptaba a las necesidades de cada paciente, e incluso había tenido sueños que sólo podía atribuir a tiempos futuros, en los que máquinas sofisticadas confeccionaban los medicamentos y quienes las manejaban vestían túnicas de una extraordinaria blancura.

Cultura de los sueños

También se había preocupado Marco de leer a sus predecesores y sabía bastante sobre quiénes habían concedido tanta importancia como él a los sueños. Las primeras noticias las encontró en los sumerios, en la epopeya de Gilgamesh, a quien su madre, que era una sacerdotisa especialista en la interpretación de ensoñaciones, había pronosticado la victoria sobre sus enemigos al relatarle el hijo que había soñado de forma recurrente con una montaña que se derrumbaba. Conocía los libros sagrados del pueblo judío, en los que muchos sucesos futuros son anunciados en sueños. Y recordaba los relatos en los que José interpreta con exactitud los sueños del jefe de los coperos y del jefe de los reposteros del faraón, y posteriormente el de las siete vacas y las siete espigas, del propio faraón1. Le había causado mucha impresión la experiencia onírica de Nabucodonosor, rey de Babilonia, quien al no conseguir que su sueño del árbol fuese interpretado por ninguno de sus adivinos caldeos, recurrió a Daniel2. Y recordaba Marcos lo revelado por Jehová: «Oíd mis palabras: si uno de vosotros profetizara, yo me revelaría en él en visión y le hablaría en sueños»3. De hecho, en la Biblia aparecen numerosas revelaciones divinas a través de los sueños y su valor profético no es discutido por los creyentes, aunque la realidad es que pocos tenemos un precedente cercano de alguien que haya podido explicar un suceso futuro que tenga como base un sueño y, mucho menos, tratar de construir sueños a voluntad, que era la meta que se había propuesto Marco a través de lecturas y prácticas higiénicas o dietéticas.

Los dos amigos se despidieron al caer la noche y, mientras Pablo se dedicaba a ordenar sus asuntos para el día siguiente, Marco iniciaba la elaborada liturgia que realizaba cada día para disponerse a soñar, algo que no siempre conseguía pese a sus esfuerzos.

Investigando

El método empleado por Marco para sus investigaciones comprendía una complicada operativa que modificaba cada día y en la que cuatro factores podían ser objeto de variación: la cena, el baño, todo lo relacionado con las condiciones en que dormiría y las lecturas previas al sueño, como medio de condicionar la mente. Aquella noche apuntó: «Ensayo 1.327: cena de verduras guisadas, pescado a la brasa con un chorrito de aceite y una tisana de menta y yerbabuena. Baño de agua templada con hojas de romero. Ropa poco calurosa, cama dura y ventilación intermedia». En el apartado de lecturas anotó el libro tercero de la obra De rerum natura de Plinio el Viejo, en el que se describen remedios del reino vegetal. Y se acostó dispuesto a soñar con remedios de cualquier época de la Historia, bastante desprovisto de cualquier otra preocupación. Ya por la mañana, anotó un nuevo fracaso: ni nuevos remedios ni nuevas preparaciones de medicamentos. Se veía a sí mismo escribiendo, poniendo sellos y anotando cosas, como si su profesión fuera la de escriba o amanuense, y sin haber llevado a cabo ninguna operación de laboratorio. Además, tuvo la sensación de que su economía no marchaba bien y que cada vez tenía menos dinero para pagar a sus proveedores. Decididamente, tendría que volver a cenar menos y abrigarse un poco más, tal como le ocurrió aquella vez que pudo soñar con unos hermosos árboles que crecían en un paisaje de selva que nunca había visto y cuyas cortezas había utilizado para preparar un medicamento que hacía bajar la fiebre. O en aquella otra ocasión, cuando había preparado un emplasto a base de mirra que hacía milagros contra las escoceduras de los niños después de leer una fábula escrita por Higino4, que trata sobre el nacimiento de Adonis5.

Nuevo sueño

A la vista de sus reiterados fracasos, Marco decidió repetir alguno de aquellos experimentos en los que había conseguido acercarse a sus deseos. No tenía sentido continuar investigando si ni siquiera podía reproducir los sueños que ya había experimentado y de los que guardaba indicaciones precisas para poder reproducirlos. Y así lo hizo...

Consiguió reproducir parcialmente un sueño en el que acompañaba a Ptolomeo, y pudo observar que efectivamente volvía a ser el sacerdote que elaboraba medicamentos, pero ya no estaban en Asia Menor como en el primer sueño, sino en Egipto, donde preparaba emplastos con mirra para embalsamar a los muertos. Del imperio de Alejandro ya nada se hablaba y Ptolomeo, su antiguo general, era ahora un joven faraón preocupado por la historia y la cultura.

Otro sueño que logró reproducir la siguiente noche presentaba también variaciones. Recordaba los árboles de cuya corteza se extraía una sustancia que bajaba la fiebre, pero ahora los arboles crecían en una isla enorme, poblada por hombres de ojos rasgados y tuvo la sensación de que se encontraba inmerso en una gran guerra. Los árboles ya no crecían silvestres, sino que habían sido plantados y se talaban diariamente cuando alcanzaban un crecimiento suficiente.

Y en un tercer sueño, el de la mirra, se veía viajando y transportando una vasija de su famoso emplasto por Oriente Medio, hasta llegar a las orillas del Mediterráneo. Él, que casi no había salido de la pequeña población en que vivía, salvo sus viajes en sueños, ahora se contemplaba a sí mismo haciendo un largo trayecto, en el que a su vez tenía nuevos y extraños sueños. Soñar dentro de un sueño...

En un tercer sueño se vio viajando y transportando una vasija de su famoso emplasto de mirra por Oriente Medio, hasta llegar a las orillas del Mediterráneo

Los soñadores

La obsesión de Marco le llevó a preguntar a sus pacientes si soñaban y aunque la mayor parte afirmaba que sí, casi ninguno recordaba sus sueños. Pero él seguía interpelando a todos, especialmente a quienes pasaban por su establecimiento por primera vez. Y así le ocurrió una semana después del último sueño, en el que se había visto viajando en compañía de otros hombres que parecían tener la misión de transportar algo con urgencia. En su botica se presentó un hombre ya mayor, que venía acompañado y quería una considerable provisión de incienso. Marcos, como siempre, le preguntó si tenía sueños:

- Pues sí, sueño, y a veces incluso se han cumplido mis visiones.

Intrigado, Marco le preguntó sobre los que más le habían impresionado. Y el hombre contestó:

- Ahora mismo estoy obedeciendo un sueño, y paso por aquí impulsado por un ensueño en el que se me ordenaba que me pusiera rápidamente en camino y transportara incienso.

- Eso es extraordinario -dijo Marco- por- que yo he logrado reproducir en parte un sueño que tuve y también tengo la sensación de haber recibido la orden de ponerme en camino, pero con mi emplasto de mirra. Este hecho es una novedad en mis investigaciones, porque hasta ahora ni había considerado la posibilidad de compartir sueños con otros.

El viajero se sorprendió y le dijo:

- Pues ya somos tres, porque me acompaña un hombre que transporta oro, pero ninguno sabemos hacia dónde hemos de ir.

Entonces Marco rogó que le presentase al tercer hombre y que se quedaran a pasar la noche en su casa, porque iba a considerar seriamente la posibilidad de acompañarles allí donde les llevasen sus sueños.

Marco, sin embargo, no cambió sus hábitos: cenó poco, tomó un baño templado, volvió a leer la fábula de Higino sobre el nacimiento de Adonis y se durmió esperando que Morfeo le tomase en sus brazos.

Sueños compartidos

A la mañana siguiente, antes del suculento desayuno que había preparado Marco, todos hablaron de sus sueños y se sorprendieron de haber compartido el mismo.

- Viajábamos los tres juntos durante más de un mes -comentó uno de ellos.

- Sí, pero guiados por una estrella que nos iba indicando el camino -dijo otro... y los demás asintieron.

Finalmente Marco apuntó el objeto del viaje:

- Vamos a ver a un niño recién nacido tan bello como Adonis, que es hijo de Dios, por lo que he decidido unirme a vuestros pasos en cuanto organice un poco las cosas en mi establecimiento y dé instrucciones a mis colaboradores.

Y así partieron los tres hacia aquel lejano destino, del que sólo conocían el objetivo y la forma en que habían de ser guiados. Marco solamente tuvo tiempo de despedirse de su amigo Pablo, que se sorprendió de la urgencia con la que se había proyectado el viaje, haciendo votos para que volviera pronto y le contara sus experiencias.

Durante el trayecto los tres seguían compartiendo sus sueños y pudieron conocer muchas más cosas. Supieron que el niño nacería en la pequeña población de Belén, en Israel, y que era la encarnación del único y verdadero Dios. Supieron también que les haría llamar el rey de los judíos, Herodes, pero que no debían darle ninguna información que procediera de sus propios sueños, porque el monarca también había soñado que peligraba su corona por el nacimiento de un nuevo rey de los judíos6. Nuestros tres hombres soñaron incluso que a partir de entonces se iniciaba una nueva era para la humanidad, en la que hasta los emperadores romanos adoptarían la nueva fe que enseñaría Jesús, el niño nacido en Belén.

La ofrenda

Cuando llegaron a Belén decidieron que los presentes que transportaban habrían de ser ofrecidos al niño7 e intuyeron que sus vidas, y hasta sus nombres, cambiarían a partir de entonces.

Llenos de gozo por los sucesos de los que habían sido testigos llegaron a un punto en que consideraron que habían de separarse, y a partir de entonces ya no compartieron sus sueños, pero un nuevo espíritu invadió sus corazones al saberse portadores de la buena nueva del nacimiento del verdadero Dios.

Marco supo que su nombre había cambiado, ahora se llamaría Baltasar, y daría lugar a una nueva estirpe de hombres y mujeres dedicados a preparar remedios para la humanidad, y un alud de futuros prodigios apareció ante él. Reconoció también que su profesión sería compartida por muchos, y que había sido instituida por el mismo Dios, al principio de la nueva era, para aliviar la enfermedad y el dolor de los demás hombres.

Pero como no todo puede ser perfecto, Baltasar dejó de soñar historias y empezó a soñar únicamente remedios.


Bibliografía y notas

1. Génesis (40, 41).

2. Daniel (IV, 16).

3. Números (XII, 6)

4. Cayo Julio Higinio (64 a. C.-17 d. C.) fue un célebre escritor hispano-latino. Según Luis Vives, era natural de Valencia. Fue liberto de Augusto y estuvo al cargo de la Biblioteca Palatina, en cuyas aulas ejerció la enseñanza de la filosofía. Gracias a su talento alcanzó cierto reconocimiento y pudo relacionarse con un gran número de personajes notables, a pesar de su humilde condición de liberto.

5. La esposa del rey Cíniras, Cencreis, presumía de que su hija Mirra era más hermosa que Afrodita. Para castigar a su madre, Afrodita hizo que Mirra se enamorase de su padre y le sedujese en sueños, engendrando a Adonis. Enfurecido, Cíniras quiso matarla. Compadeciéndose de ella, Afrodita la transformó en un árbol de mirra.

6. Mateo 2:12: «y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino».

7. Mateo, 2:11: «y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra».

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