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Vol. 14. Núm. 12.
Páginas 5-6 (Diciembre 2000)
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Año nuevo, farmacia nueva
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MERCEDES PRATSa
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Quienes hace algunos años auguraban para la farmacia española una época de cambios, dieron de lleno en el clavo. Los cambios han ido convulsionando los cimientos de la profesión y la han impulsado por una pendiente al final de la cual se ha llegado a cuestionar hasta su propia razón de ser (no olvidemos que hace unos años Philip Brown se preguntaba «¿Somos necesarios los farmacéuticos?»).

Sin embargo, parece que al fin comienza a vislumbrarse el camino que esta nueva farmacia va a tomar: una farmacia que es reflejo de la sociedad a la que sirve, más exigente consigo misma, más profesionalizada, más competitiva y con un farmacéutico que lucha por potenciar todos aquellos elementos que marcan su identidad propia como profesional de la salud: el asesoramiento adecuado en la dispensación, la Atención Farmacéutica, la formulación magistral, así como el consejo en fitoterapia, homeopatía, dermofarmacia o medicamentos de uso veterinario, siempre fundamentado en conocimientos científicos sólidos y contrastados, etc.

Estos elementos de identidad están impregnados de valores que perdurarán y mantendrán su vigencia mientras el modelo de farmacia mediterránea subsista. Y ese modelo no es otro que el de la farmacia humana y humanizada, hecha por personas para personas.

No creo que nos convenga identificarnos en exceso con modelos futuristas, tal vez más productivos, en los que las máquinas recogen las recetas y al poco rato las devuelven con los medicamentos correspondientes. Todo muy limpio y aséptico, pero muy poco humano. Unos medicamentos entregados con prospectos muy bien redactados (para aquellos pacientes que sepan y puedan leer sin problemas) pero sin el «calor humano» que sólo el trato personal puede ofrecer a quienes, sin pedirlo de palabra, lo solicitan con la expresión del cuerpo y la mirada.

Ya sé que hay personas que acuden a la farmacia únicamente a buscar sus medicamentos, como van a la panadería a buscar el pan. También hay quien va diariamente a la panadería y a la farmacia para sentirse acompañado en este mundo, que para muchos es de soledad. Asimismo, soy consciente de que cualquier persona con o sin formación universitaria pero con formación humana puede ofrecer el trato humano que estas personas solicitan, pero no por ello debemos renunciar los farmacéuticos a seguir estando al lado de aquellos que nos necesitan, como hemos hecho toda la vida. Porque ese contacto humano es el que nos permite también hacer educación sanitaria, tan necesaria como los medicamentos para mejorar ciertas patologías reales o imaginarias. Sin todos estos elementos sí que podríamos ser fácilmente sustituibles, pero en un contexto semejante yo ya no ejercería de farmacéutica.

No quiero poner punto final a estas palabras sin dedicar un recuerdo emocionado a Ernest Lluch, a quien tuvimos el honor de conocer y tratar en su etapa al frente del Ministerio de Sanidad entre los años 1982 y 1986.

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