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Vol. 58. Núm. 2.
Páginas 57-61 (Febrero 2011)
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El prestigio y la rentabilidad de las revistas científicas españolas se basa en el uso internacional de sus contenidos
Prestige and profitability of Spanish scientific journals depend on international use of their contents
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Juan Aréchaga
Autor para correspondencia
Director, The International Journal of Developmental Biology, Facultad de Medicina y Odontología, Universidad del País Vasco, Leioa, España
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Tabla 1. Como puede apreciarse en esta tabla, la exigua presencia española en el conocido Journal Citation Report/ Science Edition (JCR/SE) del “Institute for Scientific Information (ISI)” de Filadelfia”, EEUU (Thompson-Reuter) prácticamente no ha variado en los últimos 13 años, ya que el aparente incremento de 16 a 60 revistas nacionales en él hay que matizarlo con el aumento simultáneo de otras revistas admitidas por el ISI. Nos hemos movido muy poco en más de una década y representamos aún menos del 1% del volumen mundial de publicaciones científicas periódicas de este selecto repertorio, lo cual no se corresponde ni con la importancia económica del país ni con el respeto que se merece por parte de la comunidad científica internacional.
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El actual nivel de desarrollo científico y tecnológico de nuestro país exige estar presentes en la primera línea de productividad y competitividad internacional. Sin embargo, España tiene ante sí importantes desafíos que hay que abordar para situarnos entre las naciones más adelantadas. Crear una tupida red de publicaciones de calidad en las áreas científicas más representativas y, particularmente, en la biomédica, es uno de ellos. Pero, para poder triunfar en la tarea, debieran de atajarse con prontitud los cinco obstáculos principales que existen para una correcta internacionalización de las revistas científicas españolas, a saber: 1°) adopción definitiva, al menos en las principales publicaciones, del idioma científico universal de nuestra época que, por mucho que nos duela, no es aún el español; 2°) profesionalizar la edición de revistas científicas; 3°) mejorar sus parámetros objetivos de calidad editorial; 4°) buscar la rentabilidad económica, para asegurar su continuidad y supervivencia; y 5°) enfrentarnos con energía a nuestros importantes “enemigos interiores” para convencerlos de su error y recabar su apoyo1-7.

En primer lugar, tenemos que apuntar que constituye un esfuerzo baldío defender actualmente el español como idioma universal --y más aún nuestras lenguas regionales-- en las revistas científicas. Vivimos en un ambiente globalizado donde el inglés es ya la moneda de cambio de la ciencia, la medicina, los negocios, la diplomacia, el deporte, la aviación, de internet, etc. Incluso Santiago Ramón y Cajal8 escribió en 1923, resaltando su error, y el de su escuela, en haber publicado la mayor parte de sus trabajos en español: “Los biólogos actuales desconocen, en su inmensa mayoría, la lengua de Cervantes. No es pues de extrañar que, al consultar las obras más recientes de Neurología, reconozcamos, con pena, que las dos terceras partes de las aportaciones modernas de los españoles sean absolutamente desconocidas... un patriotismo más ardoroso que avisado... fue la causa de este fundamental error de táctica”. Sólo hay que mirar la bibliografía de los artículos en cualquier revista científica de prestigio actual para convencerse de ello, pues más del 95% de las citas procede de publicaciones escritas en inglés9. Nadie niega que existan ya casi 500 millones de personas en el mundo que tienen al español como lengua materna, pero sus ambientes científicos, niveles económicos y número de investigadores sobresalientes (muchos de ellos, incluso, trabajando fuera para otros países) son aún muy reducidos. Sólo cuando los hispano-hablantes tengamos una gran mayoría de científicos prestigiosos en sus países respectivos de origen, un plantel de revistas competitivas de calidad (escritas en inglés hasta entonces, por supuesto), alto nivel económico y elevado poderío industrial, podríamos aspirar a que la lengua española sea el nuevo lenguaje universal de la ciencia. Por otra parte, muy pocas revistas se pueden permitir el lujo de hacer ediciones bilingües de calidad. Así, ante el dilema lingüístico, hay que elegir siempre el inglés cuando lo que se desea es la difusión rápida y universal del conocimiento, algo inexcusable en la era de internet. Pensar lo contrario no pasa de ser hoy una quimera y un ejercicio de patriotismo, tan bien intencionado como estéril. El principal problema actual de la prensa científica española es, por el contrario, conseguir alcanzar una amplia cobertura y competitividad internacional y, para ello, no tenemos otra opción que adoptar definitivamente el inglés como medio de comunicación. Pero, esta condición –siendo imprescindible– no es, ni mucho menos, suficiente.

Hay que tener presente, además, que la dirección de una revista científica, como la de un periódico de noticias, necesita de profesionales de prestigio, con fluidas relaciones internacionales e intensa dedicación, energía y experiencia. Sobre todo, se ha de estar muy motivado y con gran altura de miras para intentar igualarse con las mejores revistas extranjeras de su área, buscando afanosamente la originalidad y el progreso para beneficio de sus lectores y del país. No hay que contentarse con ser una revista más del montón y que sirva tan sólo como medio de expresión de una sociedad científica, centro de investigación, hospital, departamento o servicio. Sin embargo, muchas editoriales académicas o sociedades profesionales españolas no eligen precisamente a los mejores para esta importante labor. Es común, además, pensar que la dirección de una revista científica es un premio a una carrera profesional o una actividad ocasional y filantrópica; una especie de obra de caridad o ONG particular en la que “puedan publicar y hacer currículo los compañeros”. Igualmente, la ausencia de personal formado y de equipos multidisciplinarios en nuestras Editoriales académicas y comerciales, como correctores de copias competentes, informáticos avezados, especialistas en marketing y comercialización internacional, administrativos bilingües y preparados para la correspondencia y edición científica, etc. son otros importantes fallos. En consecuencia, si queremos triunfar en esta lucha, son las propias Oficinas Editoriales de nuestras revistas las que tienen que ejercer todas estas funciones, pues hay muy pocas empresas editoriales españolas que comprendan estas necesidades y/o estén preparadas para competir en el exterior. Así lo hicimos nosotros, con nuestros propios medios y sin recurrir a ninguna empresa extranjera, desde hace más de veinte años y hoy nos codeamos ya con las mejores revistas de nuestro campo. Es una labor difícil, lo sé –pero no imposible– y merece la pena intentarlo.

Simultáneamente a lo anterior, deben mejorarse además todos los parámetros internacionales de calidad contrastable y favorecer la concentración de esfuerzos. El bajo número de revistas científicas españolas en los repertorios y bases de datos internacionales de prestigio (tabla 1), la excesiva proliferación de revistas en ciertas áreas (¡tenemos 17 revistas de Pediatría y 33 de Psiquiatría!) –cuando la suma de apoyos sería lo deseable– el nivel profesional muy elemental y práctico de muchas de ellas (lejos de las aportaciones originales, que debieran ser su contenido prioritario), el escaso número de artículos/año (muy pocas revistas españolas superan el centenar o las mil páginas anuales), su escasa o arbitraria periodicidad (se cuentan con los dedos, quizá de una sola mano, las revistas científicas españolas mensuales), la modesta edición digital, que no suele pasar de páginas web estáticas sin funciones complementarias (downloaded articles, citation alerts, RSS, asignación de DOI, exportación de contenidos a bases de datos de prestigio como LinkOut de PubMed, citación cruzada interactiva tipo CrossRef, etc.) y sus bajos parámetros bibliométricos, muchas veces salpicados de fraudes llamativos, como la alta cifra de auto-referencias (fig. 1) son factores no soslayables a tener en cuenta. Y no debe olvidarse que, hoy día, lo que no se cita no existe. Por lo que apostar por revistas de las que no se hacen eco otras publicaciones importantes de la especialidad es un despilfarro económico, además de un esfuerzo inútil. Hay que tener en cuenta también que no sólo importa el número de citas sino el prestigio de la revista que lo hace, el tipo de artículo que nos cita (original, revisión, editorial, etc.), las cadenas de citaciones y el uso en internet de la publicación10. Todo ello, lo intenta ya medir, por ejemplo, el Eigenfactor score (fig. 2) que se ha convertido en un parámetro bibliométrico que puede desplazar pronto en importancia al conocido Impact Factor en la evaluación de revistas científicas.

Tabla 1.

Como puede apreciarse en esta tabla, la exigua presencia española en el conocido Journal Citation Report/ Science Edition (JCR/SE) del “Institute for Scientific Information (ISI)” de Filadelfia”, EEUU (Thompson-Reuter) prácticamente no ha variado en los últimos 13 años, ya que el aparente incremento de 16 a 60 revistas nacionales en él hay que matizarlo con el aumento simultáneo de otras revistas admitidas por el ISI. Nos hemos movido muy poco en más de una década y representamos aún menos del 1% del volumen mundial de publicaciones científicas periódicas de este selecto repertorio, lo cual no se corresponde ni con la importancia económica del país ni con el respeto que se merece por parte de la comunidad científica internacional.

Año  N° Revistas JCR/SE  N° Revistas Españolas  % JCR/SE  IF medio 
1997  4.963  16  0,32  0,419 
1998  5.467  22  0,40  0,489 
1999  5.550  26  0,47  0,5 
2000  5.686  28  0,49  0,505 
2001  5.752  26  0,45  0,536 
2002  5.876  26  0,44  0,507 
2003  5.907  29  0,49  0,556 
2004  5.969  29  0,49  0,771 
2005  6.088  30  0,49  0,884 
2006  6.166  30  0,49  1,136 
2007  6.426  35  0,54  1,065 
2008  6.620  37  0,56  1,069 
2009  7.387  60  0,81  0,832 
Media (1997–2009)  5.989  30,31  0,50  0,71 
Figura 1.

Estudio realizado sobre el 2008 JCR/SE en el que puede observarse el bajo Factor de Impacto al 5° año (5-year impact factor) de las revistas científicas españolas, un parámetro bibliométrico más adecuado para el área biomédica que el cómputo habitual de sólo 2 años (impact factor). Este bajo índice se combina además con la elevada tasa de auto-referencias de las mismas4.

(0,63MB).
Figura 2.

Aquí se confronta el número total de citas en 2009 a las variopintas revistas científicas españolas seleccionadas por el ISI (¡sus cifras oscilan, nada menos, que entre 3.456 y sólo 3 citas ese año!) con su correspondiente Eigenfactor Score, que mide la calidad de las citas recibidas, según el 2009 JCR/SE. En el recuadro aparecen los datos correspondientes a las revistas más prestigiosas, para evidenciar la gran distancia que aún nos separa de ellas6.

(0,79MB).

En cuarto lugar hay que destacar que, en una economía de mercado como la nuestra, la rentabilidad económica es lo único que permite mejorar la calidad, competitividad e independencia de las revistas científicas, asegurando así su pervivencia (que se lo digan, si no, a las centenarias Nature, Science o New England Journal of Medicine). Un cambio de actitud que permita abordar la edición de revistas científicas como un “proyecto de investigación y comercial” en todos sus aspectos (contratación de personal, gastos de material fungible, adquisición de instrumentación informática y mobiliario, viajes profesionales, etc.) y la eliminación de actividades exclusivamente filantrópicas --y casi masoquistas en algunos casos-- sin incentivos académicos, profesionales y/o económicos, han de ser nuestros instrumentos. Hay que aprender a vender y a competir con las grandes multinacionales de la edición científica en vez de, cómodamente, dejarse absorber --y eliminar-- por ellas. Por otra parte, las revistas que publican todo gratis (open access libre) y sólo se plantean subsistir con base en cuotas de socios, anuncios de empresas comerciales o subvenciones a fondo perdido carecen de futuro y están ya muertas de entrada para la agresiva competencia internacional de la edición científica. La solución es bien simple: o pagan los suscriptores o pagan los autores (o ambos a la vez); no hay más opciones rentables. Regalar todo lo que se publica, con la falaz idea de incrementar así las citas, es un gran error que compromete además el futuro de la publicación, con el añadido del desprestigio que ello representa para la propia revista que se pretende potenciar.

Finalmente, y por si fuera poco, tenemos importantes enemigos interiores, paradójicamente inconscientes, pero variados e importantes. Inicialmente, estamos nosotros mismos, los propios investigadores y otros profesionales patrios, que desdeñamos las revistas nacionales y sólo intentamos publicar lo bueno fuera, dejando lo malo para consumo interno. El espíritu de Cajal, que lo hacía siempre primero en revistas españolas (aunque se equivocara al hacerlo en idioma español) hace muchos años que se esfumó. Después, vienen muchos evaluadores de proyectos de investigación, puestos profesionales y premios de productividad, que ya no estudian las memorias o méritos aportados, sino que, a lo sumo, pergeñan un algoritmo sobre la base de las citas a las revistas, no de los autores (el índice H, por ejemplo) lo cual, aunque incorrecto, les resulta mucho más fácil y rápido que leerse detenidamente toda la documentación aportada o debatir extensamente con los candidatos, que sería lo deseable. En tercera posición, están los gestores de fondos públicos (los planes I+D+i siguen haciendo caso omiso del “producto final” de la ciencia española, que debieran ser, principalmente, los artículos profesionales en nuestras revistas de calidad) y las Editoriales académicas y privadas, volcadas casi exclusivamente, en humanidades y ciencias sociales (¡el 75% de nuestras revistas profesionales; una sola Facultad de Madrid publica 11 revistas!), libros escolares, novelas, temas locales o lenguas regionales (el último folclore nacional). Finalmente, están nuestros queridos bibliotecarios que, evidentemente, hacen lo que les piden sus investigadores, pero también lo que les resulta más cómodo, como es adquirir suscripciones de grandes “paquetes” de revistas –algunas, incluso, de escaso uso en sus instituciones-- a las grandes Editoriales extranjeras. Pocos tienen la osadía de suscribirse a revistas científicas españolas, faltaría más. Éstas, según piensa la mayoría de bibliotecarios, debieran ser donaciones, intercambios o de distribución gratuita en Internet, fomentándose así la existencia de repositorios de libre acceso (como persigue la reciente Declaración de la Alhambra o el proyecto Dulcinea) y olvidando que, en un mercado libre, lo que no tiene precio carece de valor.

Todos los obstáculos citados debieran superarse con prontitud y nuestros inconscientes “enemigos interiores” han de bajarse ya del caballo de sus prejuicios y coger el toro por los cuernos, apoyando lo bueno y rentable que aquí se hace o se puede hacer, para salir del adormecimiento y el entreguismo a la competencia editorial foránea. Hemos de tener presente que podemos y debemos editar lo mismo o mejor que norteamericanos, ingleses, holandeses, suizos o alemanes, obteniendo por ello una importante cuota de mercado en el gran negocio de las revistas científicas de calidad. Los hechos cantan: sólo una universidad de provincias y de tipo medio como la del País Vasco gastó en 2008 la friolera de 3.355.121 euros en suscripciones a revistas extrajeras. Multipliquen esta cantidad por los varios cientos de bibliotecas en centros de investigación y hospitales españoles e incluyan, además, las suscripciones individuales, los gastos, también millonarios, de las suscripciones a bases de datos de revistas (Web of knowledge, Scopus, Science direct, etc.) y lo que pagan nuestros autores como “gastos de edición” por publicar en revistas extranjeras unos resultados en los que ya se ha invertido mucho dinero español previamente para producirlos. Por el contrario, en nuestra revista, intentamos hacer justo lo inverso: ¡más del 95% de los autores son extranjeros y la mayor parte de nuestras suscripciones también! No hay más alternativas; necesitamos concentrar apoyos y salir de estructuras arcaicas e ineficaces, soslayando reparos absurdos en el siglo XXI y marginando la bonhomía universal –que aquí se llama acceso libre en internet– mientras nos explotan a sus anchas las Editoras multinacionales extranjeras.

Bibliografía
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Spanish scientific journals; the forgotten investment.
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Aréchaga J. Las revistas profesionales como claves para el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la medicina en España. Panacea. 2005;6:23–27; y Gaceta de la Real Sociedad Matemática Española., 2005;8:37–50.
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J. Aréchaga.
Revistas científicas españolas: dónde estamos y hacia dónde podríamos ir. Revista de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular.
SEBBM, 154 (2007), pp. 10-15
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Aréchaga J. Las revistas científicas españolas y el fraude bibliométrico. EL PAIS.com, 11/09/2009.
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J. Aréchaga.
Internacionalización de las revistas científicas españolas: nuestra asignatura pendiente.
Seminarios de la Fundación Española de Reumatología., 10 (2009), pp. 109-111
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Aréchaga J. No importan solo cuántos nos citan sino quienes y cómo lo hacen. EL PAIS.com, 6/09/2010.
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J. Aréchaga, D. Fogarty.
Publicaciones científicas en España: situación actual y parámetros de calidad.
Mediatika, 8 (2002), pp. 233-245
[8]
Ramón y Cajal S. Recuerdos de mi vida, Segunda Parte: Historia de mi labor científica. 1923. (Reeditado por Alianza Editorial en 1981).
[9]
F.A. Navarro.
El lenguaje médico español, al albur de las publicaciones en inglés.
Boletín MEDES, 3 (2009), pp. 3-12
[10]
F. Alfonso.
El duro peregrinaje de las revistas biomédicas españolas hacia la excelencia: ¿quién nos ayuda? Calidad, impacto y méritos de la investigación.
Endocrinología y Nutrición, 57 (2010), pp. 110-120

Este artículo corresponde a la conferencia que, bajo el título Retos de la internacionalización para las revistas científicas españolas, pronunció su autor en la reciente VI Jornada MEDES de la Fundación Lilly sobre Internacionalización de las revista biomédicas, que se celebró el pasado 4 de Noviembre de 2010 en El Escorial (Madrid) .

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