Los tumores desmoides son tumores mesenquimales poco frecuentes, con una incidencia de cinco a seis casos por millón de habitantes al año, que pueden aparecer en cualquier región anatómica, aunque es frecuente su hallazgo en la pared abdominal de mujeres jóvenes. La beta Catenina es el marcador típico anatomopatológico. La mayoría son esporádicos, otros, en cambio, están asociados a síndromes como la poliposis adenomatosa familiar y tienen un manejo diferente por sus peculiaridades1–4.
La cirugía ha sido clásicamente el pilar básico de tratamiento, con el objetivo de conseguir una resección completa. En cambio, la elevada tasa de recurrencias locales junto a una morbilidad considerable del procedimiento quirúrgico, unido al hecho de no tener capacidad metastásica y a las posibilidades de regresión completa espontánea (hasta en la mitad de los casos incluso sin tratamiento)5–7, hace que se haya puesto en duda la indicación sistemática de la cirugía y cambiado el enfoque terapéutico hacia un modelo multidisciplinar que incorpora terapias médicas u hormonales dirigidas, opciones mucho menos invasivas.
En este contexto, el Desmoid Tumor Working Group8 ha elaborado un documento de consenso en el que se plantea la posibilidad de adoptar una estrategia de vigilancia activa personalizada como primera opción, en lugar de una resección quirúrgica sistemática. Este escenario, junto a terapias emergentes con resultados prometedores, como por ejemplo la crioablación y los inhibidores de la gamma-secretasa9–12, hace imprescindible que el manejo de estos pacientes se haga en centros especializados, por un equipo multidisciplinar con experiencia, que involucre a cirujanos, oncólogos, radioterapeutas y patólogos, entre otros. De tal forma que una correcta indicación de cirugía cobra la máxima relevancia, equiparándose en importancia a la técnica quirúrgica en sí misma.
Así pues, la indicación de cirugía no ha terminado en los desmoides, pero el papel del cirujano sí debe cambiar radicalmente en este escenario. La cirugía sigue siendo la opción más importante en muchos casos, pero ya no de forma sistemática. Lejos de perder protagonismo, el cirujano está obligado a adquirir un mayor conocimiento biológico sobre la enfermedad y sobre las alternativas no quirúrgicas que incluye la vigilancia activa personalizada, con el objetivo de reducir morbilidad posoperatoria.




