Por primera vez en los últimos sesenta años, el Centers for Disease Control and Prevention (CDC) ha dejado de publicar su conocido semanario Morbidity and Mortality Weekly Report (MMWR) durante dos semanas consecutivas de enero 2025 1–2 y en este período ha encabezado su página web con una nota señalando que la modificaba para cumplir con las órdenes ejecutivas del presidente Donald Trump. Esta es solo una de las múltiples consecuencias de la ráfaga legislativa que está disparando el nuevo líder de los Estados Unidos en sus primeros días de mandato. Sus órdenes ejecutivas no pasan por el congreso, a pesar de que el partido republicano goza de una mayoría absoluta, porqué el presidente tiene prisa por reformar la política sanitaria en la línea de su programa político populista, y también para dejar bien claro que es él quien manda. Sus acciones, de consecuencias impredecibles para la salud de los ciudadanos estadounidenses y de los del resto del mundo, abarcan desde la retirada de Estados Unidos de organismos internacionales, hasta la censura sobre las publicaciones sanitarias y la investigación biomédica, pasando por recortes en servicios sanitarios, en salud pública y en la ayuda internacional. No hace falta recordar que intenta revertir todos los avances que los gobiernos demócratas de Barack Obama y Joe Biden habían alcanzado hacia la cobertura universal mediante la medicina de família. Se estima que unos cuatro millones de personas perderán su cobertura sanitaria y se temen más restricciones en aspectos reproductivos. Justamente cuando se acaba de demostrar que los estados que prohibieron el aborto voluntario han aumentado su mortalidad infantil, especialmente en los grupos que ya la tenían más elevada, como son los niños afroamericanos o los de los Estados del Sur3. Por otro lado, es muy posible y esperanzador, que muchas de estas órdenes no acaben siendo ejecutadas por decisiones judiciales promovidas por las múltiples denuncias que estan interponiendo la sociedad civil, los gobiernos de los estados, los periodistas y los congresistas con la voluntad de minimizar sus nefastas consecuencias inmediatas.
La actitud poco democrática del nuevo presidente no sólo queda reflejada en la forma de aplicar sus políticas, sino que también aparece en su deseo de abandonar la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Tratado de Paris sobre el cambio climático. Trump no es amante del multilateralismo porque genera obligaciones mutuas; en cambio sigue financiando generosamente y no tiene intención de irse de la UNICEF o del Programa de Alimentación Mundial, no sólo porque están dirigidas por norteamericanos, sinó porque estas organizaciones no ejercen ninguna función normativa. Pero, otras ayudas como la que ofrece para combatir la infección por HIV a Ukrania4 o a Africa5 quedaran congeladas, así como se esperan recortes en los programas destinados a combatir el SIDA, la tuberculosis y la malaria en el mundo6. A pesar de que Trump asegura que está buscando alternativas para substituir la labor que realizan organizaciones internacionales como la OMS, es muy posible que esta política supuestamente proteccionistas de Estados Unidos no sea más que el fin del liderazgo norteamericano en el ámbito de la salud mundial. Lo que supone una oportunidad interesante para que potencias emergentes como China o Índia tomen el relevo y también es un estímulo para que Europa salga de su letargo.
Donald Trump ha conseguido su mayoría absoluta jugando con la posverdad. Sabe muy bien que, controlando adecuadamente el ecosistema informativo, la verdad deja de ser importante. Este éxito electoral basado en teorías ideologizadas y poco contrastadas dificulta que el presidente pueda aceptar el concepto salubrista elemental de que la política sanitaria ha de basarse en la evidencia científica7. Justamente la posverdad marca el perfil del nuevo ejecutivo. Lo han catalogado de “caquistocracia”8, un término acuñado en el siglo diecisiete para denominar al gobierno de los peores, el de las personas más ineptas, incompetentes y cínicas. Un componente especialmente significativo de este nuevo ejecutivo es el secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert F. Kennedy Jr., conocido divulgador de teorías conspirativas sobre las vacunas y sin ninguna experiencia sanitaria. Incluso, después de su nombramiento, continúa persistiendo en el error de asegurar que la vacunación causa autismo. Este antiguo candidato a la presidencia controla ahora organismos tan importantes como el CDC o la Food And Drug Admnistration (FDA). Siguiendo su política de “América primero” toma decisiones que no hacen más que debilitar unas organizaciones de referencia mundial. Las fuerza a que prioricen la información nacional sobre la internacional, dejando sin orientación a millones de profesionales de todo el mundo que confían en ellas para fijar sus guías de práctica clínica y sus intervenciones de salud pública. La nueva legislación también afecta la investigación biomédica y sus publicaciones. El nuevo ejecutivo quiere abandonar los proyectos que investiguen aspectos como el cambio climático, la salud pública, la salud reproductiva o la lucha contra la desinformación. Justamente esta incursión de la postverdad en el conocimiento científico ha sido objeto de repulsa por prestigiosas revistas médicas como The Lancet, British Medical Journal7,8 o New England Journal of Medicine2. Los editorialistas de The Lancet1,6 lo critican especialmente y aseguran que permanecerán vigilantes ante las consecuencias de estas decisiones sobre la salud.
Este futuro caótico y distópico nos afecta a todos. Los investigadores norteamericanos se enfrentan al dilema de agachar la cabeza para amoldarse a los nuevos tiempos o seguir erguidos y fieles a los principios esenciales de la ética en la investigación biomédica. Los clínicos y los investigadores del resto del mundo no podemos permanecer ajenos a este debate. Además de apoyar a nuestros compañeros estadounidenses que se comprometan a seguir trabajando en temas tan fundamentales como las vacunas o la salud pública, también hemos de velar para que la postverdad no impregne los artículos científicos ni las guías de práctica clínica. Como editores de la revista científica Atención Primaria hemos de renovar nuestro compromiso ético de publicar de la evidencia científica y en consecuencia de rechazar enérgicamente los materiales poco contrastados, fantasiosos o falsos. Tenemos la obligación moral de usar la revista Atención Primaria para combatir con fuerza la desinformación sanitaria.



