Los trastornos de salud mental representan uno de los mayores desafíos sanitarios en Europa, afectando a más de 125 millones de personas1,2. Las condiciones más prevalentes incluyen la depresión, la ansiedad, los trastornos por consumo de sustancias y la demencia3. Esta carga se ha intensificado en los últimos años debido a múltiples factores: la pandemia de COVID-194, conflictos bélicos como el de Ucrania, el cambio climático5, la crisis del coste de la vida6 y la creciente soledad7. Todos estos elementos inciden especialmente en grupos vulnerables como personas mayores, mujeres en el periodo perinatal, adolescentes y personas con enfermedades crónicas8.
Ante este escenario, la atención primaria de salud (AP) se presenta como una plataforma clave para la detección precoz, la intervención temprana, el apoyo continuado y la coordinación de cuidados en salud mental. No obstante, persisten grandes barreras: falta de recursos específicos, escasa formación del personal, ausencia de protocolos integradores y estigma tanto en pacientes como en profesionales9,10.
El reciente documento de política de la OMS Scaling up mental health services within the PHC approach: Lessons from the WHO European Region propone un marco estratégico basado en 4 pilares para reforzar la atención en salud mental desde la AP:
- 1.
Reforzar las competencias en salud mental del personal de AP. Es esencial dotar a los médicos de familia, enfermeros y técnicos en salud comunitaria de formación específica y actualizada en salud mental. Esto incluye competencias en cribado, entrevista clínica, abordaje inicial, psicoeducación, estrategias breves de intervención psicológica, derivación pertinente y acompañamiento longitudinal11. Se propone la implementación progresiva de herramientas como el mhGAP de la OMS y la formación en intervenciones escalonadas adaptadas a la severidad del caso12.
- 2.
Integrar profesionales especializados en los equipos de AP. La incorporación de psicólogos clínicos, enfermeras especializadas en salud mental, terapeutas ocupacionales o mediadores psicosociales permite construir equipos interprofesionales capaces de responder a una mayor variedad de situaciones clínicas sin necesidad de derivación inmediata. En modelos como el de Asturias o el Peterborough Exemplar (Reino Unido), se ha logrado ampliar el acceso, reducir los tiempos de espera y mejorar la satisfacción del paciente13.
- 3.
Fortalecer los vínculos entre la AP y los servicios especializados. La creación de canales estructurados de coordinación (como consultas de enlace, circuitos asistenciales consensuados o derivación compartida) garantiza la continuidad de cuidados, evita duplicidades y permite un mejor seguimiento del paciente con trastornos mentales moderados o graves. También se proponen estrategias de «cuidados compartidos», en las que el médico de familia mantiene un papel activo durante todo el proceso, incluso en colaboración con el nivel hospitalario14.
- 4.
Fomentar la colaboración intersectorial. El bienestar mental no depende exclusivamente del sistema sanitario. La coordinación con servicios sociales, educación, empleo, vivienda o justicia es esencial para abordar los determinantes sociales de la salud mental15. Redes comunitarias y modelos integrados como los existentes en Bélgica16 o Escandinavia17 permiten una atención más inclusiva y adaptada al contexto social del paciente.
Para que estas estrategias puedan convertirse en una realidad tangible y sostenible, la OMS señala una serie de ejes clave que deben guiar la implementación:
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Formación. Es fundamental contar con una formación sólida tanto en el grado como durante la práctica clínica. Esta debe incluir contenidos en salud mental adaptados al contexto comunitario, con un enfoque práctico y centrado en la persona, que capacite a los profesionales para detectar, acompañar e intervenir de forma adecuada.
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Recursos humanos y materiales. Garantizar equipos suficientes, con condiciones laborales justas y entornos que prevengan el agotamiento profesional (burnout), resulta esencial. Además, se debe potenciar el uso de tecnologías digitales que faciliten la atención, el seguimiento y la continuidad asistencial.
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Financiación específica. Se requieren presupuestos estables y adecuados, así como mecanismos de financiación que reconozcan y promuevan el trabajo colaborativo entre niveles asistenciales y disciplinas facilitando una atención verdaderamente integrada.
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Gobernanza participativa. El liderazgo político debe ir acompañado de marcos normativos claros, indicadores que permitan evaluar el impacto real de las acciones y, sobre todo, de la participación activa de pacientes, familiares y comunidades en el diseño y evaluación de los servicios18.
A modo de conclusión, integrar la salud mental en la AP no es solo un desafío, sino una oportunidad para construir sistemas más humanos, accesibles y centrados en la persona. La OMS nos recuerda que la atención comunitaria, diversa e interconectada, es el camino para garantizar cuidados dignos y respetuosos con los derechos humanos. Avanzar en esta dirección requiere sumar esfuerzos, innovar y creer en la transformación posible desde todos los niveles de la sociedad. El cambio empieza hoy, de la mano de cada profesional, cada paciente y cada comunidad.



