Comparto con los autores del excelente trabajo de Serna et al1 algunas matizaciones para esclarecer la utilización de antibióticos en España. La principal conclusión de su trabajo es la valoración de su hallazgo de un consumo de 23,52 DHD en la región de Lleida en 2007 calificado de «elevada prescripción de antibióticos». Esta cifra es un 19% superior a la referida ese mismo año para España (19,8 DHD) por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS)2. Los autores determinan el consumo a partir de la dispensación en receta oficial del Sistema Nacional de Salud (SNS) y no incluyen la dispensación sin receta (automedicación) ni la dispensación privada. Quizás tampoco incluyen la dispensación en receta (también oficial) de las mutuas de funcionarios. Comentan que España se sitúa entre los países más consumidores de antibióticos a partir del análisis de ventas y creen que sus resultados infraestimarían el consumo antibiótico real, aunque suponen que el sesgo no sería muy alto. Los datos disponibles en la literatura médica inducen a pensar en una infraestimación relevante. El proyecto European Surveillance of Antimicrobial Consumption (ESAC) es una red europea de vigilancia de consumo de antimicrobianos. Según sus investigaciones, España ocupaba entre 1998 y 2005 una posición intermedia en el consumo antibiótico en Europa3, lo que contrasta con el hecho de que sea uno de los países que presenta más resistencias en Europa y la prevalencia de resistencia se correlaciona con el mayor consumo4. Los responsables de ESAC creen que sus resultados infraestiman en un 10% el consumo real español de antibióticos debido al no considerar el consumo derivado de la dispensación sin receta (automedicación), aunque admiten que tal infraestimación no invalidaría los resultados5. Los datos de consumo de antibióticos que remite España al ESAC son los publicados por la AEMPS5, que recogen el consumo derivado de la dispensación antibiótica en recetas oficiales del SNS2. Queda excluido el consumo derivado de la automedicación, el de las recetas de mutualidades de funcionarios (un 6% de la población) y el de las recetas privadas (por ejemplo, dentistas), y ninguno de ellos puede considerarse irrelevante. Se encuentran diferencias del 30% entre las investigaciones que miden el consumo antibiótico en España a partir de la dispensación de recetas oficiales del SNS y las que lo miden considerando las ventas de antibióticos en oficinas de farmacia6. Todo ello hace que se infraestime, no poco como piensan los autores del estudio, sino mucho, el consumo real de antibióticos en España (y por tanto en Lleida) y la comparativa internacional del grupo ESAC resulte muy distorsionada, a la baja, para España. Ya nos gustaría que el consumo real de antibióticos fuera tan «elevado» como el que refieren los autores para Lleida1 o la AEMPS para España2. Probablemente en ambos casos el consumo real haya sido infraestimado en un 30% y se acerque o supere las 30 DHD, lo que no invalida los resultados de exposición a antibióticos referidos por los autores para la región de Lleida ni la calidad metodológica de su excelente trabajo.
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