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Vol. 7. Núm. 1.
Páginas 1-2 (Enero - Abril 2014)
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EDITORIAL
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¿Hijos de un dios menor?
Children of a lesser god?
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1921
José Eugenio López García
Federación Española de Médicos Homeópatas
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“Ser un individuo significa ser diferente a todos los demás.”

Zygmunt Bauman, Vida líquida

Inmersos en una sociedad “programada”, en la que todo está determinado y pautado, el concepto de individualidad se reduce —sin otra opción— al originario significado del término latino de individuo como unidad indivisible de la masa social, y con ese significado los individuos son asombrosamente parecidos a todos los demás: seres casi idénticos. No obstante —en realidad, y debido a que en las personas hay una necesidad innata de autorreconocimiento— posteriormente se desarrolló el concepto de individuo con el criterio más moderno y cierto de la “singularidad”, de la diferencia con los otros1.

En este concepto de “singularidad” nos colocamos los médicos que entendemos la enfermedad como algo propio y diferente en algún grado; como un producto y un proceso que el enfermo desarrolla, que modela y pule y que muestra. Y la persona enferma se muestra así, con su particular enfermedad; sin lugar a dudas, eso es lo “evidente”. Y en esa “singularidad patológica” es donde tiene su espacio y razón de ser nuestra terapéutica. El homeópata se acerca a la persona y observa con la intención de entender lo que le ocurre, desde el comienzo de la dolencia, durante el proceso de esta y en el preciso instante que se encuentra ante él. De ese modo trata de comprender “su enfermedad”. En un primer momento de la entrevista se escucha, se percibe, se traza el boceto de esa enfermedad singular, propia, individual. En un segundo momento se ordena la información, se analiza, se le da “forma” tratando de entender lo característico de dicha enfermedad, y ese boceto —ya mejor delineado, ya reconocible— nos permite ver el medicamento perfectamente superponible que tendrá, necesariamente, una “forma” similar a la enfermedad individual. Un medicamento que curará esa enfermedad propia y personal. Un medicamento que conocemos previamente por medio de la “experimentación” en las personas sanas y por los datos de la clínica2.

Estos son los criterios ciertos sobre los que descansa nuestra terapéutica: ley de similitud, patogenesia o experimentación en la persona sana, dosis mínima, medicamento único y singularidad o individualidad patológica. Los principios son científicos, en el sentido de comprobación y en el refrendo de los hechos. La homeopatía siempre se ha basado en la experimentación, desde hace 2 siglos, y siempre que se vuelve a experimentar con los mismos medicamentos se obtienen los mismos resultados. La medicina convencional no puede decir lo mismo de sus “evidencias”; se emplea la dosis mínima eficaz, con lo que se minimiza el efecto nocivo de las sustancias, la medicina química aquí tiene su “evidente” talón de Aquiles. La enfermedad es individual y como tal se debe tratar. La medicina oficial está absolutamente “protocolizada” y estos protocolos cambian cada cierto tiempo, siendo sustituidos por un protocolo “mejor”, haciendo caso omiso a uno de sus principios “no hay enfermedades sino enfermos”. La medicina dominante es una medicina para las “enfermedades”; para los colectivos categorizados por presentar algunos y determinados síntomas o criterios, para individuos idénticos. La homeopatía es una medicina para las personas enfermas en toda su singularidad, por lo que se trata de una medicina “personalizada”.

Aquí está, en pocas palabras, nuestra razón de ser y nuestro espacio en la lucha contra la enfermedad. Nuestro espacio diferenciador y propio. La medicina dominante no nos considera; somos, en el mejor de los casos, poco serios, mediocres hijos de un dios menor, que no hemos sido capaces de entender la única verdad que es la excelencia de la terapéutica química (en lo demás somos como ellos, aunque algunos de nosotros empleemos las 2 terapéuticas con un criterio no excluyente) refrendada por la denominada y tan de moda “medicina basada en pruebas (evidence)”, pruebas que un comité de expertos decide sobre las que son concluyentes y las que no, comités de expertos que también deciden qué protocolos son adecuados para aplicar a las “enfermedades” (de nuevo el individuo es anulado) y que también proclaman qué medicina es la fiel y la única que sigue los mandatos del “dios de la ciencia”, comités de expertos que a su vez son elegidos por otros expertos y alguno o algunos de cuyos integrantes se muestran discrepantes con lo que refrendaron e incluso piden perdón cuando se jubilan o dejan la universidad (hay clamorosos ejemplos).

Desde aquí —como tantos otros médicos de cualquier terapéutica, convencional o no— como médicos que perseguimos el mayor nivel de salud de las personas, solicito que la medicina se base en “resultados”. No podemos convencer a quien “ha cerrado la puerta”, y si nos dejamos arrastrar por la corriente dominante pidiendo reconocimiento, seremos engullidos y anulados. Las organizaciones corporativistas de la medicina oficial son entes politizados, obsoletos y alcanforados que parecen tener como objetivo único la supervivencia; y entre comunicado y comunicado, por el “bien de la sociedad”, imbuidos de autocomplacencia se enfrentan ahora a los médicos que utilizamos las terapias médicas no convencionales, poniendo en duda la bondad de nuestra “praxis” y enfrentando así a los diferentes colectivos. ¿Será esto un signo claro de descomposición?, ¿o hay conflicto de intereses? En cualquier caso, nada de esto tiene que ver con la enfermedad, mucho menos con la curación.

Por otra parte, pienso que hay que abrir las puertas de par en par a las organizaciones sociales, las asociaciones de pacientes, de consumidores o de otro tipo. Así como a otros profesionales sanitarios (médicos de terapias convencionales o no convencionales, farmacéuticos, veterinarios, enfermeras, matronas, fisioterapeutas, odontólogos, etc.) a los que además nos corresponde formar adecuadamente en homeopatía, pues considero que ellos y nosotros estamos en primera línea y lo único que nos mueve es conseguir resultados en la lucha contra la enfermedad.

No podemos perder más energía en convencer, en mostrar a quien no quiere ver. Y aquí quiero expresar mi agradecimiento a los compañeros que están respondiendo y luchando en esta permanente guerra caliente desatada contra nosotros en las redes sociales y medios de comunicación por ciertos inquisidores que se autodenominan “escépticos” y, sorprendentemente, por algunas instituciones médicas que no hace mucho tiempo declararon que la consulta homeopática era un “acto médico”. Por otra parte, podría ser loable —aunque trasnochada y autoritaria— esa actitud paternalista de defensa del usuario contra la charlatanería, los embaucadores y los “papanatas”; aunque ya lo es menos si tenemos en cuenta que ese “escepticismo” se centra exclusivamente contra tan “poca cosa” como es la homeopatía, y así se convierte en un seudoescepticismo subjetivo no neutral. Desde aquí les insto a ocuparse también con “escepticismo” de la enfermedad iatrogénica provocada por la medicina alopática que llena los hospitales, y eso sí es “evidente” ¿o es el mal necesario e inevitable?

Haciendo oídos sordos a tanta mentira, malintencionada o fruto de la estupidez3, y en contra de lo que la impulsividad nos demanda, considero que —puesto que la investigación científica básica está monopolizada y tutelada por la medicina química y absolutamente vetada para nosotros— debemos centrar los esfuerzos en estudios clínicos prospectivos a medio y largo plazo que demuestren la eficacia y la eficiencia de nuestra terapéutica y seguir con “nuestra” investigación básica volcada en la patogenesia y la clínica.

Partimos de un principio diferente y buscamos lo individual, lo “singular”. Es un hecho cierto que nuestras pruebas (experimentaciones) no pueden ser iguales que las utilizadas por la medicina que sigue otro principio o ley, tan cierto como que la Tierra se mueve y gira alrededor del Sol, aunque también su aceptación necesitó de algún tiempo y no poco esfuerzo.

Para concluir, la homeopatía es una medicina científica porque: a) se basa en hechos; b) es racional, esto es, lógica, y c) es demostrablemente cierta4. Es realmente una medicina diferente “basada en resultados”. Pedimos que se respete la libertad individual —en primer lugar, del usuario que tiene derecho a elegir el tipo de medicina que quiera y, en segundo lugar, del médico o terapeuta, que también tiene derecho a utilizar la terapia que considere más conveniente ante cada caso particular, singular o individual de enfermedad— sobre todo cuando el tratamiento utilizado cumple escrupulosamente el principio “primum non nocere” y consigue resultados. Si no obtuviese resultado alguno, como algunos preconizan, esta terapia habría sucumbido inevitablemente hace ya tiempo, a pesar de nuestro poder de “persuasión”, por ineficaz. No es el caso. Propongo pues que no nos traten de llevar al buen camino y nos dejen trabajar en paz.

Bibliografía
[1]
Bauman Z. Vida líquida. Barcelona: Editorial Paidós; 2005.
[2]
Hahnemann S . Órganon de la Medicina. 6.ª ed. Sevilla: Editorial Mínima; 2008.
[3]
Cipolla CM. Allegro ma non troppo. Barcelona: Crítica; 2001.
[4]
Close S. El Genio de la Homeopatía. Sevilla: Sección de médicos homeópatas del Colegio de Médicos de Sevilla editorial; 1994.
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