«Las cosas son lo que son, pero sobre todo son lo que ponemos en ellas»
Pablo Neruda
Este editorial pretende expresar una convicción personal mantenida a lo largo del tiempo y refrendada en cierta medida por los acontecimientos. Cuando uno reflexiona sobre su especialidad con un exceso de pasión, que ni aun el escepticismo propio de los años es capaz de atemperar, existe siempre el riesgo de que se genere cierto desequilibrio entre la percepción del lector y la intencionalidad del autor. Esto, que podría resultar ocurrente como parte del «juego literario», se tornaría lamentable y, desde luego, escaparía a mi propósito, si mis compañeros, bien individualmente, bien en su conjunto, llegasen a sentirse enojados. Acepto el riesgo no obstante; y lo acepto con la tranquilidad de que no pretendo pontificar, ya que ni es mi intención ni estoy capacitado para ello, y de que mi única y noble pretensión es «provocar», y hacerlo, naturalmente, en el sentido meiorativo del término, «estimular a la acción».
Mirar por el retrovisor de la historia, sobre todo para los que «gozamos» de cierta perspectiva temporoespacial, produce un enorme, aunque placentero, vértigo. Nuestra especialidad hace escasamente 40 años era, al menos en nuestro entorno geográfico, poco más que una manualidad técnica mirada, en no pocas ocasiones, por encima del hombro y con los rayos X como agente físico central de su utilización. Hoy es probablemente la especialidad con más presencia e influencia en la Medicina moderna y una de las que más proyección y futuro tienen. En este desarrollo espectacular la Radiología se ha ido enriqueciendo con la incorporación de otras modalidades que, aun sin pertenecer al ámbito estricto de los rayos X, basan su mecanismo de actuación en otros agentes físicos. El impacto de su uso en la Medicina actual queda claramente refrendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) cuando afirma que el 80% de las decisiones médicas en el mundo desarrollado se toman, en una u otra medida, con el apoyo de las imágenes radiológicas.
Como consecuencia de este cambio trepidante, los radiólogos hemos ido sufriendo un largo y fructífero proceso de cambio y adaptación, no sólo consecuencia de los vaivenes de la tecnología, sino también debido al progreso del resto de las especialidades médicas que, al ir demandando un apoyo radiológico cada vez más especializado, han contribuido indirectamente a nuestro propio desarrollo. Pero por encima de todo lo anterior, hay que resaltar el progreso, internacionalmente reconocido, de los radiólogos españoles, sin cuyo esfuerzo nada de lo anterior habría sido posible.
Todavía estamos recordando y deleitándonos con las secuelas de nuestro último gran cambio, acontecido en la década de los setenta, y que supuso la adaptación a un nuevo concepto en la restitución de las imágenes radiológicas clásicas, cuando de forma súbita y por la puerta trasera nos aparece otra «sorpresa»; la imagen molecular, sobre la que Radiología publica en este número su primer artículo especial1. Esta nueva dimensión de la imagen médica, que escudriña en la siempre apasionante cuestión del porqué íntimo de la enfermedad, va a marcar también un antes y un después en el ejercicio de nuestra especialidad, no sólo en su perspectiva técnica sino, sobre todo, en la forma de afrontarla, de aprenderla, de ejercitarla y, por supuesto, de «compartirla» (soy consciente de que hay vocablos que tienen una considerable simbología y una carga emocional muy importante para los radiólogos en el momento actual). Tendremos que aprender a introducirnos en otros campos, a compartir otros conocimientos, incluso a tener nuevos «compañeros de viaje», todo ello con absoluta normalidad y sin que tengamos que renunciar ni a nuestras competencias ni, por supuesto, a nuestra esencia o identidad profesional.
Creo, en fin, que estamos ante una nueva encrucijada, frente a la que habremos de dar pasos decisivos si realmente estamos dispuestos a afrontar los nuevos desafíos, no sólo de nuestra especialidad, sino también de la Medicina en general. Y ante esta coyuntura los radiólogos habremos de buscar protagonismo, para lo que serán precisos arrojo, esfuerzo y una buena dosis de generosidad, imaginación y apertura de miras.
Son básicamente tres los pilares sobre los que, a mi modesto juicio, debería pivotar nuestro cambio cultural, a saber: la formación de los profesionales en general, pero muy especialmente de los jóvenes en período de aprendizaje, la mentalidad y la actitud de los radiólogos españoles y, por último, nuestras organizaciones funcionales.
FORMACIÓN
El arte clásico de la clínica ha ido cediendo terreno a lo largo de los últimos 20 años en favor de la morfología (imagen médica), en buena medida por el espectacular e inesperado desarrollo de nuestra especialidad. Hasta tal punto este fenómeno se ha venido implantando en la práctica diaria, y la imagen radiológica se ha ido convirtiendo en un elemento esencial para el diagnóstico médico, que en los últimos años nos viene rondando cierta curiosidad hostil y depredadora por parte de otras especialidades médicas. Éste es un fenómeno irreversible y que, como estamos viendo en otros países, llegará hasta donde tenga que llegar. Estamos hablando de una «amenaza» y, por tanto, de un fenómeno «externo» que nosotros, como profesionales, no podemos controlar. Pero mirando con sentido crítico hacia nuestras «debilidades», sobre las que sí que tenemos capacidad de maniobra, surgen algunas cuestiones: ¿no estamos dejando a un lado atributos fundamentales, como el conocimiento profundo de las bases físicas que han sido seña de identidad de los radiólogos como especialistas a lo largo de generaciones, y que han marcado la diferencia con otros especialistas? ¿Finalizan nuestros residentes su período formativo con un adecuado conocimiento del manejo y de la biofísica de las modalidades de las que, por otra parte, dominan la semiología? Y por último, ¿se considera que esa carencia es una peligrosa debilidad para nuestro futuro?
Seguramente la Radiología de los próximos años no podrá ser entendida como en la actualidad, y tendrá que optar por dos alternativas, o lamentarse de la mala suerte que nos ha tocado vivir o, por el contrario, adaptarse a los nuevos requerimientos, con fórmulas innovadoras y nuevas soluciones. Elevemos nuestra mirada y ampliemos nuestra perspectiva, y veremos numerosos ejemplos en otras especialidades que han intuido antes que nosotros la necesidad del cambio. Los programas docentes deberán contemplar otros contenidos que contribuyan a la formación integral de los nuevos radiólogos y que les permitan resolver los retos asistenciales del futuro en cualquier nivel asistencial en el que se encuentren.
MENTALIDAD Y ACTITUD
Ahora más que nunca es necesario romper con esa actitud de hermetismo que nos ha caracterizado a los radiólogos españoles y hemos de aprender a trabajar en equipo. Dejemos de una vez de actuar como convidados de piedra. Hemos de incorporarnos de una forma decidida y urgente y sin ningún tipo de complejos a los nuevos procesos asistenciales, siendo conscientes de que constituyen el foro técnico en donde se toman las decisiones al más alto nivel profesional. Pero es bueno recordar que esta tarea requiere esfuerzo, y una decidida voluntad no sólo para adquirir nuevos conocimientos, sino, fundamentalmente, para compartirlos con otros.
Si analizamos nuestra reciente historia vemos cómo hemos ido caminando, con frecuencia, a remolque de otros. Podemos y debemos ser más creativos. La creatividad genera ideas, estas nuevas ideas se plasman y desarrollan a través de la innovación que, a su vez, se convierte en motor del aprendizaje y éste, en última instancia, es la base del conocimiento. Cuando este círculo virtuoso deja de funcionar, caemos en la rutina que, como bien recuerda el genial Gracián, «es la carcoma que lo destruye todo».
A veces, creo que nuestros «miedos» nos impiden delegar, y la acción de delegar exige confianza y generosidad y le confiere grandeza de miras a quien la practica. Delegar no significa perder, muy al contrario, sus sinónimos más cercanos son encargar y autorizar. Delegar es, en suma, establecer alianzas profesionales, con beneficio para todos. Y lo podríamos hacer de una forma organizada y siempre dentro de nuestro propio escenario. Deleguemos en los profesionales con los que compartimos el día a día, o de lo contrario, quizás nos veamos obligados a abandonar en condiciones inapropiadas determinados campos para asumir otros en los que podamos aportar mayor valor. Hoy, en pleno debate salpicado con excesiva pasión, sobre si es o no conveniente la delegación, me gustaría dar mi modesta opinión. No se puede ni se debe delegar por decreto, ni tampoco hacerlo con cualquier actividad ni a cualquier precio. La delegación de determinadas actividades que clásicamente hemos venido realizando los radiólogos debería depender siempre de variables como el lugar, las circunstancias, la oportunidad, las necesidades, el tipo de organización, etc. y obedecer a un proceso presidido por la confianza, la generosidad y el sosiego. Miremos a nuestro alrededor y veremos en cualquier sitio y en cualquier especialidad experiencias de diferente calado, en donde tras una reflexión madura y serena de todo el equipo, y en un entorno sustentado en una urdimbre técnica y afectiva sólida, se han tomado las decisiones apropiadas para que no exista ningún tipo de riesgo, ni físico para el paciente, ni corporativo o legal para nosotros mismos. En el momento actual y tras un estudio estimativo realizado desde nuestro medio a nivel nacional, la cifra de estudios radiológicos simples que no son validados por el médico radiólogo supera con creces los 14 millones y, lo que es peor, la cifra sigue aumentando y las diferencias de porcentaje entre grupos profesionales es mínima y está muy poco relacionada con la disponibilidad de recursos. Es evidente que en este mundo cada vez más tecnificado muchos radiólogos se sienten poco motivados por determinado tipo de tareas; incluso cunde la opinión, cada vez más extendida, de que algunas actividades aportan escaso valor. Esta situación que me parece realmente dramática en su propia esencia debemos abordarla con una buena dosis de valentía y, desde luego, dejando discursos corporativos en el arcén. Anticipemos las soluciones o lo harán otros.
Tenemos que mejorar nuestras relaciones y comunicación con nuestro entorno técnico, pero también nuestros mejores aliados son y seguirán siendo los clínicos que, aunque son poco proclives al reconocimiento, saben muy bien quiénes son sus aliados, y con los ciudadanos y la sociedad en general, cuyo nivel de participación en los servicios de salud es cada vez más notorio. Y todo ello, además, porque la información y el conocimiento, aunque ya se vislumbra así, dejarán de ser patrimonios gremiales y serán compartidos con otros profesionales e, incluso, con el propio usuario.
ORGANIZACIÓN
Hemos de acometer, como organización corporativa, un proceso de cambio que nos oriente hacia una nueva visión estratégica, mediante el desarrollo de otras competencias que respondan realmente a los nuevos retos sociales. Estamos inmersos en un entorno exigente y cambiante como consecuencia de la revolución tecnológica, de la permeabilización del conocimiento, de mercados globalizados y, todo ello, envuelto en la búsqueda permanente de la excelencia. Y lo peor (¿o quizás lo mejor?) de todo ello es que el proceso se intuye como irreversible y que habremos de afrontarlo sin perder nuestra propia identidad. Tengamos muy presente que el proceso asistencial en el futuro se debatirá en torno a un equilibrio muy calculado entre sostenibilidad y valores; una cosa sin la otra no tiene futuro.
Las organizaciones docentes y también asistenciales tendrán que dejar a un lado las actuales estructuras por especialidades, con el fin de incorporar nuevos requerimientos formativos que permitan el trabajo en equipos multidisciplinares. El valor fundamental serán la resolutividad y el liderazgo, y las decisiones se situarán lo más cerca de la base y deberán tomarse teniendo en cuenta tanto las razones como los valores y las emociones. Hemos de cambiar sensiblemente nuestra forma de gestionar el conocimiento.
Uno de los ingredientes imprescindibles de las nuevas organizaciones será aprender a convivir (actualmente sólo coexistimos) y a trabajar con los demás, o lo que es lo mismo, a enfrentarnos a los conflictos. El proceso asistencial es una actividad dinámica y con profesionales ambiciosos, con permanentes conflictos de valores, intereses y competencias. No temamos pues a los conflictos, simplemente, aprendamos a resolverlos. Los conflictos, cuando son «competitivos», resultan estériles y dificultan las relaciones interpersonales y el trabajo en equipo. Por el contrario, cuando son «cooperativos» crean valor para todas las partes, requieren negociar y, tal vez, hacer concesiones, aunque siempre representan ventajas para todos, fundamentalmente para los pacientes.
Y para terminar me gustaría añadir que la legitimación y el prestigio social que en este momento mantiene todavía la Medicina se debe, entre otras causas, al asombro que provocan los nuevos avances diagnóstico-terapéuticos, por tanto, es fundamental que estemos en primera línea, en la vanguardia, allí donde éstos se producen. Los radiólogos hemos de iniciar el aprendizaje en el proceso estratégico de la anticipación, como ya vienen practicando desde hace tiempo otras especialidades. Los protagonistas de este cambio hemos de ser nosotros mismos; nadie lo será por nosotros.
Lo importante, en fin, es que seamos capaces de diseñar un nuevo proyecto colectivo, un nuevo modelo profesional para el futuro, en donde todos, desde el que práctica la imagen molecular en un hospital terciario, hasta el que lleva a cabo una tarea no menos digna y socialmente rentable en un modesto ambulatorio, nos sintamos partícipes y protagonistas. Pero esta tarea, que nadie se llame a engaño, no es fácil y, en cualquier caso, habremos de tener muy en cuenta aquella lúcida frase de W. Churchill cuando advertía que «el éxito es una sucesión de pequeños fracasos, afrontados sin perder el ánimo». Ánimo, amigos.




