Hemos leído con sumo interés sus recientes reflexiones en las páginas de nuestra revista sobre la radiología y sus profesionales en la crisis del coronavirus1. Tal y como indicaba Nassim Nicholas Taleb, el impacto de lo altamente improbable revela la fragilidad de las bases de nuestro conocimiento2. Hasta la llegada de los primeros exploradores a Australia en el siglo xvii, en Europa se pensaba que todos los cisnes eran blancos. El descubrimiento de cisnes con plumas negras rompió ese paradigma. Para Taleb, los cisnes negros serían esos sucesos altamente improbables e impredecibles que tienen un alto impacto en nuestras vidas, como la actual crisis del coronavirus2. Ahora que nos vemos forzados a admitir que la pandemia (lo improbable) se quedará con nosotros al menos por un tiempo, parece, como sostiene Slavoj Žižek, que viviésemos la distopía de un guion cinematográfico que hubiese construido una nueva normalidad anómala3. Nueva a-normalidad que, por ejemplo, supuso que lo “normal” fuese descitar a los pacientes de nuestros servicios, y que, sin duda, derivará en una futura potenciación de la gestión centrada en la imagen con valor añadido para el manejo del paciente frente al volumen o en una amplia implementación de protocolos de estudio abreviados para optimizar los tiempos4. Por otro lado, el escenario COVID nos ha obligado a una duplicidad de circuitos asistenciales con reserva de medios humanos y materiales para ambos y con un manejo del paciente necesariamente menos dinámico al extremar algo fundamental como es la seguridad de pacientes y profesionales. Finalmente, tal y como señalaba usted, la pandemia ha provocado una necesaria vuelta a tecnologías y habilidades básicas como la radiología simple1. Y ha evidenciado la necesidad de potenciar el conocimiento interdisciplinar de nuestros profesionales para hacer frente a retos como este, escapando de una superespecialización excesiva4.
Sin embargo, tras esta crisis, la imagen médica será una de las áreas de mayor expansión. No solo por lo que no se pudo hacer o por lo nuevo que vendrá, sino también porque a lo largo de la misma se han acentuado tendencias previas que ya vivíamos con frecuencia (profesionales que no toman decisiones sobre pacientes sin pruebas de imagen) y porque surgirán nuevas necesidades, como las derivadas de la previsible potenciación de variantes de consultas médicas no presenciales para sacar pacientes de los hospitales. Con ello, inevitablemente, disminuirá la parte verdaderamente clínica del acto médico, lo que potenciará el peso de la imagen y de otras pruebas complementarias. O, de igual modo, necesidades derivadas de hospitales con una actividad de mañana y tarde para evitar aglomeraciones de personas como nueva norma hacia la que vamos. Y, finalmente, por el surgimiento de nuevas indicaciones motivadas por la necesidad de aumentar nuestra seguridad frente a posibles pacientes COVID, como ya se plantea ante cirugías complejas5 o cambios de las existentes (TC en lugar de ecografía en cuadros de abdomen agudo para incluir el tórax). Todo ello, sin duda, va a conllevar un aumento de la necesidad e importancia de la imagen.
Nuestro futuro, por lo tanto, más que distópico, estará plagado de nuevos retos ante los que la radiología, sin duda, sabrá reinventarse una vez más.