El artículo editorial de Rodríguez Recio y Otero García1 presenta contenidos muy interesantes que invitan a la reflexión, en diversos sentidos. Del mismo modo, los mensajes centrales que quiere transmitir la SERAM, acerca del protagonismo del radiólogo ante la sociedad y pacientes, me parecen muy apropiados, aunque tal vez sea ya demasiado tarde.
Si bien dicho protagonismo es muy variable, en función del área radiológica en la que desempeñamos nuestra labor profesional, no es menos cierto que una de las causas de la falta de protagonismo es la propia actitud del radiólogo, a veces «escudado» voluntariamente en el anonimato de los despachos/salas de informes, ante las pantallas de ordenadores o de los negatoscopios. De modo que una de las raíces del problema es precisamente esta, que los radiólogos no queremos «pasar consulta» con los pacientes.
Otra de las razones por las que los radiólogos no alcanzamos el deseado protagonismo ante determinadas instancias, tales como instituciones y direcciones de los centros (especialmente públicos), es nuestro frecuente y peculiar punto de vista acerca de las leyes que regulan la oferta y la demanda, así como nuestra escasa formación y sensibilidad en materia de gestión.
Tendemos a olvidar que los «clientes» principales de los radiólogos (en cualquier ámbito sanitario) son los facultativos prescriptores y, en menor grado, los pacientes. Si la demanda no es correspondida correlativamente con nuestra oferta presencial, el prescriptor y los responsables sanitarios considerarán otras vías y fórmulas alternativas que permitan hacer frente a la demanda. Y entre tales fórmulas figura la telerradiología, así como otras que suscitan aún debate, como la realización de ecografías por médicos generales (o especialistas no radiólogos, o TER/TSID).
Y la práctica de la telerradiología ha sido abordada recientemente por la Sociedad Europea de Radiología (ESR) como hecho consumado, con arreglo a diversas normas de juego que personalmente comparto2.
Por lo tanto, y en mi opinión, la telerradiología y la «externalización» de prestaciones radiológicas son más bien la consecuencia, y no la causa, de la «invisibilidad» del radiólogo, tanto ante los ciudadanos como ante los colegas prescriptores e instituciones.
No eludamos nuestra propia responsabilidad en este asunto, porque la situación actual es, en parte, consecuencia de nuestra actitud egocéntrica durante los últimos años. Vivimos en un mundo globalizado regido por criterios economicistas, en el que los radiólogos no estamos solos ni somos el centro del universo, y en el que la Medicina no escapa de las leyes mercantiles.