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Vol. 42. Núm. 90.
Páginas 9001-9002 (Mayo 1999)
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J M. Carrera
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1ª PONENCIA

MEDICINA DE LA EVIDENCIA EN PERINATOLOGÍA


J. M. Carrera

Departamento de Obstetricia y Ginecología

Institut Universitari Dexeus. Barcelona

Correspondencia:

José M. Carrera Maciá

Departamento de Obstetricia y Ginecología

Institut Universitari Dexeus

P.º Bonanova, 67

08017 Barcelona


La medicina de la evidencia no puede desgajarse del contexto lingüístico cultural, económico y de globalización de los conocimientos, que nos ha tocado vivir.

De alguna forma, y aunque quizá no seamos plenamente conscientes de ello, estamos cerrando en estos años de transición de un milenio a otro, un ciclo de la historia de la Humanidad que se inició hace más de 500 años.

Un ciclo que se inició en 1450 cuando Gutenberg inventó la imprenta. El momento era el óptimo, la Edad Media estaba tocando a su fin, y se contaba con un idioma culto y racional, el latín, que era el idioma del poder, de la literatura y de la Ciencia. La imprenta permitió la rápida difusión de los conocimientos e hizo posible la progresiva universalización de la cultura.

El vehículo de este progreso cultural fue, naturalmente el libro. Un instrumento poderosísimo, absolutamente fundamental para la difusión del saber. El ha sido durante cinco siglos el vehículo del pensamiento y la experiencia, de la poesía y la ciencia, del amor y el desamor. Sin él, la humanidad aun estaría anclada en el oscurantismo medieval.

En medicina, la unión del libro, un idioma culto y universal, la progresiva incorporación de la metodología científica y la movilidad geográfica de las personas, dio lugar a lo que hemos llamado durante años la medicina de la experiencia. Europa y especialmente la Europa romanizada fue sin duda el continente donde esta Medicina alcanzó más altos vuelos.

Pero las cosas cambian. Hace poco más de un siglo, en 1890, Hollerith, un norteamericano, como no, construyó uno de los primeros sistemas informáticos de la historia. Un equipo de tarjeta perforada, pensado para la confección del censo. Y finalmente en la universidad americana de Cambridge en 1949, se creó el EDSAC, la primera máquina con memoria central. La suerte estaba echada. Se abría un nuevo ciclo en la historia de la Humanidad. El ciclo de la informática, absolutamente diferente del precedente.

El artilugio mecánico que le da vida es el ordenador, o computadora. El idioma ya no es el elegante latín, sino un idioma gutural y sin apenas gramática, que es el inglés, pero sorprendentemente bien dotado para servir a la informática. El vehículo ya no es el libro, sino sus sucedáneos, el disquete, el CD-ROM, el vídeo, Internet, y demás productos on-line. Y naturalmente lo que se vehiculiza ya no es la cultura, sino la información, algo muy distinto.

Este cambio de modelo cultural, conjuntamente con el desarrollo de la bioestadística, y el imparable crecimiento de la tecnología en Medicina, han propiciado una nueva medicina, la llamada medicina de la evidencia. Absolutamente necesaria, imprescindible si se quiere seguir avanzando, porque sólo por este camino podremos precisamente controlar racionalmente un proceso de desarrollo que parece no tener fin.

Sólo una reflexión: no debemos intentar construir este nuevo ciclo, sobre las ruinas del antiguo, haciendo tabla rasa del libro y de los valores culturales que él propició. Y quien dice el libro, la revista, la publicación científica.

Y en medicina, y especialmente en Obstetricia y Ginecología, no debe reducirse la evidencia a la manipulación informática de los números. Los meta-análisis de poco nos servirán (y ya tenemos algunos ejemplos de ello) si la experiencia adquirida en las últimas décadas y el sentido común, modulados por la cultura, no están presentes tanto en la recogida de datos como en el análisis de los mismos.

Para los que hablamos en español, el modelo emblemático de esta Medicina de la Evidencia que reúne lo mejor de estos dos ciclos de la historia de la Ciencia es, sin lugar a dudas, Roberto Caldeyro-Barcia. El introdujo la metodología científica en nuestra especialidad y él sustituyó el «tengo la impresión...» por el «estadísticamente significativo...». Y lo hizo aprovechando lo mejor de los materiales y de la filosofía del ciclo histórico que termina.

Hace unos meses, intentando reparar un poco la injusticia histórica que se cometió al no concederle el premio Nobel por sus investigaciones pioneras sobre la contractilidad uterina y el registro de la FCF, el Sindicato Médico de su país, logró que al cumplirse los 50 años de sus primeras mediciones de la contractilidad uterina, su imagen saliera en los sellos de correos. Sirva esta pequeña anécdota de homenaje a quien, de una forma u otra, hace ya más de medio siglo situó la Medicina Perinatal dentro de la Medicina de la Evidencia.

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