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Vol. 60.
Páginas 187-206 (Mayo 2015)
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MIRADOR LATINOAMERICANO
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La construcción de la imagen del intelectual en las notas necrológicas de la Revista de Filosofía
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Cristina Beatriz Fernández
Universidad Nacional de Mar del Plata-Consejo Nacional de Investigaciones Científi-cas y Técnicas
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Resumen

El objetivo de este ensayo11

Una versión abreviada de este trabajo fue leída como ponencia en el II Congreso de Historia Intelectual de América Latina. “La biografía colectiva en la historia intelectual latinoamericana”, Buenos Aires, 12, 13 y 14 de noviembre de 2014.

es analizar un corpus de artículos y notas de tema necrológico, publicados en la Revista de Filosofía, Cultura, Ciencias y Educación, que José Ingenieros fundó en 1915 y se editó hasta 1929 (bajo la dirección de Aníbal Ponce, en los últimos cuatro años). Nos interesa detectar cuáles son los sujetos que merecen esa suerte de homenaje póstumo (generalmente científicos y educadores), así como su relación con la concepción de la cultura moderna que es dominante en esta publicación. Asimismo, analizamos las tipologías discursivas empleadas, en el marco de las modalidades de la escritura biográfica.

Palabras clave:
José Ingenieros
Revista de Filosofía
Biografía
Necrología
Cultura moderna
Ciencia
Abstract

The aim of this paper is to analyse a corpora of obituaries – articles and notes – published at the Revista de Filosofía, Cultura, Ciencias y Educación. This review was founded by José Ingenieros in 1915 and it was edited until 1929. It was directed, firstly, by Ingenieros and, since his death in 1925, by Aníbal Ponce. We are interested in the people who deserves such posthumous homage (mostly scientists and educators) and in the relationship between those texts and the modern cultural project of the review. Besides, we study the discursive typology of the texts, related to the biographical scripture.

Keywords:
José Ingenieros
Revista de Filosofía
Biography
Obituary
Modern Culture
Science
Texto completo
LA REVISTA DE FILOSOFÍA

Para la época en que se publicaba la Revista de Filosofía, Cultura, Ciencias y Educación,2 José Ingenieros lideraba una agrupación nucleada en torno a intereses intelectuales y afinidades personales que recuperaba, aunque con mucha más moderación, formas de sociabilidad que había encarnado la casi mitológica peña de la bohemia porteña conocida como la Syringa.3 Esta nueva agrupación se llamaba Academia Omnia y entre sus miembros encontramos al ya mencionado Aníbal Ponce, además de Félix Icasate Larios, Carlos Muzzio Sáenz Peña y Arturo Orzábal Quintana. Carlos Muzzio Sáenz Peña y José Ingenieros eran, además, habituales asistentes de los “almorzáculos” que organizaban Roberto Giusti y Alfredo Bianchi como parte de las actividades culturales que desplegaba Nosotros,4 la revista que dirigían y que tenía claros vasos comunicantes con la RF, como se puede notar por la frecuencia con que sus artículos o reseñas son citados o reproducidos en la publicación dirigida por Ingenieros.5 También sabemos que, cuando Francisco Ortiga Anckermann fundó en 1915 la peña cultural conocida como Symposio de Agathaura,6 tomaron parte en estos coloquios intelectuales figuras como José A. Oría, el escritor Nicolás Coronado, Enrique Méndez Calzada, Ernesto Palacio, Guillermo Estrella, Víctor Bouché, Vicente Martínez Cuitiño y los ya nombrados Carlos Muzzio Sáenz Peña, José Ingenieros y Aníbal Ponce.7

La RF se publicaba, salvo casos excepcionales, en forma bimestral y cada número constaba de unas 160 páginas, aproximadamente. En cuanto a los temas, la revista estaba abierta a cuestiones diversas, relacionadas primordialmente con la filosofía, la ciencia y la educación, como lo indica su título. En ese sentido, estamos ante un proyecto editorial signado todavía por el influjo positivista y sus preocupaciones centrales. Sobre la amplitud de criterio que Ingenieros pretendía que fuese la dominante en esta publicación, hay un pasaje elocuente en la misma revista. En 1922, se reproducen unas cartas que se habían cruzado Ingenieros y el escritor venezolano Alberto Zérega Fombona, quien por entonces estaba publicando una serie de estudios sobre la filosofía latinoamericana en la Revista de la América Latina de París y le había enviado a Ingenieros, además, un ejemplar de un trabajo suyo sobre el simbolismo francés, estudiado desde las disciplinas de la patología mental y de la estética, respecto del cual juzgaba que el médico argentino era el más indicado para entenderlo. En la revista parisina, Zérega Fombona había colocado al director de la RF en el lugar de un jefe de escuela, cortesía que Ingenieros retribuyó invitándolo a participar en la RF, en un párrafo que es, además, una exhibición de los principios que proponía como norte de la publicación que dirigía:

[…] En ella [la RF] escriben idealistas, positivistas, espiritualistas, escépticos y teósofos, pero principalmente educacionistas; con esto deseo recordarle que la revista no es particularmente adicta a ninguna de esas viejas escuelas y sólo aspira a despertar el gusto por actividades mentales que no se limiten al campo de la ciencia estricta, ni al de la simple imaginación literaria. Algo se ha conseguido ya, pues dos terceras partes de los colaboradores actuales pertenecen a nuestra última generación; después, que piensen lo que quieran; con tal que hayan adquirido hábitos de estudio y de reflexión.8

Por último, vale aclarar que la publicación que nos ocupa se inscribe en toda una tradición de revistas, boletines o periódicos que, desde la segunda mitad del siglo xix, comenzaron a sucederse en Europa y fueron el modelo de ésta y otras publicaciones latinoamericanas. Hugo Biagini ha elaborado un catálogo al respecto que incluye La Philosophie Positive (1867-1883), Revista Contemporánea (1875-1907), Revue Occidentale (1878-1934), O Positivismo (1878-1882), Rivista de Filosofi Scientifi (1881-1900), Archives d’l’Antropologie Criminelle (1886-1814), La Scuela Positiva (1891), The Positivist Review (1893-1925), Revue Positiviste Internationale (1906-1940), entre otras. Esta migración de modelos textuales no era enteramente unidireccional: en varias publicaciones europeas, como la Rivista Filosofi o la Revue Philosophique, se aludía a su vez al contenido de los trabajos de la revista de Ingenieros, que eran resumidos o comentados.9

Además de los artículos que configuran la parte principal de la RF, es muy significativa la sección final, existente en la mayoría de los números, titulada “Análisis de libros y revistas” y, desde el número V de 1919, “Bibliografía”. Esta sección estaba al cuidado del propio Ingenieros e incluía reseñas o comentarios de libros de ciencias médicas, sociológicos, filosóficos, históricos, legales y de otros temas diversos, así como reproducía notas bibliográficas publicadas en otras revistas culturales y académicas. El grado de compromiso personal de Ingenieros con la elaboración de la sección es visible en notas, como aquella en la que se anuncia que, con motivo de su viaje a Estados Unidos para participar en una serie de conferencias, la revista aparecería sin la habitual sección de comentarios de libros y revistas.10 Y eso se comprueba en el número siguiente, en el cual aparece un listado de publicaciones recibidas, sin las habituales reseñas o comentarios.11 En otro número, se informa a los lectores que Ingenieros partirá a Europa, invitado por el presidente del Consejo de Ministros de Francia a las fiestas del centenario de Jean-Martin Charcot.12

LAS NOTAS NECROLÓGICAS: ENTRE LA LAUDATIO FUNEBRIS Y EL ELOGIO ACADÉMICO

Tanto en el cuerpo principal de la revista como en la sección de análisis de libros y revistas, aparecen artículos y notas de tenor necrológico,13 los cuales ofrecen una suerte de homenaje póstumo a personajes que generalmente habían actuado en el terreno científico, filosófico o de gestión pública y educacional. A pesar de la heterogeneidad consustancial a proyectos colectivos como es el caso de las revistas, en cuyo interior suelen convivir líneas en tensión,14 la aparición de estas notas necrológicas es bastante ilustrativa de los intereses y las redes intelectuales que caracterizaron la actuación de Ingenieros.

Sobre la tipología discursiva de las necrologías, debemos decir que se nutren de distintas vertientes de la tradición biográfi Por un lado, tenemos la laudatio funebris, una forma protobiográfica heredada de la tradición clásica, una pieza oratoria que un pariente o amigo del muerto pronunciaba en sus funerales.15 La oración fúnebre es el núcleo, también, de muchos textos hagiográficos que, por influjo del cristianismo tardoantiguo y medieval, inscribirían en las vidas una serie de rasgos que sobrevivirían incluso a los procesos modernos de secularización.

En segundo lugar, la organización discursiva de estos textos remite también a otra tradición, no necesariamente vinculada a la instancia de la muerte: el elogio académico o institucional. El término éloge se usaba como sinónimo de vie en la Francia de los siglos xvii y xviii. Privilegiaba otro componente: la necesidad de celebrar y, desde ese ángulo, se relacionaba con el antiguo género epidíctico, la oración funeral y la hagiografía.16 La crítica ha destacado la impronta tanto de la hagiografía medieval como de la biografía antigua en la constitución del género del elogio, particularmente el modelo de las Vidas de Plutarco o De viris illustribus de Cornelio Nepote. Plutarco fue un modelo para las biografías seculares, de artistas, escritores y eruditos, que florecieron sobre todo en el Renacimiento italiano, como los Elogios de hombres famosos de Paolo Giovio, escritos en latín, o las Vidas de artistas, escritas por Vasari en italiano. Que en la Francia del siglo xvii se escribieran estas vidas en lengua vernácula, dice algo significativo respecto de la visibilidad social de escritores y eruditos, porque demuestra que la biografía encomiástica excedía la autoglorificación de un grupo limitado para satisfacer la curiosidad de un público educado ampliado.

Fue precisamente en el siglo xviii que las formas del elogio comenzaron a vincularse más estrechamente con la actividad intelectual: ese discurso pronunciado en ocasión de la recepción de un miembro en una academia o cuando se le otorgaba algún premio, también tenía lugar cuando dicho miembro se retiraba o fallecía. Los estudiosos del género señalan como un punto de inflexión el momento en que la Academia que nucleaba a los médicos franceses, en la época prerrevolucionaria, comenzó a promocionar el elogio de sus miembros desde una perspectiva igualitaria, como una forma de destacar el talento por sobre las diferencias de clase, aunque inevitablemente esta situación se daba en el seno de una élite que tenía acceso a la cultura y el poder. Atributos de los médicos que parecían heredados de la escritura hagiográfica, como los de devoción o sacrificio, se conjugaban con las nociones de patriotismo y ciudadanía para colaborar en la constitución de una ideología médica moderna. El elogio era entonces una hoja de servicios prestados a la ciencia que autorizaba a rendir honores a esos médicos que quedaban convertidos, así, en muertos ilustres.17 El lugar tomado por las academias y el concedido a los elogios de los muertos fue una peculiaridad del caso francés que prontamente se tornó modélica. El peso —si no exclusividad— de los hombres en las academias marcó la condición genérica del elogio: eran vidas de grandes hombres escritas por otros grandes hombres, que conformaban una tradición biográfica netamente patriarcal.

Huelga decir que el tono encomiástico de estos elogios convirtió a este género en una tipología discursiva algo maniquea, abrumada por los abusos retóricos y laudatorios. Se trataba tanto de exhibir una trayectoria vital consagrada a la ciencia, como de hacerlo empleando un registro estetizado, que exhibiese el dominio del buen gusto. La amplificación apologética de las virtudes de los sujetos elogiados, recreaba formas de la narrativa biográfica, que permitían la llegada a un público culto pero no necesariamente especialista, capaz de valorar los progresos aportados por esos practicantes de la ciencia cuyas vidas estaban orientadas por el talento, el mérito, una ética profesional que devenía en servicio a la humanidad y la colaboración en la construcción de una obra colectiva: la ciencia. Situado entre la oratoria y la memoria histórica, el elogio cumplía una función documental que se conjugaba, a su vez, con la nota moralizante heredada de la escritura hagiográfica: se pretendía mostrar una vida tan verdadera como ilustrativa de un arquetipo de moralidad, que se proponía como ejemplo a emular, lo cual conllevaba una visión del mundo, una ética y una ideología. Por ello, es bastante evidente que el elogio suele ser útil a las campañas del presente: la vida ejemplar presentada afianza la autoimagen corporativa de un grupo, asociación, partido o campo profesional.

No hay que olvidar, por otra parte, que todo discurso fúnebre es primordialmente un ejercicio simbólico destinado a los vivos, tendiente a legitimar un orden social dado. En ese sentido, la muerte autoriza discursos eunómicos, que buscan exhibir y convalidar el buen funcionamiento social. Es decir que el elogio fúnebre no es sólo una lamentación, sino una lección de vida, ad usum de los vivos. Asimismo, cuando el fallecido es el titular de un rol determinado —político, científico, cultural, etc.— el discurso fúnebre colabora en la definición del modo correcto de ejercer ese rol, lo cual queda fácilmente demostrado por la movilización de las corporaciones académicas y profesionales en esas circunstancias, en las que se ponderan los méritos de alguien considerado primus inter pares.18 Téngase en cuenta, además, que en muchas ocasiones, los textos que nos ocupan forman parte de “rituales cívicos” y que, como solía ocurrir con el retrato —que en las dos primeras décadas del siglo xx fue muy utilizado por los intelectuales para referirse a las obras de sus congéneres— no sólo tenían una dimensión escrituraria, sino que eran, además, géneros de la oratoria ligados a una cultura oral: banquetes, recepciones, ceremonias académicas, funerales.19 Por eso, varios discursos fúnebres o de homenaje académico se corresponden con una instancia performativa más compleja, de la cual los textos publicados en la revista son apenas un registro parcial.

ALGUNOS CASOS EN LA REVISTA DE FILOSOFÍA

Si recorremos ahora algunas de estas notas necrológicas publicadas en la RF, podremos detectar ciertas constantes y esbozar un mínimo mapa de sus características. Uno de los rasgos distintivos de estos escritos es que, a partir de la excusa luctuosa, diseñan una figura intelectual marcada por la apelación a valores universales. Por ejemplo, en 1915, con su seudónimo de Julio Barreda Lynch, el mismo Ingenieros reseña el escrito de Nicolás Besio Moreno, “La obra filosófica de Agustín Álvarez”, cuyo tema era la producción intelectual del sociólogo y educador que había fallecido en 1914. Dice Barreda Lynch: “La muerte de un pensador es siempre un acontecimiento luctuoso para la ciencia; la desaparición de un filósofo es una hora de duelo para la libertad [...]”.20 La idea de que el pensamiento filosófico y científico es nutricio para la libertad, permite inferir una concepción de la tarea intelectual en la cual los sujetos involucrados se rigen por valores universales, como los de justicia, razón o verdad que, a la vez, son valores en sí mismos racionales y desinteresados, como señalaba en su clásico libro sobre el tema Julien Benda.21 Sin embargo, y a diferencia de esa independencia respecto de los fines pragmáticos que Benda consideraba definitoria de sus intelectuales —pues para él, el intelectual o clerc dejaba de serlo desde el momento en que se ponía al servicio de una idea o valor no universal, como los nacionalismos y otras formas gregarias y políticas— los sujetos cuyas vidas son elogiadas en la RF son ponderados, precisamente, por haber colaborado en la construcción de saberes, prácticas sociales o instituciones de carácter colectivo vinculadas a un proyecto de nación y, en eso, parecen encontrar un antepasado remoto en los médicos ilustrados que presentamos someramente en el apartado anterior.

Esto es visible no sólo en las notas necrológicas, sino también en los discursos que homenajean a alguien en ocasión de su retiro o jubilación. En ellos encontramos rasgos comunes con las notas necrológicas, sobre todo en la idea de una herencia que deja el que se va, y que consiste en la transmisión de un habitus,22 como una forma secularizada de eternizarse. Se construyen así genealogías donde la línea de sangre se ve sustituida por la transmisión de un saber y de una serie de prácticas asociadas a ese saber. Por ejemplo, en la RF se citan pasajes del discurso del profesor Ángel Gallardo, pronunciado en ocasión de la jubilación del profesor Eduardo Holmberg, momento que la Universidad de Buenos Aires hizo propicio para conferirle el título de doctor en ciencias naturales honoris causa. Como en tantos artículos de tenor necrológico, éste, también celebratorio aunque festivo, está centrado en la finalización de una vida vista desde el ángulo de la productividad intelectual. De hecho, Gallardo dice que “esta ceremonia tiene además el carácter de una despedida por cuanto señala vuestro retiro como profesor de esta casa.” 23 En ese discurso, publicado inicialmente en la revista Physis, órgano de la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales y que la RF reproduce fragmentariamente, Gallardo se autorrepresenta como discípulo de Holmberg, a pesar de que no había sido su alumno en las aulas universitarias; es caracterizado también como un “ardiente campeón de la libertad” que, en potente imagen telúrica, “traía una ráfaga de vivificante pampero a la atmósfera enmohecida de nuestro laboratorio”. Pero lo que hacía que la “despedida, que podría parecer un ocaso”, se tiñese “con los arreboles de la aurora” era justamente la obra realizada en la formación de una “escuela de naturalistas argentinos con ferviente patriotismo, enamorados de la ciencia y de la vida, y con el culto de las ideas elevadas, nobles y desinteresadas”.24 Algo similar podemos observar en las palabras que Rodolfo Rivarola pronunció en el sepelio del profesor Antonio Porchietti, las que habían sido inicialmente publicadas en la Revista de la Universidad. En un claro ejemplo de cómo en estos elogios fúnebres se autorrepresentan colectivos e instituciones, dice Rivarola: “En nombre de la Facultad de Filosofía y Letras, doy esta última despedida al más antiguo de sus profesores de letras clásicas y al director fundador de su biblioteca”. Considera necesario explicitar que sus sentimientos son sinceros a pesar de que “Estas palabras son de ritual”, lo cual desnuda su conciencia de estar respondiendo tanto a una convención social como a una tradición oratoria. Al igual que Holmberg, Porchietti es elogiado por sus valores morales, su legado intelectual y su carácter pionero en la institucionalización de los estudios clásicos en la universidad:

El profesor Porchietti, modesto, casi humilde, lo mismo al hablar con un alumno que al dirigirse al decano, ganó el respeto, el cariño y la admiración de todos, por su vastísima erudición, por su culto del deber y por la belleza moral de su vida. […] Amó la que nosotros amamos: esa Facultad de filosofía y letras que tiene un ideal y lo muestra en su labor: el de completar la conciencia de la sociedad en que vivimos, empujada y afanosa por el incentivo de la riqueza material —con estímulos de la riqueza moral de que es fuente inagotable el pasado con sus voces de paz y de amor, de verdad y de justicia, que llegan más alto que los alaridos de la guerra, de ambición o de rencor […].25

Parece claro, entonces, que la actuación de estos intelectuales —médicos, naturalistas, profesores, etc.— no se evalúa solamente desde la perspectiva inmanente de un campo disciplinario, sino que permite proyectar su imagen en el ámbito de lo público. De allí la construcción de figuras un tanto monolíticas, en las cuales el hombre privado y el hombre público se encuentran en asombrosa y feliz sintonía. Ilustra claramente esto el caso de Florentino Ameghino, de quien dice Leopoldo Lugones, en un fragmento de su Elogio de Ameghino, también reproducido parcialmente en la RF:

La existencia de un hogar como el que Ameghino supo constituir, lleno de probidad, de cariño, de modestia, de sabiduría, y estrictamente laico a la vez, demuestra que es posible concebir sin quimera, reconociéndole todos los beneficios atribuidos a los dogmas absurdos, una religión de la verdad. […] Su vejez casi miserable, albergó maravillas, ante las cuales son oleografías lamentables los milagros hagiográficos y los génesis de los dioses. Ningún templo contuvo más verdad, y ningún capitolio más respeto. 26

Vemos así como del habitus del científico se desprende una capacidad estructurante en el terreno de los valores que se proyecta tanto al ámbito de lo privado como al espacio público. Como lo muestra el pasaje de Lugones citado, encontramos una vinculación, que será recurrente en muchos de estos escritos, con lo que podríamos llamar la veta hagiográfica del elogio. Es evidente que el proyecto editorial de la RF suscribe el proyecto secularizador que, en líneas generales, venía desarrollándose en la cultura argentina, desde el accionar de las élites dirigentes liberales del siglo xix y en relación con el cual era un lugar común concebir la religión como un obstáculo, tanto para el pensamiento científico como para la modernización social y política.27 Pero eso no impidió que la retórica hagiográfica penetrase en la construcción de este nuevo panteón de santos laicos, para usar la expresión con que Irina Podgorny sintetiza los procesos de construcción simbólica de la imagen de Florentino Ameghino.28

Ya señalamos líneas arriba que el elogio respondía a una tradición primordialmente masculina. Ese rasgo se reproduce, claro está, en la RF, lo cual se explica fácilmente por las redes de sociabilidad que nutrían a esta revista y que esbozamos al principio de este artículo. La única excepción que podríamos señalar, y que se moldea sobre un esquema similar pero con los matices esperables de una concepción de género tradicional, es la nota sobre la muerte de Raquel Camaña, maestra de escuela y alumna de Ingenieros, colaboradora de la RF en temas educacionales. Se dice en la revista que “El acto de la inhumación de sus restos fue una ceremonia espontánea y conmovedora. Las escuelas donde ella enseñó, concurrieron en masa. Sus compañeros en el magisterio y en las letras formaron un cortejo imponente. Se pronunciaron doce discursos.”29 Pero rápidamente, el elogio de la maestra muerta deriva en la esperable lección de vida ad usum de los vivos, en este caso, de las vivas, porque la figura de Camaña será empleada para diseñar un discurso eunómico, en el cual la circunstancia que le da origen se ve sobrepasada al convertirse en pretexto para el diseño de los roles necesarios para el buen funcionamiento social, así como de los atributos conferidos a cada uno de esos roles.30 En este caso, se trata de diseñar el papel de las modernas educadoras argentinas:

Las mujeres argentinas que aman y comprenden el apostolado de la educación, y las que afirman su personalidad como madres y como maestras, no olvidarán el nombre de esta abnegada educacionista que, en plena juventud, había sabido dar el alto ejemplo de una inteligencia firmísima puesta al servicio de las más hondas virtudes morales.31

El caso de Raquel Camaña es excepcional, como queda dicho. Incluso en otra ocasión, en que se reproduce el discurso que Ezequiel P. Paz, el director de La Prensa, pronunció en la inhumación de los restos del “filólogo y educacionista” Matías Calandrelli, se alude a una periodista fallecida recientemente —entendemos que se trata de Ada María Elflein— pero no se reproduce en la RF ningún discurso o nota necrológica directamente destinada a ella. Dice Paz:

Tengo vivo aún el recuerdo de la insigne periodista-educadora, que desde las columnas de La Prensa desparramara a manos llenas los más puros y exquisitos sentimientos de patriotismo, revelando a sus compatriotas con su vigoroso talento narrativo los tesoros de virilidad y de amor de nuestra raza, y cuando aún nos sentíamos abrumados por el hondo pesar de su temprana muerte, la ley fatal de la naturaleza nos arrebata otro ser querido, este educador-periodista, que dio sin medida, en su admirable desprendimiento, todo el fruto de su labor incesante y de sus meditaciones profundas, a la juventud de dos generaciones de argentinos.32

Como es fácil advertir, la breve narración de las vidas de los sujetos elogiados queda circunscripta a la vida productiva, dejándose de lado, salvo en casos excepcionales, la mención a la biografía sentimental u otros avatares de la existencia, que se diluyen frente a la cadena de logros consistentes en descubrimientos, libros publicados, estudios o acciones de relevancia en el quehacer científico o educacional. Esto hace posible la identificación de la vida con la obra y permite, a su vez, leer la obra como reflejo de la personalidad. La construcción bio/hagiográfica que tiene lugar en estos elogios es posible porque las vidas narradas son, de algún modo, sometidas a operaciones de selección e incluso de cierto despojamiento de las variables, que hacen a las condiciones materiales y sociales en que se desempeña la tarea intelectual, mucha veces obliteradas en esas narraciones, excepto, quizá, en aquellos casos en que se exhiben los obstáculos ofrecidos por un medio adverso como una forma de encarecer los méritos del sujeto elogiado. Esto es visible, por ejemplo, en el discurso que pronunció Mariano de Vedia y Mitre, en nombre del consejo directivo de la Facultad de Ciencias Económicas, en el sepelio de Osvaldo Magnasco, un discurso en el cual los fracasos parlamentarios de Magnasco son transformados en éxitos, porque su figura se contrapone a la hostilidad de un medio que no estuvo siempre a la altura cívica e intelectual de “este ilustre muerto”, como lo llama de Vedia:

[...] sus batallas parlamentarias no fueron siempre saludadas por la victoria que significa una votación favorable. Le tocó más de una vez ser vencido por el número. Tenía que ser. Estaba allí para combatir prejuicios, para contrariar intereses, para destruir lo viejo y lo caduco […].33

Asimismo, la proliferación de esta clase de discursos es en sí misma una instancia de medición del mérito intelectual de los sujetos en cuestión. Ya advertimos la mención a los “doce discursos” que se pronunciaron en el entierro de Raquel Camaña. En el caso de Agustín Álvarez, por ejemplo, la multiplicación de notas necrológicas es vista también como una prueba palpable de la trascendencia de su accionar, una trascendencia, demás está aclararlo, entendida en términos totalmente seculares:

Pocos escritores han tenido una posteridad más amistosa que Agustín Álvarez. Uno tras otro, distinguidos escritores argentinos, han tributado su homenaje de admiración a nuestro primer moralista, coincidiendo todos en loar sus virtudes personales tanto como su propia obra escrita. Después de Joaquín V. González, Ernesto Quesada, Leopoldo Lugones, Nicolás Besio Moreno, Evar Méndez, Maximio S. Victoria, Ernesto Nelson, Alicia Moreau, José Ingenieros y otros, el señor Arturo de la Mota ha logrado en su perspicaz artículo mostrar la personalidad de Agustín Álvarez a través de un nuevo prisma […].34

Por último, reiteramos lo dicho arriba acerca de la autorrepresentación de algunos grupos sociales en estos discursos que, además de celebrar a los muertos, fijan un programa para la actuación de los vivos, al punto de que muchas veces el lugar de enunciación asignado a un orador —ser miembro de una Facultad, de un medio de prensa, de un cuerpo colegiado, etc.— se ve ligeramente desviado cuando el orador aprovecha la circunstancia para desarrollar su propio programa intelectual y/o político reflejándose en la figura celebrada. Un caso evidente es el de Joaquín V. González, quien fue designado orador, en nombre del Senado Nacional, en el sepelio del también senador nacional Enrique del Valle Iberlucea.

Aunque González habla en nombre del Senado, prontamente su discurso se desliza desde la voz corporativa a sus propios temas de interés: la educación y la fundación de la Universidad de La Plata, y por ello el senador Iberlucea, que en 1906 había comenzado a colaborar con dicha institución educativa, es primordialmente despedido como el “colaborador y compañero de múltiples y largas fatigas educadoras.”35

CONSIDERACIONES FINALES

Como se infiere de los ejemplos revisados en el apartado anterior, podríamos decir que esta suerte de homenaje póstumo concretado en las notas necrológicas de la RF está destinado a figuras intelectuales que sintonizan con la orientación ideológica de la publicación: científicos y educadores, filósofos y periodistas que enseñan desde las páginas de la prensa, políticos que colaboran con el avance de la ciencia y la educación. Mayoritariamente figuras masculinas, la excepcional aparición de una nota necrológica destinada a una maestra no pone en crisis un universo marcado por una concepción de la cultura moderna con roles de género definidos. Intelectuales en sentido amplio, glorias de la humanidad que estudia –como dice un editorial de la RF en ocasión de la muerte de Theódule Ribot,–36 sus vidas son presentadas, en forma laudatoria y con una finalidad ejemplificadora, apelando a modos discursivos y retóricos de antigua tradición, pero que reescriben las res gestae de estos héroes o santos laicos bajo el signo de unos valores propios de la modernidad, valores marcados por la hegemonía del racionalismo y del cientificismo, por modos de pensar y actuar tributarios del proceso de secularización.

La producción de estas notas necrológicas, por otro lado, exhibe convenciones y formas de sociabilidad que transitan entre la institucionalidad de academias y cuerpos políticos y las redes intelectuales o personales más o menos informales, así como ponen en evidencia la complejidad performativa de discursos que pasan de la oralidad a las páginas de revistas universitarias, literarias o científicas de las cuales se hace eco, a su vez, la RF —Physis, Nosotros, Revista de la Universidad, etc.—. En una serie de redes que se van solapando, espesando, los homenajes y sus huellas escritas, las notas necrológicas, son activados por corporaciones que se reflejan en ellos, diseñan los roles necesarios para su consolidación y subsistencia y transforman el discurso laudatorio en programático. Por ello, en cada nueva instancia del recorrido de una nota necrológica, se va modificando el público: de la voz oral que escucharon los asistentes al acto de jubilación de Holmberg o al entierro de Raquel Camaña, a los lectores de la revista científica Physis o de La Semana Médica, al público culto pero ciertamente ampliado de la RF, las notas necrológicas se van resignificando en cada nueva instancia, alterando, total o parcialmente, su funcionalidad. Está claro que en todos los casos se produce una apropiación simbólica de ciertas figuras, mediante un uso selectivo de los datos de su trayectoria vital que lleva a rescatar determinadas facetas por razones de afinidad intelectual, de comunión de programas de acción, de cercanía ideológica.

Algo similar a lo que ocurriría también con la serie de homenajes tributados a la memoria del mismo Ingenieros, a partir de los cuales se conformaron distintas genealogías intelectuales que se legitimaban, todas, en una filiación simbólica con este intelectual.37

Finalmente, vale la pena mencionar que casi todas las figuras que resultan dignas de estos homenajes póstumos comparten el atributo de la productividad. La condición de productor era ponderada por el mismo Ingenieros en el artículo que dedica a conmemorar al fallecido José María Ramos Mejía, en el cual dice que su maestro “era un productor” y “simpatizaba con todos los productores”, por lo cual “era amigo de aplaudir y estimular, repitiendo que era mejor ocuparse en hacer obras propias que en deshacer las ajenas”.38 Es sabido, asimismo, que en cada época y contexto hubo un modelo distinto de productor cultural. Centrándose en el caso francés, Christophe Charle ha señalado cómo la figura social del intelectual procede de una tradición que cuenta, entre sus listas, con los clérigos de las religiones reveladas, que habían sido sustituidos por los philosophes u hombres de letras del siglo xviii, el poeta romántico, el artista consagrado al arte por el arte y, desde mediados del siglo xix, el científico. La estrategia de promoción de la ciencia había engendrado la creencia en el científico, no solamente en las élites, sino en toda la sociedad, y por eso los científicos eran celebrados como emblemas nacionales y propugnaban una nueva legitimidad cultural, basada en una meritocracia que no estaba exenta de otras formas de elitismo e, incluso, de cierta ascesis que se había desplazado del terreno religioso al ámbito secular. El capital simbólico acumulado por estos hombres de ciencia, excedía sus especialidades disciplinarias y autorizaba su intervención en el orden político y social.39 Esto fue muy notable en el caso argentino, donde el protagonismo que adquirió el intelectual-científico fue bien estudiado por Oscar Terán.40 En consecuencia, no es casual que en una revista que no se desdice de su deuda con el positivismo, gran parte de esas notas necrológicas estén dedicadas a hombres de ciencia y educadores, una modalidad del productor intelectual que entraba en clara sintonía con el proyecto de modernización cultural de la RF.

Bibliografía recomendada
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BENDA, JULIEN, La traición de los intelectuales, trad. de Rodolfo Berraquero, nota de Fernando Savater, Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores, 2008 (Serie Ensayo), 300 pp.
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PODGORNY, IRINA, “De la santidad laica del científico Florentino Ameghino y el espectáculo de la ciencia en la Argentina moderna”, en Entrepasados. Revista de Historia, vol. vi, núm. 13, Buenos Aires, 1997, pp. 37-61.
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SHUMWAY, NICOLÁS, “Nosotros y el ‘nosotros’ de Nosotros”, en La cultura de un siglo. América Latina en sus revistas, ed. de Saúl Sosnowsky, Buenos Aires, Alianza, 1999, pp. 165-180.
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[Anon, 2000]
__________, Vida intelectual en el Buenos Aires fi (1880-1910). Derivas de la “cultura científi Buenos Aires, fce, 2000, 307 pp.

Una versión abreviada de este trabajo fue leída como ponencia en el II Congreso de Historia Intelectual de América Latina. “La biografía colectiva en la historia intelectual latinoamericana”, Buenos Aires, 12, 13 y 14 de noviembre de 2014.

De aquí en adelante RF.

Los fundadores y animadores de la Syringa fueron Rubén Darío y José Ingenieros. Para la información que sigue véase Delia Kamia [Delia Ingenieros], “La Syringa”, en vvaa, Sociedades literarias argentinas (1864-1900). Trabajos, comunicaciones y conferencias, vol. ix, La Plata, Departamento de Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, 1968, pp. 203-226.

Antonio Requeni, Cronicón de las peñas de Buenos Aires, Avellaneda, Fundación Banco de Boston, 1984, p. 39.

Como ha señalado Nicolás Shumway, “Nosotros fue mucho más que una revista. También fue una extensa serie de actos públicos. En sus páginas abundan reportajes sobre reuniones, tertulias, simposios y conferencias organizados (y hasta cierto punto patrocinados) por los fundadores de la revista. Por lo tanto, cuando se habla de la generación de Nosotros, se refiere no sólo a un grupo de escritores de cierta edad, sino también a un fenómeno social e intelectual que por otra parte hizo una revista”. Nicolás Shumway, “Nosotros y el ‘nosotros’ de Nosotros”, en Saúl Sosnowski [ed.], La cultura de un siglo. América Latina en sus revistas, Buenos Aires, Alianza, 1999, p. 167.

Agathaura quiere decir Buenos Aires en griego. Esta peña se reunía a veces en el restaurante Vértiz, de la Avenida Alvear, y otras en el Odeón, de Esmeralda 355. Francisco Ortiga Anckermann fue un periodista nacido en Palma de Mallorca, España, en 1886. Usaba con frecuencia el seudónimo Pescatore di perle y dirigió las revistas Papel y tinta, El Hogar, Mundo Argentino y Atlántida. De entre sus obras se destaca la Antología del disparate. Ortiga Anckermann colaboró con un artículo en la RF: “La filosofía de Anatole France” (vol. x, 1924, pp. 42-80).

Requeni, op. cit., p. 67.

RF, núm. xvi, 1922, p. 311.

Hugo E. Biagini, “Introducción”, en Elena Ardissone, Raúl Sassi y Hugo Biagini, La Revista de Filosofía (1915-1929): estudio e índices analíticos, Buenos Aires, Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, Centro de Estudios Filosóficos, 1984, pp. 8 y 12.

RF, ii (1915), p. 492.

RF, ii (1916).

RF, xxi (1925), p. 478.

Para el sentido de este término, nos atenemos a la definición de la rae: “noticia comentada acerca de una persona muerta hace poco tiempo”.

María Teresa Gramuglio, “Hacia una antología de Sur. Materiales para el debate”, en Saúl Sosnowski [ed.], La cultura de un siglo. América Latina en sus revistas, Buenos Aires, Alianza, 1999, p. 257.

John Garraty, The Nature of Biography, Nueva York / Toronto, Vintage Books, 1964, pp. 28 y 42.

Para la información de este apartado, véase Peter France, “From Eulogy to Biography: The French Academic Eloge”, en Peter France and William St. Clair [eds.], Mapping Lives. The Uses of Biography, Nueva York, The British Academy/Oxford University Press, 2002, pp. 83-102.

Daniel Roche, “Talents, raison et sacrifice (L’image du médecin des Lumières d’après les Éloges de la Société royale de médecine (1776 -1789))”, en Annales. Économies, Sociétés, Civilisations, vol. xxxii, núm. 5, París, 1977, pp. 866-886. En www.persee.fr (fecha de consulta: 1o de agosto, 2014).

Sobre este tema, véase Delphine Dulong, “Mourir en politique. Le discours politique des éloges funèbres”, en Revue française de science politique, vol. xLiv, núm. 4, París, 1994, pp. 629-646.

Sobre el retrato, cfr. Luis Alejandro Rossi, “Los proyectos intelectuales de José Ingenieros desde 1915 a 1925: la crisis del positivismo y la filosofía en la Argentina”, en José Ingenieros y Aníbal Ponce [dirs.], Revista de Filosofía, Cultura, Ciencias y Educación, pról. y selec. de textos de Luis Alejandro Rossi, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1999, p. 21.

Julio Barreda Lynch, reseña de Nicolás Besio Moreno, “La obra filosófica de Agustín Álvarez”, en Humanidad Nueva, Buenos Aires, junio, 1914, en RF, vol. I, núm. 1, 1915, p. 151.

Julien Benda, “Apéndice de los valores intelectuales”, en La traición de los intelectuales, trad. de Rodolfo Berraquero, nota de Fernando Savater, Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores, 2008, p. 77.

Pierre Bourdieu, “Estructuras, habitus, prácticas”, en El sentido de lo práctico, Madrid, Taurus, 1991, pp. 92 ss.

Ángel Gallardo, “Discurso en el homenaje al profesor Holmberg” (Physis, Buenos Aires, diciembre, 1914), en RF, vol. i, núm. 2, 1915, p. 321.

Ibid., p. 322.

Rodolfo Rivarola, “El profesor Antonio A. Porchietti” (Revista de la Universidad, marzo, 1915), en RF, vol. I, núm. 3, 1915, p. 486. Son palabras pronunciadas en el sepelio.

Leopoldo Lugones, Elogio de Ameghino (folletín de La Nación, mayo, 1915), en RF, vol. I, núm. 3, 1915, pp. 478 y 479.

Paula Montero, “Secularización”, en Carlos Altamirano [dir.], Términos críticos de sociología de la cultura, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 212.

Irina Podgorny, “De la santidad laica del científico Florentino Ameghino y el espectáculo de la ciencia en la Argentina moderna”, en Entrepasados. Revista de Historia, vol. vi, núm. 13, Buenos Aires, 1997, pp. 37-61.

[José Ingenieros], “Raquel Camaña”, en RF, vol. ii, núm. 6, 1915, p. 484. El artículo dice reproducir las palabras del director de la revista, pronunciadas en el sepelio.

Dulong, op. cit., p. 634.

[José Ingenieros], “Raquel Camaña...”, p. 484.

Ezequiel P. Paz, “En la muerte del doctor Matías Calandrelli”, en RF, vol. v, 1919, p. 315.

Mariano de Vedia y Mitre, “En el sepelio de Osvaldo Magnasco” (La Nación, Buenos Aires, 5 de mayo, 1920), en RF, vol. xii, núm. 4, 1920, p. 156.

Arturo de la Mota, Elogio de Agustín Álvarez (Ideas, Buenos Aires, enero de 1918), en RF, vol. vii, núm. 3, 1918, p. 465.

Joaquín V. González, En la muerte de Enrique del Valle Iberlucea, en RF, vol. xiv, núm. 6, 1921, p. 451.

La Dirección, “Th. Ribot falleció en París el 9 de diciembre de 1916”, en RF, vol. iii, núm. 1, 1917, p. 7. Es dable suponer que los artículos firmados por “La Dirección” corresponden a la pluma de Ingenieros.

Véase Alexandra Pita González, “Los homenajes a José Ingenieros y el debate en torno al papel del intelectual”, en Revista Complutense de Historia de América, núm. 35, Madrid, 2009, p. 80.

José Ingenieros, “La personalidad intelectual de José María Ramos Mejía (1849-1914)”, en RF, vol. ii, núm. 4, 1915, p. 142.

Christophe Charle, El nacimiento de los “intelectuales”. 1880-1900, trad. de Heber Cardoso, Buenos Aires, Nueva Visión, 2009, p. 25.

Cfr. Oscar Terán, América Latina: positivismo y nación, México, Katún, 1983; “El payador de Lugones o la mente que mueve las moles”, en Punto de Vista, núm. 47, Buenos Aires, 1993, pp. 43-46; Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la “cultura científica”, Buenos Aires, fce, 2000.

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